Si la historia oficial aun esquiva los bombardeos del ‘55, los que sufrió Ensenada son, para muchos, desconocidos. Esta es la historia y la de una casa que acaba de convertirse en Sitio de Memoria.

A la ciudad de Ensenada se la conoce por su industria naval, su 17 de octubre de 1945, la isla Santiago, el puerto, Punta Lara, sus casas de chapa, íconos de trabajo y humildad. Quienes no tienen problemas de amnesia, tampoco olvidan la triste historia que dejó la última dictadura cívico–militar. Allí, en las instalaciones de la Armada Argentina, varios lugares fueron utilizados como centros clandestinos de detención (CCD), como el Batallón de Infantería de Marina 3 (BIM3), señalizado hace tres años como sitio de memoria. Cuna del peronismo –como les gusta decir a muchos de sus nativos-, en la memoria nacional, sin embargo, poco se sabe acerca de las bombas arrojadas allí el mismo día del golpe de Estado del 16 de septiembre de 1955 contra el gobierno de Juan Domingo Perón y que arrasaron un barrio entero.

Conocido como el Flaco, Rodolfo Héctor Ortiz tiene 63 años, vive desde que nació en Barrio Campamento y hace al menos diez que hace de guía en su propia casa –la que heredó de sus abuelos-, la única que sobrevivió a las explosiones en la manzana y en cuyo lugar murió su padre, Rodolfo Celedonio Cholo Ortiz, obrero ferroviario al que define como un “heroico resistente”.

A la vivienda la cuida como a un tesoro, la recorre como a un museo, se sumerge en ella como si fuera un espacio destinado no sólo a los locales sino a todo curioso de la historia. Por caso, los trabajadores del Archivo Nacional de la Memoria que hace más de tres años investigan cada momento de esos hechos puntuales en el marco de otra investigación, que ya lleva siete, sobre los bombardeos de junio del `55 en Casa de Gobierno y Plaza de Mayo. Ese trabajo aportó datos inéditos, tales como el número de víctimas mortales, 300. Los investigadores fueron a fondo: revisaron legajos, estudiaron documentos de guerra, registros civiles y cementerios, rastrearon fojas de causas desconocidas, entrevistaron a familiares de las víctimas, observaron barcos, aviones y cada detalle de lo que esconden los ríos que rodean aquel pueblo.

Conducidos entonces por Eduardo Luis Duhalde y siempre con su libro en mano, El estado terrorista argentino, la hipótesis se enmarca en otros estudios sobre varios procesos de violencia estatal en las décadas del ‘50 y ‘60, que no hacen más que configurar a estos hechos como antecedente principal de lo que fue el golpe de estado de 1976.

Ventosas y milagros

Ortiz se entusiasma con cada uno de sus relatos y no se cansa de contar lo que le toca. Esta vez, al despedirse de sus invitados, se le escapa una sonrisa detrás de su barba y les obsequia esas ventosas que se usaban hace ya mucho tiempo contra el asma –tiene unas 50- y otras cosillas que conserva de lo que quedó en pie después de las bombas, las que derrocaron a Perón y dejaron sin vida a su padre. Pero que no pudieron con sus hermanos, ni con la de su madre, ni la suya.

Al “Flaco”, quien tras su militancia en la JP y en otras organizaciones ligadas a la Tendencia Revolucionaria llegó a ser delegado de la UOCRA en el `72, no se le escapa una. “Ni las bombas pudieron con el General”, dispara con su mirada fija parafraseando lo que siempre cuenta su hermana. Es que aquel día, mientras se caían a pedazos las casas de la cuadra y ellos se protegían debajo de una mesa, el cuadro de Perón quedó –milagro- intacto colgado en la única pared que se mantuvo en pie después de los bombardeos.

La casa de Ortiz, cuya calle hoy lleva su nombre, es una leyenda para los militantes de época. Es considerada “sitio de memoria” porque la ley de sitios 26.691 declara a los sitios de memoria no sólo a los lugares de reclusión ilegal sino a todos aquellos en donde el accionar del Terrorismo de Estado dejó su huella. Desde el martes pasado, la casa ya tiene su marca oficial, la que constituye el puntapié para pensarla como futuro espacio para la reflexión y la memoria. Una marca para una historia que merece ser contada.

Bombas y resistencia

Hacía cuatro días que el país era un campo de batalla, sobre todo en Córdoba y Sierra de la Ventana. Hacía quince que la lluvia no cesaba en Buenos Aires y hacía dos meses que la Marina de Guerra -la fuerza antiperonista por excelencia- se fortalecía gracias a las actuación de la aviación naval durante los bombardeos a la Plaza de Mayo, en donde habían muerto 300 personas. Era 16 de septiembre de 1955 y la isla Santiago -que desde 1943 alberga la sede de la Escuela Naval Militar donde se forman los oficiales de la Armada- no era ajena a esta historia.

