La Comisión Nacional de Actividades Espaciales cumplió 30 años de desarrollo tecnológico de alto nivel y compiló sus hitos en el libro “Mirar la Tierra desde el espacio”. El director ejecutivo y técnico, Raúl Kulichevsky, habló con TSS sobre los inicios del programa espacial, las misiones satelitales, el desarrollo del primer lanzador nacional y los desafíos que se vienen.
Como si la experiencia de lanzar un satélite fabricado en la Argentina no fuera lo suficientemente desafiante, en 2020 hubo un ingrediente que agregó más adrenalina: había que ponerlo en órbita en medio de una pandemia. El SAOCOM 1B iba a lanzarse en marzo del año pasado. El equipo enviado a la base de Cabo Cañaveral, en Estados Unidos, estaba terminando los últimos ensayos cuando supo que el lanzamiento se cancelaba hasta nuevo aviso debido a la crisis sanitaria que estaba empezando a causar el Covid-19.
“Fue traumático. Tuvimos que dejarlo allá, prácticamente listo para lanzarlo, y emprender el regreso con mucha frustración”, cuenta hoy a TSS el director ejecutivo y técnico de la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE), Raúl Kulichevsky. Pero como vieron que las consecuencias de la pandemia se extenderían, enseguida empezaron a pensar cómo podían modificar los procedimientos para poder lanzar el satélite en el nuevo contexto mundial.
Así, durante el año pasado hubo que organizar burbujas de trabajo tanto para el equipo que volvería a viajar a la base estadounidense como para los grupos encargados de monitorear y comandar el satélite desde Córdoba, Buenos Aires y Bariloche. Primero se reprogramó para julio, pero se volvió a cancelar. Finalmente, en medio de protocolos sanitarios, cuarentenas estrictas y aún sin vacunas disponibles, el 30 de agosto de 2020 el satélite se puso en órbita. “Sin dudas, el lanzamiento del SAOCOM 1B es uno de los hitos históricos de la Conae”, afirma Kulichevsky.
Este año, la principal institución encargada de desarrollar tecnología espacial en la Argentina cumplió tres décadas de existencia. Para celebrar sus logros y plantar la semilla de nuevos desafíos, la CONAE acaba de publicar el libro “Mirar la Tierra desde el espacio: 30 años de la Agencia Espacial Argentina”. Allí, se hace un repaso por la historia de la institución, sus principales hitos y la importancia de invertir en desarrollos tecnológicos a largo plazo para tener mayor soberanía espacial.
“Nuestra misión principal es brindar información satelital vinculada a la observación de la Tierra a partir del diseño, la fabricación y el ensayo de satélites pensados especialmente para satisfacer las necesidades de nuestro país. Para lograr esto, trabajamos con una gran comunidad de contratistas e instituciones del sistema científico. A su vez, ese desarrollo tecnológico derrama positivamente en otras actividades. Por ejemplo, a raíz de su trabajo en la misión SAOCOM, la empresa rionegrina INVAP desarrolló también radares para control de tránsito aéreo y meteorológicos que permitieron la sustitución de importaciones por cientos de millones de dólares”, explica el ingeniero.
Por eso, hay dos objetivos que se desprenden directamente de la misión principal de CONAE: el impulso a la creación y fortalecimiento de empresas de base tecnológica que funcionan como proveedoras de insumos, y la capacitación de recursos humanos calificados para poder llevar adelante estos desarrollos de alta complejidad. Solo para la misión SAOCOM, participaron más de ochenta empresas y unos novecientos trabajadores del sistema científico, entre ingenieros, técnicos, científicos y estudiantes.
Además de tener convenios con universidades para el dictado de carreras y posgrados vinculados al mundo espacial y satelital, la CONAE creó en 2006 el Programa 2Mp, que permite llevar la tecnología espacial a las escuelas primarias y secundarias de todo el país para despertar el interés de los más jóvenes. “La pata educativa de la CONAE es muy importante porque todo lo que hacemos sería imposible de lograr sin la capacitación de recursos humanos”, remarca Kulichevsky.
