Es mundialmente sabido que los comunistas gustan de comerse a los chicos crudos, entre otras cosas como robarte la estancia y mandarte a un campo de reeducación, pero a veces se mimetizan con los seres humanos y se propinan unos buenos morfis. Te lo cuenta El Pejerrey Empedernido.

O si prefieren, para los camaradas, compañeras y quienes se anoten, buen provecho, buen apetito y ¡Na zdorovie!, es decir ¡Salud! Porque déjenme que les cuente: los orres ya están hartos de morfar salame y pan y hoy quieren morfar ostras con sauternes y champán; aquí ni Dios se va a piantar el día del reparto a la romana, dice el tango. Y qué culpa tiene el tomate, que está tranquilo en la mata y viene un hijo de puta y lo mete en una lata y lo manda pa’ Caracas…Cuándo querrá el Dios del cielo que la tortilla se vuelva, que los pobres coman pan y los ricos mierda, mierda…, entonaban los republicanos, los antifascistas. Todo empezó cuando mi amigo Ducrot me mandó un guasá para decirme oiga don Peje, los cosos esos de Socompa que publican sus notejas, que podría llamarlas notequejas, digo, se me ocurre, rezongan que no pueden ubicarlo y me jodieron a mí para que le envíe el siguiente mensaje: por favor escriba algo sobre cocina y comunismo. Parece que vieron por ahí una publicación mía en el feisbu, en la que aparece una mesa de mantel rojo, platos blancos y hoces y martillos por cubiertos, que inflamó los espíritus. Si hasta la poeta y profe de la UBA en esas yerbas de la comunicación, doña Mariana Baranchuk, sugirió una ofrenda de borsch, el sopón de las remolachas, con una llatebo de vodka; y mi entrañable colega cubano y trotamundos, Roberto Molina, subió la apuesta y propuso nos zampemos la cabeza de un burgués, bien marinada con hierbas y al horno hasta que cruja, como se la hubiese lastrado aquél de aquellos versos: ¡Escuchen! ¿Si las estrellas se encienden, quiere decir que a alguien les hace falta, quiere decir que alguien quiere que existan, quiere decir que alguien escupe esas perlas? Sí, del amado Vladimir Maiakovski. Y le contesté entonces al mensajero, es decir Ducrot, usted se pone a boludear en las redes sociales y yo pago el pato; acaso no se dio cuenta de que vivo en la clandestinidad que me regalan lechos de ríos y lagunas, y las enroscadas aguas del Tuyú, para evitar ser molestado, y entonces viene y la juega de cartero, que el único especial, le recuerdo, fue “el irlandés” Domingo French, quien desde su laburo repartiendo misivas por la ciudad armó la red de inteligencia de los revolucionarios de Mayo. Pero no importa, no lo voy a dejar pagando y aquí va esta suerte de rapsodia bolche y culinaria, primero con una aseveración teórica y otra de empiria e histórica. Primero: la cocina, el acto culinario, el de la materia misma, pero también sus voces, sistemas de representación y memorias tienen un origen popular (el paquetísimo sushi fue el plato obligado de los pescadores japoneses del XVIII, los que laburaban en condiciones de casi esclavitud), es anónimo (las cocinas profesionales pueden darle nombre y fama a ciertos comeres, pero el origen de los mismos viene siempre de lejos en el tiempo y del pueblo) y femenino (en general o en un sentido mayoritario, quienes le dieron de morfar a la humanidad desde que ésta existe, siempre fueron las mujeres). Segundo: los bolches; el bendito zurdaje variopinto de hace años y de hoy, y no me vengan con la trozkofobia, por favor; los perucas del caño y la Resistencia y sus herederos, ma’ sí, como escribí al principio, y quienes se anoten entre los que convencidos estamos de que, digan lo que digan, el capitalismo y su versión a la turrísima potencia, el imperio, jodieron, joden y joderán a la especie humana y al planeta, desde el punto de vista de nuestros asuntos, como en otros, tenemos un alto grado de adaptabilidad al medio: los guerrilleros se bancaron el hambre en las sierras y en las selva, los presos la bazofia de la cárceles y campos de encierro, y los pobres del mundo le dan batalla diaria a las peores de las malarias, y a como sea, por citar algunos casos extremos; pero, como dice aquel tango, los orres ya están hartos de morfar salame y pan y hoy quieren morfar ostras con sauternes y champán; aquí ni Dios se va a piantar el día del reparto a la romana. Ahora sí, camaradas, ciertas historias, algunos sabores. ¿Qué les parece si comienzo con dos chismes que le afané a Ducrot de cuando él le daba al laburo de escribe que te escribe en Prensa Latina, en una de la ciudades más bellas y enamoradas del mundo, La Habana? Sin fecha precisa, pues tantas veces fue que sucedió, el quía se las apañaba para rajarse hasta Cojimar, sí al pueblo de pescadores de “El viejo y el mar”, de Ernest Hemingway, acodarse en el