Hace 20 años, el 2 de abril de 1997, CTERA plantó frente al Congreso un símbolo de la resistencia docente – y de la comunidad educativa – contra el vaciamiento de la educación pública que perpetraba el menemismo. Veinte años después, la Carpa Blanca vuelve a asomar como un posible método de lucha contra un gobierno neoliberal que buscar arrasar con todo lo público.

Desde hace una semana, la Plaza Eduardo Costa, de Campana, tiene una fisonomía diferente, que evoca, en esta Argentina neoliberal de 2017, una lucha antigua que vuelve a cobrar rigurosa actualidad. Allí, decenas de docentes de esa ciudad bonaerense dan clases públicas, hacen música, pasan películas, toman mate, discuten políticas educativas y hablan con los vecinos para explicar su realidad y la de las escuelas. Todo esto ocurre alrededor de un símbolo que, salvo para los más chicos, no necesita ser explicado: una carpa blanca. 

Foto: Alejandro Amdan.

Ocurre que hoy, 2 de abril, se cumplen 20 años del día en que la Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina (CTERA) instaló la Carpa Blanca Docente en la Plaza de los Dos Congresos, en Buenos Aires, frente al edificio donde las mayorías parlamentarias de aquellos años votaban, una detrás de otra, las leyes que permitieron el vaciamiento del país y la implementación de las políticas de ajuste exigidas por el Consenso de Washington y los organismos financieros internacionales. El Ministerio de Educación era una cartera sin escuelas, muchas de las provincias argentinas no tenían fondos para pagar los salarios docentes y el gobierno nacional no sólo le daba la espalda al problema sino que intentaba aplicar un proyecto de municipalización de las escuelas públicas como primer paso hacia la privatización masiva de la educación. Dos décadas más tarde, una pregunta que no tiene nada de fantasma empieza a formularse aquí y allá dentro de la comunidad educativa: ¿hay que volver a plantar la Carpa Blanca docente?

“Pienso que hoy volvimos veinte años atrás en cuanto a los reclamos, pero no en cuanto a la movilización”, dice Josefina Chino. Cuenta que en 1997, cuando participó de la Carpa Blanca docente, tenía 45 años y trabajaba en una escuela primaria de jornada completa en Parque Chas y a la noche en una secundaria de Villa Lugano, dos escuelas públicas. Cuenta también que ahora está jubilada y que la semana pasada, cuando se realizó la multitudinaria Marcha Federal Docente, no encontró ninguno de sus viejos guardapolvos blancos porque los había regalado todos, pero que igual fue con un cartel que tenía guardado desde hacía dos décadas que decía: “DOCENTE ARGENTINO. EX AYUNANTE”, y que armada con él se sumó a la movilización. “No te imaginás la cantidad de gente que me pidió sacarse una foto conmigo, o sacarme una a mí sola, con el cartel. La carpa sigue siendo hoy un símbolo de lucha, está en la memoria de los maestros argentinos”, dice.

Más de mil días con sus noches

Desde la carpa instalada el 2 de abril de 1997 frente al Congreso Nacional – que pronto se reprodujo como hongos en decenas de plazas de todo el país – los docentes exigieron la sanción de una Ley de Financiamiento Educativo que permitiera la recuperación de la educación pública. No imaginaron entonces que esa Carpa Blanca se transformaría en un baluarte que pronto superaría el ámbito de la defensa de la educación pública para transformarse en un símbolo de la creciente resistencia del pueblo argentino a las políticas neoliberales de la década de los 90.

“La Carpa Blanca fue un hecho nuevo en el campo de la resistencia popular, como resultado de diversas formas de luchas preexistentes, siendo seguramente la más significativa de éstas la marcha federal de 1994. Durante más de mil días estuvo acompañada por innumerables muestras de solidaridad, sin por ello dejar de observar las dificultades que se presentaban en el hacer a diario de la organización, como por ejemplo la afectación en la salud de los docentes ayunantes, en el recambio de los integrantes de la carpa para sostener la protesta en el tiempo. Nada era fácil, sortear estas dificultades junto con otras hace que la carpa blanca entre a la historia como uno de los emblemas de la resistencia y la organización popular”, dice a Este cronista el senador provincial (MC) Gustavo Oliva, con una larga trayectoria en el ámbito educativo.   

“La Carpa Blanca expresó una novedosa y creativa metodología de lucha que logró el acompañamiento mayoritario de la sociedad y de un arco político que abarcó a sectores de la derecha hasta sectores progresistas o de izquierda. Fue además una herramienta para sostener en el espacio público una lucha a largo plazo, que reclamaba por una ley de financiamiento educativo o por un cambio global en las políticas educativas que en ese momento llevaba adelante el gobierno, algo que no puede lograrse con paros o movilizaciones, más eficaces para reclamos puntuales”, dice a Este cronista Nora Semplici, directora de concursos del sistema de pregrado de la Universidad Nacional de La Plata. “Fue, se podría decir, una ‘escuela abierta’ a la sociedad, dado que no se limitó al ayuno temporario de grupos de docentes sino que a partir de ella se realizaron centenares de actividades de distinta índole, como mesas redondas, programas de televisión, recitales, exposiciones, por las que pasaron cerca de tres millones de personas”, agrega Claudio Arca, docente de los colegios secundarios y de la Facultad de Ciencias Naturales de esa Universidad.

