El supermartes pasó. Macri huyó hacia adelante. El Banco Central renovó las Lebac. El resultado: más deuda a mayor costo. El FMI, el pedido de auxilio a la oposición, el espanto del círculo rojo y la ausencia de liderazgo político. Un combo para repensar los escenarios futuros.

Atrapado en su propia lógica, el gobierno huyó hacia adelante. Sorteó el supermartes. Nada que festejar. Las caras del mejor equipo de las últimas cinco décadas lo dicen todo. Se trata, apenas, de un respiro en la alocada carrera de las tasas y el dólar. Con un costo financiero del 40 por ciento anual en pesos, el Banco Central renovó la totalidad del vencimiento en Lebac. Unos 617 mil millones de pesos. Adicionalmente, logró colocar otros 5 mil millones. La movida incluyó la activa participación del Tesoro Nacional que, para evitar presiones adicionales sobre el dólar, colocó a su vez unos 73 mil millones de pesos a cinco y ocho años de plazo a una tasa del orden del 20 por ciento anual. La aparición de los exportadores en el mercado cambiario aportó lo suyo. Lo mismo que los contratos a futuro y la venta de 700 millones de dólares en el mercado de contado que concretó la entidad que conduce Federico Sturzenegger.

Según el ministro Finanzas, Luis Caputo, un combo “exitoso” que interpretó como “un voto de confianza en el país, el gobierno y el presidente Macri”. A su lado, Nicolás Dujovne, en el marco de una brevísima conferencia de prensa, sostuvo que “la política fiscal está en el camino correcto”. En buen criollo: que la bicicleta, por ahora, seguirá girando y que el gobierno continuará con la política de ajuste. Caputo y Dujovne, sin embargo, no pudieron evitar que la realidad cotidiana se colara en la adusta presentación. La devaluación ya se hace sentir en los precios. Poco antes, el Indec había dado a conocer la inflación de abril: 2,7 por ciento: La más alta del año. Un 9,6 por ciento en el primer cuatrimestre. La inflación núcleo de abril, que surge de despejar el IPC de factores estaciones (0,9) y de los precios regulados (5,3) quedó en el 2,1 por ciento. “Estamos convencidos que bajará. Tenemos esperanzas que el índice de mayo sea más bajo que el de abril”, fue la respuesta de Dujovne. Una esperanza que choca contra todos los pronósticos. Incluso contra los más optimistas, que estiman una suba acumulada del 25 por ciento anual.

El círculo rojo en llamas

La intranquilidad es notoria. El incendio de Macri amenaza con alcanzarlos. La ceocracia sabe que el gradualismo, tal y como se lo conoció hasta ahora, es parte del pasado. Inflación, tarifazos y estancamiento son las peores noticias que podía recibir Macri. El fuego amigo, que lo corre por derecha, estima que el panorama por demás sombrío se extenderá hasta la previa de las presidenciales. Hay pronósticos más pesimistas. Son los que hablan lisa y llanamente de una recesión pura y dura. ¿Y si no hay reelección…? El interrogante desvela al círculo rojo. El FMI puede que no ahorque, pero seguro que aprieta. Si lo hace en exceso, el malhumor social pondrá punto final a los pocos globos de colores y a las buenas ondas que todavía persisten. La hipótesis los espanta: habrá 2019 y Macri sería apenas un paréntesis entre dos populismo.

 

Los apoyos externos que consiguió Macri a fuerza de llamados telefónicos son claros. Habrá stand by en la medida en que el gobierno persista en las reformas pro mercado. Las declaraciones del Tesoro de Estados Unidos y de Ángela Merkel no dejan lugar para la duda. Flexibilización laboral y privatización parcial del sistema previsional están en la agenda. Puede que no surjan en lo inmediato. La flotación del tipo de cambio y un severo recorte del gasto público integran el menú principal. Nada de control de cambios, menos aún trabas al giro de capitales. Para peor no hay certeza de que el acuerdo con el FMI implique un crédito contingente en cabeza del Banco Central. Quienes han negociado con el organismo en ocasiones anteriores no descartan que la ayuda llegue muy dosificada. En otras palabras: condicionada al cumplimiento de metas estrictas. ¿Cómo? Algunos dicen que mediante desembolsos trimestrales en cabeza del Tesoro Nacional. La diferencia no es un tecnicismo. Nada de canilla libre. En este caso, para acceder a los fondos habrá que sortear revisiones y condicionamientos fiscales y monetarios. Un vía crucis. Se descuenta que serán de difícil digestión para la sociedad. Nada hace prever el acompañamiento de la oposición. Por las dudas, ante corresponsales extranjeros, Dujovne abrió el paraguas: “Argentina tendrá más inflación y menos crecimiento”, admitió.

