Cada vez es más evidente en esta parte del mundo la actividad de grupos fundamentalistas que eligen el cuerpo de las mujeres como espacio privilegiado de ejercicio de su poder. Al mismo tiempo, participan de procesos políticos reaccionarios y fomentan la violencia racial, de clase y de género.

Cuando me llegó la invitación para participar de esta mesa, me pregunté qué era lo que me gustaría tener la oportunidad de decirle a este gran público y supe inmediatamente que me gustaría mucho aprovechar esta oportunidad y lo haré. Antes, y para que se entienda lo que hablaré de forma muy compacta, les pido que me tengan paciencia para que puedan entenderme mejor y tengo que avisarles que personalmente no tengo ningún pudor en adherir a la teoría del complot. Sí creo que hay un complot en América Latina contra el futuro que deseamos por lo menos la gran mayoría de los que estamos aquí presentes.

Lo que traigo es un mensaje que puede sorprenderles. He dudado al decidir esta presentación, hasta que entendí que cuando pensamos que hemos comprendido algo después de observar y pensar mucho, tenemos la obligación de compartirlo, ponerlo a circular y no hay escapatoria para eso.

Desde hace más de una década, recorro casi como en rutina, es mi rutina realmente, este continente latinoamericano de norte a sur, de México a la  Argentina, y puedo decir que conozco en profundidad las prácticas violentas de varios de sus países: México, El Salvador, Guatemala, Colombia, Argentina y Brasil. He podido concluir entonces que son dos los procesos que conspiran contra la posibilidad de una efectiva democracia en nuestro continente:

1)Lo que se conoce como el crimen organizado, y yo prefiero darle un nombre más generalizante: La esfera paraestatal de control de la vida, en la cual diversas formas de actividad criminal y de enriquecimiento no declarable controlan la vida de un número creciente de personas. Nuestras repúblicas, por su defecto de fundación -No tengo tiempo; he hablado sobre eso muchas veces. No puedo referirme aquí a que me refiero con defecto de fundación pero creo que lo sentimos en nuestra experiencia diaria. ¿A qué le llamo la esfera paraestatal de control de la vida? A varias formas de control de sectores sociales más vulnerables por el crimen  organizado, las guerras represivas paraestatales de los regímenes dictatoriales con sus fuerzas paramilitares, o sus fuerzas oficiales actuando paramilitarmente, la represión policial con su acción de siempre, ineludiblemente en un registro estatal y en un registro paraestatal, el accionar represivo y truculento de las fuerzas de seguridad privadas que custodian las grandes obras, las compañías contratadas en la tercerización de la guerra, las así llamadas guerras internas de los países o conflictos armados, son en general formas de genocidio. Son todos parte de un universo bélico paraestatal, paramilitar, paralegal. Formas de control de la vida con bajos niveles de formalización. No comparten ni uniformes, ni insignias, o estandartes, ni territorios estatalmente delimitados, ni rituales ceremoniales que marcan el principio o el final de las guerras.

Entonces, es ese sistema que incluye las prácticas paralegales y parapoliciales y paramilitares lo que se expande en este momento en el continente sin contención. Muchos de ellos, sobre todo los de los países del triángulo norte de América Central, Honduras, El Salvador, Guatemala y también incluyo a México, son países sitiados en su interior por formas paraestatales de control de la vida de la población y de los territorios, y esos espacios son cada vez más extensos. Y el cuerpo de la mujer, como bastidor donde se escribe la soberanía de esos dueños, nos lleva y nos guía en la lectura de este momento contemporáneo en América Latina. Vi en estos días una imagen que me impresionó por lo que creo que revela, y escúchenme bien porque no lo voy a explicar. A partir de 2016, en México la línea de los homicidios crece en una línea recta, sin oscilaciones ni cambio de rumbo. Lo normal en una estadística de cualquier tipo es que haya pequeñas oscilaciones hacia arriba o hacia abajo. Hay algo curiosísimo en la estadística publicada por mi amiga Teresa Inchaustegiu, una gran feminista mexicana: el gráfico, a partir de 201, sube en una línea tan recta que parece trazada por una regla. Sin oscilaciones ni cambios de rubro. Es rectamente ascensional. Una forma inédita, desconocida en las estadísticas del crimen y en cualquier otra estadística sobre lo humano. Es sin dudas una línea que demuestra sin dudas la artificialidad de este fenómeno y sus causas. No se trata de una curva espontánea. Ningún trazo, ningún diseño de naturaleza o de la historia puede ser trazado con regla. Este aumento de los homicidios en México es un trazado de regla. No lo voy a explicar, pero piénsenlo.

