Lejanos ya los tiempos en los que se consideraba a nuestro gran boom subcontinental una corriente literaria, una sola identidad. Los escritores, sin embargo, vivos o finados, siguen ahí con sus obras, muchas de ellas valiosísimas. Un paseo desestructurado por la obra de toda esta gente linda, como quien juega al ta-te-ti.

Como toda categoría literaria con pretensiones de exhaustiva, la del “boom latinoamericano” contiene en sí misma dos pecados: o bien es demasiado amplia y termina incorporando autores cuyos estilos apenas resisten comparaciones rigurosas. O, cosa que sucedió mientras el fenómeno estaba en pleno desarrollo, fue demasiado restrictiva y dejó afuera a autores que hubieran merecido ser incluidos.

Cuando se cumplen 60 años de la publicación de La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa y 55 de la aparición por primera vez en Buenos Aires de Cien Años de Soledad, de Gabriel García Márquez, es pertinente preguntarse ¿qué queda del boom? ¿Sigue siendo una categoría válida para los nuevos lectores? ¿Y su herencia? ¿Siguen estando en vigencia todos sus textos? ¿O sólo algunos han resistido el paso del tiempo?

Antes de que me tiren con un par de ejemplares de Rayuela por la cabeza (emulando a Cortázar), aclaro que las palabras que siguen a continuación surgen de un personalísimo modo de lectura más que de un pretendido rigor crítico. Ahora sí, metámonos en el baile.

Para comenzar, convendría ponerse de acuerdo al menos en algo: el mentado boom no fue, desde el comienzo, una corriente literaria ni una vanguardia al estilo del “surrealismo” europeo o del “realismo sucio” norteamericano. Sino más bien el brillante “invento” de marketing de una señora muy grande con las alas enormes llamada Carmen Balcells (Lérida, 1930-Barcelona, 2015) quien en vida fue la agente literaria más famosa del mundo hispano.

Bajo su cobijo y empuje el “boom” le posibilitó a una decena de escritores latinoamericanos transformarse en lo que antes sólo era un sueño húmedo: ser superventas. Al frente de la caballería, los tres jinetes del apocalipsis literario: Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes. En el pelotón de acompañamiento (siempre de acuerdo a cómo fueron incluidos/excluidos en su tiempo) Juan Carlos Onetti, Julio Cortázar, Juan Rulfo, Alejo Carpentier, Jorge Amado, Augusto Roa Bastos, Manuel Scorza, José Donoso, José Lezama Lima, ¿Jorge Luis Borges? (los signos de pregunta no hace falta explicarlos). Y en la comparsa que cierra el desfile: Joao Guimaraes Rosa, Miguel Ángel Asturias, Ciro Alegría, Manuel Puig, Filisberto Hernández, Juan José Saer, Elena Garro, Juan Edmundo Pérez Desnoe, Leopoldo Marechal, ¡Ernesto Sábato! (¿explico los signos?), Adolfo Bioy Casares (¡¡¡aquí también tendría que exclamar!!!), María Luisa Bombal, Rómulo Gallegos, Guillermo Cabrera Infante, Arturo Uslar Pietri y cualquier otro autor de la región que haya hecho algo más o menos valioso por aquellos años y que el capricho de los críticos quiera incluir.

Úsese para lo que sea

De semejante caldo cualquier ungüento puede surgir, dirán ustedes, queridos lectores contemporáneos. Como no soy hombre de cánones ni tengo cuero para atreverme a hacer uno. No es mi intención discutir la pertinencia de semejante lista, sino más bien abrir otro tipo de polémica: ¿cuántos de estos autores han resistido, en pleno siglo XXI, el apolillante paso del tiempo? ¿Quiénes son leídos hoy todavía? Y, lo que a mi juicio importa aún más todavía: ¿cuáles pueden aportar a las nuevas generaciones de escritores caminos narrativos y estilísticos que sean válidos para oxigenar la literatura del continente, huérfana ahora de Carmen y su prodigiosa criatura?

Más allá de los caprichos editoriales (nunca terminaré de entender con qué criterio reeditan a algunos y olvidan a otros), algunas puntas es posible extraer si nos sumergimos en la antigua galaxia. Empecemos por los tres Jinetes del Apocalipsis: de los tres que encabezaron la tropilla, el que sin dudas resiste los cien años de soledad es Gabriel García Márquez. Va a resultar difícil quitarle el trono. Carlos Fuentes, mientras tanto, va camino a transformarse en una glamorosa momia. De su extensa producción bien se puede rescatar La Muerte de Artemio Cruz (las editoriales lo hacen) y una joya olvidada: Terra Nostra (los invito a tratar de conseguirla en alguna librería que no sea de usados). Mientras que Vargas Llosa sufre un evidente ataque de verborrea, compitiendo contra sí mismo por ver qué publica cada año que pueda ser más aburrido que lo que publicó el año anterior, muy lejos ya de las joyas con las que se ganó merecidamente el Nobel: la experimental y fantástica Conversación en La Catedral y esa extraordinaria epopeya que es La Guerra del Fin del Mundo.

Adelante, pelotón

Cuando nos metemos con el pelotón de acompañamiento las cosas se ponen más peludas. Borges, como es obvio, está fuera de discusión. Su actualidad es eterna. Aunque él nunca se haya “autopercibido” como parte del “boom”. Cortázar sobrevive en sus cuentos (¿quién que tenga más de veinte años se atreve a leer Rayuela hoy en día?). Juan Rulfo es como Borges: no hay quien le niegue su permanente poderío (aunque sus obras se publicaron antes de que el “boom” comenzara). ¿Y los demás?

