Pequeñas crónicas de dos jornadas vividas en comunidades campesinas de la provincia de Jujuy, donde el poder político arremete en perjuicio de pequeños productores y ellos resisten como pueden. 

Aún quedan persistentes vestigios de las lluvias de los días anteriores, los observo en los charcos de agua estancados en el suelo, en las carrocerías embarradas de los autos que llegan a recoger a los pasajeros recién llegados y en el presagio de nuevas tormentas, pintadas en las nubes grises que pueblan el cielo jujeño. Espero la llegada de Anastasia García, a la salida del aeropuerto de Jujuy, ella es la referente jujeña del Movimiento Nacional Campesino Indígena (MNCI) y quien coordinó el encuentro con mujeres agricultoras e integrantes de la Federación Nacional Campesina, todas ellas trabajan en parcelas arrendadas en Fraile Pintado, una localidad a unos 85 kilómetros de distancia de San Salvador o sea a una hora de viaje desde el lugar en el cual estamos. Anastasia, al igual que la antropóloga Eugenia Calvo, que nos acompaña, son baqueanas duchas en rutas y caminos secundarios, que llevan a las comunidades campesinas, al cabo de un rato de ir por la ruta 34 en el sudeste de la provincia, cada tanto al cruzar algún poblado, vemos camiones distribuyendo agua, en algunos lugares la copiosidad de las lluvias inundó las viviendas y no hay energía eléctrica. Al cabo de un rato, nos adentramos por un camino bastante embarrado, en el cual también copiosos charcos que tratamos de evitar. Avanzamos, lentamente pero avanzamos, hasta que después de recorrer unos kilómetros por ese camino un tanto azaroso, llegamos a la vivienda de Marta Ruiz, quien nos espera junto a Analía Cardozo. Las dos mujeres irradian una fortaleza forjada en el trabajo agrícola que llevan adelante todos los días, pero no solo eso, ambas atienden un merendero que funciona los días miércoles, donde concurren unos 150 pibes y pibas de la zona, los domingos dan el almuerzo para la misma cantidad de personas y entre ambos servicios comunitarios, emplean entre 8 a 16 cocineros por mes. Ese dato, lo brinda Marta Ruiz. Analía, es la que nos cuenta acerca de los cultivos que se llevan adelante en las parcelas. Los mismos pueden ser de tomates, zapallitos, choclos de diversas variedades y berenjenas.

Le pregunto a Marta, cuántas familias viven y trabajan en el predio, su respuesta aclara muchas cosas: “Acá hay unas 270 familias instaladas, somos todos arrenderos, la dueña de la tierra es la señora Bracamonte, pero no se arrienda por año, se arrienda por siembra, unos 100 mil pesos. Vos sembraste tomates, cuando lo cosechaste y querés sembrar otra cosa, tenés que volver a pagar, es un gasto enorme, porque a eso le tenés que sumar el precio de las semillas, que se pagan al año a precio dólar”. La señora Bracamonte, no es otra que la ex diputada provincial de Juntos Cambia Jujuy, Débora Bracamonte, ex aliada del gobernador Gerardo Morales. Si hay algo que queda claro, es que todas las comunidades campesinas, tienen problemas con la posesión de la tierra que cultivan y en todas está involucrado el poder político de la derecha. Como es lógico, esa modalidad de arriendo convierte a cualquiera en una especulador que nada arriesga, porque como Analía aclara: “si se pierden las cosechas hay que pagar igual, en la última de tomates ni gané ni perdí, empaté, porque hubo una plaga que me evaporó al tomate y con lo que quedó me dio solo para pagar el arriendo y la semilla”. Los contratos de arriendo no tienen mucha legalidad, son de palabra. Por otro lado quien más gana es la propietaria de las 300 hectáreas que cada seis meses recauda $27.000.000 sin mover un dedo y además, de facturar en negro, evade impuestos e influye en el precio de los alimentos producidos por los campesinos y campesinas, los cuales como el caso de Analía, Marta e Ivar Leani, que se suma a la charla, llevan décadas trabajando en Fraile Pintado.

Es Ivar, campesino de rostro y manos curtidas, quien nos dice, que a los costos hay que agregarle el arado de la tierra, que necesita de varias pasadas del tractor, debido a que el terreno está lleno de piedras y que lo mejor es un contrato de 3 años y no por siembra, algo en que sus compañeras concuerdan.

