6,4 millones de muertes en todo el planeta, casi 130 mil en Argentina. La peor crisis económica global desde la Gran Depresión de 1930. Asombra que los medios –el mundo- hayan dejado de informar sobre la pandemia, de discutirla y prevenir la siguiente. En estos fragmentos del libro “Un mundo en pandemia. Lecciones y desafíos del coronavirus”, de Marta Cohen (Marea Editorial, 2022) se trazan balances y una comparación entre lo hecho en Gran Bretaña y Argentina.
A los dos meses de declarada la crisis sanitaria internacional, la OMS conformó el Panel Independiente para la Preparación de Respuesta a Pandemias, un organismo imparcial integrado por trece miembros y coconducido por dos mujeres: Ellen Johnson Sirleaf, ex presidenta de Liberia, y Helen Clark, ex primera ministra de Nueva Zelanda. Después de ocho meses de trabajo, en mayo de 2021 el Panel presentó sus conclusiones y recomendaciones no solo para frenar la pandemia de covid-19 sino también para contribuir a evitar que un eventual futuro brote de cualquier otra enfermedad infecciosa pueda convertirse en otra pandemia igualmente catastrófica. Además, el informe, lanzó una exhortación y una advertencia: “Pongamos fin a las pandemias. Si no nos tomamos en serio ese objetivo, condenamos al mundo a catástrofes sucesivas
Se trata de un estudio amplio e interdisciplinario, el más profundo hasta el momento sobre lo ocurrido, en el que se analizó por qué el covid-19 se convirtió en una crisis mundial de salud y socioeconómica. En ese sentido, se enumeraron los abundantes errores cometidos, empezando por la falta de preparación adecuada y la desestimación de las advertencias (a las que se calificó como una “terrible equivocación”), y se contrastó lo actuado con las experiencias previas en brotes epidémicos recientes –cualquiera de los cuales pudo haberse convertido también en pandemia– como el ébola, influenza H1N1, Zika, SARS y MERS. Además, se estableció que muchos países carecieron de planes de preparación sólidos, recursos adecuados para salud pública y coordinación en sus acciones, a lo que se sumó en numerosos casos la falta de compromiso de los dirigentes nacionales de mayor responsabilidad institucional. El Panel consideró también que la emergencia del SARS CoV-2 era un hecho predecible teniendo en cuenta que la mayoría de los nuevos agentes patógenos son de origen zoonótico. Sin embargo, según se apuntó, el virus avanzó más rápidamente que la capacidad de reacción del sistema global de vigilancia y alerta. De hecho, pese a que la OMS tomó conocimiento del brote epidémico el 31 de diciembre de 2019, recién los días 22 y 23 de enero fue convocado su Comité de Emergencia para analizar el tema, y en dicha reunión existieron posturas divergentes en lo que respecta a la recomendación de declarar el brote como una Emergencia de Salud Pública de Importancia Internacional (ESPII). Finalmente, dicha declaración se concretó una semana más tarde, el 30 de enero. Los auditores concluyeron también que, si bien la OMS siguió los procedimientos adecuados según el Reglamento Sanitario Internacional (RSI) de 2005, “el sistema de alertas no funcionó con la agilidad que se requiere cuando se está enfrentando a un patógeno respiratorio que se propaga con rapidez”. Al respecto, el Panel definió el problema como el producto de una diferencia de velocidades: entre la morosidad del sistema de vigilancia epidemiológica –en el que la OMS desempeña un papel central– y la rapidez con que circulan los virus respiratorios de alta transmisibilidad. Así, febrero fue un mes completamente perdido según los expertos, ya que la mayoría de los países –a excepción de casos muy puntuales como Singapur, Tailandia y Vietnam– comenzaron a reaccionar en forma adecuada recién el 11 de marzo, fecha en que la OMS declaró oficialmente la pandemia. Según el Panel Independiente, “se pudieron y debieron tomar mucho antes medidas para erradicar la epidemia y prevenir la pandemia”.
Tres avisos perdidos
La alerta llegó por tres vías diferentes: el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades de Taiwán; la alerta publicada en el sitio web de ProMed y recogida por el sistema de vigilancia epidemiológica; y el informe de la oficina de la OMS en China, basado en el boletín público divulgado por la Comisión Municipal de Salud de Wuhan. Otra sección del informe apunta a la falta de preparación de los sistemas de salud nacionales. Cabe recordar que al desencadenarse la pandemia no hubo posibilidad de incrementar la producción de equipos de protección personal (EPP), como guantes, camisolines, delantales, mamelucos o monos y barbijos descartables. Al mismo tiempo, los débiles controles de fronteras y otras cuestionables decisiones gubernamentales coadyuvaron a agudizar el problema. En España, por ejemplo, antes de la pandemia las unidades de cuidados intensivos (UCI) ya trabajaban al doble o triple de su capacidad, el personal no contaba con EPP y se registraban faltantes de varios insumos básicos, en especial de oxígeno; mientras que en Alemania y Francia los gobiernos decidieron prohibir la exportación de todos los productos de protección personal, que comenzaron a escasear rápidamente en todo el mundo.
