Un trabajo singular del historiador Diego Nemec, donde rastrea las huellas del “Operativo Independencia” inaugurado por el Terrorismo de Estado previo al golpe y continuado por la dictadura en Tucumán en cuatro pueblos creados por los genocidas.

Muy poco se ha escrito sobre la historia reciente de Tucumán, un período que urge analizar, en especial si se repara en el 13,36% de los votos obtenidos en junio por Fuerza Republicana, el partido creado por el genocida Antonio Domingo Bussi. Por esa razón, en primer lugar, es bienvenida la publicación de Pueblos de la “guerra”. Pueblos de la “paz”. Los pueblos rurales del Operativo Independencia (Tucumán, 1976-77), de Diego Nemec. Y sobre todo porque echa luz a un tema casi desconocido incluso en la propia provincia; algo que tuvo en cuenta EDUNT, la editorial de la Universidad Nacional de Tucumán, al seleccionar este trabajo en un concurso anual.

Nemec –un historiador que pasó su primera infancia en Tucumán, adonde vuelve periódicamente– toma el origen y los primeros años de los cuatro pueblos fundados por Bussi durante su gobernación de facto, como punto de partida para abordar la ideología que sustentó al terrorismo de Estado en Tucumán. Se refiere a Capitán Cáceres, Sargento Moya, Teniente Berdina y Soldado Maldonado, decretados entre el 16 de agosto de 1976 y el 6 de diciembre de 1977 en el sudoeste de Tucumán, en paralelo a la ruta 38, a lo largo de 30 kilómetros. Al mismo tiempo fue construida para conectarlos la Ruta Interpueblos, la provincial 324, en el pedemonte de las serranías del Aconquija.

El entonces general Bussi había recibido formación doctrinaria contrainsurgente en Estados Unidos, donde obtuvo el título de “oficial de Estado Mayor del Ejército de los Estados Unidos de América”; y en 1969 había integrado un contingente de militares argentinos enviados como observadores a la guerra de Vietnam, donde estudió las tácticas del ejército invasor. De allí tomó el modelo de “erradicación de poblaciones rebeldes” para gestar el Plan de Reubicación de Poblaciones Rurales, consultado y aprobado por el Presidente de facto teniente general Jorge Rafael Videla.

El objetivo inicial fue restar apoyo al pequeño foco guerrillero del ERP –que de todos modos a fines de 1975 ya estaba literalmente exterminado por el Operativo Independencia– y mantener controladas a las familias que vivían dispersas en la zona. Pero el Ejército aprovechó el proyecto y su realización para edificar los fundamentos para justificar la represión ilegal y sentar las bases de lo que ya estaba siendo la dictadura.

Ese es el primer gran acierto de Nemec, al calificar la fundación de los cuatro pueblos como elementos esenciales del “escenario de guerra” que necesitaba instalar el Ejército en su versión de la “guerra contra la subversión”. “Al estar ubicados en el epicentro de la ‘zona de operaciones’ –resume el autor–, eran escenarios ideales para sobredimensionar los relatos castrenses de los ‘enfrentamientos’ contra los ‘subversivos’, poniendo en primer plano los homenajes a los militares ‘caídos’. Las representaciones de la ‘guerra’ les sirvieron a los uniformados para legitimar y justificar su accionar en la zona, silenciando las formas represivas ilegales y legitimando la vigilancia sobre la población reubicada”.

Pasados 42 años, el Ejército insiste con ese relato: el 5 de setiembre, el actual jefe del Estado Mayor, teniente general Claudio Pasqualini, comandó en Teniente Berdina un acto de homenaje a los presuntamente “caídos” en el “combate de Potrero Negro”, Berdina y el conscripto Ismael Maldonado, desde ese día ascendido post mortem a cabo.

En pueblos concebidos como escenarios bélicos, los tanques de agua, situados frente a la plaza, tuvieron la altura, el formato y las funciones de mangrullos. En paralelo con la alusión a la épica de la llamada Conquista del Desierto, los discursos castrenses y las declaraciones públicas también fueron asociadas a las “guerras independentistas”. Así, los militares elegidos para dar nombre a los pueblos fueron presentados como héroes de esa “guerra antisubversiva”, aun cuando las circunstancias de esas muertes fueran como mínimo dudosas.

Si el monte era representado como “una geografía selvática y de difícil acceso (en la que radicaba el peligro, el mal y el enemigo)”, el despliegue de helicópteros militares en los asentamientos durante la edificación de los pueblos reforzó la puesta en escena castrense. El autor lo resume así: “Los poblados funcionaron como dispositivos que permitían controlar un espacio social y territorial que, desde el punto de vista de los sectores patronales y militares, tenía una tradición de indisciplina social traducida como una de las formas de ‘subversión’”.

La aguda investigación de Nemec, quien rastreó en forma exhaustiva en el archivo de La Gaceta, releva y articula entre sí hechos y personajes que exponen tanto mecanismos como complicidades: altas autoridades eclesiásticas y el presidente de la Corte Suprema provincial entreverados con los generales Bussi y Menéndez, como espectadores de una teatralización de un presunto combate o de un desfile calificado como “brillante” por el diario hegemónico de Tucumán. Ejército, Iglesia y empresarios de la aristocracia local compartieron en aquellos años la mayoría de los actos públicos generados en torno de los pueblos, con los que el primero buscó legitimar la ilegalidad.

