Una pluma y un martillo, una serie de suicidios, una malograda expedición al Ártico, los miasmas de la fiebre amarilla en Buenos Aires… Historias que se entrelazan en el “Breve atlas anecdótico de la ciencia”. Un nuevo libro de divulgación de El gato y la caja que no diluye el contenido y que nos habla de un territorio donde lo imprevisto también talla. (Foto de portada: Horacio Paone)
La muerte en París de un cuidador del Instituto Pasteur en plena ocupación nazi, marineros desnudos que acarrean una mesa sobre el hielo del Ártico, un emperador romano presumiblemente intoxicado con plomo, un médico tildado como el “loco de los mosquitos” y la mentira de un famoso científico francés pueden, al primer vistazo, no tener más relación que el capricho de un narrador. Son, al fin y al cabo, pequeños o no tan pequeños sucesos que suelen quedar desplazados de la literatura científica por el dato puro y duro. Curiosidades, si así se quiere, rescatadas por un biólogo especializado en el campo de la virología molecular y chequeadas por una historiadora y un revisor científico.
De eso se trata el Breve atlas anecdótico de la ciencia, el libro que escribió Juan Manuel Carballeda y editó El Gato y la caja. Un atlas que casi no tiene mapas, pero sí un puñado de anécdotas organizadas en ocho capítulos que se enlazan para mostrar el lado humano de la ciencia. Un territorio donde lo imprevisto también talla, aunque cueste creerlo. La presentación en sociedad será el 16 de agosto en el Centro Cultural Matienzo. Socompa no pudo con la ansiedad y se anticipó a charlar con el autor, un confeso admirador de Adrián Paenza que, entre experimento y experimento en el Laboratorio de Virus Emergentes de la Universidad de Quilmes, se sumó a dos programas de radio: uno, los viernes por la tarde en FM La Patriada; el otro, martes por medio, en las mañanas de Radio UBA. El objetivo es obvio: hacer divulgación científica, pero de la buena.
-¿Por qué la idea de publicar un libro con anécdotas del ámbito de la ciencia?
-Porque no hay mucho. Son pocos los libros de historias y anécdotas relacionadas con la ciencia. Lo primeros que hicimos fue publicar algunas de las historias en el sitio (NdR: El gato y la caja) para ver qué respuestas tenían. Cuando nos dimos cuenta que la recepción era muy buena, decidimos avanzar con la escritura y organizar la preventa. El objetivo era explorar diferentes historias, anudadas de forma casi arbitraria para contar que muchos descubrimientos ocurrieron en forma casual.
-La idea es siempre contar ciencia, hacer divulgación…
-Hacerlo en forma entretenida, pero sin diluir el contenido. Lo de El gato y la caja no es ciencia diluida. Es ciencia, diseño y comunicación. Eso permitió armar una movida muy interesante que generó una comunidad con dinámica propia.
-Uno tiende a pensar que la ciencia es método puro y duro ¿Cómo es esto de la casualidad en la ciencia?
-Es cierto, la ciencia es esencialmente método, pero las cosas ocurren y la cuestión es saber interpretar lo que pasa. Muchas cosas suceden por casualidad, muchas más de las que estamos dispuestos a conceder.
-Por ejemplo…
-En Italia, hace algunos años, hubo un descubrimiento importantísimo. Alguien, en un grupo de que trabajaba con moscas, aumentó sin querer la temperatura de una incubadora. Cualquier hubiera dicho que el experimento se había arruinado. Pero hubo alguien que propuso investigar por qué algunas moscas habían sobrevivido. Eso llevó a descubrir que las sobrevivientes sobre expresaban un gen que permitía que las proteínas no perdieran su estructura espacial. Le pusieron proteínas de shock térmico. Son proteínas que colaboran en los procesos de formación de otras proteínas y en los procesos de degradación o reparación de proteínas anormales. Un descubrimiento que ayuda en el tratamiento de las enfermedades neurodegenerativas.
-¿Cómo es hacer divulgación científica en tiempos de tierraplanistas?
-Es un momento muy particular. Hoy, la ciencia aborda el desafío de manejar una enorme cantidad de datos y, al mismo tiempo, hay gente discutiendo cuestiones que hace muchísimos años que no se discuten. Están los tierraplanistas, pero también los movimientos anti vacuna, que constituyen uno de los diez problemas más graves que tiene la humanidad. Ahí nomás del problema del calentamiento global. No por nada, la Organización Mundial de la Salud viene advirtiendo que el movimiento anti vacunas está generando brotes de enfermedades que estaban casi erradicadas.
-¿Hay una fascinación por las teorías conspirativas?
-Creo que sí. Los tierraplanistas son increíbles. ¿Por qué alguien tendría interés en ocultarnos que la Tierra es plana? Hace muchos años, una publicación relacionó sin ninguna base las vacunas con el autismo. Fue allá por el ’98. El escándalo fue mayúsculo. La revista debió pedir disculpas y eliminar el artículo. En ese trabajo, que está absolutamente refutado, se funda la mayor parte de los argumentos de los que están en contra de la vacunación. Está claro que los humanos hacemos muchas cosas mal, que la mayor parte de lo que hacemos tiene un lado B, pero lo de las vacunas es incomprensible. Son el único invento capaz de erradicar enfermedades. Ni siquiera los antibióticos tienen esa capacidad. Si dejamos de vacunar, los primeros afectados van a ser los que tienen un sistema inmunológico vulnerable, o los que están insertos en contextos sociales frágiles.