Analía, también es trabajadora migrante, pues suele trabajar en las cosechas de tomate de Mendoza y La Plata, es ella quien nos habla de los desafíos de haberse organizado e integrado a la FNC: “Estamos buscando un terreno para comprar un terreno entre todos y armar una cooperativa”. Ese sueño, nos abre varios interrogantes acerca de la propiedad de la tierra, en el uso que le dan quienes especulan y la usan como un medio para generar riqueza espuria y quienes la cultivan como un bien social, generador de alimentos, soberanía alimentaria y arraigo. Pero también, nos volvemos a preguntar, en cuanto influyen los arriendos, en el precio final que pagan los consumidores en los mercados, una pregunta que también Marta y Analía se hacen y responden: “Si la tierra fuera nuestra, las cosas saldrían más baratas”. Algo en lo que no se puede dejar de coincidir, después de la invitación a conocer el río, al cual para llegar, hay que atravesar cierta vegetación espesa y húmeda. Marta, nos guía y a medida que atravesamos esa espesura, nos va indicando los diferentes árboles que cruzamos por el camino: “Ese es un mango, ahí unos bananos y los de ahí son de palta, pero ya se robaron todas”. Después de salir de los pastizales, llegamos al camino que nos conduce al río Ledesma, cercano al reservorio de agua Peyú Quapé,  donde se crían pacúes y funciona como un coto de pesca manejado por mujeres, pero solo logramos avanzar un trecho bastante corto, porque el camino está inundado en muchos tramos. Al despedirnos, al final del infructuoso intento, Analía nos dice:

-Tienen que venir a la chaya.

-¿Qué es la chaya?

-Cuando se vende la primera cosecha, se le echa una cerveza al tomate y otra nosotros.

Con Eugenia y Analía, prometemos volver, tal vez en el próximo encuentro, la tierra sea de ellas y de ellos, es decir, de quienes la trabajan.

El piquete

Después de desayunar bien temprano, a las 8 de la mañana salimos rumbo a El Piquete, antes de tomar la ruta 66, entramos al casco urbano de Palpalá a buscar a dos jóvenes compañeras que nos esperan, una es Florencia González y la otra Esperanza Pereira, las dos militan en el MNCI y viajan con nosotros, es decir con Anastasia García y Andrés Deymonnaz, al plenario mensual de la organización, tenemos una hora de viaje y en ese tiempo no solo compartimos el mate, sino que nos vamos conociendo. Andrés, es agrónomo, docente y referente de la organización, y es también el compañero de Anastasia. Florencia, además de estudiar comunicación en la Universidad de Jujuy, porque le parece importante la investigación y la historia, como así también descubrir los eslabones perdidos de luchas pasadas, participa en un programa radial que se transmite por Radio del Cerro, no hace falta preguntar que temáticas se abordan en el mismo, el nombre ya es una declaración de principios, “Alerta Campesina”. Esperanza, está preocupada y ocupada con las problemáticas de género. En los últimos tiempos vivió una situación de violencia con un integrante del colectivo y espera poder resolver la misma de manera ecuánime, se siente con derechos y empoderada. Al cabo de una hora de andar por rutas nacionales y provinciales, arrivamos a El Piquete, para llegar al lugar donde se realizará el plenario hubo que adentrarse por un camino de tierra, hasta llegar a un monte de algarrobos, donde, debajo de un tinglado se han dispuesto las sillas en círculo. Llegamos justo en el momento que una chaman inicia una ceremonia de ofrendas a la Pacha Mama, una vez finalizada, bailaremos el Tin Tin, una danza ceremonial de la nación guaraní predominante en El Piquete, razón por la cual de los tirantes del tinglado cuelga una bandera que lleva inscripta la palabra “Peyukavi”,  bienvenido en lengua nativa, junto a la bandera del MNCI, la wiphala y la roja y verde de los guaraníes. Los momentos están cargados de una fuerte emotividad, atravesada por ecos ancestrales, sonoridades de luchas pasadas y por venir y por la defensa de la tierra y la naturaleza implícita en cualquier organicidad campesina que se forme en defensa de sus derechos.

