Hay feministas que abortan y feministas que socorren. Una intervención en el espacio público que visibiliza el derecho a decidir sobre el propio cuerpo y muestra lo que sucede en la obligada clandestinidad del aborto.
De chica nomás te enseñan a esconder las toallitas como algo vergonzoso. Hay que guardarlas en una bolsa y si necesitás cambiártela en la escuela, la facultad, el laburo, tenés que llevarla siempre como de contrabando. La sangre de la menstruación se debe ocultar de la misma manera que la otra sangre, la de los abortos.
Pero es 8 de agosto de 2018 y las calles de la zona del Congreso de la Nación están tomadas por el feminismo. Hay un corredor metálico que divide la Plaza de los Dos Congresos y separa los pañuelos verdes de los celestes. Y ahí, justamente, las toallitas son las protagonistas.
Colocadas una a la par de la otra sobre la valla negra hay toallitas con colorante rojo que portan frases impresas, ilegibles a la distancia. El primer impulso es apartar la mirada. Esa pared de sangre simulada bien podría ser real. Aunque si lo pensás bien, es real porque cada una contiene mensajes de mujeres que abortaron, enviados a las socorristas. Al principio parece que los mensajes no son tantos. Pero lentamente, mientras se escucha que “el patriarcado se va a caer, se va a caer”, las socorristas llenan los espacios vacíos y en cuestión de minutos el corredor negro se transforma en blanco y rojo.
“Sin ustedes nunca hubiera podido hacerlo, me siento libre. Marina, 23 años”. “Seguro está todo bien porque largué todo, estuve casi dos semanas con el período. Ahora voy a hacer las cosas bien. Cristina, 30 años”. “Cuando expulsé todo sentí mucho alivio, estoy tranquila ahora. Mariana, 29 años”. “Largué como una gelatina blanca que no se disolvió. Igual todavía tengo las pastillas bajo la lengua. Itatí, 26 años”. “Ya despedí algo como si fuera el saco. ¿Te puedo mandar una foto y me decís si es el saco? Beatriz, 26 años”. “Cuando haga paso 3 te aviso. Tenía que mantenerme calentita ¿no? Ya me empezó a doler a los 15 minutos de arrancar. Stella, 28 años”. “Estoy bien pero no expulsé nada, al menos no me di cuenta. Hasta ahora solo sangrado y dolor abdominal. Daniela, 21 años”. “Después de tomar la pastilla ¿puedo comer enseguida o cuánto espero? Analía, 32 años”. “Ya fui al baño, algo salió pero no quise mirar mucho. Silvina, 36 años”. “Tengo que ir al médico si tengo olor a podrido ¿no? No me duele, no sangro, solo eso. Tamara, 24 años”.
Los mensajes siguen y siguen. Las palabras te traspasan más que el viento sur que azota la previa de la votación de la ley del aborto legal. Y muchas, muchos, muches no se animan a leerlos. O dan un vistazo y se alejan. Porque esas historias duelen ahí, en lo clandestino del aborto.
Las socorristas abordan de manera tangible la clandestinidad de las interrupciones voluntarias de los embarazos. Se organizan con teléfonos prepagos, se conectan con profesionales comprometidos que pueden tener injerencia en el circuito al que llega o puede llegar una mujer que aborta. Acompañan desde su lugar a las que deciden no ser madres, dan acceso a la información sobre cómo abortar con misoprostol, entre muchas otras cosas. Sobretodo, emplean un especial cuidado en el acompañamiento para no exponerse. Porque la clandestinidad no solo es para las que abortan, también para las que socorren. Y la criminalización, un riesgo latente.
“Miedo, nos tienen miedo, nos tienen miedo porque no tenemos miedo”, se escucha cantar a un grupo de adolescentes de alrededor de 15 años. Están en ronda, de frente al Congreso de la Nación mientras la lluvia cae despiadada sobre sus cabezas. Detrás de ellas, las toallitas pegadas en las vallas se mojan y desangran los testimonios a jirones. La oscuridad se apodera de la vigilia, el frío entumece los pies mojados pero las chicas no dejan de saltar y cantar. Ellas saben de las mujeres que abortaron, de las que vendrán. Entienden que se trata de la descolonización de sus propios cuerpos, del reconocimiento de un derecho postergado. Ellas no sienten miedo ni vergüenza de la sangre, necesitan darle voz a las que no van a volver.
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