bar y restaurante La Terraza, y zamparse lo que hubiese, porque para disfrutar del morfi por aquellas tierras, en el boliche o en casa, había que ser realista, bancarse lo que a veces faltaba, que no solía ser poco, y hasta inventar; y cuando no la embocabas con un platillo de pescado…y si de langosta ni qué decir… que sean entonces unas croquetas y a descorchar la botella bien fría de Iskra,  ojo que no se trataba de aquél periódico que en 1900 apareciera bajo la dirección de Lenin y Plejánov, entre otros. No, mi amigo se refiere a un champán soviético, de esos Nature, que lo ponía a uno a tiro de convicciones divinas pero paganas. Y otras dos: parece que por ahí andaba, en las cercanías, cuando, en ocasión del primer viaje de Maradona a Cuba, en el ‘87, invitado por la propia Prensa Latina, Fidel preguntó por la receta de los ravioles de doña Tota. De por aquél entonces otro testimonio puedo afanarle: toda una curiosidad oír al Comandante enfundado en su verde olivo y charla que te charla con un grupo de mujeres acerca de la olla a presión y los mejores preparados para el arroz, cereal sin el cual los cubanos sienten que no tienen mesa, y también sobre las bondades del tal artefacto a la hora de ahorrar energía… ¿La seguimos con Fidel? Justo López cocinó para él durante años, desde los tiempos de la Sierra, cuando se alzó con los rebeldes y en más de una oportunidad dio cuenta de uno los platos preferidos por el jefe de la Revolución: un pez perro, o colombiano, loro capitán, loro perro negro, vieja española, doncella de pluma, jaquetón blanco o pargo gallo, jetón el bicho, tantos nombres tiene mi primo, casi parecido a un chancho, pero de carne más blanca que la que ofrece una cola de yacaré (de criadero, no puteen). Si andan por Cuba, el Caribe o el norte de la América del Sur, que por aquí no los hay, se hacen de uno, de varias papas y cebollas, puerros, ajos, morrón rojo, ají picante, sal no tanto y aceite, si de oliva mejor. Poned a hervir las papas, y con las maravillas anotadas, entre yuyos, sales y amores, me marináis al pescao’ antes de hacerle sentir los rigores cálidos del horno; no mucho tiempo, el tueste de sus pellejos os delatará el punto de cocción, y tened al blanco o del otro pronto, que el rosado me subyuga, y vaya si es de Merlot, con las papas bien sazonadas a un lado. Buen provecho y a disfrutar… Pero no se vayan, lean un algo más: ha llegado la hora de que confiese aquí, ante mis abnegados lectores, si es que existe alguno, que, de tanto en tanto y disfrazado de humano, también ejerzo el periodismo, oficio que me llevó, hace más de treinta años ya, a tomar el maravilloso café con leche que me ofrecieron en el Café Landolt, de Ginebra, y en la misma mesa a la cual Lenin se sentaba a leer y escribir, a veces con un tazó del negro brebaje, otras de té; cuando finalizaba sus visitas diarias a la biblioteca de la Universidad Jean Calvin, en Parc des Bastions, según cierta vez contó Nadya Krupskaya, su esposa. Y hacia aquí en el tiempo, aunque tampoco tanto, después de asistir al cumpleaños noventa del ya fallecido artista plástico y filósofo del diseño y de la comunicación argentino, Tomás Maldonado, en Milán, fui invitado a cenar en un bodegón ahora escondido entre edificios, en el que cada vez que pudo, Palmiro Togliatti, uno de los fundadores del PC en Italia y entre los más lúcidos dirigentes bolche de todos los tiempos, se agasajaba con el de ahí famoso risotto milanese ossobuco; en verdad, una obra divina. Ahora sí me despido, con el delicado sabor de no saber si cumplí o no con el pedido de Ducrot… El día de su boda con Diego Rivera, Frida Kahlo, una apasionada por la cocina tanto como por el arte y la política… y lo colores, reunió a los invitados en la azotea de la casa de la fotógrafa Italiana Tina Modotti. No hubo cubiertos sobre las mesas porque para Diego resultaban artilugios de gustos muy burgueses, los reemplazaron por tortillas de maíz, y el menú fue el siguiente: sopa de ostiones, arroz blanco con plátano frito, chiles o pimientos rellenos de queso y otros con carne molida; mole negro de Oaxaca, uno de los platos más complejos de la cocina mexicana, bien de casorios y casi una sinfonía de sazones, entre ellos chocolate y chiles, por supuesto; pozole rojo de Jalisco, otro guiso de enjundia, y flan. Claro, el pulque y el tequila fueron ríos más sagrados que el mismísimo Ganges…Y, para nuestro final, como no podía ser menos: el pozole y los ostiones que Frida se encargaba de consagrar en su cocina de colores eran algunos de los sabores mexicanos que, con entusiasmo, adoptó León Trotsky, aunque medido, sin los desbordes de ella y de Diego… Camaradas, ¡salud!

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