Capítulo aparte merece Juan Carlos Onetti. Gracias a la lujosa y persistente labor editorial de Eterna Cadencia, el uruguayo ha sido reeditado recientemente de forma casi completa. Y al parecer no para de ganarse nuevos lectores, nacidos muchos de ellos cuando el “boom” ya había dejado de estar en pañales. Erróneamente considerado un escritor realista en su tiempo, la potencia de sus novelas breves y la majestuosa trilogía de Santa María (La Vida Breve, El Astillero y Juntacadáveres) forman parte de lo mejor del género fantástico rioplatense. Si no lo han leído, prueben y verán.

Otro que hubiera merecido estar entre los más destacados, pero que sufrió un incomprensible ninguneo fue Manuel Puig. Sin embargo, su venganza está presente hoy en cualquier librería. Dicho sea de paso: alguien debería situar ya de una buena vez a The Buenos Aires Affair entre las mejores novelas argentinas del siglo XX. Vanguardista inclasificable, quien busque senderos para explorar nuevos caminos, ahí tienen a un brujo mayor.

Sigamos explorando el caldo: Saer goza de buena salud en Argentina (aunque él tampoco se sintió nunca parte del “boom”. Desconozco si el resto de América Latina lo aprecia tanto como nosotros. El Limonero Real y Cicatrices todavía tienen mucho jugo para dar. Filisberto Hernández ni llegó a enterarse de que el “boom” existía. Murió en 1964 en la pobreza. Pero su obra es tan original y portentosa que sigue estando presente. Omnipresente diría: se lo edita y se lo lee no sólo en lengua española. Bioy Casares es otro superviviente. Aunque él tampoco se creía parte de la familia “boomera”. Y aunque todos conocen La invención de Morel, hace falta recordar que también publicó otras joyas: Dormir Al Sol y El Sueño de los Héroes todavía hoy te dejan anonadado.

¡Y el resto del pelotón? Como todo arte, la literatura tiene sus raros tiempos. Y es frecuente encontrarse con autores que de repente dejan de ser leídos, porque ya no interpelan al tiempo presente y con otros que son rescatados y cobran vigencia después de largos olvidos. Ahora sí, preparen los tomates y dispónganse a arrojarlos al desventurado autor de esta nota, porque lo que sigue es una lista escueta y caprichosa sobre los vivos y los muertos virtuales que nos dejó la sopa del boom:

Comencemos por el mundo de los muertos, o mejor: con los que habitan en el frio del infierno, como en el Dante:

Ernesto Sábato: bien ganado su lugar en el top ten. ¿Quién se acuerda de Alejandra? ¿Alguien lee El Túnel todavía?

Rómulo Gallegos: ¿Es hoy algo más que un premio prestigioso?

Miguel Ángel Asturias: El señor Presidente los espera para superar el tedio de una siesta interminable. La Trilogía Bananera es una oxidada pieza sólo apta para historiadores y candidatos a sociólogos.

Arturo Uslar Pietri: Creador del término “realismo mágico”. Algo es algo. Las Lanzas Coloradas se despintaron irremediablemente con el tiempo.

Guillermo Cabrera Infante: Sus Tres Tristes Tigres son hoy un hermoso trabalenguas. Sus experimentos con la palabra… qué decirles: ¡prefiero el Finnegans Wake! Aunque lo dejo al borde del limbo, por lo mucho que arriesgó.

Un breve paseo por el Limbo:

Leopoldo Marechal: aunque afectivamente sigo enganchado de su Adán Buenosayres, no sé si volvería a leerlo ni si me atrevo a recomendarlo a las nuevas generaciones.

José Lezama Lima: Paradiso es un berenjenal complicado. Con paciencia y con saliva se llega a la última página. Sólo apto para paladares negros.

José Donoso: El Obsceno Pájaro de la Noche es la única novela posmoderna del boom. ¿Será bueno eso? Los que gustan de las montañas rusas literarias pueden intentar el proceso de inmersión. No les garantizo nada.

Jorge Amado: A Doña Flor y sus Dos Maridos se le ha marchitado el encanto del escándalo. Hoy cualquiera es swinger. Sin embargo, La Muerte y la Muerte de Quincas Berro Dágua sigue siendo una de las cumbres de la novela corta latinoamericana.

Últimos pobladores

Sigamos con los habitantes (por ahora) del tórrido Paraíso:

Elena Garro: fue tan olvidada en su momento que hay que celebrar que en pleno siglo XXI alguien se haya percatado del error y nos la hayan devuelto en cuidadas ediciones. Vale la pena, sin dudas.

Alejo Carpentier: aunque muchos lo odian por su acérrimo castrismo (que lo llevó a maltratar a los escritores que huyeron de la Revolución Cubana), El Siglo de las Luces y La Consagración de la Primavera siguen subyugando a los amantes del buen ritmo literario.

Manuel Scorza: siempre me pregunto por qué diablos desapareció de nuestras librerías. Su Redoble por Rancas y el resto de la Pentalogía andina son obras maestras de lenguaje seco y crítica social punzante. A ver si alguien se anima y vuelven a editarlo.

Joao Guimaraes Rosa: hace unos años Adriana Hidalgo tradujo de forma admirable su Gran Sertón: Veredas. El Joyce latinoamericano se lo merecía.

Posdata: los que me abstuve de meter en la Divina Comedia literaria es porque no los leí. ¡Sepan perdonar las faltas y también las sobras!