Algunas reflexiones sobre la frase “Nací para cuidarte” donde se revela no sólo su falsedad sino el largo camino del varón desde el miedo a la misoginia. La necesidad de trabajar en serio para erradicar todas las formas de violencia contra las mujeres, sin reclamar el liderazgo, que es de ellas.

La frase “Nací para cuidarte” es una coartada manipuladora esencialmente falsa porque es, justamente, «esencialista». Nadie nació con un rol o una funcionalidad, salvo la impronta humana de ser libre y solidario. El resto se llama cultura.

Pero hay algo más; desde el punto de vista evolutivo el varón nació para proveer. El #cuidado, la organización, la creación y sostén del habitat, fueron originariamente femeninos. Sería entonces mucho más genuino que las mujeres nos dijeran «nací para cuidarte». Seguiría siendo un simplismo, pero mucho más cercano a la evolución de la especie.

Por centenares de miles de años, el varón de la especie fue un carroñero donante de semen, mientras que la mujer debía organizar el #cuidado de la cría y asegurar la cantidad de calorías diarias mediante su función de recolectora.

La mujer tenía y podía realizar más tareas #complejas de un modo simultáneo. El cerebro femenino desarrolló mucho antes destrezas asociativas y organizativas, mientras que el del macho se limitaba a encontrar animales muertos y copular para reproducirse.

Por eso la mujer tiene muchísimas más conexiones neuronales y maneja mejor casi todos los campos del saber, excepto los espaciales – matemáticas – porque el espacio externo era #territorio masculino. La memoria espacial es superior en los hombres porque la habilidad de movilizarse en el territorio era esencial para cazar y para escaparse de los predadores de mayor tamaño.

Las mujeres, en cambio, tienen el Hipocampo – región relacionada con la consolidación de la memoria – y la corteza prefrontal dorsal – estructura relacionada con la planificación y ejecución de las conductas – de un mayor volumen que los hombres.

Ventajas que aún conserva.

Cuando el macho empezó a tomar conciencia de su desventaja se sintió amenazado y descubrió que, además de la capacidad de fuga en el territorio, contaba con mayor masa muscular; así transformó el miedo en misoginia – probablemente la forma más primitiva de racismo – y a ésta en dominación o asesinato.

La cultura fue organizando esto hacia la complejidad de lo social, y durante otras decenas de miles de años se estructuró en torno de la fuerza #bruta y la capacidad de expansión espacial del macho.

Hasta que en los últimos cien años la cultura instaló la igualdad de género y la libertad de la mujer en el centro de la escena. Lo cual avanza a pasos espasmódicos porque el cerebro que usamos es, morfológicamente, el mismo del Paleolítico.

La mayoría de las teorías y conjeturas evolutivas que conocemos sobre la hominización se concentran más en el varón cazador-predador que en la mujer tapicera (tapiza su útero y tapiza el albergue) y #cuidadora. La hembra de la especie, la del instinto de cuidado por la cría, parece relegada en su rol, en la medida en que el macho es el proveedor, y la #falaz ecuación provisión=cuidado sigue dominando parte del debate.

El poder, la guerra, la eliminación, exclusión o invisibilización del otro, es cosa de varones, de la cultura patriarcal.

Hace falta un salto civilizatorio – o tal vez una «revelación» civilizatoria – que se producirá cuando ingresemos en una etapa de «feminización» social y cultural.

Mientras tanto, las tarjetas de crédito, los shoppings, la televisión y el marketing – una operación también territorial y bélica, al punto que a los consumidores se les llama “targets”- siguen dominando el espacio de significados y apropiándose indebidamente de una gesta social para trivializarla.

Hasta ahora, lo único debidamente #demostrado es que los varones nacimos para matarlas y que, afortunadamente, la mayoría aprendimos a reprimir y elaborar la pulsión femicida.

Dejemos de colgarnos cartelitos masturbatorios y trabajemos en serio para erradicar todas las formas de violencia contra las mujeres, y sin reclamar el liderazgo, que es de ellas.

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