La letalidad del coronavirus responsable de la pandemia de covid aumenta en las personas que padecen ciertas enfermedades. El cáncer es una de las principales. Un grupo de investigación advirtió que ambas patologías comparten mecanismos moleculares en común. Esta observación podría aprovecharse para, con medicamentos ya existentes, reducir la mortalidad por covid de quienes padecen un cáncer.

La investigación científica no consiste solamente en hacer experimentos. Quienes trabajan en un laboratorio pasan muchas horas durante las cuales no están mirando por el microscopio ni manipulando un tubo o una pipeta. Son momentos del día, o jornadas enteras, en los que se dedican a actualizarse leyendo papers escritos por colegas de distintas partes del mundo.

También, hay horarios durante los cuales se reúnen con sus compañeras y compañeros del laboratorio para intercambiar conocimientos y proponer y discutir ideas.

La pandemia de covid limitó la actividad presencial y la posibilidad de hacer experimentos. Entonces, hubo más tiempo para la lectura y la abstracción. Fue un período más fecundo para las ideas.

En ese contexto, un grupo de investigación de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA (Exactas UBA) mantuvo infinidad de encuentros virtuales en los que se compartieron conceptos, reflexiones y conjeturas que fueron dando forma a una hipótesis que acaba de publicarse en la revista científica Cell Death and Disease.

COVID-19 y cáncer utilizan mecanismos moleculares en común para invadir el organismo.

El trabajo pone de manifiesto que el coronavirus, responsable del covid, y el cáncer utilizan mecanismos moleculares en común para invadir el organismo. También, plantea que este fenómeno podría explicar por qué una enfermedad es comorbilidad de la otra. Además, propone que algunos medicamentos ya existentes podrían ser una alternativa terapéutica para las personas con cáncer, covid y otras infecciones.

Ciencia en pandemia

El coronavirus no limitó completamente la actividad en los laboratorios. Varios grupos de investigación de Exactas UBA pudieron aportar sus conocimientos previos para trabajar en temas relacionados con covid.

De hecho, en el Instituto de Biociencias, Biotecnología y Biología traslacional (iB3) de Ciudad Universitaria, un equipo interdisciplinario de investigadoras e investigadores desarrolló un sistema de muy bajo costo y alta eficiencia para producir a escala industrial una proteína del coronavirus que se utiliza para la elaboración de test diagnósticos, de antisueros y de vacunas. Un desarrollo que, hace pocos días, les valió la Gran Distinción del Concurso Nacional de Innovaciones (INNOVAR) del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Nación.
El conocimiento adquirido durante esa experiencia de trabajo con el coronavirus fue capitalizado por los grupos de investigación del iB3 para sus líneas de trabajo habituales. Es el caso, por ejemplo, del grupo de Biología de Sistemas y Filosofía del Cáncer.

Ellos estudian desde hace años los mecanismos moleculares que utilizan las células tumorales para desarrollar un cáncer. Pero, con el advenimiento de la pandemia, comenzaron a leer papers que daban a conocer investigaciones relacionadas con el coronavirus y covid.
“Como trabajamos en cáncer, empezamos a seguir con bastante interés los trabajos que mostraban que el cáncer era una de las comorbilidades que provocaban mayor mortalidad por covid”, cuenta Matías Blaustein, investigador del CONICET en el iB3.

Esta mayor letalidad del coronavirus en las personas con cáncer suele adjudicarse a la inmunosupresión provocada por muchos tratamientos oncológicos, que terminan debilitando al sistema inmune. Pero, por la experiencia adquirida en sus trabajos previos, Blaustein y su equipo de investigación consiguieron ver que esa elevada mortalidad podría deberse a algo más.

Vivir y dejar morir

Ellos vienen estudiando desde hace años a un grupo de proteínas que son clave en el mecanismo que determina el destino de una célula. Son moléculas que forman parte del “control maestro” que decide si una célula vive y prolifera, o se muere.