Pero al mismo tiempo que asentaba en esos ladrillos y en el cemento los argumentos bélicos de la represión y construía lo que Nemec denomina “una memoria de la ‘guerra’”, el Ejército también los erigió en símbolos de la civilización y de la paz. En primer término apuntó a afianzar la figura de un “Ejército cristiano” que “se presentaba como garante de la religión y defensor de una ‘nacionalidad’ entendida como sinónimo de catolicidad”. Así, unidos por el fuerte anticomunismo, también en este objetivo tuvo la Iglesia un papel destacado. El propio Bussi recordó a los vecinos que, para honrar los sacrificios realizados por los uniformados –Nemec habla de una “exaltación conjunta de la cruz y la bandera”–, tenían que formar hogares acordes con los preceptos de “Dios, Patria y familia”.

Las escrituras de las viviendas fueron bendecidas, para reafirmar la importancia de la propiedad privada. La capilla de Teniente Berdina fue inaugurada con el bautismo de la primera nena nacida en el pueblo; fue llamada Mercedes, acorde con la Virgen de la Merced, generala del Ejército del Norte. Todo el personal religioso mantuvo una supervisión permanente sobre las prácticas sacramentales de los pobladores rurales y de los soldados. A los últimos se les impuso tomar la primera comunión; a los primeros, una vez censados, se los impulsó a formalizar uniones de parejas no casadas (“regularizaciones matrimoniales”), en ceremonias colectivas. En esa reafirmación de la familia tradicional, las madres de los militares caídos fueron mostradas en los actos públicos y ensalzadas como “mujeres ejemplares por haber criado hijos patriotas y creyentes”, en contraposición con las “madres de subversivos” y como una forma de deslegitimar sus reclamos por la vida de sus hijos desaparecidos.

Viviendas de material, agua potable, electricidad, planificación, orden, limpieza, fueron concebidos en el proyecto de los pueblos como lo que Nemec llama “progreso preventivo”, es decir, eliminar las carencias que, según las autoridades militares, daban origen a la “subversión”. Por esa razón también se incluyó galpones, con la intención de facilitar la radicación de industrias, algo que jamás ocurrió. En el fondo, subraya el historiador, Bussi garantizaba a los potenciales capitalistas que podrían contar con mano de obra controlada, en una zona con altas tasas de desempleo debido al cierre de once de los veintisiete ingenios entre 1966 y 1968, y el derecho de huelga suspendido.

Si bien se ha basado en su tesis de maestría en la Universidad Nacional de San Martín (2017), para la versión del libro Diego Nemec ha logrado una escritura llevadera y accesible que, sin descuidar los requisitos académicos, resulta sencilla aun para quienes no conocen la historia reciente de Tucumán; es abundante en ejemplos, pero no cae en la reiteración de conceptos. Buena parte del mérito se debe a los sólidos criterios lógicos con los cuales ha encadenado ideas y conclusiones. Otro de sus varios aciertos se convierte casi en un detalle de estilo: el uso frecuente de las comillas podría resultar irónico, de no ser porque se trata de citas textuales de represores del más alto rango, y de crónicas y editoriales de La Gaceta. Por último, el autor deja constancia de varios otros temas conexos sobre los cuales es necesario investigar, una deuda considerable a la luz del presente de la provincia.

 

SOBRE EL LIBRO

Pueblos de la “guerra”. Pueblos de la “paz”. Los pueblos rurales del Operativo Independencia (Tucumán, 1976-77), de Diego Nemec, es el primer título de la colección Memorias en conflicto, que dirige el doctor Emilio Crenzel, una eminencia en la historia reciente de la provincia. Lo publicó EDUNT (Editorial de la Universidad Nacional de Tucumán) gracias al Proyecto de Apoyo al Desarrollo de Editoriales Universitarias, de la Secretaría de Políticas Universitarias del Ministerio de Educación de la Nación. “Memorias en conflicto se propone potenciar los estudios desde las ciencias sociales y las humanidades en torno a cuestiones relevantes de la realidad tucumana –explicó Crenzel a Socompa–. Para ello, mediante concursos públicos periódicos, convoca a docentes e investigadores a presentar trabajos originales e inéditos los cua-les son evaluados por asesores especializados. La colección asume un carácter plural y, en función de ello, aspira a interpelar a un universo amplio de lectores interesados por nuevas perspectivas analíticas sobre los problemas del Tucumán contemporáneo”.

El próximo concurso cierra el 15 de noviembre e incluye también la selección de otro título para la colección Ficciones, que dirige la doctora Analía Gerbaudo (ver flyer).

Las personas interesadas en adquirir el libro que no residan en Tucumán deben tomar contacto con EDUNT, desde donde se lo harán llegar. Estas son las vías de comunicación:

Editorial de la Universidad Nacional de Tucumán – EDUNT

Teléfono: 0381-452-3140

Dirección: Crisóstomo Álvarez 883 – San Miguel de Tucumán – CP 4000

E-mail: edunt.unt@gmail.com  –  edunt@rectorado.unt.edu.ar

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