La cocina de los satélites: el Plan Espacial Nacional
La CONAE se creó el 28 de mayo de 1991 a través del decreto 995/91. Su antecedente inmediato era la Comisión Nacional de Investigaciones Espaciales (CNIE), que funcionaba bajo la órbita de la Fuerza Aérea. La CONAE, en tanto, nació como un organismo espacial civil, dependiente de la Presidencia de la Nación, concebido para interactuar con las principales agencias del mundo, como la Administración Nacional de Aeronáutica y Espacio de Estados Unidos (NASA) y la Agencia Espacial Europea (ESA). Su primer presidente fue el astrónomo Jorge Sahade, que estuvo a cargo de las tareas fundacionales. En 1994, asumió el ingeniero Conrado Varotto, quien desempeñó el rol de director ejecutivo y técnico hasta 2018.
En 1994, se diseñó el primer Plan Espacial Nacional, estableciendo la actividad espacial como política de Estado. “La CONAE decidió concentrar los esfuerzos en desarrollar satélites de observación de la Tierra. Lo lógico era ir arriba, al espacio, para mirar hacia abajo, a la Tierra, y así producir información de claro impacto socioeconómico para el país, manteniendo una cierta libertad para generar nuevas ideas, sin renunciar a la posibilidad del acceso al espacio por medios propios”, recuerda Varotto en el libro.
La creación de ese plan es, para Kulichevsky, el primer gran hito de la CONAE porque fue lo que marcó la hoja de ruta a seguir en las décadas siguientes. “Todo nace a partir del Plan Espacial Nacional. Allí se contemplan cuáles van a ser nuestras actividades en los próximos diez años y luego se hacen revisiones periódicas cada dos o tres. Este año estuvimos trabajando en una nueva versión del plan y convocamos para ello a los distintos actores involucrados, desde usuarios de la información espacial hasta diversos sectores del sistema científico-tecnológico, empresas, ministerios, para detectar y definir cuáles son las principales necesidades que tienen”, explica Kulichevsky.
Como ingeniero aeronáutico, Kulichevsky comenzó a vincularse con la CONAE en 2002, cuando trabajaba en la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA). Ese año, las instituciones habían firmado un convenio para el desarrollo de la estructura y mecanismos de la antena SAR, el corazón de la misión SAOCOM. Al poco tiempo comenzó a trabajar en la CONAE y pasó por diversos proyectos hasta que en 2016 asumió como director adjunto de la agencia y en 2018, tras la jubilación de Varotto, se hizo cargo de la dirección ejecutiva y técnica. “Varotto es el alma máter de lo que hoy es la CONAE. Para mí, es un enorme desafío y responsabilidad tener que continuar su legado”, dice Kulichevsky.
Otros grandes hitos de la CONAE son, por supuesto, las misiones satelitales. La primera fue la serie SAC (Satélites de Aplicaciones Científicas), que constó de cuatro satélites de observación de la Tierra desarrollados junto con la NASA. El primero en lanzarse fue el SAC-B, en 1996. Llevaba cuatro instrumentos científicos pero no pudo completar su misión debido a una falla del vehículo lanzador Pegasus que no logró separarse del satélite. Pese a la falla, llegaron a establecer comunicación con el SAC-B y comprobaron que funcionaba correctamente. En 1998, se lanzó el SAC-A, concebido para ensayar diversas tecnologías y metodologías de desarrollo que fueron utilizadas en las subsiguientes misiones de la CONAE.
En tanto, el SAC-C fue puesto en órbita en 2000 y se convirtió en el primer satélite argentino de observación de la Tierra. El éxito de esta misión demostró que nuestro país tenía la capacidad científica y tecnológica para realizar un proyecto espacial con un fuerte componente de cooperación nacional para su desarrollo y construcción. Finalmente, en 2011 se lanzó el SAC-D/Aquarius. En esta misión, la NASA le confió a la Argentina el Aquarius, instrumento principal a bordo del satélite, en cuyo desarrollo invirtió unos 220 millones de dólares. Entre sus principales logros, se destaca la creación de mapas semanales de la salinidad superficial del mar a nivel global, lo cual constituye información sin precedentes para el estudio del cambio climático del planeta.