Este fenómeno, este sitio interno, esta forma de control de la vida a partir de organizaciones cuya regulación responde al principio de dueñidad del que he hablado en tantos textos y entrevistas, diciendo que hablar de la desigualdad hoy en día ya no es suficiente, diciendo que la existencia de dueños de territorios y vidas se expresa por medio de la espectacularizacion de su arbitrio y no existe nada más arbitrario que la crueldad aplicada al cuerpo de las mujeres que no son el enemigo bélico en un imaginario arcaico así como también en el cuerpo de los niños.

Esta toma de las naciones y obstáculo de la democracia es característico de México, de los países del triángulo norte centroamericano, y responde y recluta fuerzas que están disponibles mediante la reproducción constante del mandato de masculinidad con su pedagogía de la crueldad.

El segundo elemento que conspira contra nuestras democracias, porque para mí son dos elementos, dos procesos, dos estrategias del poder de los dueños de la vida y de la muerte, que hacen imposible la democracia en nuestros países. Uno es el crimen organizado que estoy describiendo y el segundo, los sectores fundamentalistas de las iglesias. Coloco al mismo nivel exactamente la entrada, la inoculación, el implante del crimen organizado en América Latina con el implante de los fundamentalismos cristianos. Son equivalentes, idénticos en su conspiración contra la posibilidad de que tengamos democracias. Hoy, la grieta que dividía iglesias evangélicas de la iglesia católica, esa dieta tradicional entre el mundo de la reforma, los protestantes y los católicos, se ha desplazado a otro lugar y marca otra división, mucho más importante que la antigua: la división entre sectores cristianos, católicos y evangélicos del campo crítico, que quieren y desean una mejor vida para más gente y una práctica que da algún grado de continuidad a las búsquedas del diálogo ecuménico de los años sesenta y setenta, y sectores católicos y evangélicos fundamentalistas. La división hoy pasa por ahí; no pasa más entre reforma y catolicismo, pero pasa entre cristianismos ultraconservadores fundamentalistas, y cristianismos que dan continuidad a la pauta del ecumenismo e intentan conversar buscando una vida mejor para todos.

Estos sectores evangélicos fundamentalistas han importado las estrategias del faccionalismo religioso que destruyó el Medio Oriente haciéndolo ingresar a nuestra región del mundo. Estoy hablando de una conspiración y creo que hay un plan realmente de transformar a América Latina en un Medio Oriente y uno de los métodos es la guerra religiosa, es el faccionalismo religioso. Veo diversos indicios, no puedo hablar de ellos ahora, de que esto está siendo así.

Mis textos sobre religión, de una época de trabajos analíticos sobre religión, política y nuevas territorialidades cuya publicación es de diez años atrás, vuelven a estar en pauta. Se trata de una anexión blanda, entrada por medio de los territorios cuerpos en territorios nacionales.

Es por estos dos caminos, el terror frente al arbitrio de las formas paraestatales del control de la vida y la presencia de sectores cristianos fundamentalistas adentrados ya en nuestro continente  y firmemente instalados, que se da el implante de un huevo de la serpiente bergmaniano. Yo creo que es eso lo que estamos viviendo. Estos dos implantes abren el implante al fascismo en nuestras sociedades.

La permanencia de una estructura institucional republicana, con procedimientos que pueden llamarse democráticos meramente por la práctica de las elecciones para los cargos representativos en la política, se ve malograda irremediablemente por el miedo y por el fanatismo faccional religioso.

En el centro de este fanatismo faccional religioso, su clave, su manera de enunciarse es también, como en el caso del crimen organizado con el control paraestatal de la vida, el cuerpo de las mujeres. Una democracia que no es una pluralista será una dictadura de la mayoría. Nos han vencido en la sociedad, créanlo, porque confiamos demasiado en el Estado, porque le hemos puesto todas las fichas de nuestras luchas al campo estatal y hemos olvidado, gobernantes y gobernados, que existe vida inteligente en la vida social, en la sociedad, especialmente en la vida comunal.

