Un pueblo que quedó en el olvido; arroyos, pozos y vertientes que se secaron; la polvareda indomable y un sol que tortura. Una mujer enferma y un hombre que la cuida. Podría ser una ficción, de las taquilleras, pero no lo es. Ocurrió en Puerto Piray, en Misiones, cuando el hombre estalló en furia. (Fotos: Proyecto Revolución de los Afectos).
El calor misionero del mes de enero golpeaba fuerte de noche, ni qué decir de día en la colonia rural de Piray km 18, ubicada en el municipio de Puerto Piray del Alto Paraná misionero. Esta colonia obrera fue fundada alrededor de la Celulosa Argentina y tuvo su época de esplendor en la década de 1960. Tras el cierre de la fábrica y los cambios en la demarcación de la ruta, Piray km 18 fue quedando en la marginación para los gobiernos locales, pero no para el agronegocio forestal. Las plantaciones de pinos se extienden en la región de forma imponente hasta acorralar y asfixiar a las comunidades sobrevivientes.
Sin lugar a dudas, el último verano fue el peor de todos. Las temperaturas no bajaban de los 40 grados. Los arroyos, pozos y vertientes se secaron. Las plantas se marchitaron, las verduras de la huerta se perdieron. La polvareda era indomable, la ola de calor insoportable. En la casa de don Daniel Brítez y su enferma esposa, la situación era todavía más dramática. La señora de don Brítez está postrada y conectada a un tanque de oxígeno; lleva años soportando un cáncer terminal; ella depende de la asistencia de su marido.
Ese día Don Brítez se levantó al cantar del gallo y antes del primer rayo, se calzó las ojotas. Todavía con cara de dormido, trasladó su cuerpo robusto y ya entrado en años hacia el baño. Cada día, esos pocos minutos de la madrugada son lo más parecido a la paz. Pronto despertaría su esposa y seguramente gritaría de dolor. Don Brítez la atiende, la cuida, la higieniza, la alimenta, todo él, siempre él. Hasta que la muerte los separe, dice la leyenda de los católicos que se prometieron amor eterno en el altar y él es de palabra. En el barrio saben de su sacrificio, pero sobre todo dicen que es un buen vecino, servicial, atento, amable.
En el baño el buen hombre abrió la canilla… ni una sola gota. Abrió más, nada. Sintió un fuego de furia. Con decisión salió de su casa hacia lo del aguatero. El aguatero es quien se encarga de abrir y cerrar la llave de paso para liberar el agua durante poco menos de una hora todas las mañanas. En ese tiempo se cargan los tanques de las casas. Es la única forma de tener agua para el uso cotidiano e incluso para la producción de las chacras familiares. Hacía tiempo que la presión descendía y es sabido que todos los veranos el suministro no alcanza para abastecer los hogares de Piray km 18, pero ese día la situación colmó la paciencia. El agua se terminó a primera hora. Entonces don Brítez intimó al aguatero: “¡Que necesito agua carajo!”, y no soportó el quebranto cuando el trabajador le dijo que nada podía hacer.
Tomó sus herramientas y se dirigió hacia los caños; como si el mismísimo añá (diablo) se hubiera apoderado de su alma, rompió la derruida llave de paso de la bomba provisora de Santa Teresa, uno de los barrios más grandes de Piray km 18. Su hijo sostuvo que don Brítez solo quiso arreglar la falta de presión. La realidad es que esa vieja instalación no necesitaba de mucho para romperse. Don Brítez conocía bien cada parte, cada caño, porque él mismo ayudó a instalar el agua corriente a principios de 2000. Durante su gestión como presidente vecinal, se ocupó de las tareas para que los tres barrios de la colonia (Santa Teresa, Unión y Cruce) pudieran tener agua corriente. Fue gracias a su labor como dirigente pero también a su saber obrero, que se instaló el sistema por el cual la comunidad de más de 300 familias acceden al agua hasta el día de hoy.
Ya con los caños del tanque desarmados, don Brítez tomó el celular y sin pensarlo un minuto envió un mensaje rabioso a la intendenta de Puerto Piray, Mirtha Lezcano.
