El Pejerrey Empedernido se pone a tono con la fecha y cuenta las cosas nuevas que trajo el 17 de octubre paa de ahí en más: las empanadas con los sabores de las provincias y los asados que cambiaron el aire de Buenos Aires.

No me quedaba afuera de ésta ni por joda, desde que leí una vez que los pejerreyes, esas versiones de la mía familia en modo morfable, pertenecen al universo manducante del peronismo, porque dicen son laguneros y del Tuyú con tradiciones rantes y hasta de prófugos de la injusta Justicia, justamente por ser bandidos justos; de cananas y facón con sueños expropiatorios. Y al que no le guste, pues nada, al decir de los ibéricos, a tomar por culo… Eso sí, y supongo que mis primos que suelen ser carne de sartén estarán de acuerdo con el breve y siguiente comentario: los pejerreyes peronistas son por zurda ¡eeehhh!, pescadillos de Resistencia y después, no me vengan con enmascarados, ni mucho menos con fachoides… Entonces, lo del 17 se los dejo a los sesudos, lo mío es lo del 18, ¿se acuerdan de San Perón? En aquellos tiempos de viejas glorias cuando el asado era lastre de lujuria a las brasas de quebracho para laburantes, y no como ahora que hasta el pan para el chori suena a lujo, porque dale que aumenta el precio de la harina, que engorda el garcaje y el kilo de francés anda en Zeppelin… El INDEC nos bate que el alpiste para humanos aumentó un tres por ciento en el último mes; parecería entonces que los chamanes de las estadísticas jamás en sus respectivas puta vidas hacen lo mandados, como se le decía en otros tiempos al ir de compras para surtir la olla. Y habrán visto ustedes que les tiré esa de brasas de quebracho; no fue casualidad si no adrede, porque como dentro de un rato procederé a afanarle a mi amigo Ducrot ciertos escritos acerca de cocina y peronismo, debo ser confidente sin autorización y chamullarles lo que sigue: parece que el escriba recién citado, ese que se las tira de cocinero en homenaje, dice, a su escritora preferida, se juró de niño algún día entrometerse con aquello de la culinaria y la bronca social; si hasta llegó a perorar sobre las afinidades entre las técnicas del fuego de los viejos chinos y las que se utilizaban en la ollas populares cuando las yanunas eran bancadas por lo proles y para sostener la refriega, afinidades que se resumen en la cocina a un sola y única fuente de calor… Pero dejemos eso por hoy y concentrémonos en el peronismo… Me dijo Ducrot una noche de tintos en abundancia: cuando volvía de la escuela durante el primero inferior solía pedir asilo entre los de la cuadrilla ferroviaria que la yugaban en las vías del Mitre, frente a mi casa; allí entre perucas y algunos otros a los que le decían vos sí que sos rojo disfruté de los mejores asados de mi vida y oí por primera vez lo que debería hacerse con las testas de la Libertadora; no sabía de qué hablaban mis benefactores pero el tono sí que me entusiasmaba… Bien, ya voy al texto prometido pero antes una receta puesta al día y medio finoli, por lo de buena cocina y no por otra cosa, aunque por estas épocas todo suene a cotizable en la bolsa de los nuevayorques: tras ser suficientemente inyectados con el mejor picante de la gran puteada, dispongan los chori de chancho sobre una parrilla abrasadora como los mejores amores lo son, y a un costado elaborad la alquimia de brócolis que no hervidos si no también asados, y luego salteadillos entre ajos y no mucho más, que si apenas una pizca de sal y otra de pimienta negra… Cuando todo listo esté, los choris sobre el camastro verde, abren un tinto de esos puñaleros y no se olviden del mejor pan que puedan conseguir, y pagar… Ahora sí, vean lo que le afané de entre sus pelpas a Ducrot, escritos ya hace tantos años, pelpas que refieren al peronismo sí, y a ciertos capítulos de sus tradiciones morfísticas, que no todas por supuesto, no sea cosa que no me guarde algo para un próximo encuentro. En primer lugar, la tormenta distribucionista de riquezas que comenzó a soplar tras aquél 17 de Octubre del ‘45, modificó la dieta básica de los argentinos en un bendito sentido de panzas llenas, variedad y multiplicación de la economía gastronómica en todo el país. Para qué atormentarlos aquí con estadísticas históricas; que los más viejos hagan memoria y que los más pichones exijan relatos y recuerdos… Dicho lo cual, veamos entonces en qué consiste la culinaria peronista y, dicho sea de paso (perdonen al autobombo pero si la abuela ya no puede hablar del nieto, por qué no hacerlo uno mismo), les recomiendo un capítulo de mi libro Los sabores de la patria, en cualquiera de sus ediciones… Evita cocinera, que ese es el título del capítulo en cuestión, cuenta acerca de un folleto que lleva su firma (la de esa mujer)… El texto refiere los múltiples usos de la desprendida y solidaria solanum tuberosum, florecida donde los Andes le hacen cosquillas a las nubes y salvadora de hambrunas para millones de personas: con ustedes, Su Majestad la papa… Además: el primer aporte concreto del peronismo a la cocina argentina fue el desembarco del asado sobre los balcones de la ciudad; no porque antes no se hiciese algún que otro churrasquito en escenarios urbanos si no porque fue gracias al aluvión zoológico que el tufillo rico a humo de chori invadió los aires de la Buenos Aires y de otras urbes perfumadas… El peronismo inventó las empanadas porteñas, hasta ese momento más reducto especial ellas de los yantares de otras tierras nacionales… Sí, el aluvión zoológico ocupó millones de puestos de trabajo creados por el nuevo Estado y desde las comarcas que a ustedes se les ocurra llegaron trabajadores al sector gastronómico; ellos inventaron las empanadas que acabo de mencionar, además de instalarlas como amantes eternas de toda buena pizza o fainá… ¡Ah!, me olvidaba. Sí, estoy con los chori en los actos y en las marchas por la vida de los justos, que sobre la Tierra floten los humos grasientos y libertarios… ¡Y salud, que el 18 no laburamos, porque es San Perón!

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