Aquí quiero contarles un pequeño episodio porque con un cuento es más claro lo que quiero decir. Habla de algo que me pasó recientemente. Al traducir un texto para una revista llamada Critical Times, me pusieron un traductor de Berkeley que cuando llegó a esta categoría que uso bastante que es el mandato de masculinidad me dijo que eso no existía en la lengua inglesa. En mis últimos textos digo que la única manera de reorientar la historia es desmontando el mandato de masculinidad. Desmontando el mandato de masculinidad se acaban las guerras, no hay a quién reclutar. El traductor me dijo que iba a traducirlo como “la regla de la masculinidad”. Le dije que no porque no era lo mismo. El mandato de masculinidad tiene una ambigüedad. Por un lado, es una investidura, el hombre está investido de hombre, pero por otro lado hay imposiciones; hay condiciones para mantener esa investidura.  Una duplicidad como en la noción de sujeto en Foucault. Entonces, fui yo misma al Google y puse “mandato de masculinidad” en inglés y lo que apareció tuvo un impacto en mí tan sorprendente porque no esperaba esa expresión: masculine mandate es el título de un libro de la teología cristiana de ultraderecha, ultra fundamentalista,  de un autor llamado Richard D. Phillips, nieto de oficiales, hijo de oficial del Ejército norteamericano que pasa de su labor en el ejército norteamericano a la iglesia y como pastor presbiteriano y oficial publica este best seller llamado así, en el cual muestra que en el mundo, la imagen y semejanza de dios no somos nosotras, es de los hombres que están llamados a dirigir, amar a sus esposas y disciplinar a sus hijos para servir a la iglesia de Jesucristo. Está todo escrito ahí.

Por otra parte, el crimen organizado y la adhesión irrestricta y fervorosa de las masas populares a las iglesias fundamentalistas es explicable porque la gente también ve en las iglesias la salvación de la dueñidad. Se les aparece como forma de ponerse al amparo del control de los paraestados que se expanden en nuestro continente. Hay un vínculo en dos procesos de la sociedad. Esas dos fuerzas, pero sobre todo el fundamentalismo, nos hacen saber a las mujeres algo que no sabíamos, que por el efecto de la minoritización, de una estructura colonial moderna que dice que existen temas centrales, las finanzas, la política, la salud, la educación, los temas de centro y temas de minorías, de las parcialidades, de interés particular, nosotras adherimos equivocadamente a temas del centro del interés y temas del interés particular. Nuestros antagonistas de proyecto histórico nos están diciendo la centralidad de la cuestión de la mujer. Ellos que apuntan a nuestros descubrimientos, con proyectos extremos de cancelar la reflexión propia de nuestro proyecto histórico. Estos antagonistas nos están diciendo que nuestras luchas son centrales porque desequilibran el poder, erosionan la plataforma de todos los poderes. Y nos muestran con esto que la minoritización es un error porque colocan en el centro de sus intereses, de sus propuestas, de lo que quieren cancelar, colocan nuestras metas políticas.

El fundamentalismo se expresa en el control del cuerpo de las mujeres, de sus vientres, de su libertad y soberanía. Nuestros antagonistas de proyecto histórico nos muestran, uno, el error de la minoritización, de las políticas de las identidades que acataron identidades políticas como minorías. Dos, el error de la fe estatal: tomamos el Estado pero ellos trabajaron en la sociedad. El error de considerar el campo del Estado pasible de ser ocupado para reorientar la historia. La historia se re orienta como lo hicieron ellos como nos acaban de enseñar, en la sociedad misma. Desde el Estado no hemos visto que haya sido posible.

Reconstruir comunalidad, vincularidad y retomar la historia de la politicidad femenina, destruida, cancelada, represada y capturada en el espacio nuclear privatizado e íntimo de la familia, es indispensable. Una politicidad en clave femenina es, no por esencia sino por experiencia histórica acumulada, en primer lugar, una política del arraigo espacial y comunitario; no es utópica sino tópica, pragmática y orientada por las contingencias y no principista en su moralidad. Próxima y no burocrática. Investida en el proceso más que en el producto y, sobre todo, solucionadora de problemas y preservadora de la vida aquí y ahora.

 

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