“Buenos días señora Mirtha Lezcano, quería informarle que estoy sin agua hace varios días y no tengo agua ni para cepillarme los dientes, entonces tuve que tomar unas medidas un poco mal, pero es la única solución que encuentro, no veo otra solución. Rompí la llave de paso principal allá abajo, porque no regula más la presión, nos quedamos todos los que estamos acá arriba sin agua. Entonces rompí ya la llave con un pedazo de caño y todo para que la parte de abajo tampoco van a tener agua. Y mañana después del mediodía, por ahí capaz que ya me va a dar un poco de sombra, voy a voltear el tanque que está enfrente de la escuela. Es un tanque mío, de mi propiedad, yo fui el que le pidió a Alto Paraná (ahora empresa ARAUCO) y yo pagué el traslado del tanque, yo pagué la grúa para alzar el tanque, como presidente del barrio, compré el cemento, compré hierro para levantar ese tanque ahí, para que tengamos agua en el barrio ¿se entiende? Lo único que hizo la municipalidad en ese momento fue donarme dos cargas de ripio y dos cargas de arena, es todo. Hasta la tabla para hacer encofrado tuve que comprar yo de mi bolsillo. Así que si es que no hay agua ya que no haiga agua para nadie porque ya no doy más. En esta situación que estoy que me levanto y no tengo agua ni para cepillarme los dientes, ya es el colmo ya. La única solución es tomar medida. Entonces nos quedamos todos sin agua acá en los kilómetros y salimos a la ruta. La única vía, no encuentro otra forma, porque les vivo comunicando que estoy sin agua. Vino el aguatero y le dije, estoy sin agua. Necesito agua pero no no no hay solución. Me fui yo personalmente a querer cerrar la llave para poder cargar mi tanque, pero la llave no sirve, no sirve hace varios años. Le ponen una piedra arriba de la llave, para cerrar, ¿se entiende? Entonces rompí la llave y voy a empezar así solamente, no me queda otra. Yo necesito agua. Si quiere madarle a la policía, al ejército, a lo que usted quiera, ningún problema. Saben bien mi casa. Yo estoy acá” (audio literal).
La intendenta reenvió este angustioso audio de don Brítez a su amiga de Piray km 18, que a su vez le mandó a su vecina de enfrente, la vecina a su cuñada, la cuñada al grupo familiar y en pocos segundos toda la colonia estaba al tanto de los planes justicieros. Otra cosa que hizo la intendenta, fue pedirle a los vecinos que detuvieran a don Brítez, que la policía ya estaba en camino: “(..) tenemos que juntarnos y pararle al señor porque sino todo el 18… ya rompió los tres tanques de ahí abajo y ahora quiere ir a romper en el 18, creo que los vecinos tienen que juntarse también y pararle el carro al señor. Ahí yo estoy mandando ya la policía”. (audio literal).
Los vecinos y vecinas comentaban, hablaban, cuchicheaban y enviaban audios de WhatsApp desopilantes que se viralizaron uno tras otro. “¡Chela, Chela! ahí ya se fue don Brítez con su mochila, ya se está yeeeeendo a romper allá en el otro barrio” y así todos lo miraban pasar por el camino de tierra. Cuando los vecinos se quedaron sin agua, el hecho dejó de ser divertido y pasó a ser preocupante para las familias empobrecidas. Ya los del cruce estaban dispuestos a hacer lo que fuera para evitar que don Brítez rompiera la última llave que dejaría a la colonia totalmente sin agua. Pero justo ahí, en el cruce del km 18 lo esperaba la policía que lo interceptó y se lo llevaron preso. Los vecinos sintieron estupor, pena, enojo y alivio. Don Brítez pasó detenido unos cuantos días. En ese tiempo se hizo famoso más allá de la colonia y también su esposa que desde la cama sostenía un cartel clamando por la libertad de su leal compañero. En su celda don Brítez seguramente pensaba ¿de qué le ha valido ser un vecino ejemplar si después ni los dientes te podés limpiar?
Dicen por ahí que don Brítez jamás sintió culpa. Quizás si su historia hubiera sido una escena de la película Relatos Salvajes seguramente miles de personas lo hubieran aplaudido y vitoreado en salas de cine, pero tan solo es el drama de un pobre hombre de una colonia olvidada rodeada de pinos del norte misionero.
“Pochy” en guaraní significa “enojo”. (“El enojo de don Brítez).