Los problemas en la información también fueron señalados por los miembros del Panel. Las falsas noticias se desparramaron sin control en las redes sociales y alcanzaron incluso los medios de comunicación, lo cual generó aún más confusión e incertidumbre, igual que los fuertes debates sobre las medidas de aislamiento que tuvieron lugar desde el inicio sin el rigor apropiado. Además, se advirtió que una franja importante de la población mundial que carece de acceso a internet no tuvo oportunidad de recibir ningún tipo de información. Sí, en cambio, se ponderó como un hecho positivo la reacción de la comunidad científica, que habilitó la apertura de datos sobre la secuenciación genómica, información clave para el rápido desarrollo de las vacunas. Este esfuerzo se vio facilitado, además, por un mayor direccionamiento de fondos públicos hacia el sistema científico, cuya infraestructura no estaba en condiciones de enfrentar la pandemia. El análisis sobre las consecuencias fue igual de categórico: “A todas luces, las repercusiones de la pandemia han sido colosales”, se indica en relación con los más de 148.000.000 de infectados por el covid-19 y más de 3.000.000 de muertes (incluidos unos 17.000 trabajadores de la salud) en 223 países al 28 de abril de 2021, fecha de cierre del trabajo del Panel.
También se consideraron las pérdidas económicas, calculadas en unos diez billones de dólares en concepto de caída en la producción mundial hasta fin de 2021, que, extrapolado al quinquenio 2020-2025, podría llegaría a 22 billones, lo cual supone “la mayor conmoción en la economía mundial desde la Segunda Guerra Mundial y la máxima contracción simultánea de las economías nacionales desde la Gran Depresión de 1930-1932”. Asimismo, se señaló la profundización de la pobreza extrema, que afectó a más de 120.000.000 de personas. El documento hizo también un llamamiento para terminar con la desigualdad en el acceso a la salud y a las vacunas, alentando una redistribución equitativa de dosis disponibles para los mayores a dieciséis años en todo el mundo. En este sentido, hubo coincidencia con el pedido del papa Francisco a las naciones más desarrolladas para que contribuyan con vacunas al centenar de países de ingresos bajos que suscribieron el programa Covax. En este sentido, se instó a los países del G7 a comprometerse para contribuir con el 60% de los fondos requeridos por el Acelerador del Acceso a las Herramientas contra covid-19 para producir y distribuir nuevas vacunas, pruebas de diagnóstico y tratamientos, además de fortalecer los sistemas de salud.
Respecto del financiamiento para dichas acciones, se sugiere que debería provenir de países del G20 u otras naciones con capacidad económica, y hasta se propone realizar una convocatoria, a través de la Organización Mundial del Comercio, a los principales países productores de vacunas y a los laboratorios privados en pos de un acuerdo global sobre la concesión voluntaria de licencias y transferencia de tecnología para las vacunas contra el coronavirus, incluso a través del Banco de Patentes de Medicamentos: “La producción y el acceso a pruebas y tratamientos contra covid-19, incluido el oxígeno, deben aumentar urgentemente en los países de ingresos bajos y medianos”, se indicó. También se solicitó de manera urgente intensificar el desarrollo y la administración de tratamientos y pruebas de diagnóstico, así como aplicar medidas de salud pública no farmacológicas en forma sistemática y rigurosa, acorde con la escala que requiera la situación epidemiológica de cada país. Por último, se apuntó que la OMS debía elaborar con carácter perentorio una hoja de ruta para la respuesta a corto plazo frente al covid-19, así como la confección de un plan para el mediano y largo plazo que contemple una variedad amplia de hipótesis, con objetivos, metas e hitos bien definidos, a fin de orientar y supervisar la ejecución de iniciativas nacionales y mundiales contra la pandemia. También se alertó sobre los efectos en la educación, acerca de la cual se advirtió de la falta de preparación para instrumentar un sistema eficaz de enseñanza a distancia, y hasta se denunciaron consecuencias en cuestiones no directamente vinculadas.
