El debate del rol de los “intelectuales” y científicos viene de muy, muy atrás. Desde la escuela alemana de Humboldt hasta las ecoles tecnocráticas de la Francia del XIX, el dilema sobre qué papel juegan las universidades en la sociedad se ha prolongado hasta hoy, sin aparente resolución.

A lo largo del siglo XX, la división dentro de la Academia sobre cuál debía ser su rol dentro de la sociedad (es decir, más allá de sus fronteras de la enseñanza y la investigación) tuvo sus correlaciones políticas, como no podía ser de otra forma.

Las industrias químicas, metalúrgicas, aeroespacial y bélicas fueron las protagonistas de los programas de investigación tanto de la URSS, la Alemania nazi, EEUU o Japón durante la primera y segunda guerra mundial. Las ciencias aplicadas, a grandes rasgos, se llevaron la palma dentro del amplio panorama ideológico de ese siglo.

Eso derivó con el tiempo en una concepción de la Universidad como agente económico de los recién creados estados-nación, donde la Inteligencia racional de la Ciencia pasaba a tener un rol central en el crecimiento desarrollista de los distintos proyectos políticos.

La “línea humanista” apareció con fuerza pasados unos años de la posguerra, especialmente en la ex Francia ocupada y la Alemania en el exilio. Personajes como Camus, Adorno, Sartre, Arendt, Bordieu y muchos más llamaron la atención sobre esa deriva tecnocrática del horror practicada por las potencias mundiales, como en los campos de concentración y gulags, intentando así potenciar una suerte de hermenéutica emancipadora desde las Letras.

Los 60 y 70s continuaron este camino, abriéndose a otras geografías no occidentales y con más participación de mujeres (Foucault, Derrida, Said, Kristeva…). Sin embargo, a pesar de gozar de cierta popularidad en muchos de los casos, el debate del rol de la Universidad en la sociedad pasó a un segundo plano, y se focalizó más en el dilema sobre el rol del intelectual como persona.

De esta manera, la cuestión del papel del Conocimiento fuera de los campus universitarios pasó a ser una cuestión ética y moral, saliéndose de la esfera política y la gestión.

Capitalismo cognitivo y elitización

Esta deriva fuera del ámbito de la institucionalización terminó discurriendo sobre dos cauces: por un lado, una sobre-elitización de la discusión en petits comités de intelectuales y periodistas humanistas; por el otro, un revival tecnocrático empujado por la nueva tendencia del mundo empresarial post caída del Muro de Berlín: el management y la nueva gestión pública.

En el primer caso las Letras híper culturizadas y el periodismo de divulgación científica comandaron el conflicto entre teoría y praxis, haciendo del pensamiento crítico un arte de la fragmentación. En el segundo, más pragmático y anglosajón, el debate se insertó en un consortia Universidad-Empresa llamado Capitalismo Cognitivo.

El círculo vicioso comenzó así a girar hasta llegar a la actualidad: los “intelectuales” critican en sus artículos indexados la comercialización de la Transferencia del Conocimiento por y para el Capital; y los laboratorios de I+D+i de las universidades del Primer Mundo patentan sus investigaciones co-financiadas por empresas farmacéuticas, etc.

Sur

En nuestro sur el rol de la ciencia tuvo sus propias dinámicas, bien situadas a su contexto e Historia. A grandes rasgos, el debate sobre la Universidad quedó pegado en los años 50s a un desarrollismo industrial muy incipiente (energía nuclear, automotriz) y/o en el negocio agro-exportador (semillas, tractores) típico de nuestra zona y su inserción en la división internacional de la economía.

Si bien en los 60s y 70s supieron haber grupos de académicos que cuestionaron la implicación de la intelligentsia en el ámbito socio-político, el papel otorgado a las universidades sudamericanas osciló casi siempre entre un profundo pensamiento crítico libertario y un apoyo implícito a los proyectos de industrialización liviana, muy ligadas a un Estado potencialmente soberano.

