El registro fotográfico del Museo de la Policía Federal y una mirada con perspectiva de género sobre el asesinato de Alcira Methyger, un femicidio que a mediados de la década de los ’50 tuvo en vilo a la sociedad argentina.

Era una vitrina que ocupaba el ancho de más de medio cuarto. Como si fuera un telón de fondo, una enorme cortina de terciopelo rosa contrastaba con su metal blanco y las piezas que simulaban el color de la piel humana. Detrás del vidrio estaban colocadas reproducciones de torsos mutilados, de perforaciones anales y una decena de vaginas diferentes que se usaban para comparar los relatos de mujeres violadas. Las revisaban y miraban los moldes para corroborarlos.

Sala de Criminalística, Museo de la Policía Federal, Ciudad de Buenos Aires, 2017. Vitrina con moldes de vaginas con himen intacto e himen desgarrado. Los moldes se usaban de referencia para corroborar los relatos de mujeres que denunciaban violaciones.

Entré al Museo de la Policía Federal por primera vez hace 5 años, junto con la historiadora Lila Caimari. Desde el Ministerio de Seguridad le habían pedido que hiciera una propuesta que posibilitara repensar y actualizar el Museo de la Policía Federal; el eje de la actualización estaba puesto sobre todo en la Sala de Criminalística. En eso estaba ella cuando fui a su casa a hacerle fotos para una entrevista para Clarín, y charlando me contó ese proyecto. Me ofrecí a hacer un registro fotográfico antes de que el Museo fuera modificado. El plan inicial era ese: hacer un inventario fotográfico antes de que cualquier pieza de ese gran rompecabezas fuese cambiada. Crear un inventario del lugar fue la mejor excusa para sumergirme en ese espacio al que no hubiera podido entrar de otra manera con una cámara de fotos.

El Museo tiene dos pisos. En el primero se exponen maniquíes con uniformes de todas las épocas, la historia de Juan Vucetich con el descubrimiento de la huella digital para el reconocimiento de delincuentes, entre otras cosas. Al subir al segundo piso y atravesar varias salas más se llega a la Sala de Criminalística. Allí conviven casos policiales que tuvieron gran impacto social y que fueron resueltos por la fuerza: réplicas de cuerpos descuartizados, expedientes forenses, fotos periciales, objetos del crimen, todo a la vista. Las réplicas de los cuerpos de las víctimas son a tamaño natural y cubren varias paredes. Hay vitrinas con cuchillos, escopetas y otros objetos que fueron utilizados por el victimario para cometer el asesinato. El espacio es frío y húmedo, encerrado, tiene cortinas pesadas que no dejan pasar la luz, no se oye nada del caos de tránsito a pesar de estar a media cuadra de Corrientes y San Martín. Es un “escenario” que te transporta a otra época y no porque esté pensado para generar eso, sino porque quedó en el tiempo.

Fui varias veces a hacer el registro fotográfico y cada objeto, cada puesta en escena, cada imagen convertida en un objeto más me generaba curiosidad. El relato construido y expuesto de esa forma estaba tan cargado de sentido que aunque había terminado mi trabajo quedé atrapada ahí dentro por mucho tiempo.

Durante un largo período no supe qué hacer con esas fotos. El registro estaba hecho, pero sentía que tenía que encontrar algo más. No sabía qué ni cómo. Un par de años después, volviendo a ver todas las fotos que había hecho en esas visitas al Museo, me puse a ver las  piezas que más me impactaron la primera vez. Así volví a ver las fotos del caso Methyger-Burgos. En un fichero de metal amurado a la pared, se puede pasar, hoja por hoja, el expediente que cuenta la historia. Se trata de una historia bastante completa, que muestra sin embargo demasiado en imágenes.

Reconstrucción del crimen de Alcira Methyger. Sala de Criminalística, Museo de la Policía Federal.

En febrero de 1955, el país se conmovió con el descuartizamiento de Alcira Methyger a manos de su pareja, Jorge Burgos. Las ocho partes en que había cortado su cuerpo fueron arrojadas por el asesino en tres lugares de la Capital y el conurbano. Recorrió 60 kilómetros en transporte público en tres días para deshacerse del cuerpo de Alcira. Él era el hijo de una familia acomodada de Barracas y ella una joven llegada del interior que trabajaba como empleada doméstica en su casa. El romance duró todo el peronismo, del `45 al `55.

Del caso se encuentra bastante material en internet. Fue un caso que provocó mucha conmoción. Incluso el escritor Álvaro Abós publicó un libro que relata la historia[1] y la pone en contexto con los avatares sociales y políticos de comienzos del ’55, ese año que vio crecer el huevo de la serpiente de la Revolución Libertadora. Un contexto de violencia política que terminó con el derrocamiento de Perón y la primera desaparición, la del cadáver de Evita, otra mujer, otro ensañamiento.

Caso Methyger-Burgos. Sala de Criminalística, Museo de la Policía Federal.

Así como la grieta de peronistas-antiperonistas era cada vez más profunda, en los medios de la época se publicaban cartas de lectores que “defendían” a Alcira Methyger y muchos otros que justificaban a Burgos por ser víctima de una “mala mujer”. Los medios de la época se transforman en trincheras donde se disputaban esas posiciones. Muchas mujeres y hombres justificaban el asesinato y el descuartizamiento porque, según Burgos, Alcira lo había engañado. En los medios sensacionalistas de la época, las cartas pedían la absolución de Burgos ya que Alcira le había sido infiel.

