Trabajar en una redacción, sobre todo en lo que alguna vez se llamó “información general”, suele resultar azaroso. Lo que manda es la noticia que te toca cubrir, te guste o no te guste. Aunque hay casos en que puede dar satisfacciones impensadas.

El 9 de diciembre de 2012, una notita breve dentro de una gacetilla decía que la Unión Astronómica Internacional había aceptado bautizar un asteroide con el nombre de Anadiego. El organismo tomaba favorablemente la petición de la Facultad de Ciencias Astronómicas y Geofísicas de la Universidad de La Plata que había propuesto homenajear de esa manera a Ana Teresa Diego, una estudiante de esa facultad desaparecida por la dictadura en septiembre de 1976.

Ese día había poca gente en la redacción de Tiempo Argentino. Era viernes, y la mitad de la redacción franqueaba. Pero además, al otro día iba a asumir Cristina Kirchner su segundo mandato, -al que arribaba despues de sacar el 54, 11% de los votos- y varios de mis compañeros de sección se habían ido a hacer notas de color sobre los acampes y la espera del día previo.

La información del asteroide con nombre de desaparecida llamo la atención de María Sucarrat, una de las jefas de redacción del diario, y le pidió a Gabriel Giubellino, mi jefe en la sección Sociedad de ese diario, que metiéramos algo sobre ese tema. Giubellino me vio pelotudeando y me dijo escribite cuatro lucas y un recu de dos sobre esto. Es decir, una página para el tema asteroide. Si da, llamá a alguien, me agregó. No conocía por entonces el nombre de Ana, la busqué un poco y me dije que la nota se escribía sola: Ana había militado en la Federación Juvenil Comunista, la primera fuerza en la que milité orgánicamente. Así que, un poco de la bio de esa joven más la explicación del proceso de asignación del nombre al cuerpo celeste y salían las seis lucas de caracteres con fritas. Pero elegí llamar a la facultad. No porque desconfiara de la información de la gace sino porque la experiencia indica que con un dato boludo que le pifies en estos casos podés generar dolor. El decano de la facultad, Adrián Brunini, me cofirmó que constantemente se descubren asteroides y que la asignación de nombres se solicita a la autoridad mundial en la materia. “Es un trámite usual que las comunidades astronómicas soliciten bautizarlos con nombres de investigadores, pero no hay registros de que se le haya puesto el nombre de alguien vinculado a la lucha por los derechos humanos”, dijo en aquella ocasión Brunini.

Googleé un poco más y encontré un documental sobre Ana, que miré entero en la redacción. Poco antes del cierre, había hecho las cuatro lucas, el recu y una cifra, esos elementos gráficos que suelen usarse para “darle aire” a la página de los diarios. En esa teoría de llenar la página de loguitos y chirimbolos subyace, creo yo, el prejuicio de que los lectores leen poco. Pero ese es otro tema. La cifra de marras decía así: “12 / Hay una docena de asteroides que tienen nombres de argentinos. Anadiego es el primero que lleva el nombre de una estudiante y no el de un investigador.”. Metí minirrepo al decano en el recu y conseguí en alta una foto hermosa de Ana, que se repite afortunadamente una y otra vez en los homenajes que se le hacen en mi micromundo de las redes sociales cada septiembre desde entonces. Con esa sonrisa hermosa, la nota fue a la tapa. Todos contentos, hasta mañana.

Al día siguiente, Cristina mencionó la nota en su discurso de asunción del segundo mandato ante la Asamblea Legislativa. Lo que dijo es muy hermoso y me emociona todavía hoy: “Ustedes dirán por qué esta mención. Porque en la tapa estaba la fotografía congelada de una joven a sus veinte y pico de años. Ahora está en un asteroide su nombre. Por un momento me hizo acordar a una fotografía muy linda que apareció hace unos días de nuestra querida compañera, amiga y presidenta de la República Federativa del Brasil, Dilma Rousseff, muy jovencita también, cuando estaba encarcelada y yo pensé por un minuto que hoy Dilma ocupa el sillón de uno de los países más importantes del mundo. A lo mejor, esta joven podría haber estado sentada en este mismo lugar en donde estoy sentada yo”.  Diez años después, esa imagen de Dilma también nos resuena dolorosamente en la poderosa avanzada de la derecha brasileña que la destituyó.

Antes y después de escribir esa nota, tuve textos que me dieron más orgullo profesional. Temas que investigué y revelé o que expliqué de manera que me dejaron conforme. Notas mejor escritas que esa y notas que me dieron esa engreída adrenalina que amamos los periodistas y que consiste en que colegas que queremos o admiramos nos digan che, qué buen texto.

Pero guardo en mi memoria esa modesta nota entre las más queridas. Esa vez sólo hice mi parte en la cadena de producción de noticias que fueron las redacciones de los diarios en papel. Yo no propuse el tema, no investigué gran cosa. No pude darle a la escritura una vueltita ni siquiera sentimental. La primera persona en el diario de papel hay que justificarla mucho, de modo que no valía contar que yo también había sido de la Fede, ni siquiera podía detenerme demasiado en la sonrisa de Ana. Chequeé los datos para no difundir un bolazo y me ajusté al formato que me pedían en el plazo que me dieron.

Ese día brillé íntimamente, sin resplandores. Brillé con el simple y honesto brillo de un trabajador de prensa.

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