Estas tres vertientes enmarcaron en los 80s el debate del rol de la Academia en unión al Estado, presuntamente a causa de no poseer, a diferencia del Primer Mundo, una burguesía nacional(ista), por un lado, y una democracia consolidada, por el otro.

Esto dio paso a una cultura subsidiaria de fuga y desguace de las arcas públicas bien estudiada por muchos teóricos de la ciencia, prolongándose hasta hoy con las más modernas empresas de IT (Telecomunicación, etc.).

En ningún caso existió, a pesar de sí haberse desarrollado cambios en otros ámbitos (Ley Audiovisual, Ley de Género, etc.) un proyecto que alinee a la Academia hacia un horizonte común, lo que se conoce como una “agenda científica”.

Propuestas para una Universidad de todxs

Hecho un breve repaso sobre el estado de la cuestión, proponemos aprovechar los “vientos de cambio” de la nueva deriva política para facilitar algunas ideas que no necesariamente son una copia de lo que se viene haciendo en el Norte global, cuyas realidades y posibilidades financieras escapan a nuestras capacidades concretas, hoy.

La manera que tienen los docentes e investigadores de conseguir mejoras, bonus, re-categorizaciones de su puesto y sexenios es, aquí en Argentina y en muchos países del Sur, a través de su experiencia acreditada, es decir, mediante la evaluación de lo que se conoce como “Excelencia Académica”. Así, distintos métodos no del todo homogeneizados categorizan y puntúan los curriculum vitae científicos para su posterior actualización-proyección.

Los elementos, llamados aquí en la jerga “Variables”, se guían mayoritariamente por lo que otras agencias de calificación de la excelencia académica occidental filtran en sus respectivos territorios: publicaciones en revistas indexadas de habla inglesa e I+D+i financiadas por organismos públicos.

Tomando en consideración las potencialidades que abren los nuevos gobiernos progresistas en la región, sería menester introducir en el país una experiencia piloto de calificación unificada a través de una agencia pública para todo el territorio. Este primer paso institucionalizaría y daría coherencia a través del incentivo que muchos sabemos y reconocemos como vital para la vida material de los y las trabajadoras de la educación superior.

Esta primera experiencia común no descartaría las variables estándar de promoción académica. Sabemos que toda experiencia primigenia en gestión pública necesita echar andar para reformularse en el camino. La publicación de artículos en revistas especializadas extranjeras seguiría siendo primordial.

Sin embargo, la inclusión de nuevas métricas alternativas reformularían desde la normatividad el rol tradicional del académico, yendo más allá de la libre elección individualizada del científico.

Investigaciones participadas por no académicos (producción), colaboraciones en proyectos de la sociedad civil (extensión), informes para organizaciones sindicales (apoyo técnico), publicaciones en revistas no científicas de divulgación popular (diseminación), charlas con y dentro de los movimientos sociales (comunicación), derechos de propiedad públicos sobre las patentes y comercialización subsidiada de los “spin offs” (output), transferencia de la tecnología priorizando las empresas públicas y Pymes (cadena de valor).

Estas podrían ser algunas de las variables a tener en cuenta en la nueva agenda científica.

La transferencia del conocimiento se enmarcaría así en un marco común que daría una forma concreta de implementación. Para los primeros estadios, se necesitaría una transición con apoyo comprometido del Estado, que desde el Ministerio de Educación y Ciencia evaluaría el Impacto de estas políticas públicas.

Sabemos que los obstáculos son muchos, y que la voluntad política a veces no va de la mano con la innovación real de la gestión pública. A pesar de ello, podemos matizar esta afirmación mirándolo desde este punto de vista: si el Capitalismo Cognitivo logró desde las agencias de evaluación de la excelencia mercantilizar la investigación aplicada, ¿Por qué no podríamos desarrollar un “Socialismo Cognitivo” desde la re-articulación de las mismas?

La organización de la transferencia del conocimiento puede ser el primer paso para una verdadera ciencia pública para todos y todas.

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