Foto: Alejandro Amdan.

Fueron 1003 días de lucha sin pausa, en cuyo transcurso la imagen y los reclamos de la Carpa Blanca trascendieron las fronteras argentinas y dieron vuelta al mundo. Un documento de la Central de Trabajadores de la Argentina (CTA) describe con cifras la magnitud que alcanzó: en esos 1003 días, 1500 docentes de todo el país ayunaron en la Carpa; 4.500 docentes y voluntarios se ocuparon día y noche de la organización; se registró la visita de 2.800.000 personas sólo a la instalada en la Plaza de los Dos Congresos; 1.500.000 personas firmaron el petitorio exigiendo un fondo de financiamiento para la educación; se realizaron 475 eventos culturales; se dictaron 36 cátedras universitarias: la visitaron alumnos y docentes de 6.700 escuelas de todo el país la visitaron; se acercaron 95 delegaciones extranjeras para manifestar su apoyo; una delegación del Comité Ejecutivo de la Internacional de la Educación – que nucleaba por entonces a 30 millones de docentes – se presentó en la Carpa para apoyar la lucha de los maestros argentinos; adhirieron 1012 organizaciones internacionales, gremiales, pedagógicas, sociales, políticas, ambientalistas y académicas; se realizaron 45 celebraciones ecuménicas; la Carpa fue escenario de 187 actos en defensa de los Derechos Humanos; se emitieron en directo 46 programas radiales y 29 de televisión; 200.000 docentes ayunaron en todo el país el 10 y 11 de septiembre de 1997; 350 docentes de todo el país ayunaron 2 días en la Plaza de Mayo; los ayunantes pasaron 3 navidades y 2 fines de año en la Carpa; se realizaron 6 marchas multitudinarias a Plaza de Mayo; 45.000 jóvenes participaron del Maestrock, un recital de rock con 11 conjuntos de primer nivel, entre ellos Luis Alberto Spinetta y Divididos.

Todo está guardado en la memoria

Ana Urdampilleta tenía 31 años en 1997 y trabajaba en una zona rural de la Provincia de Buenos Aires. “Para la Carpa Blanca trabajaba a 59 kilómetros de Tandil y tenía que hacer dedo para llegar al lugar. En esos años nos quitaron la ruralidad y ganábamos un sueldo mínimo de hoy. En mi caso sin antigüedad. Dado que por mis horarios no podía tener un doble cargo, era mi único sueldo. Tenía una hija de siete años, situación que agravaba la pobreza. Los ayunos se organizaban por días determinados, se fijaba una dieta básica consistente en agua mineral y caldos y concurríamos a la escuela con un cartel que te daba el gremio y decía ‘docente ayunando’. Luego concentrábamos en la plaza principal de Tandil, donde había instalada una carpa. Eran días muy bravos, en mi caso como en el de muchos compañeros se hacía difícil por el frío de la ruta, más cuando llegó el invierno. Terminé internada con neumonía. Mis recuerdos son de mucha pobreza y de mucho frío, pero igualmente de mucha militancia”, recuerda.

Foto: Alejandro Amdan.

Ricardo Weinmann tenía 45 años cuando se decidió instalar la Carpa Blanca. Por entonces militaba en la Lista Celeste de Suteba en San Isidro-Vicente López y era profesor de Historia en muchas escuelas de esos dos distritos, además de dar clases en el CBC de la UBA. Se sumó a la protesta desde el primer día. “La Carpa cumplía la función de atraer la atención de los medios y de la población hacia el conflicto docente, sin el desgaste de los paros, que igualmente, durante su permanencia se hicieron algunos. Lo que unificaba a los gremios de todas las provincias era el reclamo salarial. En algunas provincias la situación salarial era especialmente crítica, igual que ahora. La Carpa se convirtió en un hito político. La actividad que teníamos allí dentro era febril. Recuerdo especialmente un acto con los camioneros, que iban seguido. Moyano estaba entonces en el MTA, opositor a Menem. También me acuerdo de la adoración que todos tenían por Marta Maffei”, cuenta.