“Durante la pandemia, empezaron a publicarse papers que informaban cuáles son las proteínas celulares que se activan durante la infección por coronavirus y vimos que, entre ellas, estaban las proteínas que nosotros venimos estudiando”, recuerda Blaustein.

Esas moléculas cumplen un rol esencial para la supervivencia de un organismo porque son un engranaje crucial en el mecanismo que induce a morir a una célula que pueda significar un riesgo.

Por ejemplo, el control maestro le bajará el pulgar a una célula que es infectada por algún microorganismo, o a la que sufre una mutación que altera su funcionamiento, o a la que ya está demasiado vieja para cumplir correctamente con sus funciones vitales.

Este mecanismo que decide la vida o la muerte de una célula toma su decisión después de evaluar “los datos” que le llegan a través de diferentes vías de transmisión de información. Una de esas rutas, está controlada por una proteína denominada AKT; otro de esos caminos está manejado por un grupo de moléculas proteicas que funcionan como un sistema de sensores que recibe el nombre de UPR.
La proteína AKT y el sistema UPR son, precisamente, el objeto de estudio de una de las líneas de investigación que viene desarrollando el equipo de Blaustein.

“Nosotros sabemos que el cáncer se apropia de este mecanismo para evitar que las células tumorales sean inducidas a morir y, de esta manera, puedan seguir multiplicándose. Los virus también cooptan este mecanismo porque, para replicarse, necesitan que la célula se mantenga viva”, comenta Blaustein.

Propuesta vital

La relevancia que tiene este mecanismo para decidir el destino celular condujo a que, actualmente, muchos grupos de investigación del planeta estén enfocados en el estudio de la proteína AKT. Por la misma razón, varios laboratorios del mundo investigan a las proteínas del sistema UPR.

“Estas dos vías de señalización se vienen estudiando de manera separada”, consigna Blaustein. “Nosotros generamos el primer trabajo de revisión que vincula a estas dos vías en el contexto particular del cáncer y de la infección viral, mostrando que hay elementos en común entre estos dos mecanismos de cooptación”, señala, y sugiere: “Si hay mecanismos en común que son cooptados por el cáncer y que son cooptados por covid, empezamos a ver una razón más de por qué, justamente, uno es comorbilidad del otro”.

En este sentido, el investigador explica que “poner en diálogo a estas dos vías nos permitió plantear que podrían usarse fármacos que actúen sobre este sistema de control maestro de manera complementaria al uso de vacunas y de ciertas terapias oncológicas que provocan inmunosupresión”.

Según Blaustein, el uso de medicamentos dirigidos a regular este sistema y que no generen inmunosupresión tendría varias ventajas: “Por un lado, generar fármacos dirigidos contra nuestras proteínas, que no mutan ni cambian tan rápido como las de los virus, es una estrategia que permitiría sortear el problema que genera la aparición de nuevas variantes virales. Por otro lado, posibilitaría tratar a las personas inmunosuprimidas que suelen no responder a las vacunas y, en cambio, sí podrían responder a fármacos”.

El investigador sostiene que “ya existen medicamentos que podrían probarse”. Y da como ejemplo el Nelfinavir, un fármaco utilizado para tratar el VIH: “Es una droga que regula la AKT y la UPR y que no provoca inmunosupresión”, explica, y finaliza: “Ante potenciales nuevas pandemias de origen infeccioso, es importante encontrar terapias contra el cáncer que no comprometan inmunológicamente a los pacientes. La investigación de fármacos existentes para nuevos fines terapéuticos podría reducir significativamente el tiempo y los costos en comparación con el descubrimiento de fármacos nuevos y, a su vez, podría ser una alternativa terapéutica para los pacientes con cáncer, covid y otras infecciones”.

El trabajo publicado lleva las firmas de Mariana Suaya, Gonzalo Manuel Sánchez, Antonella Vila, Analía Amante, María Cotarelo, Mercedes García Carrillo y Matías Blaustein.

Fuente: NexCiencia.