En tiempos de superhéroes y comedias románticas, el cineasta inglés sigue empeñado en contar la vida, las esperanzas y las penurias de la gente común. Ken Loach cree que se ha perdido el sentido de comunidad y que se han roto los lazos de solidaridad pero no se resigna al triunfo del neoliberalismo.

Es la figura clave para entender el cine europeo. El director más reivindicativo de los que hoy están en activo. El único capaz de agradecer la Palma de Oro en Cannes a los trabajadores del festival o cenar un trozo de pizza en cualquier bar barato alejado del glamour de premios y festivales. Ken Loach tiene contradicciones, como todos, pero es la persona más consecuente dentro de la industria del cine. En sus cincuenta años de carrera, que comenzó con Cathy come home, todas sus películas han servido para poner ante los espectadores los problemas a los que se enfrenta la clase obrera.

En estos años, acompañado de su guionista Paul Laverty, también ha revisado la guerra civil española en Tierra y libertad, de cuyo rodaje en Cataluña se cumplen 25 años. También habló de la independencia de Irlanda en El viento que agita la cebada, con la que consiguió su primera Palma de Oro en Cannes. La segunda llegó con Yo, Daniel Blake, una crítica a los efectos de la austeridad en Europa. Ahora recibe el premio Masters of Cinema del Atlàntida Film Fest, festival que organiza la plataforma Filmin con dos sedes, una en Mallorca y otra online. A Palma acudió Ken Loach a recoger el premio, puño en alto, bajo la mirada de la reina Letizia.

 -Lleva cincuenta años haciendo películas y retratando a la clase obrera británica. Si comparamos su primer trabajo con el último, no parece que haya mucho progreso, ¿Qué ha cambiado?

-Sí que ha habido muchos cambios, pero la esencia sigue siendo la misma, y es que la vida de la gente está determinada por sus circunstancias económicas. Las elecciones que pueden hacer cuando son jóvenes dependen de la familia en la que han nacido, de su clase social y todas las posibilidades que puedan tener van a estar determinadas por ese estatus. Algunos han tenido mucho éxito, han ganado mucho dinero, pero la mayoría de la gente no, y debemos tratar de contar las historias de esa mayoría.

-¿Se ha acabado el Estado del bienestar?

-Cuando empezamos tenías la posibilidad de tener un trabajo para toda la vida, tener una familia, tener una casa, tus hijos tenían una educación, si te ponías malo tenías médico, si envejecías tenías una pensión. No eras rico, pero tenías una estabilidad, ahora esa estabilidad, esa seguridad, se ha desvanecido. La comunidad está fracturada, los trabajos no duran más de seis meses, los trabajadores de la clase media están más o menos igual, están inseguros. El nivel de vida ha bajado. En general, las opciones que tenemos son peores. Pero el gran cambio es que la seguridad ha sido sustituida por inseguridad, creo que ese es el gran cambio.

-¿Qué ha pasado? ¿Por qué ha cambiado tanto todo?

Crecí en los 40 y 50 cuando la conciencia de la gente era trabajar por el bien común. Eso ya no está, se fue cuando llegó Margaret Tatcher e impuso la conciencia neoliberal en toda Europa. Ahora lo que prima es mirar por uno mismo, pensar que estás solo, que tienes que cuidar de ti. o pensar en los demás como competidores, enemigos, pensar qué lo puedes hacer mejor que ellos. Cuando crecí todos estábamos juntos, ahora prima el individualismo. Eso es el gran problema.

-¿Por qué le cuesta tanto al cine retratar eso? ¿Es un arte plenamente burgués?

-La mayoría de las películas cuestan mucho y necesitan inversiones de burgueses, y acaban contando sus historias, de los burgueses. Aunque intenten que los personajes no sean burgueses, la mirada es burguesa. Retratan a los trabajadores, víctimas, que se merecen la pobreza, débiles. A la gente no le gustan las películas sobre sí mismos, prefieren ver a ricos. Personajes ricos de los que no sabes de dónde han sacado el dinero. Prefieren eso porque no hay culpables, no hay problemas. Ese es el primer problema, y luego los directores tienen que darse cuenta de que la industria tiene que adaptarse al mundo. Nosotros tenemos suerte porque hacemos cine desde nuestro rincón y no hacemos películas sobre lo individual, porque creemos que para hacer una película tiene que haber un interés común. Eso es bastante radical, porque es todo el mundo trabajando por lo mismo y con el individualismo pasa lo contrario, la gente lucha por su propio beneficio.

-Pero usted es de los pocos directores que no se ha acomodado, sigue captando cada desafío a los que la gente se enfrente. Lo último la uberización del trabajo en su retrato de Amazon en Sorry we miss you, ¿Cómo se hace para seguir lo que pasa en la calle?