Con el amanecer, unos pocos oficiales del Ejército llegaron para sumarse a las filas de quienes no respondían al gobierno constitucional. El enfrentamiento ya estaba por llegar. Durante la madrugada, el almirante Isaac Rojas había recibido a unos cien efectivos, quienes poco después cruzarían el río Santiago para explorar el camino desde Ensenada a la ciudad de La Plata. Su estrategia: copar los puntos claves de la capital provincial.

Esa operación hasta entonces secreta, sin embargo fue detenida poco después por la Guardia de Infantería de la Policía provincial tras recibir el alerta de la inteligencia militar. La consecuencia: perdieron la vida los primeros dos policías: Juan Altamirano y Héctor Zenón Juárez. Para esas horas, los trabajadores del Astillero Río Santiago y vecinos de la zona se sumaban a la resistencia en defensa de la democracia.

La Marina no tardaría en enviar dos agrupaciones mientras preparaba a los barcos patrulleros King y Murature –este último también usado como Centro Clandestino de Detención tras el golpe de 1976-, en posición de tiro hacia el continente para contrarrestar el ataque leal que ya había sido ordenado tras la evacuación de la zona. En ese ínterin, moría el primer civil de un infarto. A la tarde, la contraofensiva terrestre, a cargo del Regimiento de Infantería Nº7 (RI7) con asiento en La Plata, llegó desde Magdalena y los leales del Ejército ya los superaban en número y capacidad de fuego.

En la lejanía, grandes nubes grises aunadas con humo se entremezclaban en un  enfrentamiento que se expandía. Al cabo de un rato, todo sería fuego y muerte. Eran las cuatro de la tarde y los infantes de marina estaban en el Astillero para replegarse en la isla Santiago. Dos conscriptos del RI7, Raúl Di Paolo y José Luis Vitali, cayeron muertos a causa del intercambio de fuego.

En medio de explosiones, algunos civiles -entre los que se encontraban los miembros de la familia Ortiz del barrio Campamento– quedaron en la zona más crítica asistiendo a los miembros del RI7. Fiel a sus convicciones y a su militancia en el peronismo local, el dirigente ferroviario Ortiz protegió a su familia y dio auxilio a los soldados leales heridos. Eran sus últimos minutos de vida. Una bomba lanzada desde uno de los aviones de la Fuerza Aérea, que cayó por error detrás de las líneas leales y destruyó la manzana entera del barrio, se cobró su vida.

Barrio Campamento había quedado en llamas y lo que se veía ahora eran las viviendas de chapa y madera destrozadas, salvo la casa de Ortiz. O aquella pared que sostenía el cuadro de Perón.

 

Sesenta y dos años después, esta historia quedó plasmada de manera oficial en la casa misma. Dos carteles –uno con la cronología de los hechos y otro con  contenidos, elaborados por la Red federal de sitios y la coordinación de investigaciones históricas del Archivo Nacional de la Memoria- difunden hoy los hechos que  habían sido narrados por unos pocos. Hasta entonces nadie había mencionado a los conscriptos del RI7, ni a los policías ni a los civiles caídos. No era el caso de los marinos que perdieron la vida, quienes además de recibir tratamiento protocolar y burocrático instruido por la institución militar, tuvieron una amplia cobertura de la prensa gráfica.

En el marco de esa investigación, se identificaron seis víctimas fatales que, sumadas al resto de los episodios que también se indagaron en todo el país, suman más de 150 muertes. Paso a paso, la otra cara de la historia se fue conociendo con pequeños actos. Desde 2014 la calle de la casa bombardeaada, que aún mantiene la arquitectura de época, pasó a llamarse Rodolfo Ortiz. Al año siguiente la familia, junto a autoridades del municipio, colocó una placa en su memoria.

Al tomar conocimiento de las políticas de señalización y preservación de sitios de memoria que impulsa el Estado Nacional desde la sanción de la ley 26.691 en 2011, el hijo de Ortiz –que hacía años ya estaba vinculada con los investigadores del Archivo- volvió tomar las riendas para que la señalización fuera un hecho.

De esta forma, el martes 14 de noviembre esa marca se convirtió en la primera en instalarse en un lugar vinculado al golpe de Estado de 1955. Una marca que constituye, también, un punto de partida para el análisis de las luchas por las memorias y los sentidos sociales del pasado reciente.

Colaboraron: Mariano Fatala, Gogo Morete, Rafael Cullen y Marcelo Gil