En paralelo a esos desarrollos, la CONAE estaba trabajando en otra ambiciosa misión satelital. En 2005, había firmado con la Agencia Espacial Italiana un convenio para la fabricación y puesta en órbita del Sistema Ítalo-Argentino de Satélites para la Gestión de Emergencias (SIASGE). Se trata de una constelación conformada por seis satélites, dos de los cuales son los argentinos SAOCOM 1A – lanzado en 2018 – y 1B – lanzado en 2020 -. Cada uno pesa 3.000 kilos y lleva a bordo un Radar de Apertura Sintética (SAR) en banda L, una longitud de onda que le permite atravesar la superficie de los suelos para obtener información. Además, a diferencia de los instrumentos ópticos de observación que dependen de la energía solar, los radares pueden generar datos de día y de noche, esté despejado o nublado.
Si bien estos satélites toman datos de todo el mundo, el énfasis está puesto en resolver las necesidades planteadas por otras instituciones nacionales, como el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), que necesitaba elaborar mapas de humedad del suelo para brindar información a los productores; y el Instituto Nacional del Agua (INA), para mejorar el pronóstico de inundaciones y sequías. “Los lanzamientos son momentos clave que representan muchos años de trabajo previo pero también posterior porque es el punto de partida para la siguiente fase: empezar a proveer información satelital en tiempo y forma a todos esos organismos que la precisan”, señala Kulichevsky.
Lo que se viene: el primer lanzador y satélites de nueva generación
Además de los importantes logros en materia satelital, en 1996 la CONAE planteó otro objetivo: desarrollar tecnología espacial para poner en órbita los satélites fabricados en el país. El área de Acceso al Espacio es la encargada de llevar adelante el proyecto de Vehículos Lanzadores. En el 2007, se lanzó el Tronador I, un vehículo de tres metros de longitud que inició la serie de prototipos de lo que será el primer lanzador argentino. El ensayo más reciente en esta línea fue el del VEx5A, lanzado en 2017.
La empresa VENG es la contratista principal del segmento de vuelo de este proyecto mientras que INVAP lo es del segmento de tierra. En tanto, diversas universidades, institutos del CONICET y empresas proveedoras locales se encargan del desarrollo de distintas partes y procesos, como es el caso de investigadores de la Universidad Nacional de Mar del Plata, que trabajan en el desarrollo de materiales compuestos resistentes y ultralivianos para la fabricación del lanzador. “Poder lanzar nuestros satélites desde nuestro país es el desafío más importante que vamos a estar encarando en los próximos años, además de avanzar en la próxima generación de satélites SAOCOM, el proyecto SABIA-Mar y los satélites de arquitectura segmentada”, adelanta Kulichevsky.
Los SABIA-Mar son dos satélites concebidos junto con la Agencia Espacial Brasileña (AEB) para el estudio del mar y las costas. Este proyecto está en la etapa de ingeniería de detalle y la puesta en órbita del primero está prevista para 2023. En tanto, la serie SARE de arquitectura segmentada representa un nuevo concepto en materia satelital, ya que es como un clúster de pequeños satélites que se comunican entre sí y que tienen ventajas como que, ante una falla, se pueda reemplazar solo el segmento que no funciona.
Como todos los proyectos de la CONAE son a largo plazo es muy importante que haya una inversión sostenida en el área, más allá de los cambios de gobierno. Sin embargo, al igual que sucedió con el resto del sistema científico argentino, durante el gobierno anterior hubo un desfinanciamiento generalizado hacia el sector, lo cual retrasó proyectos y generó la caída de convenios con algunos proveedores.
“Los problemas presupuestarios que tuvimos impactaron no solo en el desarrollo de los proyectos, sino también en la posibilidad de retener recursos humanos. A todos los que estamos en CONAE nos mueve la pasión, pero también necesitamos que haya un horizonte claro y un apoyo político. Hoy estamos viendo cómo retomar convenios con pequeñas y medianas empresas que estaban relacionadas con nuestros proyectos y a los que no pudimos darle continuidad. Ese es otro desafío que tenemos: volver a entusiasmar y convencer a esas empresas de que vale la pena ser parte de estos proyectos tecnológicos tan valiosos para nuestro país”, finaliza Kulichevsky.