Margarita Pinto es profesora de Historia pero en 1997 aún estaba estudiando. De todos modos, se sumó a las actividades relacionadas con la Carpa Blanca como parte de la comunidad educativa. “Yo iba a la escuela donde concurría mi hijo, que estaba en segundo grado, y participaba en las asamblea y me sumaba a las actividades, como ayudar a hacer las pancartas y marchar con los docentes en la zona”, cuenta. Hoy, ya como docente, hace una evaluación de aquella lucha y la relaciona con la situación actual. “Creo que fue una de las experiencias más innovadoras que idearon los trabajadores de la educación para salir de la invisibilidad en la que estaban sumergidos y lograr el apoyo de la sociedad. Por otro lado creo que no está capitalizando esa experiencia en estos momentos, es como si esas experiencias de lucha no fueran parte de esto. ¿Será que sus dirigentes han vendido más de una lucha en estos últimos años?”, dice y se pregunta.

Las luchas de ayer y de hoy

El retorno de las políticas neoliberales que, en el marco de un proyecto de destrucción del Estado y de vaciamiento del país, llevaron a la educación pública argentina a una situación casi agónica en la década de los 90 provoca inevitables comparaciones. “Los gobiernos neoliberales entienden la educación como un gasto y por lo tanto siempre sus políticas implican su deterioro. Son ejemplos de esto, la ley federal de educación y la de  descentralización durante el menemato, y por el lado del actual gobierno el no cumplimiento de la ley de financiamiento educativo y el recorte o directamente la anulación de presupuesto a diversos programas nacionales relacionados con el mejoramiento de la calidad de educativa implementados por el gobierno anterior. La verdad, no encuentro sustanciales diferencias; tal vez el hecho que durante los 90 el modelo neoliberal se haya implementado a través de un gobierno peronista hiciera que se suplieran algunas carencias con políticas asistencialistas, ausentes en la actual gestión”, dice a Este cronista Nora Semplici.

Foto: Alejandro Amdan.

“El origen de la lucha en la etapa del menemismo tenía que ver con la transferencia de servicios educativos de la Nación a las Provincias. Esta medida de achicamiento del Estado central y de ajuste se hizo sentir en la escuela pública argentina. La consiguiente sanción de la ley Federal de Educación reemplazando a la Ley 1420, otrora ejemplo para muchos países de América, significó en el ámbito educativo la concreción de las políticas neoliberales de los 90. Hoy otro gobierno neoliberal vuelve a remeter contra la educación pública. Nuevamente ajustes, recortes presupuestarios y su consiguiente congelamiento salarial, vulnerando de esta manera los acuerdos paritarios que se venían desarrollando”, explica el ex senador Oliva. Y agrega: “La diferencia es el contexto histórico. Hoy no se pueden desconocer los avances en materia legislativa respecto al financiamiento de la educación y la regulación integral del sistema educativo consagrado en la nueva Ley Nacional de Educación”.

La mayoría de los docentes y especialistas en Educación consultados para esta nota reconocieron, con unas u otras palabras que las políticas destructivas de la educación pública que aplica el gobierno de Cambiemos y la intensidad que va cobrando el conflicto los ha llevado, en estos días – antes y después de la Marcha Federal – a repensar la experiencia de la Carpa Blanca. “Podría ser una estrategia a llevar adelante, porque generó la solidaridad de la sociedad y logró instalar la defensa de la educación pública como una necesidad de desarrollo frente a un entonces discurso hegemónico de privatización y mercantilismo”, propone Ricardo Romero.

Gustavo Oliva, en cambio, sin dejar de valorar su eficacia en los 90, propone buscar nuevas alternativas. “Creo que ese camino ya está recorrido. Nuestro pueblo está recreando nuevas formas de lucha y confrontación; de hecho la reciente marcha federal educativa así lo demuestra. Considero que la dirección es la correcta, es decir, enfrentar el modelo neoliberal. Las  formas de lucha serán las que se determinen para cada etapa. Lo importante es el camino. Seguir manteniendo una posición política de la educación como derecho humano fundamental, es el desafío”, dice.   

Más allá de las diferencias, volver la mirada hacia la lucha que simbolizó la Carpa Blanca dista mucho de ser una actitud nostálgica; por el contrario, invita a revisitarla como un instrumento posible de resistencia. “El gobierno actual, a medida que aplica sus políticas de ajuste, va endureciendo su posición frente a los reclamos de los distintos sectores, por lo que se prevé un escenario de profunda conflictividad social. En este contexto, y para enfrentar esas políticas en el corto plazo, la herramienta más eficaz sigue siendo el paro y la movilización, pero creo que recuperando la experiencia de los 90, sería muy apropiado articularla con una nueva Carpa Blanca desde la cual reclamar cambios de más largo alcance. Y además, mediante ella, generar o recuperar aquel consenso social, que si bien hoy existe y es muy significativo, debe reconocerse que está algo repartido probablemente a causa de la famosa ‘grieta’ y en el marco de esta del constante bombardeo mediático que venimos sufriendo los docentes en nuestra lucha”, concluye Claudio Arca.

(La versión original de esta nota fue publicada en Revista Zoom)