Bullrich como émulo de Ned Flanders y Lilita de Luis Sandrini. Cristina tiene aires de directora de colegio y Vidal también pero de un jardín de infantes. Todos se parecen a alguien y así, con sus parecidos a cuestas,  salieron a buscar nuestros votos.

En estos tiempos de gente indignada y politización de la vida cotidiana, ¿dónde se refugia la comedia? Justamente a la vista de todos, en el living de los programas políticos. En las capturas de video de esos programas. Y en la circulación de estos videos por YouTube y las redes. La televisión y los diarios online hoy viven de furcios, compadreadas, bloopers y tropezones de políticos, recogidas por uno y compartidas entre todos.

Hay escasez de capocómicos, pero este problema fue resuelto con la sobreexposición de candidatos políticos. (Una de las causas de la decadencia del humor político en la televisión es esta: no necesitamos imitadores profesionales cuando podemos reírnos con los verdaderos). Jorge Asís -otros sujeto que jamás podrá ser imitado, porque toda copia sería menos graciosa que el original- sugirió alguna vez que la política es una ficción. Una ficción cómica, agregamos.

En estos tiempos, donde se odia al aburrimiento por sobre todas las cosas, la ficción política ya no se presenta como discurso de barricada sino como épica y telenovela, pero sobre todo como tuiteo, como meme, como selfie o mensaje de youtuber. Para esta  campaña que se dibuja en el horizonte, cada candidato ya eligió su máscara y su género cómico. Pasemos lista a los personajes.

Sergio Massa endureció su mandíbula y abrió los ojos desorbitadamente como un Lando Buzzanca sin bigote, un perfecto personaje de comedia italiana. Sacó un 15%. Su esperanza tal vez descanse en el amor del público argentino por el grotesco.

Cristina Fernández abandonó ese tono de directora de colegio que habla a sus alumnos en el patio y se convirtió en Cristina Presenta. Fue una movida inteligente. La ausencia de Cristina en televisión produjo una eclosión de imitadoras de Cristina en todos los canales: tanto Lanata como Susana tuvieron la suya. No la veremos mucho en estos meses porque, para ella, no estar ante las cámaras es una forma de presencia.

María Eugenia Vidal también parece una directora, pero de las de jardín de infantes. Comparte con ellas esa sonrisita a medio esbozar y la cabeza inclinada ligeramente hacia la izquierda, como diciendo “¿sí?” El último día se sacó, dejó salir a la indignada que llevaba dentro y se ganó al votante indeciso. Guarda con las modositas, dicen en el barrio, que son las peores. La combinación de virgencita con conventillera –ángel y demonio- le dio mucho rédito político.

Esteban Bullrich es un Seymour Skinner. O una especie de Mr. Bean de mirada triste. La pregunta de esta campaña será “¿en qué está pensando este tipo?”, dado el caso hipotético de que esté pensando en algo. Cuando lo apuran para que diga alguna cosa, recurre a sus caballitos de batalla (“formar equipos”, “nuevas tecnologías”, “siglo XXI”, “excelencia”) y nos recuerda a los sanateros al estilo de Fidel Pintos, pero sin chiste.

Los candidatos de la izquierda son los que, quizás, más se quedaron en el tiempo. Son serios, correctos, adustos todos ellos (¿dónde está la alegría de la lucha?). Se los respeta pero no se los vota, ni mucho menos se los teme). La barba de Del Caño es, tal vez, el único aporte a la imaginería política de estas elecciones.

Lilita Carrió es un animal de teatro, que puede pasar del grotesco al drama en un gesto, en un rictus. Es un Luis Sandrini freak, capaz de hacerte hace reír, llorar y temer al mismo tiempo. Es un misterio como la mujer de “Republiquita”, “Fernández me quiere arrojar un auto” y los anteojos gigantes logró atraer tanto voto porteño.

Lousteau es uno de los grandes enigmas de la política. Aunque sea amigo de los chicos de la Metro y siga viviendo de ese look de adolescentón eterno (como los chicos de la Metro), todavía no consiguió imponer a su personaje.

Margarita Stolbitzer aspira al papel de diva a lo Carrió, pero le falta ese touch de locura, ese brillito demencial que asoma de a ratos en los ojos de Lilita. Margarita está probando con ser mala pero no le sale. Y encima le toca estar al lado de Massa, que es puro gesto.

A Florencio Randazzo le cuesta encontrarse con su personaje. No lo vemos cómodo ente las cámaras. No lo vemos cómodo en general.

Nos esperan un par de meses más de campaña. Predecimos un espectáculo lleno de escenas reideras, denuncias estrambóticas y réplicas ocurrentes. La política es una rama del humor. Y el humor es una rama de la política.