Durante mis visitas al Museo, recuerdo haber mirado un largo rato la foto de Jorge Burgos que estaba en el fichero. Una cinta scotch negra ocultaba sus ojos. Al lado, la foto de los restos de Alcira en la camilla de la morgue. El asesino protegido, la víctima nuevamente violentada. Ninguna otra foto, en ningún otro caso, tenía la cara del asesino preservada. Pregunté porqué estaba así, quién lo había hecho, nadie tenía una respuesta. Tiré suavemente de la cinta que tapaba sus ojos, despegué una parte, apareció un ojo. Me miró. A la derecha del fichero metálico estaba, en una gran vitrina, la réplica en yeso de los restos físicos de Alcira. Como un rompecabezas a medio armar, se puede ver el cuerpo de Alcira después de que Burgos la matara, descuartizara y la desparramara  por Soldati, Pablo Podestá y el Riachuelo.

        Alcira Methyger y Jorge Burgos, autor del asesinato. Sala de Criminalística, Museo de la Policía Federal.

En el Museo de la Policía Federal, la mayoría de los casos que están expuestos en la Sala de Criminalística son asesinatos de hombres vinculados a alguna estafa económica. También están los niños víctimas de El Petiso Orejudo. Sólo tres son de mujeres y los tres son asesinatos agravados por el vínculo. Lo que antes llamaban “crímenes pasionales” y que hoy, despojados de los eufemismos, se denominan femicidios.

Mirar ese espacio con perspectiva de género me hizo encontrar la clave de mi proyecto. En ese recorte espacio-temporal las mujeres que mueren en forma violenta sólo lo hacen a mano de sus parejas. Esas muertes me resonaron tan actuales que elegí el caso Methyger-Burgos para indagar sus implicancias sociales a través de una mirada estética, poética y contemporánea.

Nació así “Con toda la muerte al aire”.[2] Un proyecto que buscó construir una narrativa visual que pusiera en relación esas fotos con materiales de archivos de medios gráficos e institucionales. Pero no para pensar un caso alejado en la historia, sino para mirar sus reverberancias y repercusiones en los contextos contemporáneos. Para pensar los femicidios en la historia, usando una narrativa histórica como punto de partida para tensionar el presente.

Del Museo tenía mis fotos, y las imágenes periciales que hizo un fotógrafo de la Morgue Judicial cuando fueron llegando las ocho partes del cuerpo de Alcira. Con esas fotos periciales quería hacer algo. Sabía que quería atravesar el formato periodístico y vincularme con otras disciplinas visuales, para ampliar los sentidos y las formas, para recapacitar sobre lo que sucede hoy. Trabajé como si fuera una detective visual: encontrando en imágenes y discursos, las pistas del crimen social, su aceptación como algo posible y la construcción moral de víctimas y victimarios. Es decir, persiguiendo la memoria colectiva, pensando la violencia explícita y la violencia de los discursos que se mantienen y perduran en el tiempo. Tensando lo documental para saltar a la reinterpretación.

En la búsqueda para completar ese material, estuve días en el Archivo General de la Nación y en el archivo del diario Clarín, rastreando imágenes de época. Entre las fotos que más me interesaron estaban las imágenes que tenían pinceladas y cruces blancas. Hechas con algo parecido al liquid paper, que se usaba en esos tiempos para indicar el encuadre y la línea de corte. Era algo así como el Photoshop de la época; de esa manera se indicaba cómo querían que se publicara una imagen: lo que quedaba por fuera de esas marcas no se publicaba. Veía en esa técnica una segunda huella que me interesaba, que daba una nueva capa de sentido, no sólo a la imagen sino a lo que se quería hacer de ella. Y entonces recordé las imágenes periciales de los restos de Alcira. A partir de las fotos de archivo marcadas pensé en trasladar esa técnica, pero con otro sentido.

Tapar para poder ver.

Fotografía intervenida del torso de Alcira Methyger. Las fotos de las partes del cuerpo están expuestas en el Museo de la Policía Federal. Las reproduje y pinté de blanco, retomando la técnica que se usaba en los medios gráficos de la época. Toma analógica y toma digital, 1955-2018.

Este trabajo se publicó  en el libro  NARRAR EL OFICIO de Editorial Biblos coordinado  por Mariana Sirimarco.

 

[1] Álvaro Abós: Restos Humanos, Editorial del Nuevo Extremo, Buenos Aires, 2012.

[2] El proyecto “Con toda la muerte al aire” tiene 3 formatos: empezó para ser expuesto en formato de muestra (Siluetas y Lazos, Bienal de Fotografia de Tucumán/ ARDE Festival de Feminismos, Fotografía y DDHH) hilvanando las imágenes del Museo de la Policía Federal, las del AGN y las realizadas por mi en los escenarios del crimen. A partir de realizar el Laboratorio de Periodismo Performático con curaduría de Revista Anfibia y Casa Sofía, desarrolle junto a Alejandro Marinelli (periodista) una instalación performatica site specific, estrenada en 2018,  que cuenta ya con numerosas funciones todas en el Espacio Proa 21 ( Fundación Proa) la última en 2019 en el marco de la Bienal de Performance. El tercer formato será un fotolibro en el que estoy trabajando actualmente. El nombre del proyecto remite al cuento “Esa mujer”, de Rodolfo Walsh.

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