Los politólogos señalan que hay, cada vez más, un “divorcio” entre las clases políticas y la gente. Hoy en la Argentina, una pregunta clave es, en el marco de una oposición social al macrismo que es cada vez mayor: ¿a cuántos están dejando participar en este proceso las estructuras político-partidarias tradicionales?

Hablamos de reunir a la oposición, de encontrar consensos, de buscar a un líder que no piante votos, de ser competitivos… en otras palabras, de pararle la mano, como dicen las plazas y las calles, a esta vorágine sin fin de malas noticias, de pasos hacia atrás en casi todos los sentidos que se puedan imaginar.

Sin embargo, hay una pregunta que pocos se están haciendo y que tiene que ver con una tradición bien arraigada en la historia política argentina: ¿A cuántos estamos dejando participar en el proceso?

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Sabemos que esta pregunta encierra un dilema de difícil digestión tanto para el peronismo como para la izquierda, hoy oposición formal a la alianza radical-macrista. Sabemos, también, que el verticalismo en algunos de ellos es uno de sus grandes ejes constitutivos, por no decir uno de sus puntos de encarnizamiento interno histórico. Pero dejando de lado por un momento estos factores partidistas, ¿No ha sido, justamente, el “descuadramiento” lo que permitió en su momento al radicalismo y al peronismo luego conquistar las mayorías?

Aclaremos. Descuadramiento no es ciudadanismo vecinal. Des-cuadrar el movimiento no significa hacerlo líquido, difuso, ni siquiera interclasista. Des-cuadrarnos se refiere a desbordar las siglas para hacerlo realmente popular, democrático, y, por qué no, actual. Popular porque realmente se hace en la calle, en la plazas, sin think tanks de por medio; democrático, porque la implicación de las personas se traduce en compromiso, y ésta en participación activa del nuevo ideario colectivo; y actual, porque hay nuevas generaciones que, sincerémonos, están quedando afuera de la organicidad de la oposición anti-macrista.

Muchos criticamos al PRO y a sus aliados del radicalismo por aparentar una falsa ciudadanía participativa (“En todo estás vos”, etc.). Nos reímos de los vídeos de Mariu llamando a supuestos vecinos para preguntarle sobre la Seguridad de su municipio, o de las meriendas con medialunas que el presidente simula disfrutar con vecinos “de barrio”. Pero, ¿y nosotros? ¿Cuáles son hoy los mecanismos con los que contamos como oposición para producir esta “democracia radical” que tanto criticamos al oficialismo?

Las PASO son internas, para afiliados y militantes, por lo tanto no forman parte de la respuesta.

En el mundo de las ciencias políticas se afirma que para marcar la cancha, crear agenda, los canales varían según el contexto y no siempre, no siempre, es necesario ser masivo. La política de derechos humanos del CELS, por ejemplo, supo hacer “agenda setting” en altas esferas del Estado desde círculos sociales muy concentrados y profesionalizados. Es cierto que recibieron una gran ayuda por parte de las Madres y Abuelas, pero la política de letra pequeña y pasillos de juzgado lo llevaron a cabo un grupo reducido y muy poco conocido fuera del ambiente.

Pero una cosa es marcar la cancha, y otra es ganar las elecciones.

Para lo segundo no alcanza con tener grupos tecnificados expertos en su materia (que también); ni militantes que como soldados acompañan allí donde hay que ir para hacer el aguante (que también); tampoco con los dichosos trolls que desde una salita se encargan de crear opinión en las redes sociales (ejem, esto también). Para sobrepasar el límite, esa frontera que parece cada día más alta y difícil de sortear, es necesario también replantearse nuestras prácticas habituales, como movimientos y organizaciones políticas, no sólo esperar a ver si el precio de los tomates crea un conflicto desbordante, un estallido social.

En las sucesivas marchas que se dan casi cada semana en el país se ven dos elementos constitutivos: movimientos sociales pertenecientes a una corriente de la oposición (sindicalismo, organismos de Derechos Humanos, la Cámpora, etc.), y masas de personas que con distintas orientaciones ideológicas más o menos afines se movilizan por una causa concreta (estudiantes, feministas, científicos, astilleros, jubilados, precarizados…). A este segundo grupo, tanto el FIT como el peronismo en sus distintas vertientes intentan canalizarlos y darles cabida (lo que el tan citado Ernesto Laclau llamaba “populismo de izquierda”). Ensayan ser sus voceros frente a las cámaras de televisión, contonearlos. Esto no es bueno ni malo, es, y no nos proponemos aquí debatir normativamente lo que se debería hacer en términos éticos (ni estéticos). Lo que sí podemos hacer, sin embargo, es analizar sociológicamente los mecanismos de empoderamiento que ambos, izquierda y peronismo, practican o dicen practicar para representarlos.

Democracia real y profesionalización política

Teniendo en cuenta que la globalización y la política moderna han reformulado el institucionalismo de la administración pública y la han profesionalizado, por decirlo de alguna manera, sería útil preguntarnos antes por el verdadero peso de los “de abajo” en las prácticas de los de arriba. Este análisis se vuelve pertinente en la medida que nos permitirá dilucidar e ir un poco más allá de las prácticas habituales de canalización de la protesta social en la Argentina.

