Cuando de ciertas voces políticas se escucha proponer la construcción de una sociedad más justa o igualitaria a la cual se llegará a partir de una importante transformación social, esos enunciados más que provocar entusiasmo, no dejan de sembrar dudas e incluso un gran escepticismo. Los discursos políticos hoy están impregnados de sofismas marketineros que nunca se traducen en prácticas concretas.

Cuando se habla de Grieta se supone que estamos en presencia de un conflicto muy acentuado, casi irreparable entre dos proyectos de país. Por un lado, los que llevarían adelante la transformación de la sociedad en beneficio de los sectores populares, tocando los intereses de las fracciones económicas más poderosas. Del otro lado, los últimos, intentando detener esa sangría confiscatoria que nos llevaría a ser Venezuela, Cuba o Corea del Norte. Pensado así la infraestructura de la sociedad estaría sujeta a una disputa que mueve el suelo como un sismo.

El resultado de las PASO muestra que la supuesta Grieta no deja de ser un gran simulacro, y que el piso en el que se desarrolla se encuentra demasiado firme. La democracia argentina se acerca cada vez más a ese bipartidismo con alternancia que tanto pregonan los demócratas liberales y que alguien como el ex presidente Eduardo Duhalde no deja de sugerir enfáticamente a las dirigencias políticas argentinas.

La alternancia supone la existencia de una política de Estado que se mantiene gobierne quien gobierne. No deja de ser una de esas repetidas propuestas que muchos políticos y periodistas siempre sugieren. Una política de Estado en Educación, Justicia, Seguridad, Trabajo. Al revés, se podría decir que esa política ya existe y es la que el pueblo viene padeciendo desde hace ya un tiempo, probablemente a partir del segundo mandato de la ex presidenta Cristina Kirchner. Definir ese momento implicaría un interesante trabajo de investigación.

Se podrá señalar que el ex presidente Mauricio Macri hizo lo que tanto previa como posteriormente no se había hecho: endeudar al país de una forma desmedida poniendo así serias trabas a quien quisiera revertirlo. Si la deuda contraída por Macri no se investiga y a la vez se hacen todos los deberes para pagarla, lo que se está haciendo es validarla como tal.

Cuando de ciertas voces políticas se escucha proponer la construcción de una sociedad más justa o igualitaria a la cual se llegará a partir de una importante transformación social, esos enunciados más que provocar entusiasmo, no dejan de sembrar dudas e incluso un gran escepticismo. Los discursos políticos hoy están impregnados de sofismas marketineros que nunca se traducen en prácticas concretas. Esto no es ninguna novedad ya que gran parte de la ciudadanía lo percibe de esta forma y a eso se debe, en gran parte, la escisión creciente entre política y sociedad.

“Sabemos que falta, que falta un montón, pero estamos haciendo”, es una frase repetida hasta el hartazgo tanto por el oficialismo como por la oposición cuando fue gobierno. El gran problema es que nunca se sabe hacia dónde hay que ir para suplir la falta. Eso no se dice. Se parece al secreto empresarial. El ciudadano entonces, aunque cada dos años tenga que ir a votar, se vuelve pasivo, tiene que esperar. Lo antedicho debe ser el principal axioma de la señalada alternancia. También lo que provoca, la falta de entusiasmo para comenzar una práctica militante, aunque se escuche asiduamente decir “Estoy trabajando para fulanito”. Obviamente que militar, no es trabajar.

“Es lo que hay”, es otra de esas frases que se repiten. Si cada uno se la rebusca como puede, como se dice hoy, lo que molesta sobremanera es que digan que están cambiando el país. Es en este punto preciso donde se hace sumamente perceptible que hoy la imaginación sociopolítica está completamente enterrada. Si se intentase transformar la sociedad, inevitablemente se debiera comenzar a construir otro modo de vivir, de producir, de pensar, de consumir, de hacer política.

Seguramente a través de ciertos razonamientos se podrá decir que lo antedicho no coincide completamente con la realidad, aunque la mayoría de los viejos militantes con cierta formación ideológica lo vea así. Los nuevos deberían ganarse a las mayorías silenciosas y demostrarles que se trata de ir mucho más allá de lo existente, de eso que no deja de reproducirse continuamente, porque la ideología existe en el modo de vida, en el quehacer cotidiano. Es eso que se reproduce espontáneamente. Los grandes teóricos que hablaron de la ideología obviaron casi siempre un escrito emblemático de Lenin como el ¿Qué hacer? Allí el revolucionario ruso señalaba que la lucha obrera espontanea conduce al tradeunionismo y no al socialismo y que por ende había que darle a eso una sugestiva vuelta de tuerca.

De todas maneras, no todo lo que sucede genera escepticismo. Al interior de los procesos políticos progresistas que se fueron dando en Latinoamérica, durante las dos primeras décadas de este siglo, vale subrayar los ejemplos de Bolivia y Ecuador en los cuales no sólo se realizaron acciones políticas sino a su vez se planteó el establecimiento de un nuevo modo de vida basado en las costumbres milenarias de los pueblos indígenas. El “Vivir Bien”, el Suma Qamaña de los aymaras o el Sumak kawsay. No son pocos los movimientos sociales regionales que adoptan como regla, otro modo de vida alejado del consumismo reinante. Los viejos militantes argentinos de los 70 conocen todo esto a la perfección ya que en sus prácticas también modificaban sus modos culturales heredados, por ejemplo la conocida proletarización.

Por razones de espacio desarrollaremos los temas del último párrafo en una próxima nota.

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