La ilex paraguariensis hizo la fortuna de encomenderos y jesuitas. Hoy, llena los bolsillos de terratenientes, grandes empresas y un puñado de intermediarios. Tareferos y pequeños productores son las víctimas de un proceso de concentración que sigue su curso. Crisis cíclicas, cortes de rutas y un Estado casi ausente.

En 1966, Rodolfo Walsh viajó a Misiones, Chaco y Corrientes para escribir una serie de crónicas que publicó en la revista Panorama. Una de ellas con el título Argentina ya no toma mate. El texto, que describe con crudeza la actividad yerbatera en la segunda mitad de la década del ‘60, tiene una notable actualidad. En ese momento, acuciados por una crisis de superproducción que hundía el precio de la hoja verde, reclamaban el cierre de la importación desde Brasil, que se regulara la actividad y que el gobierno ayudara a abrir mercados externos para colocar los excedentes.

La situación se revertiría a fines de la década del ’70. Comenzaría un largo período en el que la oferta no alcanzaría a satisfacer la demanda. La escasez relativa de la materia primera impulsaría los precios. En 1991 llegaría un punto de inflexión: la desregulación total de la actividad. El quiebre trajo consecuencias estructurales. Entre ellas, la descapitalización de las pequeñas y medianas unidades de producción, además de una creciente tendencia a la exclusión.

La realidad pasada se repite en una actualidad no tan cambiada. La zafra comienza en abril y se prolonga hasta setiembre. El trabajo es a destajo. Participan hombres y mujeres. No pocas veces también niños. Los jornales de los tareferos son de hambre y las 4.500 unidades familiares de hasta diez hectáreas que generan un cuarto de la producción total de hoja verde apenas si consiguen mantenerse a flote combinando yerba mate con la ganadería y la actividad forestal [1].

La semana pasada,  los tareferos de Misiones cortaron las rutas en siete localidades provinciales. Lo hicieron para exigir que contratistas, molinos y secaderos respeten el precio establecido por el Instituto Nacional de la Yerba Mate (INYM) para levantar la cosecha: 1.450 pesos la tonelada de hoja verde. También para reclamar que se eleve de 2.500 pesos mensuales a 6.500 el subsidio que cobran durante el período de interzafra que comienza en octubre y se prolonga hasta marzo [2].

La protesta sumó a los pequeños productores. En este caso para exigir un aumento del 35 por ciento para el precio de la tonelada que adquieren las empresas. Según el Boletín Oficial, debería ser a 7 mil pesos la hoja verde y a 26 mil la canchada, el bien intermedio que adquieren los molinos luego de un primer secado.

El Frente de Organizaciones en Lucha y los sindicatos de tareferos denuncian que las empresas continúan pagando por la recolección el precio fijado para el año pasado: 90 centavos el kilo de hoja cosechada en los yerbatales. La tarea más pesada de toda la actividad. En los supermercados se vende a unos 90 pesos el paquete de un kilo. No solo eso. Muchas veces, las empresas pagan con bonos y en plazos que llegan a los 180 días. Para peor, el Ministerio de Trabajo, encargado de abonar el subsidio interzafra, quiere recortar el número de beneficiarios y se niega a flexibilizar los requisitos para ingresar en el programa. Solo uno de cada diez de los 17 mil taraferos lo cobran.

En marzo del año pasado, la protesta yerbatera llegó por primera vez a la Plaza de Mayo. Fue luego de dos movilizaciones que los medios titularon “vedurazo” y “frutazo”. Macri abría las sesiones ordinarias del Congreso. En la plaza, los productores regalaban 30 mil kilos de yerba. Una vez más exigían la intervención de las autoridades para que se cumplieran los precios de la materia prima establecidos por el INYM.

Un poco de historia

En la década del ’20, la colonización agrícola consolidó pequeñas unidades familiares a la par que cobraban peso los grandes latifundios [3]. Los pueblos originarios y el escaso campesinado criollo se desplazaron a áreas marginales. Los más se asimilaron como mano de obra barata. Desde entonces, y por diversos motivos, las crisis fueron recurrentes. Para intentar evitarlas, a mediados de la década del ’30 se creó la ya extinta Comisión Reguladora de la Yerba Mate y su apéndice, el Mercado Consignatario. Tejes y manejes varios hicieron sin embrago que muchos colonos devinieran en peones. Se asimilaron así a los taraferos.