El manejo en el Reino Unido y la Argentina
Intentaré a continuación comparar las acciones gubernamentales contra la pandemia implementadas por los gobiernos del país donde nací y me formé, y del país donde resido actualmente. En el caso del Reino Unido, la Cámara de los Comunes, en la que están representadas las distintas corrientes políticas del país, creó un Comité de Salud y Asistencia Social presidido por Jeremy Hunt, parlamentario del Partido Conservador, con el objeto de examinar lo actuado durante la pandemia. El 12 de octubre de 2021, después de estudiar diversos aspectos como el nivel de preparación del sistema sanitario, las medidas de restricción de la circulación, los testeos, la asistencia social y la política en relación con las vacunas, el Comité emitió un informe sumamente crítico, en el que concluyó que la planificación se basó estrictamente en un modelo de gripe, sin valorizar experiencias aprendidas en brotes epidémicos anteriores como el SARS, MERS y ébola.
El escrito sostuvo que, durante los primeros tres meses de la pandemia, la estrategia del gobierno reflejó el asesoramiento del comité científico, que fue aceptado e implementado. Así, el gobierno adoptó la modalidad de inmunidad de rebaño por infección; es decir, la idea de que un número suficiente de individuos inmunizados naturalmente frente a una determinada infección, por haberla padecido y superado, actúen como “escudo” o “cortafuego” impidiendo que el virus alcance a los que no están protegidos. Se eligió esta opción porque no existían perspectivas firmes sobre alguna vacuna, la capacidad de testeo era limitada y la opinión general indicaba que el público no iba a aceptar la cuarentena por un período prolongado. Pero, en opinión del Comité, el Reino Unido –así como otros países europeos y Estados Unidos– había cometido el grave error de adoptar este enfoque sin considerar otros más rigurosos, como sí hicieron los países del sudeste asiático antes mencionados.
También se señaló que, ya fuera por capacidad insuficiente o políticas equivocadas, se cometió un error al haber detenido los testeos diagnósticos masivos en las etapas iniciales, ya que esta decisión redundó en un vacío de datos para analizar. Por otra parte, las inequidades sociales, económicas y sanitarias se profundizaron durante la pandemia, con la consecuente mayor mortalidad en la población de raza negra y la asiática, así como en otras minorías étnicas y en personas con discapacidad y/o autismo. También el acceso a los equipos de protección individual fue más deficiente en esta población. Sin embargo, no todas las decisiones fueron malas. Entre los aciertos del gobierno se reconoció la puesta en marcha de ensayos clínicos que sirvieron para demostrar la eficacia de algunas drogas (dexametasona) y la ineficacia de otras (hidroxicloroquina), y se estimó que la difusión de dichos trabajos habría salvado un millón de vidas en todo el mundo. También se destacó la labor de los organismos reguladores de medicamentos por su actuación “eficiente y creativa”, hecho que convirtió al Reino Unido en el primer país occidental en aprobar la vacuna contra el covid-19.
Por desgracia, en América Latina, y en la Argentina en particular, no se ha desarrollado la práctica de organizar comisiones independientes que revisen lo actuado, señalen los errores y aciertos y generen así espacio al aprendizaje y la corrección del rumbo. Así y todo, es posible analizar diversos aspectos de las medidas adoptadas por nuestro país tomando como referencia los ítems contemplados en otros. En primer lugar, el sistema sanitario prepandémico se hallaba fragmentado y con serias deficiencias en su equipamiento. Si bien la salud pública argentina cuenta con hospitales municipales, provinciales, y nacionales, no existe integración institucional entre ellos y sí, en cambio, superposición de los magros recursos. La llegada del covid-19 ahondó estos problemas. Además, el gobierno nacional orientó inicialmente la compra de vacunas a las Sinopharm (China) y Sputnik (Rusia). La primera, una vacuna que se vale del virus inactivado –método en uso desde hace 70 años–, obtuvo el resultado esperado: mostró ser eficaz pero con una breve duración de la inmunidad inducida. La segunda, de mayor eficacia, presenta el problema importante de que la magnitud de la producción de segundas dosis no equiparaba a la de primeras dosis.
