Algunas hipótesis y aproximaciones -todavía al calor del resultado electoral – sobre el futuro de Brasil luego de la victoria de Jair Bolsonaro sobre Fernando Haddad y los factores que la hicieron posible.

Esta vez las encuestas no le erraron y se cumplió lo previsto: Jair Bolsonaro es el nuevo presidente del Brasil. Mucho se ha especulado sobre las causas de este resultado, desde las desilusiones con la segunda etapa del gobierno del PT, a la utilización de un bombardeo de fake news, hasta la apelación a la fuerza del racismo y la homofobia de una parte importante de la población. Es probable que se haya dado una combinación de estas y otras causas, aunque no podamos determinar en qué proporción.

La pregunta que hoy están dando vueltas es simple: ¿y ahora qué? A esta altura solo se pueden acercar algunas hipótesis y aproximaciones sobre los rumbos del oficialismo y de los opositores.

Como primer apunte, el tema de la corrupción es el ariete que viene usando la derecha y la ultraderecha para enfrentar y derrotar a los gobiernos populistas, por ahora en las urnas. En esta estrategia les cabe a los medios un papel más que importante, atacando primero y blindando después. Lo que lleva a pensar es hasta qué punto se pueden sostener propuestas progresistas sin tener peso en la circulación de la información. Una pregunta para la que la victimización no alcanza como respuesta, además de llevar al desánimo y la resignación.

Otro tanto sucede con el tema de la inseguridad. Contra la inclusión social que propone como solución de largo plazo, la derecha ofrece represión (en el caso brasilero es probable que sea muy exhibida) para resolver la cuestión de manera casi inmediata. La experiencia argentina –en la cual se amplió, equipó y protegió a las fuerzas de seguridad- no parece haber dado resultados. Aquí los medios también dieron su ayuda: se ha pasado de la denuncia permanente de lo que alguna vez se llamó inseguridad (motochorros, pirañas, pequeños asaltos) a gran despliegue alrededor de crímenes que ocurren en ámbitos privados o en circunstancias excepcionales como el caso del prefecto que mató a un hombre por una discusión de tráfico.

Por otra parte, hay un interrogante que queda abierto y que ya será imposible de responder: ¿Quién sería hoy presidente electo de Brasil sin Lula hubiera podido participar de las elecciones? No es una cuestión sin importancia, no sólo porque el encarcelamiento de Lula fue una jugada estratégica del establishment brasilero para impedir que el PT volviera al gobierno. Permitiría ver si la sociedad brasilera votó a Bolsonaro por sus promesas de campaña o porque vota liderazgos carismáticos. Y en este último caso, pondría en evidencia una vez más la falta de construcción y de promoción de la conciencia política que parece ser una marca de fábrica de los gobiernos de corte popular que hubo en los últimos años en la región, con las probables excepciones de Bolivia y Venezuela.

Volviendo a Bolsonaro, su primer discurso como presidente electo fue más conciliador que las palabras de las que se valió durante toda la campaña. La escenografía incluyó a una mujer como traductora al lenguaje de los sordomudos (con un énfasis y gestualidad que se puede suponer preacordado) y de un negro con una camiseta partidaria a sus espaldas. Como para hacer las paces con los sectores que más había denigrado. No llegó su audacia a exhibir en el palco a un gay y a una lesbiana como muestra de tolerancia. ¿Se puede creer que esta baja en la violencia de las palabras tendrá su correlato en la realidad?

Es cierto que en estos tiempos los candidatos en campaña suelen sobreactuar gestos y extremar definiciones -como las de mano dura o las xenófobas – para obtener votos y que luego, en el ejercicio del poder, actúan de la manera más conciliatoria, pero también es cierto todo lo contrario. Y no es menos cierto -basta ver el caso argentino, que dista de ser el único – que la gran mayoría miente descaradamente.

Los tonos a veces muestran y a veces esconden. Se puede pensar que por ahora quiere mostrarse como alguien más potable para el mundo (como es costumbre en el hemisferio, habló de la reinserción de Brasil en el mundo), porque de últimas debe salir a negociar con los países “más desarrollados” que, con la excepción de los Estados Unidos, suelen practicar mejores modales y no incurren abiertamente en cosas tales como el sexismo y el racismo, rechazados por una parte importante de sus sociedades.

Las posibles similitudes con lo que ocurre en la Argentina resultan poco probables. Macri ganó las elecciones sin decir qué es lo que iba a hacer y prometiendo cosas que sabía que no haría. El programa actual de gobierno no servía para ganar votos masivos. En Brasil, pasó lo contrario, Bolsonaro ganó prometiendo lo que va a hacer y sabe que se juega mucho en esto, por más que deba negociar o morigerar algunas de sus propuestas y posturas más extremas.

Bolsonaro, por otra parte, es el primer presidente elegido en el subcontinente en reivindicar abiertamente una dictadura. Esta excepcionalidad puede estar hablando de un rol que se autoadjudica. Hay posibilidades de que, a partir de su llegada al poder, Brasil se termine convirtiendo en una especie de gendarme neoliberal de esta parte del mundo. De hecho, eligió durante su campaña como blancos a Venezuela y Bolivia. Tampoco dejó de hacer críticas al Uruguay del moderado Frente Amplio.

Brasil tiene el poder para hacerlo y Bolsonaro probablemente la voluntad de ejercer esa potestad. Haría el trabajo de Trump que por ahora está ocupado en otros escenarios que el patio trasero.

Además, el triunfo de un candidato que se suma a la ola neoliberal pero desde un lugar de ultraderecha abre un nuevo escenario de la región que fortalece a los gobiernos que comparten políticamente, aun con sus matices, su misma orientación. Para decirlo de otra manera, es probable que Bolsonaro se convierta en un modelo político a seguir, sobre todo en el aspecto represivo por parte de aquellos gobiernos que -como el argentino o el ecuatoriano – están practicando ajustes brutales sobre su población. De hecho, el periodismo argentino de corte oficialista lo ve como una llegada positiva, aunque con rasgos discutibles, al mundo de la política. A esto habría que agregar la rápida salutación de Macri, incluso antes del cierre de los comicios, y el tuit de Massa casi celebratorio.

Otras promesas que sí Bolsonaro va a cumplir es la del achicamiento del Estado (incluso fue muy enfático a este respecto en el discurso posterior a la victoria), en la presencia de militares en su equipo y en avanzar en la reforma laboral, en este caso para “mejorar la competitividad” de los productos brasileros y así aumentar las exportaciones. Junto con esto se habla de una devaluación y de una rebaja en los impuestos, todas malas noticias para el gobierno de Cambiemos, porque cerraría una parte importante del mercado brasilero a los productos argentinos.

Es así, el pez neoliberal grande se come al pez neoliberal chico.