Con la desregulación que se inició a principios de la década del ’90, exclusión y concentración serían las constantes. Las grandes ganadoras fueron una docena de firmas que integran verticalmente la producción, el secado, la molienda y la comercialización. Algunas son conocidas; otras no tanto. Gerula, Establecimiento Las Marías, Molinos Ríos de la Plata, Martín & Cia, Florentino Orqueda, Establecimiento 10 Hermanos y JJ Llorente son algunas de las empresas que hoy mandan en el sector. Sus productos dominan las góndolas: Nobleza Gaucha, CBSé, Cruz Malta, Taraguí, La Merced, Rosamonte y La tranquera figuran entre las más difundidas [4].

Hacia finales de la convertibilidad, la situación se había tornado insostenible. El proceso generó acciones colectivas de envergadura. Una vez más, los protagonistas fueron los productores primarios y los tareferos. También confluyeron las cooperativas y los secaderos de menor tamaño. Los reclamos desembocaron en 2002 en la creación del INYM con la finalidad primaria de fijar los precios mínimos [5].

Los tareferos

La Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Misiones realizó el hasta ahora único relevamiento provincial de tareferos [6]. El trabajo surgió de la necesidad de contar con información sistematizada. El objetivo: levantar un registro para evitar el trabajo en negro. Las conclusiones  confirman lo que expresan crónicas y noticias fragmentadas. Marginalidad, exclusión y trabajo en negro siguen siendo las constantes. El relevamiento abarcó dieciocho localidades.

En Jardín América, a doscientos kilómetros de las cataratas, solo la mitad de los jornaleros está enrolado en el Registro Nacional de Trabajadores Rurales y Empleadores. La otra mitad carece de todo tipo de cobertura. Nunca les realizaron aportes jubilatorios y carecen de obra social. De los 780 hogares dedicados a la labor, 600 tienen letrinas. El resto ni eso. El relevamiento detalla que la mitad de los braceros comenzó a tarafear entre los 5 y los 14 años, que uno de cada dos aprendió de sus padres y que el 75 por ciento tiene entre 18 y 50 años. Confirma, además, que también tarafean mujeres y niños.

A unos sesenta kilómetros de las cataratas, donde los extensos yerbatales se confunden con el verde de la selva, está la localidad de Andresito. Su nombre es en honor de Andresito Guazurarí, el indígena guaraní que peleó bajo las órdenes José Artigas. Allí, la situación es peor.

De los testimonios surge que las jornadas laborales son de nueve horas diarias, pero que se pueden extender aún más. Depende del clima. Los más fuertes y experimentados levantan hasta 500 kilos de hojas verdes en un día. Durante la cosecha, muchos duermen en carpas, galpones y ranchos, y se cubren de la lluvia con pliegos de nylon. Todos dicen tarafear porque no hay otro trabajo. La mayoría, aunque lee y escribe, no terminó la escuela primaria.

Algunos llegaron el año pasado a la Plaza de Mayo con los pequeños productores. Unos y otros regresaron con una promesa. La creación de un fondo de 1.500 millones de pesos para financiar la cosecha que se iniciaba. Los funcionarios, además, se comprometieron a controlar el cumplimiento de los precios. Cinco meses después, promediada la zafra, nada se concretó. La industria seguía pagando precios por debajo de los oficiales. Ante la amenaza de una nueva movilización, el entonces ministro de Agroindustria, Ricardo Buryaile, hizo una nueva propuesta. Fue más modesta: aportar 150 millones de pesos del Fondo Nacional de Agroindustria para rescatar los cheques posdatados.

Poder de mercado

El proceso de concentración en todas las etapas de la cadena de valor sigue su curso. Según el INYM, unos mil productores, un 6 por ciento del total, están integrados verticalmente a la industria y manejan el 50 por ciento de la producción de la hoja verde. El 10 por ciento de los secaderos, apenas seis establecimientos, procesan la mitad de la yerba canchada producida cada año y los 4 molinos más grandes elaboran y empaquetan la mitad del total de yerba lista para consumo. A eso se agregan unos 500 contratistas encargados de organizar una cantidad similar de cuadrillas que levantan la cosecha.

