Una crónica desde adentro de la cocina electoral de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, escrita tarde, en la noche, por una presidenta de mesa con las manos cansadas de cortar troqueles.
La ciudadana en rol de presidenta de la mesa N.° 367 entró a las 7.00 puntualísima a la Escuela Politécnica N° 5 Manuel Belgrano de Monserrat, Comuna 1 de CABA, saludando a los reunidos en la puerta con un enérgico ¡¡buen día!! Sabe que la voz nacida desde el vientre tiene otra llegada, tanto en los receptores como en la emisora. Y así fue: todos giraron y la saludaron. Subió con ganas la escalera (no le viene nada mal hacer ejercicio) hacia el piso donde se disponían las tres mesas de la institución. El domingo de las PASO había llegado 7.10 (diez minutos tarde típicos de una rebeldía contraproducente), y no le alcanzó el tiempo para acomodar sus cosas y preparar la mesa y el cuarto oscuro y abrir el acto electoral a las 8.00. No podía creer que todo el papelerío llevara tanto tiempo.
El gordito-presidente de mesa de al lado ya estaba transpirando. El mismo que recriminaba haber llegado demasiado temprano la jornada del 12 de septiembre (definitivamente el nombre del mes es con “p”). La ciudadana tuvo la generosa idea de llevar su pava eléctrica para socializar agua caliente. El electrodoméstico terminó fallando, pese a que la intención de uso era buena. He aquí la primera dificultad de la jornada: recuperar la pava, que giró por toda la escuela en busca de un enchufe que la hiciera encender. La ciudadana “explicó” que ella es hija única y que no puede tener sus cosas lejos. El gendarme de mirada y voz dulce no lograba “explicarle” el circuito de la pava por la planta baja y alta, y que, en esos momentos, le había perdido el rastro. Para ese entonces, la ciudadana ya estaba en la obligación de habilitar la apertura de la mesa, aun sin pava y sin café.
Emitieron su sufragio ella y los dos ciudadanos suplentes que tuvo la suerte de tener. A continuación fueron pasando los votantes tempraneros, que ya estaban haciendo fila en el pasillo. Cómodas sillas de plástico multicolores amortiguaban el cansancio de algunos electores. Entre ellos, una quejumbrosa serial. La vieja (no por su edad, sino por el estado reseco de su alma) se quejaba porque tuvo que subir la escalera; se quejaba porque le habían ofrecido no subirla y bajarle la urna al cuarto oscuro para personas con movilidad reducida; se quejaba porque esperó sentada en una de esas sillas; se quejaba porque le ofrecieron no hacer fila y pasar por ser mayor de 70 años; se quejaba y mascullaba porque la presidente de mesa (o sea, yo) tardaba en revisar los DNI; se quejaba y resoplaba porque se tropezó con el biombo de cartón que escondía las boletas; finalmente se quejaba porque no podía cerrar el sobre con la lengua. La ciudadana sintió compasión (palabra cuyo significado aprendió hace poco): esa señora solo quería que alguien notara su presencia y ¡le dirigiera la palabra! La pobre no se bancaba más la soledad que trae el anonimato de las ciudades. La cronista tuvo repentinas ganas de ejercer un acto de maldad, y solo se comunicó con ella lo estrictamente necesario con algún gesto o seña desdeñable, sin hablarle. Sabe que en esas tipologías enojosas no radica la verdadera maldad, pero arguyó (qué belleza cuando Borges repite “argüí” en “El jardín de senderos que se bifurcan”) para sí misma que en estas jornadas no son bienvenidas actitudes maleducadas sino colaborativas.
La ciudadana cortaba los troqueles cada vez con más rapidez cuando a eso de las 10.30 ingresó al aula una gendarme con el típico cabello trenzado, y le preguntó a la mandona (ni Madonna ni Maradona) de la mesa:
—¿Vos sos la chica de la pava? No anda, pero apareció.
La fiscal de Juntos ofreció recurrir a su fiscal general para conseguir un termo con agua caliente. La actitud cayó bien. Mientras tanto, estaba terminando de votar un muchachito de dieciséis años. Fue aplaudido mientras depositaba su sobre en la bendita urna. La ciudadana recordó cuando la aplaudieron a sus dieciocho (por ese entonces, se usaba el DNI libreta tapa verde y no había troqueles, sino sellos en las hojas específicas del mismo ejemplar). En aquel tiempo, la estrenada ciudadana supo escribir en su inocente diario íntimo: “Hoy voté por primera vez. Me gusta lo que transmiten las paredes de las escuelas primarias. Agilidad, bullicio y risas, aunque los niños no estén. Voté lo mismo que mamá y papá. No sé qué ideas tienen ni cómo las aplicarían”. Tal vez el raciocinio no sea el elemento que más pondere en una elección.
Luego de servir y servirse un té, la misma fiscal de labios siliconados y mirada vacía, ya sentada en su lugar de la mesa, contó que tenía un hijo muerto que hubiese votado por primera vez en esta elección. La ciudadana quedó dura cual mancha estatua con su vaso Tupperware en la mano, y se le resignificaron ese vacío y el paso de los años.