-Uno de los argumentos muy difundidos es que las vacunas son un gran negocio de la industria farmacéutica. ¿Qué hay de eso?
-En realidad no es tan así. Las vacunas no son tan buen negocio como dicen. En general se vacuna una vez, y cuando la enfermedad está erradicada prácticamente se termina el negocio. De hecho, las grandes multinacionales están dejando de producir vacunas, salvo la de la gripe porque es un virus que cambia todos los años. Ahí sí que los laboratorios tiene un gran negoción.
-Hablemos del libro. ¿Cuál de las historias es la que más te atrapó?
-La historia de la epidemia de fiebre amarilla en Buenos Aires. Es fascinante por muchos motivos. Cuando se declara la epidemia estaba finalizando la Guerra de la Triple Alianza, habían matado a Urquiza y Sarmiento, que era presidente, terminó dando el discurso que inauguró las sesiones del Congreso a principios de junio. Como no había una explicación científica, la gente creía que había algo que hay en el aire que los estaba contagiando. El famoso miasma. Diez años después, el médico cubano Carlos Finlay postuló que la transmisión se daba a través de un mosquito. Lo hicieron callar, lo trataron de loco…
-El loco de los mosquitos…
-Tal cual. Recién cuando se descubrió que la malaria la transmitía un mosquito se dieron cuenta que la teoría no era tan loca. Igual, como digo en el libro, no es para culpar a los que lo trataban de loco. Es mucho más espectacular explicar que una enfermedad se transmite por algo casi mágico que por un simple insecto. Al pobre Finlay recién le creyeron cuando otro médico, en este caso estadounidense, repitió los experimentos.
Hacer ciencia en Argentina
Carballeda se recibió de biólogo en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires. Hizo el doctorado con virus de aves en la Estación Castelar del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria y el post doctorado estudiando el Dengue. De un tiempo a esta parte trabaja en el virus que provoca la encefalitis de San Luis, una enfermedad similar al Zica que se transmite a los humanos por la picadura de mosquitos infectados. “Hay dos líneas de investigación. Una apunta a mejorar los métodos de diagnóstico. Algo urgente. La otra es ciencia básica. Buscamos entender qué estrategia tiene el virus cuando ingresa en una célula y cómo la gobierna para replicarse. Entender cada uno de esos pasos es fundamental para desarrollar antivirales. Así se han desarrollado infinidad de antivirales, como para el HIV. Hoy, prácticamente se ha conseguido frenar su replicación. Y eso es porque ya entendemos cada paso que da el virus”, explica Carballeda.
-¿Se puede hacer ciencia en la Argentina?
-Se puede, pero el panorama está muy complicado. Cada vez hay menos becas, y las que hay para doctorados están por debajo de la línea de pobreza. Además, hay un recorte muy fuerte en los subsidios destinados a la investigación. La universidad forma muy buenos profesionales, pero ni se les paga lo que corresponde esos científicos terminan emigrando. La mitad de mis amigos están desparramos por el mundo. Además, hay algo muy grave de lo que se habla poco: el desarme de los equipos administrativos del Conicet.
-¿Qué pasa con el capital privado? ¿En qué medida interactúa con el sistema de ciencia y tecnología?
-Poco y nada. Hay un plan sistemático para reducir el sistema científico nacional. Un plan que aunque nos pese está funcionando bastante bien. Sin embargo, soy optimista. Los científicos argentinos tenemos un gen resistente. No es la primera vez que se intenta desmontar el sistema científico. Seguramente que podremos reorganizarnos.
-¿Y el Plan Argentina 2020?
-Estaba muy planteado. El mismo funcionario que lo impulsó como ministro, ahora lo destruye como secretario. Ese plan planeaba un crecimiento controlado de la plantilla de investigadores como una forma de responder al cuestionamiento de que la planta crecía en forma descontrolada. Habrá que recuperar esa y otras iniciativas.
-Recién mencionamos el tema de los recortes presupuestarios…
-Un ejemplo de la forma en que impacta la desfinanciación de la ciencia en la salud pública es lo que está ocurriendo con el Instituto Nacional de Enfermedades Virales Humanas de Pergamino, que se creó para controlar y prevenir la fiebre hemorrágica argentina. Lo que se conoce como el virus Junín. Tuvieron que parar la producción de vacunas porque no hay presupuesto para infraestructura.
-Es una enfermedad endémica, que solo ocurre en las cosechas de trigo y maíz…
-Absolutamente. La vacunación es obligatoria para las personas en situación de riesgo. Hoy, los stocks se están terminando y nadie sabe cómo se va a vacunar este año. Es un problema local. No hay posibilidad de comprar vacunas en otro país. Si el Estado se retira quedamos vulnerables ante las decisiones económicas de los laboratorios. ¿Qué laboratorio va invertir para algunas miles de dosis al año? Si no las produce el Estado, nadie la va a hacer.
-Volviendo al libro, ¿qué se necesita para leerlo?
-Son historias cortas, que se pueden leer mientras viajás en el colectivo o durante las vacaciones. Tratamos de mostrar el lado humano de la ciencia, que también lo tiene. Para leerlo solo es necesario saber leer, con eso estamos bien.
-Hace un rato mencionaste a Adrián Paenza…
-Tuve la mala suerte de no tenerlo como profesor. Daba análisis matemático para biólogos. Es un tipo espectacular, solo necesita un pizarrón y una tiza. Tiene un manejo increíble con el público. Que haya ganado el premio como mejor divulgador de matemáticas del mundo es enorme, lo pinta tal cual. Un genio.
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