Como sobre tantas cosas, muchos dicen que el sánguche de miga – simple o triple – es un invento rioplatense, pero la verdad es que fue creado en 1925 en el Café Mulassano, en Turín. De esto habla El Pejerrey Empedernido mientras te da recetas para hacerlos para todos los gustos.

Cuenta la leyenda que una tarde de nubes bajas, en un bar de la avenida Belgrano, calle mustia si las hay en Buenos Aires, la última del planeta urbano que cualquier humano sensible (y Peje también) elegiría para andar y desandar sin rumbo, que le dicen pasear, el poeta pidió medio pebete de salame y queso; y que la moza de delantalillo negro anudado con gracejo lo miró compungida y dijo uyyy no sé si podré traerle medio, pero… No se haga problemas señorita, replicó él, que sean el pebete entero y un cuchillo; y el poeta entonces partió el sánguche por la mitad, comenzó a mordisquear una de ellas dos con rostro de satisfacción, y la otra quedó ahí, en el plato, tal cual trofeo en disputa de miradas tan codiciosas como discretas. La misma leyenda que este Peje chismoso oyó de Homo Sapiens de última generación y más confiable que palabra santa; la misma leyenda, les decía, cuenta que el poeta no fue otro que el maestro Leónidas Lamborghini, ahí vivo él en su obra enorme, y veo en mi cueva arenosa entre las aguas del Tuyú un ejemplar de los “Últimos días de Sexton y Blake”, relato alegórico que toma la vida de dos amigos septuagenarios que al momento de iniciarse la narración viven en un mínimo sucucho, repasan el pasado, y siguen todavía obsesionados por la aventura y el ritmo del presente (…). Desdobla la figura del detective Sexton Blake, un conocido personaje de historieta que aparecía en el Titbits inglés y que se reprodujo en publicaciones periódicas locales en los años ’30 (…). Lamborghini apela una vez más a la figura del doble que proyecta el texto en dimensión dramática, en línea con las figuras beckettianas de Vladimir y Estragón, o la comicidad de Bouvard y Pécuchet, los célebres personajes de Flaubert, dicen en Paradiso, el sello editorial de culto que dio luz a ese texto de lectura obligatoria…Y cuenta, ya no una leyenda sino la memoria de mi amigo Ducrot, quien al enterarse de mis intenciones de escritura para esta semana me llamó por tubo y cantó y dijo: Sangüichiiiitooooó, sangüichitooooó, La Monarca sangüichitooooó… como voceaban en las playas de Mar del Plata en el varano de ’66, y nos sentábamos a la tarde con un libro en el macuto, pero a soñar con Adelitas, mientras los reojos disfrutaban con el embeleso de bikinis; no sabíamos que en meses más sonaría el dolor de la Noche de los Bastones Largos, que la burocracia sindical se iría de copas mugrientas con un tal Onganía y que nuestras vidas ya no serían lo mismo, nunca… Sí, sí, don Peje los de La Monarca eran deliciosos, siempre triples y cierto que con pocas opciones, pero inolvidables. Cómo no iba a evocar entonces las ciertas leyendas oídas una de esas tardes en que me disfracé de humano y el relato de mi amigo, que así ordenadas en la presente cuartilla casi suena a teoría poético política del sánguche de miga… Y déjenme añadir: tanto va la pasión al mantel, que en tiempos como éstos, de tantas redes dizque sociales, hasta se encuentra uno con cuasi comunidades como la de “los fundamentalistas” de la tal maravilla del yantar argento y rioplatense todo…  Aunque, como verán, lo es (argento y rioplatense) por adopción definitiva, ya que, parece ¡Ohhhh, casualidad!, que ostenta origen italiano… Creado en 1925 en el Café Mulassano, de Turín, para oponerse por principios a los hábitos del tan British Sándwich del Five o’clok tea, muy lejos, sea el señorito del Albión o el tramezzino – que así bautizó Gabriel D’Annunzio al triangulillo de delgado pan de molde, casi siempre con atún y otras cosillas del citado boliche –, tan lejos peroraba, de los nuestros contundentes sánguches de miga, tanto que no hará falta que a ustedes les recuerde la maravillosa sinfonía de colores y paladares para el comer distraído y goloso, en bandeja, con birras frías por doquier, en una tardecita cualquiera y sobre la terraza, el patio o el balcón de casa en verano, con libros, con recuerdos y, por supuesto, con mi Pejerreina leyendo en voz alta a Lamborghini; porque sí mis amiguetes y amiguetas, los Pejes por algo con tanta frecuencia recurrimos a la metamorfosis que nos hace bípedos, con moñito o miriñaque… Y ya que estamos, para un jolgorio bendecido por los ángeles libertinos, que los sánguches de miga – siempre triples, no me vengan el simplecito ese de los tostados, por ejemplo -, sean en este orden y siempre entre amorosas caricias de mayonesa y un algo de pimienta, tan sólo un algo: de tomate, lechuga y jamón cocido; queso del groseramente llamado “de máquina” con atún; de queso otra vez, con huevos, aceitunas picadas y morrones rojillos; de láminas de berenjenas escabechadas con jamón – éste a elección -; en pan negro con jamón crudo y queso, o con parmesano rallado y rúcula crocante… Pero los hay para todos los gustos, si hasta de pavita y ananá, porque éste, el de los sánguches de miga, quizá sea el único de todos los universos morfísticos en el que vale lo que sea o fuere, y allí sobre la bandeja recién llegada a nuestras mesas, todos con todas vamos a danzar hasta que la última de las joyas recuerdos sólo sean…Y antes de despedirme, otra evocación, esta vez mía, de cada vez que nadé hasta la otra orilla del Plata, para acodarme antaño a la barra del Medio y Medio en el Mercado del Puerto de Montevideo y despacharme un botella del espumante homónimo de la casa y algunos de los mejores chegusanes de miga de todos los tiempos, el que allí ofrecían, sí, de mejillones… ¡Ahhh! Y una promesa: juró que si Ducrot me invita a su próximo cumpleaños, la torta será de mi coleto, salada claro: un triple de miga, de varios mundos, y para repartir después del consabido sople de velitas, entre cada uno de los festejantes, tengan moñito o miriñaque, reunidos alrededor de la mesa… ¡Y salud!

¿Querés recibir las novedades semanales de Socompa?

¨