En el círculo conformado por unos 50 referentes, de las 12 comunidades donde el MNCI está presente en Jujuy, la mayoría son mujeres. Son ellas las que organizan, distribuyen, concientizan y luchan, en cierto punto llevan la voz cantante en la asamblea, donde se van discutiendo los temas de una agenda trazada con anterioridad, que incluye políticas de género, conformación de una cooperativa, de una asociación y también la inclusión de una comunidad que pide integrarse al MNCI. Los dos representantes que asisten con esa intención, son una pareja muy joven que vive en la comunidad de Molinas Elchein, los dos denuncian que hay problemas con un emprendimiento privado de minería y también un conflicto con la propiedad de la tierra, el gobierno provincial pretende vendérselas, cuando las familias que la ocupan viven y trabajan en la misma, desde hace varias generaciones. También, se denuncian desalojos y represión en la comunidad quechua de Tusca Pacha en Palpalá, donde como siempre está implicado Gerardo Morales. Ante esa realidad, no son pocos quienes plantean discutir una nueva conformación política para la provincia de Jujuy, que permita solucionar en parte los problemas y disputas sobre los territorios originarios, la misma pasaría por  declarar al actual estado provincial, como estado plurinacional, dado que en las cuatro regiones de su territorio de multiples paisajes, conviven, además de criollos, originarios guaraníes, kollas, kollas guaraníes, tilianes, omaguacas, atacamas y ocloyas. Estos pueblos, viven en más de 400 comunidades diseminadas a lo largo y ancho de la provincia, dedicadas a  producciones de la agricultura familiar, campesina e indígena y son los principales constructores del acervo cultural de una provincia, donde el poder está detentado por una clase política privilegiada, siempre dispuesta a arrebatar y usurpar los bienes sociales, con metodologías represivas. Una constante que se ha acentuado desde que Gerardo Morales, ejerce el cargo de gobernador.

A mediodía se hace un intervalo en la asamblea, ha llegado el momento del almuerzo, las empanadas horneadas en el horno de barro, compiten en gusto con los tamales, comidas en las cuales la agricultura familiar está presente, en cada uno de los productos usados en la elaboración, ya sea en la carne, el maíz y los ajíes. Hablamos de soberanía alimentaria, de saberes ancestrales, no solo aplicados en la comida, sino también en los yuyos, árboles y plantas medicinales, que la chaman guaraní, Elsa Segundo, me recomienda para curar dolores y restañar heridas. Esta Elsa, segura y precisa, me cuenta de su afán por preservar y valorizar su cultura y me dice: “Hay que recuperar todos los saberes ancestrales, yo me ocupo de las plantas medicinales y estoy trabajando en la construcción de un vivero”, algo que me lleva al recuerdo de otra mujer guaraní, Jakucha Rete Potí, que en la aldea Ysiry, en los montes misioneros de Eldorado, se encarga del puendy o lugar de los cultivos medicinales.

Una vez finalizado el almuerzo, la asamblea prosigue con su dinámica. El nuevo punto a tratar es la construcción de la casa campesina, es decir la sede del MNCI en el lugar, está planeado construirla, en un terreno donado por el abuelo de una de las integrantes de la organización. Pero, una dificultad ha surgido para seguir para seguir avanzando, en la que el poder político otra vez aparece con su brazo usurpador. El comisionado de El Piquete, una vez nombrado en el cargo, se apareció con títulos de propiedad truchos y pretende quedarse con algunos lotes, entre los cuales está el donado. Todas las parcelas que pretende el usurpador, son ocupadas por familias establecidas desde siempre en el lugar. Una vez más, la historia vuelve a repetirse otra vez, con distintos actores, aunque no tan distintos llegado el caso. Después de discutir cómo seguir, se da por finalizado el plenario, ya se acordó la fecha de realización, aunque no el lugar. El sol comienza a ocultarse, hacía el oeste, detrás de los cerros que ponen un límite entre Salta y Jujuy, después de comer una rica taza de mazamorra, llegan los abrazos y las despedidas. Así, ha sido vivida la jornada en El Piquete. Antes de partir, una de las compañeras participantes me dice: En los doce puntos donde está establecido el MNCI, hay conflictos por la tenencia de la tierra.

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