¿Qué formas tienen nuestras adaptaciones locales de esta “tecnificación de la política moderna”? La respuesta es: muchas. La política argentina ha variado en términos de administración local, provincial y estatal en consonancia con los cambios tecnológicos y funcionariales de los nuevos sistemas financieros, de public management y de organismos internacionales que demarcan hoy cada vez más –judicial, mercantil y, obviamente, políticamente- las realidades internas de los estado-nación. Así, por tanto, la Argentina no es inmune a los cambios en sus organigramas ministeriales a los nuevos órdenes del sistema público de Occidente, ya sea en la política fiscal (modernización de la agencia fiscal), monetariamente (la bicicleta y la devaluación son, efectivamente, partes de ese nuevo orden-mundo), en Inteligencia, etc.  

¿Cómo se traslada esto a la politización “por abajo”?

Los politólogos y gestores públicos denuncian que hay, cada vez más, un “divorcio” entre las clases políticas y la gente, no sólo en los países considerados desarrollados, sino en todos aquellos que, como el nuestro, se denominan en vías de desarrollo. Más allá de la des-politización propia del cinismo postmoderno neoliberal, ya muy estudiado y denunciado por otros autores y autoras, se suman la tecnificación y profesionalización de la política vía globalización, arriba mencionados. Como dicen Xavier Ballart et al. en su libro Política para Apolíticos (2012), la nueva política tecnificada produce finalmente una dinámica de des-democratización general:

` La cuestión clave es la pérdida de importancia de los niveles intermedios de la organización. El importante y creciente volumen de recursos que los estados democráticos ofrecen a los partidos ha permitido la profesionalización de un mayor número de protagonistas políticos y hace menos necesaria la aportación económica de las cuotas de los afiliados. Por otra parte, la presencia sistemática de los partidos en los medios de comunicación reemplaza el trabajo cotidiano de los militantes como propagandistas en su entorno laboral o vecinal. El conocimiento de los estados de ánimo de la ciudadanía se puede obtener de las encuestas de opinión, sin necesidad de una organización «capilar» con presencia en todas las esferas de la vida social. Los recursos económicos permiten contratar profesionales y expertos sin que sea indispensable el voluntariado benévolo de técnicos y expertos afines. En otras palabras: todo el aparato intermedio que constituía la estructura del partido de masas, a partir de la colaboración activa y desinteresada de una extensa red de cuadros intermedios, ha pasado a ser prácticamente innecesario.´

Así, la refinación de los mecanismos de la democracia representativa produce un efecto dual en y sobre los movimientos sociales de oposición: por un lado, disminuye las posibilidades de los “no-encuadrados” a una real participación en la organización; y por el otro, abandona en una especie de limbo a los que sí están encuadrados.

Si bien ambos se producen bajo el mismo contexto fagocitador de este nuevo expertise moderno, las razones varían. En los no-encuadrados, su alejamiento se produce por una creciente dinámica de identidad cerrada y excluyente de las corrientes políticas tradicionales, que canalizan la dispersión fragmentada de las nuevas sociedades neoliberales del new management tendiendo hacia dentro. Como afirma Franco Ingrassia en el libro El impasse de lo político (2011), este ensimismamiento orgánico acaba produciendo finalmente des-politizaciones generales, alejándoles del objetivo deseado.

`(…) las implicaciones despolitizadoras de los cierres identitarios: relación hostil con el exterior en lugar de apertura, contagio y expansión, demanda de confort al interior en lugar de dinámica de autoalteración, expulsión de los elementos considerados “impropios” de un colectivo en lugar de construcción a partir de la alteridad.´

Entre los sí-encuadrados, su pérdida de influencia se debe a la des-localización inherente del nuevo orden tecnificado de la política-administración experta: macro-organismos e instancias internacionales, a través de créditos, evaluaciones de riesgo, homologaciones, ISOs y demás convalidaciones protocolares que son cada vez más obligatorias en las normativas entre estados nucleados en uniones mercantiles y comerciales. Intra-estados, por tanto, las entidades gubernamentales pierden poder de autonomía, volviéndose cuasi gestoras de lo establecido globalmente. Si bien siguen siendo fundamentales para las demostraciones de fuerza, creación de sentido común alternativo, etc., los militantes ya no son los únicos determinantes para el tecnificado marco creado por la nueva política de la gobernanza, como puede observarse hoy en día en nuestro país, donde la calle dice una cosa y el Congreso, otra.

Si observamos, entonces, los circuitos normales de canalización de la protesta y movilización en Argentina con y sin encuadrados (unidades básicas, ateneos, asambleas universitarias, inter-sindicales, punteros, fundaciones, cooperativas, carpas, barras bravas…) vemos que estos efectos de la denominada “nueva gestión pública” se desarrollan en mayor o menor media.

De más está decir que en su mayoría se llevan a cabo decenas de buenas prácticas y en general las intenciones son constructivas, pero como hemos visto el grado y calidad de la participación de los que no son “del palo”, por un lado, y el nivel de impacto de los que sí lo son, es, lamentablemente, mayoritariamente bajo.

Volvamos, pues, a la pregunta que nos hicimos al principio. ¿Qué mecanismos son los que, actualmente, practica la oposición al macrismo en materia de participación democrática real? ¿Son éstos en general participativos y abiertos para los no militantes? ¿Fomentan en su interior el conocimiento de la política del nuevo orden que ya se viene practicando desde las instancias administrativas locales, provinciales, estatales y supranacionales para los que sí lo son?

Si no resolvemos estas preguntas, no alcanzaremos a revertir un proceso que empezó mucho antes que el macrismo, excediéndole, y que ahora, simplemente, está ensayando su verdadera naturaleza.