Atrapado en un balcón de Vancouver, Canadá,  muy cerca del mar, un periodista argentino descubre al país desde un costado extraño. Restricciones, permisos y una relación que cada vez se tensa más con los Estados Unidos. En ese escenario,  se hizo amigo de una foca gris. 

Son las 19 hs. y una sinfonía de aplausos, golpes de cacerolas y otros instrumentos improvisados se adueñan de la  ciudad de Vancouver. Son los vecinos que salen a sus balcones cortando con alegría y entusiasmo, el aire tibio de la incipiente primavera canadiense. Los pocos barcos anclados en el puerto se suman al concierto haciendo sonar sus sirenas, lo mismo ocurre con los carros de bomberos y las bocinas de los automovilistas que transitan la ciudad.  Todo dura apenas un par de minutos, se lleva a cabo todos los días y es para alentar a los médicos y enfermeras que se encuentran en la primera línea de atención contra la pandemia.

Yo también me sumo desde el balcón de casa y constato una y otra vez que todo es relativo y que por esas cosas del viajar me toca estar acá, en el norte de las américas, aunque podría haber estado en Buenos Aires o simplemente en Estocolmo…

Cuando salí de Argentina el 24 de febrero, el virus arrasaba en China pero todavía no había tocado América Latina. En Europa había pocos casos. Italia sobresalía con sus casi 200 contagiados y 7 fallecidos, en Suecia, el virus parecía lejano, lo mismo que en Canadá y EEUU. Pero el tema empezaba a preocupar.

En el aeropuerto de Ezeiza en Buenos Aires, tuve una breve conversación sobre el Covid-19 con el controlador de pasaportes  y le pregunté si no estaban aplicando algún protocolo de seguridad.

-No, acá no pasa nada, me dijo sonriente  y agregó, tenemos un protocolo, pero si lo aplicara mis colegas se reirían de mí…

Recuerdo que cuando me devolvió el pasaporte me desinfecté las manos con la botellita de spray que estaba en su ventanilla…

Ese mismo 24 de febrero el director de la OMS, la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom Ghebreyesus, dijo que le preocupaban ”profundamente” los casos en China, Italia, Irán  y Corea del Sur y subrayó que la palabra ’pandemia’ todavía no se ajustaba a los hechos.

Desde el balcón de casa en Vancouver todo eso parece ahora muy lejano. El virus es letal, ya es toda una pandemia y una pesadilla que por ahora no encuentra su final.

Canadá: La distancia social como mantra

– Los próximos meses van a ser muy duros y hay que tener mucho cuidado, me decía una especialista en infecciones de un hospital de Vancouver a mediados de marzo.  Me hablaba  manteniendo dos metros de distancia y su rostro tenso indicaba mucha preocupación.

Desde el gobierno se repetía una y otra vez que había que mantener la distancia social para evitar la propagación del virus. Se recomendaba lavarse las manos con jabón y mantenerse conectado con ayuda de la tecnología con amigos y familiares. La consigna de “Stay Home” lo resumía todo.

En algunas provincias la distancia social aparentemente tiene éxito. En British Columbia por ejemplo la curva se aplanó hace un par de semanas. Las autoridades sanitarias dicen que las recomendaciones fueron escuchadas por la población, pero también subrayan que tuvieron algo de suerte.

En las provincias de Ontario y  Quebec la historia es otra. Los contagios aumentan dramáticamente y representan más de la mitad de los 51.600 casos que hasta el momento registra el país.  En esas provincias, las residencias para ancianos se transformaron en trampas mortales cuando el personal las abandonó por temor al contagio.  La residencia Herron, en Montreal, registró 31 muertos en pocos días y  se convirtió en el símbolo trágico de la crisis que golpea a esos establecimientos. La situación se agrava día a día y el gobierno decidió ahora enviar militares a Quebec para ayudar en la lucha contra el virus. En Canadá, como en varios países de Europa, la mitad de las muertes ligadas a la pandemia, ya suman 3.100, se registran justamente en residencias para ancianos.  En tanto, mientras las escuelas, los comercios y las industrias no esenciales se mantienen cerradas aparecen problemas con el poderoso vecino del sur.

Con EEUU como en el lejano oeste 

La relación con EEUU es por momentos tensa. La frontera entre ambos países está cerrada desde el pasado 21 de marzo y solo se permiten los transportes considerados esenciales. En los últimos días el presidente, Donald Trump, había insinuado, sin consultar a la contraparte canadiense,  que abriría la frontera. Canadá se negó pero las partes finalmente acordaron mantener el cierre hasta el próximo 20 de mayo.

En Washington también pensaron mandar tropas a la frontera para impedir el paso ilegal de posibles portadores del virus. Las tropas, unos mil soldados, iban a ser desplegadas a lo largo de los más de 8000 km que separan a los dos países. Ante el estupor canadiense, el gobierno norteamericano no negó la información aunque reconoció que evalúan varias opciones.

El presidente norteamericano actúa con Canadá como el cowboy malo de una película de Hollywood al que no le importan las consecuencias de sus actos. Hace un par de semanas Trump obligó a  la empresa 3M que fabrica las mascarillas N95, que despachara toda su producción asiática a los EEUU. Con esa decisión dejó a la pacifica Canadá sin los insumos que sus hospitales necesitan con tanta urgencia. Para colmo las N95 se fabrican con materias primas canadienses …

El sol de la tarde acaricia Vancouver y camino unas cuadras hasta el muelle en Lonsdale Quay. Voy esquivando a la poca gente que está en la calle, manteniendo como puedo, mis dos metros de distancia.  Disfruto como siempre la caminata por el muelle y a unos 35 metros y en el agua,  puedo ver la cabeza inquieta de una foca gris. No es la primera vez que la veo. Desde que comenzó la pandemia, el tránsito de barcos por la ensenada de Burrad  se fue deteniendo, creando una rara y distinta quietud.  Con la foca establecemos una especie de contacto visual.  Por un momento me olvido de la pesadilla que todos vivimos, es solo un momento y es casi mágico …

   

 

 

Fuente: Globalbar