Hace 35 años, el 19 de noviembre de 1982, Ataúlfo Pérez Aznar fue cámara en mano a la Plaza Moreno de La Plata para fotografiar la última celebración del centenario de la ciudad. Allí fotografió a la dictadura en fuga.

El hombre gordo se va del palco, de la escena. Se va de todo (él no es nada, ni siquiera su imagen, aunque esa imagen de la que no sabe nada, aun sintiéndola en sus tripas mientras se va del palco, sea un símbolo: un significante vacío lleno de mierda). Se va de todo menos de la foto, una foto que el hombre gordo de anteojos negros ignora, que no sabe que lo ha capturado en su gris de blanco y negro, en su todo gris que no puede más, en su huida. Porque, no cabe duda, lo que captura la foto es una huida.

Para decirlo de una vez: sin esa foto no habría documento de esa huida. Y no se trata simplemente de la huida del hombre gordo; es mucho más que eso.

19 de noviembre de 1982.  Plaza Moreno. Centenario de la fundación de La Plata. Trato de imaginar (me lo imagino, como puedo) a Ataúlfo Pérez Aznar, a Fufo, detrás de la cámara, enfocando ese palco a punto de quedar vacío, dónde sólo queda un hombre gordo que se va, que huye de un ritual que está a punto de terminar para no repetirse jamás.

Es (quizás sea) la dictadura que se va.

Pero, claro, todo esto es para mí (desde mí) apenas una resignificación. Entonces, me pregunto ahora por qué Fufo gatilló detrás de la cámara, disparó, le tiró a su manera al hombre gordo. A ese hombre gordo que siguió caminando y dejó casi vacío el palco oficial. Y digo casi porque ahí quedó un micrófono solitario (LS 11, Radio Provincia, la radio oficial) que trataba de seguir hablando su propio discurso, el que encarnaba y pronunciaba el hombre gordo. Las palabras metálicas de la muerte, las de ese gordo de mierda que huía pero seguía diciendo lo mismo como si nada. Esa oquedad discursiva que, más que nunca en la retirada,  justificaba una inédita y deliberada mortalidad: la del genocidio.

Lo que intento pero no puedo imaginarme es a Fufo detrás de la cámara. Qué buscaba, qué sentía, qué miraba, qué sabía o intentaba saber cuando (lo) enfocó. Al palco, al hombre gordo, a la dictadura en esa retirada en la que se llevaba todo.

La Plata era (había sido) nuestra ciudad. La del Colegio Nacional, la de nuestras ratas, la de nuestras pelotudeces, la de nuestras militancias, la de nuestros sueños, la que nos acunó y nos propuso una revolución frustrada, imposible, derrotada, mortal.

La Plata era (había sido) esa Plaza Moreno donde ahora – 19 de noviembre de 1982, día del centenario – Ataúlfo Pérez Aznar gatilla la cámara apuntándole al hombre gordo, a esa panza de animal genocida.

No sé por qué fue ahí, no sé por qué lo hizo, ni qué vio en el palco o qué descubrió en el hombre gordo que huía. Tampoco sé si le tembló la mano.

Sólo sé lo que veo casi treinta años después.

Cuando huye, el hombre gordo (capturado por la cámara de Fufo) se lleva, tragados en su panza, a Roberto Rocamora, a Rubén Leonardo Fosatti, a Eduardo Navajas, a Ricardo Poce, a Graciela Pernas, a nuestros compañeros, a todos los demás.

El 19 de noviembre de 1982, Ataúlfo Pérez Aznar, quizás sin saberlo, fotografió a la muerte.