Javier Gortari analizó los logros y las falencias del INYM. Sociólogo y ex rector de la Universidad Nacional de Misiones, Gortari señala que “la producción yerbatera es la tercera en importancia económica en Misiones, después de la construcción y la industria forestal”. Dice que pese a esto “paga sueldos de hambre en condiciones de trabajo deplorables mientras la concentración aumenta y la capacidad de negociación de los trabajadores permanece limitada”. [7]

Un centenar de molinos y unos doscientos secaderos se alzan con ganancias extraordinarias. “En 2017, ambos actores, se apropiaron de unos 1.600 millones de pesos que deberían haber ido a las manos chacareros y tareferos. La razón: el pago de cada kilo de hoja verde por debajo de los precios fijados por el INYM” [8]. En pocas palabras: poder de mercado; acumulación de capital en las esferas industrial, comercial y financiera.

Un cálculo sencillo permite verificarlo. Un tarefero cosecha por día unos 500 kilos de hoja verde. El insumo básico para producir 150 kilos de yerba mate lista para consumo. Unos 13 mil pesos al precio de góndola. Sin embargo, solo recibe unos 9 centavos por kilo levantado. Unos 450 pesos al día. No hace falta muchas más cuentas para advertir el excedente económico que genera su trabajo.

Gortari explica además que miles de pequeños productores, necesitados de dinero contante y sonante, están dispuestos a vender al precio mínimo que esté por encima de los costos directos de la cosecha y del flete al secadero. Aun cuando signifique una pérdida si se tienen en cuenta los costos ya realizados en amortización de equipos, plantación, trabajo familiar y las demás actividades derivadas del manejo del yerbatal, las llamadas tareas culturales [9].

Tres propuestas

En dieciséis años de funcionamiento, el INYM mejoró el ingreso de los pequeños productores. Su participación en el valor del producto final se recuperó hasta alcanzar los niveles previos a la desregulación. Hoy, ronda el 30 por ciento. Es decir: tuvo un impacto positivo en la actividad y redundó en una mayor equidad distributiva hacia el interior de la cadena. No obstante, el resultado dista de ser aceptable.

Frente a esta situación, los sectores más débiles de la cadena proponen modificar la ley del INYM para que, además de establecer el precio de la hoja verde y de la yerba canchada, haga lo mismo con el precio de la empaquetada a la salida de molino. Sostienen que se terminaría con la negativa de los supermercados a pagar un precio que contemple los costos reales que surgen del valor de la materia prima. Adicionalmente, obligaría a los molinos a identificar con claridad sus costos de elaboración y comercialización.

La iniciativa incluye la creación del Fondo Especial Yerbatero (FEY) a través del aumento en la tasa de fiscalización. Dicen que podría generar un fondo anual para distribuir entre el INYM, los productores con yerbatales menores a 30 hectáreas y entre los tareferos en función de la cantidad cosechada en el año. En los dos últimos casos en proporción a los kilos producidos y cosechados.

Aseguran que la implementación mejoraría de manera directa el ingreso anual de los sectores más desfavorecidos y que el FEY acarrearía ventajas adicionales. “Es un dinero que vuelve a la provincia e incentivaría el blanqueo de productores, braceros y de los kilos cosechados. A su vez posibilitaría controlar el cumplimiento de los precios fijados y la correcta recaudación de la tasa de corresponsabilidad gremial”, puntualiza Gortari [10]. El FEY implicaría un incremento muy modesto en el precio al público y tendría un impacto poco significativo en la demanda.

Ayer, hoy y siempre

Misiones concentra el 90 por ciento de la producción de yerba mate y Corrientes el resto. Según el Instituto Nacional de Tecnología Industrial, unas 200 mil hectáreas cultivadas. Walsh relata en su crónica que los viejos pobladores rurales decían que la palabra tarefa viene de tarifa, y que los tareferos eran entonces los viejos mensú; los trabajadores rurales que Horacio Quiroga describió como “flacos, despeinados, en calzoncillos, la camisa abierta en largos tajos, descalzos y sucios” que llegaban “a la capital del bosque” para disfrutar de “la gloria de una semana con el anticipo de una nueva contrata” [11].