El laberinto de Cambiemos

La complejidad de la situación generada es enorme. El stand by del FMI no solucionará la enorme necesidad de dólares que requiere la economía para funcionar. Será apenas un paliativo para evitar males mayores. En el peor de los casos financiará la salida de capitales especulativos. Nada nuevo. Ocurrió con el blindaje en tiempos de Cavallo y Sturzenegger.

Cambiemos quedó encerrado en su propia lógica. La que construyó a fuerza de resignar recursos, de una apertura irrestricta de la cuenta de capital y de la negativa a administrar el comercio exterior. En pocas palabras: el credo liberal agravó los desequilibrios heredados, que eran varios, pero que no presagiaban la crisis actual. Sin dólares genuinos y con los mercados financieros cerrados a la estrategia de colocar montos crecientes de deuda, Macri apuesta a comprar más tiempo.

Foto: Claudia Conteris.

El ajuste en el gasto público que reclama el FMI asegura ya un nuevo torniquete. La primera víctima será la obra pública. Muy posiblemente también el Programa de Participación Público Privada. Los gobernadores serán los primeros en acusar recibo del parate. Más allá de los artilugios contables, el FMI lo contabiliza como deuda. Además, su financiamiento está atado a un mercado financiero volátil y cauto.

El gobierno sabe que tampoco puede comprometerse con el FMI a generar ganancias mediante una mega devaluación. El traslado a precios ya se hace sentir. Es elevado y podría ser peor. Tampoco puede cumplir con una reducción drástica del gasto público primario. El 70 por ciento de los gatos corrientes son prestaciones previsionales y sociales. Además, si la cadena de pagos se frena y las decisiones de inversión se paralizan, la economía real sentirá un impacto aún mayor. En síntesis: hoy, en el laberinto de Cambiemos, la discusión es cómo minimizar el daño.

Y no se trata solo de las pesadillas que revive en el imaginario colectivo los acuerdos con el FMI. Los fantasmas también recorren el mundo de las pequeñas y medianas empresas ligadas al mercado interno. El voluntarismo de Macri ni siquiera convence a las grandes cámaras, que prefieren hacer mutis por el foro cuando son convocadas a reunirse con Cabrera, Dujovne o Caputo. Cuanto mucho balbucean palabras de compromiso. Los aliados de ayer lo miran desde lejos. La crisis económica, en ese contexto, revela una duda mayor: la posibilidad de una vacancia política. De las crisis se sale con liderazgo. La sociedad lo reclama, y los discursos guionados de Macri no dan para el optimismo.

Es la política, estúpido

Macri se despabiló tarde y mal. Acuciado por la necesidad de ampliar su base de sustentación política, salió a convocar “un gran acuerdo nacional para acelerar la reducción del déficit fiscal” de cara al Presupuesto 2019. En la Casa Rosada dicen que hasta setiembre hay tiempo. Marcos Peña ofició de vocero. Abundó en palabras como “apertura”, “generosidad” y “responsabilidad”. Lo mismo que Macri les transmitió en privado a gobernadores y legisladores de la oposición con los que se reunió en los últimos días. Habrá que ver hasta qué punto los convocados están dispuestos a compartir costos. Por lo pronto, la convocatoria ninguneó una vez más a los sindicatos y a las pequeñas y medianas empresas.

El objetivo parece mezquino. Solo se trataría de hacer números. Nada hace prever que el núcleo duro del macrismo busque un pacto social al estilo Moncloa. Algo que desde diferentes sectores, incluso desde el interior de Cambiemos, se le reclama. La propuesta es hija de la debilidad. El vaciamiento de la política que alentó el duranbarbismo le juega en contra. Más aún cuando el diálogo institucional entre oficialismo y oposición está debilitado. Los gobernadores, algunos más, otros menos, ya olfatean la posible vacancia política. Ninguno quiere que le carguen el mote de desestabilizador. Tampoco quieren quedar pegados. La experiencia del Pacto Fiscal que bajó las jubilaciones fue aleccionadora. Saben que el límite es muy finito. Transitan por la cornisa.

¿Podrá Macri atravesar el durísimo camino de la devaluación? Algo es seguro: ya nada será como antes. La crisis demolió los escenarios que alentó el gobierno. La reformas de segunda generación que imaginaba para en un segundo mandato serán de ahora en más la hoja de ruta que exigirá el FMI. La política deberá reemplazar las planillas Excel. Un terreno que Macri y muchos de sus compañeros de ruta aborrecen o desdeñan. Para garantizar la gobernabilidad de cara a la perspectiva de un alto costo social deberán salir del country. Si lo harán o no, el tiempo dirá. La crisis será larga y el núcleo duro de votantes de Cambiemos podría dispersarse. Las encuestas reflejan ya el fastidio de la clase media. El electorado reclama respuestas. En la cancha delineada por el márketing oficial ya no se jugará el clásico macrismo versus kirchnerismo. Si el gobierno no encauza la crisis política y económica, la fuga, muy probablemente, será hacia adelante.