No importó el calor ni los años de desaliento. Había que estar allí donde se celebraba la gozosa ceremonia del regreso, entre el humo de los choripanes, la transpiración, los pogos, la alegría. Un país que se empezaba a recuperar a sí mismo.

Hacía mucho calor pero qué importaba, si atrás quedaba aquel frío… ¿Cuántas veces se marchó en estos años? ¿Cuántas veces la Plaza de Mayo recibió esos cuerpos cada vez más cansados que se acercaban para reclamar, para hacerse sentir? La Plaza para pedir por Santiago Maldonado, la marcha para defender la Universidad Pública, contra la reforma previsional ¿Cuántas más? Esta vez fue distinto. Y los casi cuarenta grados de calor fueron algo más que un detalle de color para una nota. Fueron un manto pesado, una bandera que no se veía pero envolvía a todos los que llegaron para celebrar la asunción de Alberto Fernández a la presidencia y la vuelta de Cristina Fernández. En realidad, esa unión se daba también porque no sólo estaban ahí los convencidos de primera mano, también estaban los que festejaban algo más fuerte todavía: que el hecho de que macrismo se fue. Al menos por ahora, se lo sacó de su trono y eso cantaban en las calles, y eso anticipa la gente por las redes cuando reconocían: “Nunca fui peronista pero…”

¿Cómo abarcar todo esto? ¿Cómo poder medir una marcha que empezó el día anterior, cuando la Plaza se llenaba para anticipar esto que estalló temprano ya a las dos de la tarde, con miles y miles en la calle? No hay que ser tan intuitivo para darse cuenta de que flotaba en el aire un grito de alivio, un cuello que de tanta tensión casi se corta, pero se mantuvo y ayer tuvo su descargo, se liberó.

Foto: Horacio Paone

Un camión de Aysa asistía, los chorros de agua volaban entre las cabezas, los cuerpos se pegaban con resignación ¿Había más gente que cuando se despidió a Cristina del gobierno? ¿Era la misma cantidad? Tal vez eran un poco menos, pero todo desbordaba. Por todos lados avanzaban los grupos, los solitarios, los de a dos, los de a cincuenta: derramados, pegoteados, pisoteados, exultantes.

En la pantalla sobre la Avenida de Mayo, se veía cómo Alberto tomaba juramento a los ministros. Las canciones en la calle se encendían por oleadas: “Somos de la gloriosa juventud peronista, somos los herederos de Perón y de Evita…”, “MMLPQTP”, y se mezclaba con los vendedores que ofrecían de todo: “Vamos que volvimos, comprá cerveza”, y barras improvisadas con coca y fernet; y hamburguesas de las de carne y las veganas, y obvio, “calentitos los chori”. Cuando los cantos bajaban, alguien, no importa quién porque podía venir de cualquier rincón, tiraba algún otro grito: “Decían que no volvíamos más y mirá”…Y replicaban, como ondas en el agua,  los aplausos, los gritos, los “Alberto presidenta”.  Y eran varias las edades, y de todos los sectores. Las chicas de los pañuelos verdes de la Campaña por el derecho al Aborto Legal con les chiques que celebraban el pañuelo multicolor de Estanislao, el hijo de Alberto, en la jura, los que llevaban las banderas Wiphala y las organizaciones y los particulares con carteles improvisados en cartón. Un mejunje feliz y afiebrado. Abrazos por todos lados. Y selfies entre grupos para registrar eso.

A las 20:30, Alberto habló, después de Cristina. Antes, el Himno había estallado en la calle. Sí, es difícil salirse de los clichés de las crónicas de recitales, pero esto era más parecido a eso o a una descarga ¿Cómo describir el pogo que se armó cuando luego de los fuegos artificiales finales sonó Jijiji?

A, el subte A parecía ir a los saltos. Los golpes de las manos en el techo, la marcha peronista en cada voz. Hombres grandes, mujeres grandes que se secaban las lágrimas. Terminaban con esa y seguían con “Néstor no se murió”.  Ayer las individualidades eran difusas. Es difícil escribir sobre uno a uno en una marcha donde lo colectivo fue pura unión en un día sin peros para festejar eso que es un hecho: Macri ya salió.

Foto. Horacio Paone

Fue un acto político visceral, casi un ritual de transformación. Ya vendrá la realidad, ya vendrán los problemas, los modos de pararse críticamente, ya vendrá todo. Eso no espera. Pero anoche, en esa procesión hubo un sentimiento que todo lo atravesaba: la unión.

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