Este grave inconveniente era de público conocimiento en los medios científicos desde agosto de 2020, y por eso no fue una sorpresa que millones de argentinos hayan debido esperar durante meses para recibir la segunda dosis, y así fue que muchos debieron recurrir para eso a otra vacuna luego de que en julio de 2021 se realizaran los estudios de intercambiabilidad. Esto puede interpretarse como un serio error totalmente previsible, a lo que se suma el hecho de que, un año después, la OMS aún no ha aprobado la vacuna Sputnik. Además, esta circunstancia motivó que los países de Europa y América del Norte impidieran el ingreso de argentinos. A su vez, el gobierno del presidente Alberto Fernández declaró el confinamiento a nivel nacional, conocida oficialmente como Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio, que comenzó a regir desde el primer minuto del viernes 20 de marzo de 2020 y que, en principio, iba a durar solo diez días, aunque las sucesivas prórrogas la extendieron hasta septiembre de 2021. Su modalidad consistió en aplicar un esquema estricto por el cual la población no podía salir de sus hogares y hasta se prohibió caminar o hacer ejercicios al aire libre, lo cual afectó en los hechos a la salud física y mental de las personas. El gobierno también suspendió el dictado de clases presenciales en todos los niveles del sistema educativo. Así fue que, a partir del 16 de marzo, más de 10.000.000 de alumnos y casi 900.000 docentes de los niveles inicial, primario y secundario dejaron de concurrir a los establecimientos. Como ya se dijo, esto afectó especialmente a los niños de familias más humildes, igual que en la mayoría de los países de América Latina, porque el sistema educativo no estaba preparado para enseñar y aprender en forma remota, y menos aún en escuelas públicas a las que concurren los sectores más vulnerables de la población. Según una encuesta realizada por la filial argentina de Unicef, el 18 % de los adolescentes entre 13 y 17 años no cuenta con internet en el hogar y el 37 % carece de dispositivos electrónicos para realizar las tareas escolares, cifra que se eleva hasta el 44 % entre quienes asisten a escuelas estatales.
Por otra parte, se señaló que los niños en situación de riesgo de violencia familiar estuvieron más expuestos al no contar con el acompañamiento y el control de la escuela. En síntesis, puede decirse que el daño producido por el cierre prolongado de los establecimientos educativos y la pérdida concomitante de otros sistemas de protección para los niños, como la atención social y las visitas de salud limitadas, fue catastrófico. En el Reino Unido se estima que el impacto en la educación podría generar que la próxima generación pierda el 25% de sus habilidades y logros, lo cual tendrá la consecuencia adicional de una fuerte pérdida de riqueza nacional. Además, existen muchos otros daños posibles para la salud de los niños británicos debido a las interrupciones en los programas de inmunización, como el riesgo de que resurjan enfermedades prevenibles con vacunas, entre ellas el sarampión. En cuanto a la Argentina, fue muy fuerte el impacto de la pandemia de covid-19 sobre la economía nacional, en especial durante 2020, cuando se mantuvieron las estrictas medidas de aislamiento social. La abrupta caída del PBI (-9,9%) durante 2020 no logró morigerarse con la amplia oferta de asistencia estatal mediante el refuerzo de subsidios y moratorias impositivas, hecho consignado por diversos informes nacionales e internacionales que, en cambio, señalaron un repunte a partir del primer trimestre de 2021, tras la flexibilización de las restricciones.
“La gripe es la única enfermedad epidémica infecciosa que en los países tecnológicamente avanzados representa hoy una amenaza comparable a la experimentada en siglos anteriores a causa de enfermedades tales como la peste y el tifus; es decir que la gripe es la única enfermedad que puede volver a revivir fenómenos ya olvidados por la humanidad”, afirmó hace casi medio siglo el epidemiólogo e historiador de la medicina británico Thomas McKeown en su libro El crecimiento moderno de la población. El autor analizó la relación entre las enfermedades y el crecimiento demográfico en las sociedades modernas, y los hechos validan sus dichos. Es notable la velocidad que adquieren hoy las crisis: el traslado del virus de una zona a otra, la difusión de noticias y, en el plano de la tecnología, la disminución de los tiempos relativos a la búsqueda de una vacuna.
Al repasar la historia de epidemias y pandemias es posible apreciar errores comunes: falta de preparación de los gobiernos, comunicación inadecuada, ausencia de métodos de diagnóstico al alcance de todos, desconocimiento de opciones de tratamiento ante microorganismos nuevos o cuyas propiedades han mutado, escasez de vacunas y tecnologías inadecuadas no disponibles para sectores amplios de las poblaciones. Han pasado varios siglos desde las primeras pestes de la historia, el hombre ha llegado a la Luna y la globalización empequeñeció el planeta. Sin embargo, la idea de que las sociedades modernas deberían estar mucho mejor dotadas para enfrentar una pandemia no parece del todo consolidada, y en cambio vemos cómo siguen vigentes viejos debates. El egoísmo y la lucha por el poder muestran una y otra vez que, como sociedad global, no logramos asimilar los aprendizajes y capitalizarlos. Todo esto hace que, aún hoy, las pandemias continúen siendo acontecimientos dramáticos, no solo sanitarios sino también en términos sociales, políticos y económicos. Es por eso que el control de una pandemia debe ser integral y planificado, ya que no alcanza solo con la ciencia, ni con reordenar o reforzar las respuestas económicas Digámoslo sin rodeos: las pandemias existen desde hace 10.000 años y aún no hemos logrado preverlas e impedir que ocurran. Es ineludible asumirlo como primer gran paso para enfrentar los desafíos que nos presenta el futuro.