-El secreto está en escribir con escritores, yo trabajo desde hace más de 25 años con Paul Laverty, somos como una pareja, y la película es más suya que mía. El secreto es que esos escritores con los que he trabajado son muy talentosos. Hablamos de la historia primero, pero ellos crean a los personajes, las historias, todo. Pero es que no hay elección, no es indulgencia, tienes que ser consciente de cómo vive la gente. Eso es maravilloso, es lo más emocionante de hacer una película, tratar de retratar la vida, los trabajos, las casas de la gente, las vidas normales y llevarlas a la pantalla con la mayor verdad posible.

-¿Le ha perjudicado la etiqueta de cine social?

-No ha sido de mucha ayuda para ser sincero, desearía que la gente fuera al cine y se sorprendiera con la película, y parece que con eso dices que es aburrida, y puede ser triste, divertida, o muchas cosas… Así que no ha ayudado. Pero el problema es que el cine se está cultivando para satisfacer expectativas cada vez más estrechas, solo ver cosas de otro mundo, extraordinario, superhéroes, efectos CGI. El cine ha tenido muchas tradiciones como retratar el mundo en el que vivimos, o la comedia, y esas tradiciones las están destrozando. Si vas a una biblioteca y solo hubiera ciencia ficción dirías que no es una buena librería, es una cuestión de diversidad.

-Se cumplen 25 años del rodaje de Tierra y libertad, su película sobre la Guerra Civil española, ¿Qué recuerdos tiene de aquello?

Fue una experiencia extraordinaria, por muchas razones, primero porque estábamos totalmente asustados por lo que estábamos haciendo. Estábamos en las calles de Barcelona con los productores pensando todo el rato en la estupidez que estábamos haciendo. No hablaba español, nadie quería hablar de la Guerra Civil… Pero cuando preguntabas te contaban historias, historias muy personales, era importante. Conocimos a mucha gente, y el guionista, que era un obrero inglés, pero muy político, que se había leído todo sobre la guerra, decidió que el punto de vista que era la división de la izquierda, esa competición por las ideas y, una vez decidimos eso, fuimos para adelante. Conocimos a gente maravillosa, un hombre Juan Rocabell, que quería que rodáramos en Cataluña y Aragón. Había vivido en Francia durante el franquismo y nos contó  la historia que cierra la película. Cuando filmamos eso fue una de las cosas más maravillosas que pasaron, porque le cayeron las lágrimas por sus mejillas, estábamos muy emocionados. De todas las que he hecho, creo que es la más maravillosa.

 -¿Y qué le parece que Franco siga en el mismo sitio todavía? ¿O qué les diría a los que dicen que la Guerra Civil es el pasado?

-Lo primero es que la historia es contemporánea, esto pasa porque los asuntos no mueren. Esto va de cómo interpretas la Guerra civil y la dictadura, ese es el problema. Y este asunto habla de nuestra política actual no es una cosa solo del pasado. Sirve para entender el fascismo y comprender cómo funciona y para saber por qué la clase más alta lo apoya cuando se siente amenazada. Los hombres de negocios apoyaron a Hitler, financiaron el nazismo. Por eso, para entenderlo hay que saber que defendió la propiedad de los más ricos, cuando se veían amenazados, cuando pensaban que los procesos democráticos podían funcionar. Entender cómo funciona el fascismo es algo que nos sirve hoy, porque vemos que funciona de la misma manera. Cuando el sistema económico falla, como pasa ahora, se culpa a los inmigrantes, a las personas de color, a los pobres y dicen eso de que hay que bajar los impuestos a los ricos para que creen empresas. Es el mismo programa, el mismo. Si entendemos lo que es el fascismo podremos enterrar de una vez a Franco.

 

-Sigue en plena forma, ¿eso quiere decir que no se retira? Ya dijo que lo dejaba y volvió…

-Lo dije rodando en el oeste de Irlanda, en un clima muy húmedo. Tenía los pies húmedos, estábamos hundiéndonos en el barro y pensé que no podía hacer esto más. Pero terminé la película y vi que la vida no era tan mala,  me sequé y me dije ‘puedes hacer una más’. Esto es como el fútbol, hay que ir partido a partido, no prometo más que la siguiente. Así que no sé si haré otra, es la respuesta más breve a eso.

-En su discurso en Cannes, cuando ganó con Yo, Daniel Blake, dijo que ese festival era necesario para el futuro del cine, ¿qué opina del surgimiento de las plataformas y del nuevo momento que vive el cine?

Soy bastante mayor ya, y creo que el cine funciona mejor cuando ves las películas con gente, cuando tienes una experiencia común, nos reímos juntos, nos tocamos, hay una respuesta común. Eso es enriquecedor, más fuerte que sentarte en casa solo y verlo en un portátil. Sientes que entras en la película, en casa no hay nadie con quien compartir. Pero bueno, es que no tengo ni ordenador.

 

 

Fuente: Ser

 

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