El Pejerrey Empedernido habla de galletitas, de las de antes y de las de ahora, y de paso, como no quiere la cosa, revela el origen galletitezco – valga el neologismo – de aquel viejo dicho que decía: “Este no quiere más lola”.

Y que los cultores de la cancelación, otro invento de la piantería rampante en Estados Unidos y que por el mundo compran los giles, los mismos que se dan con Coca-Cola y hasta se enorgullecen, muchos, de sólo yantar verduritas. Que los cultores de la cancelación, esos del escrache fuera de contextos y por idiotamente correctos con furibundias digitales, los del nuevo punitivismo facilitado por el acceso a las tecnologías y el imperativo felicista cuya moral nos obliga a una vida sin desacuerdos, errores ni dolor, a como dé lugar, según la frase certera que leí en el sitio Anfibia, pues los Pejes somos curiosos; que todo esos cierren el buche, cancelen bien el tujes. No se ericen al pensar que le canto glorias a la Lolita de Nabokov, a la Alicia de Carroll o a tantas y tantos creadores del arte, la cultura y del peligroso oficio de pensar, a quienes sí efectivamente celebro y hasta a veces admiro, y entonces aplaudo a la estadounidense Siri Husvedt cuando dijo si exigimos pureza moral absoluta a nuestros artistas tendríamos muy poco que leer. No se agiten convulsos porque este textillo de poca monta solo se refiere a unas simples y pudorosas galletitas, tan ricas ellas casi todas, tan de lejanos amores, como los de las tardecitas de Palermo, me contó un día Ducrot, cuando de parado frente a los mármoles pulidos por el constante trapeado en el viejo mesón de La Martona de pebete engullía vasos de leche fría con vainillas crocantes por fuera y de humedad dulce que ya inquietaba por dentro, y por entonces… Acá va. Sucede que en un diario de por las tierras de la ciudad de Buenos Aires, la que aún se debate entre mate con bizcochitos de grasa y té con masitas, aunque la frase luzca como quincallería de lucha de clases para anaqueles con el polvo de los anticuarios; en ese diario que se llama Perfil leí: Lola era el nombre de una galleta sin aditivos que a principios del siglo XX integraba la dieta de hospitales. Por eso, cuando alguien moría, se decía: “este no quiere más Lola”. Y, desde entonces, se aplica a quien no desea seguir intentando lo imposible, aunque yo diría lo difícil, aquello que nos obliga a un sacrificio descomunal, como por ejemplo bancarse una tarde entre humanos al tal Ducrot cada vez que le prende el ataque de peroratas, sobre lo que sea… Pero parece que esta semana estoy de afanos y no está mal, ¿tiene acaso sentido inventar otra vez el dulce de leche, el pan con manteca o la sopa de moñitos? No, por supuesto que no, y mejor aún si de paso podemos con nuestro afano reconocerle también a la redes una cierta utilidad, porque, como respecto de tantos otros artefactos y artilugios inventados por la inteligencia humana, que a veces es maligna pero nunca artificial, digan lo digan; estos los artefactos, no suelen ser ni buenos ni malos, todo va a depender de cómo, para qué y quienes los utilicen… Por eso, gracias, don Horacio Molino, a quien no conozco pero suelo leer lo que publica en su página Historias secretas, desconocidas u olvidadas de Buenos Aires, en Facebook… Aquí breves noticias recortadas acerca de una de esas publicaciones: La fábrica Bagley fue construida en 1891 por Melville Sewell Bagley. Llegó a la Argentina huyendo de la guerra civil de su país. Había inventado la bebida llamada Hesperidina. En 1891, en pleno crecimiento, la fábrica se traslada a un nuevo edificio, donde se anexa la fabricación de galletitas y dulces. En 1875 Bagley había comenzado la fabricación de galletitas para consumo masivo impulsado por una resolución del ministerio de Economía, durante la presidencia de Nicolás Avellaneda, que eximió a la compañía del pago de impuestos aduaneros para que pudiera importar las maquinarias necesarias. Hasta ese momento, las galletitas que se atesoraban en las alacenas de los argentinos llegaban del otro lado del Atlántico, más precisamente del Reino Unido. Lanzada en 1875, Lola, la primera galletita de esta compañía en salir a la venta, tuvo una gran aceptación por parte del público. El Perito Moreno llevaba galletitas Lola a sus expediciones. Eran tan sanas por no tener agregados artificiales que los hospitales las incluían en sus dietas. Se cuenta que una persona que visitaba a un familiar en un hospital vio a un enfermero llevar una camilla hacia la morgue con un paciente recientemente fallecido y entonces le dijo a alguien que lo acompañaba: “Este no quiere más Lola”. Fue así que la expresión se metió en la cultura popular argentina para describir a alguien que se da por vencido. A finales del 1800, la ópera estaba en su mayor auge, apoyada por la gran corriente inmigratoria italiana. Bagley aprovechó ese gran momento para crear la famosa serie de galletitas con nombres relacionados a la lírica y su entorno. Así nacen, en 1988, Manon, Traviata y Adelita. En 1905 la empresa Bagley fue la primera en lanzar obleas rellenas en Argentina. Después de tres años del lanzamiento, las Obleas Bagley pasarían a llamarse Opera, en homenaje a la reapertura del Teatro Colón, en la Avenida 9 de julio, el 25 de mayo de 1908. En dicha oportunidad fue interpretada Aida, de Giuseppe Verdi. Hoy en día, posiblemente no exista, para los consumidores argentinos, golosinas clásicas tan populares como Tita y Rhodesia. La desconocida historia detrás de ambas revela oscuros entramados de infidelidades, asesinatos y envidias… Pero no abusen de mi entusiasmo por esto de la escritura; esa historia la dejo para otro día, que seguramente les llegará en clave de cuentucho policial… Por hoy creo haber cumplido con ustedes y con los cosos esos de Socompa, quienes siendo la hora que es ya deben estar a las puteadas porque El Peje no llega… ¡Salud, y esta tarde café con leche y galletitas!… ¡Ah, me acaba de chiflar Ducrot… Estaría en segundo o tercer grado de la escuela, o en tercero, cuando protagonizó su primer acto de galantería; con la cara roja como un tomate en primavera y a una velocidad de nave espacial en sus palabras, si las tuvo, le regaló sus Manon a Gloria, la más linda, decía él, de todo el grado y del barrio también… Otra vez. ¡Salud!

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