El cronista descree de los simulacros electorales de la democracia burguesa pero – las contradicciones son humanas – termina cumpliendo un papel en ellas de la única manera que sabe: si vamos a jugar, juguemos bien.

El cronista llegó el domingo correspondiente al ritual a las 8.50 (nueve menos diez, bah) a votar.

En su plan, votar temprano era un día libre para escribir. No para el violento oficio de escribir ni para una literatura imposible sino para entregar dos notas que le iban a pagar. Guita, laburo, de eso se trata el periodismo, aunque te digan lo contrario.

-¿La mesa 1232? – pregunto el pelotudo al llegar a la puerta la ENET de Villa Elisa que le tocaba para votar.

La señora – menor que el cronista, que tiene 65 – lo recibió como a Jesucristo Resucitado y le dijo, le pidió, le imploró:

-Qué suerte que llegaste.

Al cronista se le ocurrió que si eso le hubiera pasado con Brigitte Bardot a principios de los 70 estaría hecho para toda la vida, pero la señora era la directora de escuela y no tenía presidente de mesa para la 1232.

El cronista, que puede ser pelotudo pero no deja de observar el alrededor, se percató de que había como veinte en la cola de esa, su mesa. Entonces dijo:

-Pero si hay un montón ahí en la cola.

-Ninguno quiere -le contestó la directora, que casi se vestía de la Bardot o de lo que fuera para salir del problema -, por favor.

El cronista, que es un pelotudo, agarró viaje a la presidencia de mesa, aclarando a los fiscales (porque ni suplente había) que todos tranquilos, que no estaba capacitado para la epopeya electoral, que su última presidencia de mesa había sido en 1989, cuando era joven, y que las elecciones le importaban un carajo pero que si se ponía en el papel – como se acababa de poner – las cosas se iban a hacer bien.

Todo eso antes de abrir la mesa, con la directora casi adorándolo y los fiscales viendo por dónde podrían cagar al cronista devenido presidente de mesa.

Se abrió la mesa y se empezó a votar.

El acto electoral es hermoso – sobre todo para los creyentes – pero no para el cronista presidente de mesa que tenía que cortar los troqueles. Troqueles de mierda, que no se despegan, que son una mierda.

En eso estaba el cronista-presidente, cumpliendo su labor con una tijerita provista por la directora de la escuela, con la mesa arrancada una hora y veinte más tarde cuando una fiscalita de la propia mesa gritó a los que hacían la cola:

-Canten los números, así adelantamos, porque esto va muy lento.

El cronista-presidente por ahí iba lento, pero nunca fue más pelotudo que cuando agarró la presidencia de mesa.

-Pará, querida -le dijo a la chica de 25 el viejo de 65 -, lo hacemos a mi ritmo porque sino va a salir mal y nos vamos a ir a las tres de la mañana.

-Entonces labure rápido, viejo- le contestó al viejo choto la fiscalita de una de las listas.

A lo largo de su vida el cronista ejerció violencias planificadas y, alguna vez, respondió violencia con violencia. Esta vez tomó aire y preguntó:

-¿Quién es el fiscal general de la lista X?

El tipo, cincuentón y evidentemente experimentado, apareció más rápido que Flash en la mesa.

-¿Qué pasa? – le preguntó en bajísima voz al cronista presidente

-Sacame a esta pendeja de acá porque me acaba de faltar el respeto – le contestó el cronista, que descubrió en ese preciso momento que podía hacerse el señor mayor ofendido.

La cambió.

De ahí en más todo fue milagroso:

Se votó al ritmo del cronista, que fue acelerando a medida que entraba en calor.

Se paró la votación a cada hora porque el cronista-presidente necesitaba salir a fumar.

La directora de la Escuela – y responsable electoral – le compró al cronista presidente empanadas en El Bollo de Villa Elisa, que son carísimas, como agradecimiento, y no aceptó que se las pagara (juro que el cronista peló la billetera).

A la hora de abrir los sobres. Cinco o seis fiscales se ofrecieron para sacarlos. El cronista-presidente les dijo:

-Podemos hacer dos cosas: los abro yo solo y los cuento y nos vamos a la madrugada, o los abren los dos de ustedes que yo digo, los miro, y hacemos más rápido.

Terminó todo 20.45, con resultados previsibles.

El presidente cronista quedó de cama por dos días y decidió que en noviembre – si vota – irá a las 17.45.

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