Hay electores que, además de compartir padrón por vivir cerca y por tener un apellido que empieza con la misma letra, son familia. Se generó un lindo momento cuando uno avisó, por ejemplo, “el próximo es mi hermano, en un rato viene mi hijo, está durmiendo”. En general, son los integrantes varones los que suelen presentarse en grupo para votar. A la ciudadana ya no la rodea el mismo apellido en el mismo padrón, puesto que ha mudado de territorio. Otro agradable momento se produjo cuando un señor mayor, de ojos llamativamente muy celestes, con toda la pinta de petardero político en sus años juveniles, miró a las autoridades de mesa y les regaló un respetuoso “gracias por estar ahí”.
De algún lado un fiscal general consiguió otra pava eléctrica.
Así las cosas, en actividad continua, se hizo el mediodía en un pestañeo. A eso de las 13, irrumpió en el aula el gordito-presidente mesa, frenético y transpirado:
—¿Quién es el o la presidente de mesa?
—Yo.
—¿Qué tenés en la vianda? ¿No te trajo algo para comer al mediodía?
—No.
Decir que el fiscal de Todos estuvo rápido, saltó eyectado de la silla y enseguida ofreció una solución:
—Tomá, tengo pebete, te doy dos pebetes.
El hambre los agarró de un zarpazo. La ciudadana dejó a la suplente a cargo de la mesa porque ya tenía planificado salir un momento para irse a comprar un expreso y unos sanguchitos de miga a esa panadería que conoce y que está en la otra cuadra de la escuela; una tentación que no podía pasar de este domingo. Al regreso de la provisión, la suplente no largaba la silla central de la mesa.
La tarde se puso más inquieta que la mañana. Se trata de horas menos compactas, sea o no sea jornada electoral. La ciudadana coincidió con un vecino del edificio, el mismo que había gritado como un marrano en la última reunión de consorcio antes de la pandemia. La cronista asimismo recibió en la mesa a la narradora Ana María Bovo; la reconoció antes de leer su nombre; aprovechó y le contó que fue a verla al teatro más de una vez, y que la tenía en Facebook; la mujer se emocionó al encontrarse con su público. Y demás subidas y bajadas por la escalera, con la urna transportada por el dulce del gendarme, que sacaba charla a quien podía, por lo aburrido que estaba. El uniformado pidió servirse un té con el agua recién calentada por la misma pava.
Más avanzado el discurrir del tiempo, la organización de la mesa adquirió un ritmo de cinta mecánica de producción. En el siguiente orden:
Suplente 1: —Adelante, deje el DNI en la bandeja.
Cronista: —DNI XX.XXX.XXX, ejemplar X, ejemplar X en el padrón, puede votar. (Entrega del sobre).
El votante elige por qué costado pasar el biombo, sale, muestra el sobre, lo deposita en la urna, firma el padrón.
Suplente 2: —No se olvide el papelito celeste ni el DNI. Ahí el alcohol en gel. (Antes marcó el padrón de control paralelo).
Fiscal 1 o 2: —Gracias por venir.
Cronista: —Vayamos firmando esta nueva pila de diez sobres.
Cambio de hora. Inspección de las boletas en el cuarto, con presencia de los fiscales generales que quieren entrar. Que sean las originales. Que sigan ordenadas de izquierda a derecha, de menor a mayor por número de lista. Que sean repuestas en caso de faltante.
Como todo circuito, se interrumpió en algún momento por algún acontecimiento distinto. Caso 1: DNI XX.XXX.XXX, ejemplar anterior al del padrón: no puede votar. Caso 2: tiene pasaporte, tiene carnet de la obra social y carnet de conducir, no tiene DNI porque lo perdió: no puede votar. Caso 3: un señor pidió con prepotencia que quien presidía la mesa cambiara su método de organizarla, porque se había hecho fila y él tuvo que esperar como quince minutos para ingresar al aula, y que no le importaba el tiempo que lleva bajar la urna hacia el cuarto oscuro accesible.
Fiscal de Juntos: —A mí nadie me grita. ¿Cómo este hombre nos va a hablar así?
Fiscal de Todos: —Sos ordenada, Cecilia, dejá que se vaya.
La presidenta siguió trabajando a su manera. El fiscal general que consiguió la pava se la llevó por un rato a otra mesa. Todo tranquilo hasta las 18. Los cinco presentes en la 367 cotejaron coincidir en el número de votantes: 233, puesto que ese debería ser la cantidad de sobres en la urna. Cuando recibieron la autorización de la delegada judicial para cerrar la mesa, aplaudieron y se dispusieron para el escrutinio.
La pava había vuelto avanzada la tarde, y luego se la volvieron a llevar. Algunos prefirieron el agua fría a la infusión. Lo importante es que el conteo anduvo sobre rieles, gracias a la organización y sinergia entre las autoridades de mesa y los fiscales. A las 19.15 el representante del Correo Argentino (nobleza obliga reconocer que estaba más atento y menos relajado que en las PASO) ya tenía en sus manos el telegrama. Así los resultados de esta muestra (todos los números en %; Diputados/as Nacionales // Legisladores/as Caba):
Asistencia del padrón: 67,7
Autodeterminación y Libertad (lista 187): 2,6 / 3,0
Juntos por el Cambio (lista 501): 46,8 / 46,3
Frente de Todos (lista 502): 27,9 / 27,5
Frente de Izquierda y de Trabajadores (lista 503): 4,7 / 4,7
La Libertad Avanza (lista 504): 14,6 / 15,0
Votos nulos: 2,1
Votos en blanco: 1,3
La cronista, que nació en democracia, cumplió contenta con su deber cívico y considera que, más allá de las diferencias, la jornada electoral es un encuentro en el espacio público.
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