Para un gran curioso como lo fue Antonio Di Benedetto, todas las preguntas son posibles. Según contó en una entrevista, de niño pidió estar en el zoológico en el momento del eclipse. Y de allí se trajo dos versiones de qué sucede cuando los humanos están a oscuras.

Qué harán los animales durante un eclipse? ¿Lo notarán? ¿Percibirán ese instante raro, ese paréntesis fugaz? ¿Qué ocurre en lo salvaje cuando la naturaleza juega un chascarrillo? Hay quienes durante un eclipse de sol buscan cómo mirarlo, hay quienes apenas reparan en él, como si se tratara de una miga de pan sobre un mantel, y están los que se preguntan esas cosas que abren a otras preguntas, a universos de posibilidades que, como mínimo, llevan la fantasía a niveles excitantes. Periodismo o literatura. Ficción o no ficción. En la década del 80, en agosto de 1986, para aportar a la precisión, el escritor mendocino Antonio Di Benedetto, vuelto del exilio en España, de la tortura y la detención entre 1976 y 1977, de los premios y la subdirección del diario Los Andes y el periodismo, y la vida, los amores y Zama, El Silenciero y toda su obra, le contó al periodista Jorge Urien Berri algo que, de alguna manera, se vincula con los eclipses de sol y esas miradas que, haciéndole honor a los ángulos difusos, alterados, le doblan la apuesta a lo extraordinario. Lo que hizo el autor de Los Suicidas durante un eclipse de sol, cuando era niño en esa Mendoza de chacras y viento, lo define.

Tenía unos diez años, según contó, así que pongamos que esta historia ancla en la década del treinta; en la primera mitad, porque él nació en 1922. Usemos uno, por ejemplo, el que ocurrió en 1932 que fue total y quedó registrado por la foto de Frida Kahlo y Diego Rivera mirándolo junto a un par de amigos en México. Usemos ese, o el de 1936, que fue en junio, pero volvamos a Mendoza: a esa mañana, en la escuela, cuando el niño Antonio pensó un poco más allá que en eso de que “la luna se interpone entre el sol y la tierra”. Esa vez, se preguntó, por ejemplo, qué pasaba con los animales del zoológico del Parque San Martín cuando eso tenía lugar. Así se lo contó a Urien Berri en la que fue una de las últimas entrevistas que dio antes de morir: “Me prendió como una incitación a ser testigo de ese eclipse, pero también me hizo pensar cómo lo recibirían los animales”. Cuando llegó el día señalado, no se contentó con salir al patio como el resto de sus compañeros, sino que trató de hacer la diferencia:

“Me dirigí al Jardín Zoológico de Mendoza. Pedí hablar con el director para que me autorizara a estar dos o tres horas dentro del lugar, observando si los animales percibían la disminución de la intensidad solar y si mostraban miedo, que era lo que quería saber yo. Me autorizaron. Algunos de mis compañeros, que estaban al tanto de mi experiencia, me esperaron a la salida del zoológico para preguntarme cómo habían reaccionado. Y yo, según quién me lo preguntaba, tuve dos versiones.  A los que les tenía más confianza les decía: ‘Prácticamente no pasó nada, ni se dieron cuenta. Para ellos, no hubo eclipse’. Pero para los más cándidos, a los que yo reputaba de inferiores mentales, les inventé historias. Les conté que el mono había hecho tal o cual cosa con la mona, que el león había bostezado y que el tigre se había abalanzado sobre su enemigo sin necesidad del eclipse porque él se consideraba importante y por lo tanto atacaba con mucha frecuencia”.

De grande volvió a hacer notas sobre el zoológico, ya como periodista de Los Andes, y los animales aparecieron en su obra, más allá de ese mono muerto, “todavía completo y no descompuesto”, flotando en los remolinos que se forman en el agua, como describe en Zama. Mundo animal, su primer libro de cuentos, está poblado de ellos. Y pensemos en ese animal cansado de “Caballo en el salitral”… Alguna vez incluso dijo que, de no haber sido lo que era, habría sido veterinario en el campo. Frases que quedan sueltas… Fue periodista y escritor. Ya lo era, quedaba claro, en ese relato de la infancia que lo pinta en todo su humor, su malicia, su lucidez. Un juego de claroscuros, de bordes difusos, en los que asoma eso que ocurre en ese tiempo donde está todo por decirse y a la vez está todo dicho.

¿Y hoy qué preguntas se estarán haciendo las niñas y los niños con este eclipse que aconsejan ver online?

 

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