En estos días de frío, volvió a aparecer la obsesión presidencial con las mantas, los suéteres y el gas apagado. Esta es la punta del iceberg de un modo de comunicación y de una forma peculiar  de gobernar para poca gente pero bien abrigada.

Cada vez que vienen estos picos de frío, seguramente se le corte a muchas fábricas, y va haber gente a la que se le va suspender su empleo, va cobrar menos porque no tenemos energía porque hay muchos que en sus casas consumen de más y no se abrigan”. Así explicó la crisis energética el presidente Mauricio Macri, el domingo 17 de junio en el programa de Jorge Lanata. Estamos en el siglo XXI y tenemos un presidente que no se expresa en forma de razonamientos sino en forma de tuiteos y memes. No pidamos explicaciones detalladas para problemas complejos sino generalizaciones despojadas y efectistas. Disparatadas pero claras y firmes. Es un presidente que comparte discursos motivacionales y tips sobre usar lámparas LED y abrigarse para no encender la calefacción. Cuando a Cristina Fernández de Kirchner se le ocurrió decir “la carne de cerdo mejora la actividad sexual” fue objeto de escarnio. Lo que en Cristina enojaba, en Macri encanta.

Mauricio Macri se siente más cómodo hablando a una sola persona que a miles. Vengan de a uno. Recordemos que su estrategia de campaña consistió en hablar de casos puntuales, como de Rosa que atendía un maxiquisco y Fernando que tenía una panadería. El presidente concede entrevistas en su casa, ante Majules, Mirthas y Lanatas, que son más amigos que periodistas. Los cambiemitas desdeñan la política y las cadenas nacionales y practican el timbreo. Existe una repugnancia por lo masivo. No sabe dialogar con las organizaciones y es hostil a las manifestaciones. Detesta la categoría de “pueblo” y abraza a la “gente”. Es una estrategia similar a la del jefe que no quiere dialogar con el sindicato, pero que llama a los trabajadores de a uno para resolver los problemas comunes.

Foto: Claudia Conteris

Los spots de Cambiemos abusan de un recurso: argentinos “comunes” enfocados de frente, cada uno pronunciando una palabra de una frase común. Esto es la versión fílmica de aquel “cada uno en lo suyo defendiendo lo nuestro” que el gobierno de la dictadura quiso imponer como mensaje para la ciudadanía durante la guerra de Malvinas. Ese es el país soñado por las autoridades: un país donde cada uno se queda quietito, haciendo su tarea. No se juntan. No es un gobierno de juntarse. Toda junta es sospechosa.

Si Macri se dirige a los individuos es porque cree que los problemas nacionales son, en realidad, problemas personales. Tiene una versión intimista de la historia. Cuando los próceres firmaron la declaración de la independencia, sintieron angustia. La solución estos problemas no tiene que ver con las cuestiones sociales, económicas o políticas que se aborden sino con el entusiasmo que cada sujeto ponga en su tarea. Entonces, detrás del problema energético no hay una especulación colosal ni planillas de Excel que llenar (Aranguren dixit) sino la poca y mala voluntad de los argentinos. Si cada uno hace su tarea, la Argentina se trasforma, dice. Porque la nación para él es una sumatoria de sujetos. Pero se olvida (¿lo hace a propósito?) de que entre el sujeto esa nación existe un espacio intermedio para la transformación de la realidad que es el grupo, la organización, la comunidad. Que la nacionalidad es un plus superior a la suma de sus componentes.

El discurso presidencial abomina de la historia, pero también de la sociología. Por eso en las cosas que pasan en estos días el presidente no sabe leer injusticia, ni conflicto ni condición económica, social ni geopolítica alguna: hay “desencuentro entre los argentinos”. Estamos mal porque no sabemos comunicarnos. Nunca un dato duro, solo hipérboles como “estábamos al borde de la crisis energética” o “estábamos a punto de convertirnos en Venezuela.” Falló Cristina cuando eligió comunicarse por medio de estadísticas, de datos puros y duros. Nadie los escucha. Lo que queremos es generalizaciones, sociología berreta y discursos motivadores: para creerlos o para burlarnos de ellos.