Más probable es que tarefa provenga del portugués. Según el diccionario: “Tarea que se debe cumplir en un tiempo determinado”. Trabajo a plazo, diríamos hoy. Casi siempre, tarea a destajo. La geneaología es incuestionable. Los taraferos de hoy y los mensú de ayer son los hombres, aunque también mujeres y no pocas veces niños, que los contratistas siguen trasladando en camiones destartalados a los yerbales, y que regresan al final de la jornada por el mismo camino rojizo cargados con miles de kilos de hoja verde en los raídos, las arpilleras anudadas que contienen la hoja cosechada.

En las últimas dos décadas, la expansión de las fronteras del monocultivo de pino y eucalipto para la actividad pastera, el turismo, y en menor medida la construcción, pusieron en retroceso la actividad. Le ganaron territorio. Pese a ello, tecnología mediante, en 2016 se alcanzó una cosecha récord: 820 millones de toneladas de caá, como conocían los guaraníes a la planta que encomenderos y jesuitas llamaron yerba mate. La tarea sigue siendo la misma. Cortar y quebrar ramas, separar y apilar las hojas.

Para los taraferos todo sigue más o menos igual. Durante la interzafra, buscarán changas. A veces, las encontrarán en la construcción. Caso contrario, migrarán a provincias vecinas en busca de otras cosechas. Los incumplimientos estarán a la orden del día y comenzarán la temporada de cosecha sin un precio fijado. No sabrán cuánto vale su trabajo.

En el último reclamo, durante el corte de ruta 12 entre Montecarlo y Puerto Piray, participaron los trabajadores de los sindicatos de Andresito, Irigoyen, Montecarlo, Jardín América, Oberá, Azara, San José y Apóstoles. La lucha histórica estaba resumida en un cartel: “El placer de tomar mate no puede descansar en la esclavitud del tarefero”.

Notas

[1] Hay unos 8.200 productores, según el INYM. Los relevamientos del INTA señalan que las unidades de menos de 10 hectáreas son el 62 por ciento del total y explican el 25 por ciento de la producción total.  Las de entre 10 y 30 hectáreas son el 28 por ciento y producen otro 25 por ciento. Las explotaciones mayores son apenas el 10 por ciento y generan el 50 por ciento restante de la materia prima.

[2] La cadena de valor genera unos 21 mil puestos de trabajo. El 25 por ciento en los secaderos. Del total, solo el 5 por ciento son asalariados permanentes. El resto, unos 17 mil, son tareferos que trabajan por jornal.

[3] Decreto de residencia firmado por Marcelo T. de Alvear en 1926. Hasta 1955, el rasgo principal es la consolidación de la pequeña y mediana explotación agrícola, en un marco político y económico propicio por la regulación estatal a través de la Comisión Reguladora de la Yerba Mate.

[4] www.economia.gob.ar/peconomica/docs/SSPE_Cadenas%20de%20valor_Yerba%20Mate.pdf

[5] Ley 25.554 El INYM es un ente de derecho público no estatal con jurisdicción en todo el país integrado por representantes del PEN, las provincias de Misiones y Corrientes, industriales, cooperativas, productores primarios, secaderos y trabajadores rurales.

[6]  argentinainvestiga.edu.ar/noticia.php?titulo=tareferos_marginalidad_y_exclusion_detras_de_la_yerba_mate&id=1711

[7] www.vocesenelfenix.com/content/concentraci%C3%B3n-y-diferenciaci%C3%B3n-social-en-la-econom%C3%AD-regional-yerbatera

[8]  www.iade.org.ar/noticias/mate-jaqueado

[9] Un año de cuidado en el vivero, implante, desmalezado, fertilización y control de plagas. La planta necesitará siete años para entrar en la fase de plena producción, que se mantendrá durante 25 años. De allí en adelante, los rendimientos serán decrecientes.

[10] www.iade.org.ar/noticias/mate-jaqueado

[11] Los mensú; en Cuentos de amor de locura y de muerte (1917).

 

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