La ceremonia de cada año se repitió ayer. Es que hay reivindicaciones pendientes y hay muertes que no cesan. Se suman nuevas actoras, desde las docentes a las mujeres indígenas y todas saben bien que la posibilidad de que la vida sea la que debe ser es no bajar las banderas sino multiplicarlas.

Una vez más, el ritual. Ya lo conocemos: el glitter, el verde, el violeta, los carteles en telas, los cartones, los mensajes en el cuerpo, los cantos, el baile, las rondas, las pegatinas, los tejidos, las performances. Una ceremonia con sus pasos.  Desde aquella tarde en la Biblioteca Nacional, en 2014, cuando en el patio en una tarde soleada una maratón de lectura fue el primer gesto para visibilizar y repudiar los femicidios, hasta este encuentro ya aceitado de miles y miles en las calles alrededor del Congreso, corrió mucha agua bajo el puente. Quizá ahora lo que se ve, lo más notorio, es la presencia ya fuerte del concepto de disidencias.  Trans, travestis, lesbianas y no binaries.  Si hasta el Estado en la era Alberto Fernández lo dice con su Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad. En las calles los gritos, los reclamos, son varios. Una polifonía alocada, caótica, vivaz. Desde el escenario, en cambio, la apuesta fue más política: estemos atentos a qué proyecto de ley se vota para la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo, atentos al avance de las iglesias, y con el ojo puesto en la deuda y el empobrecimiento porque, como leyeron, “los feminismos (son) una forma de vida alternativa al capitalismo neoliberal”.

Es que esta concentración empezó antes, desde los bordes. Iniciativas, lecturas, recitales de poesía, pañuelazos, todo confluye acá, o allá, porque no sólo en Buenos Aires pasan cosas. Como muestra, miren la marcha que se armó en Bahía Blanca o la de La Plata. Hubo acciones previas o paralelas: La iniciativa de Aeronavegantes, con las tripulantes de cabina dando a conocer sus reivindicaciones para este 8M; la acción de mujeres que marcharon el 8 en silencio, vestidas de negro y una flor roja en la mano, hacia Casa Rosada con nombres en sus pechos, los de cada una de las víctimas de femicidio y travesticidio de lo que va del año. 75 en total. Historias como la de Olga de treinta años, madre de seis, asesinada. Analía de 27, golpeada a muerte por su novio, que luego arrojó el cuerpo desde su camión, en Salta. Pamela, de 17, acuchillada por su novio mientras dormía. Inés, 56, asesinada por su marido, que llamó al 911 para contar que se había caído por las escaleras. El Niunamenos no pierde vigencia. Las muertes siguen. Hubo movilizaciones el 8 y las hubo este 9. Hubo paro internacional para quienes tuvieron la espalda para adherirse. El domingo, en el Bajo Flores, la Red de docentes armó una cuarta caravana y leyó un comunicado: “Desde la Red vemos cómo muchas pibas desaparecen porque no encuentran un espacio donde contar algo que las afectó pero también porque no encontraron un espacio para expresar sus deseos. Es el momento de hacer realidad, también para las pibas, que en ‘el Bajo Flores pasan otras cosas’, que tienen un lugar donde divertirse, desde el que se las convoque y escuche, donde se sientan alojadas, sin ser presas o encerradas, pero tampoco consumidas ni explotadas”. También estuvieron las mujeres de las fábricas recuperadas, que armaron su primer encuentro nacional hace unos días, y las mujeres indígenas, con sus reclamos, con sus alertas por la megaminería, el desmonte, poniendo el acento la necesidad de escuchar otra cosa, un llamado a otro vínculo con lo natural, que también es político. Son redes y redes, un tejido que acá frente al Congreso mostró su punto más apretado, pero que se expande por toda la ciudad, por cada barrio, en cada provincia, con resistencias, nudos, enredos, pero con mucho todavía en el carretel para entramar.

Hubo acciones los dos días. Lo de ayer, digamos, fue el acto central. Madres e hijas, amigas, novias, compañeras de trabajo, de militancia, algunos niños, solas, soles, poquísimos hombres. Una vez más, ardió un magma anárquico que se sabe dónde empieza aunque no permite mapear el camino que va a tomar pero, como sea, deja algo bien claro: volverá a las calles, este año, cuando se discuta el aborto legal.

 

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