Hablemos de corrupción. Hablemos también de corrupción estructural, sistémica, la inherente al capitalismo, al neoliberalismo, a las políticas del macrismo. Hablemos de yapa de recuerdos históricos de muy antiguas campañas contra presidentes variopintos.

Esta nota podría comenzar así: con las bóvedas y los bolsos me tienen las pelotas al plato.

La película que venimos asistiendo como mínimo desde 2008 (¡diez años!), tiene algo que se parece a una secuencia de Silent Movie, de Mel Brooks. Allí se ve, a espaldas del amo malísimo de una transnacional llamada Engulf and Devour, una placa corporativa en la que dos manos como garras retienen a la Tierra. Una leyenda inferior en la placa dice “Our fingers are in everything” (“Nuestros dedos están en todo”, sería una mala traducción literal).

O podemos empezar el texto por otro wing.

Obvio que da bronca y duele y mucho la posibilidad o la certeza de que funcionarios K hayan afanado. O dolía más hasta que los gobernantes del presente nos metieron en una pesadilla –que incluye corrupción en escalas más vastas-, ante la cual (corrupción presunta o no) hay que establecer imperiosas comparaciones. Es muy difícil saber cuántos funcionarios K curraron; cuántas  operaciones berretas, falsas, se acumularon; y más aún desentrañar cuánto se llevaron los que hayan “robado”. El que escribe tiene pocas dudas de que la gran mayoría no fueron corruptos, entre ellos la enorme mayoría de los ministros K. No se sabe tampoco cuánto creen los kirchneristas de ley en esa corrupción o hasta dónde cierran los ojos ante el asunto, para que no joda.

En ese margen de incertidumbres sufridas, el que escribe y el que está espantado ante el macrismo sí está seguro que del  otro lado la cerrazón (y el blindaje) ante la corrupción macrista es aún más ciega, más necia, más resentida, retorcida. En la comparación (sí comparamos, es la vida real) de “montos” de guita afanada, de tipos de corrupción, de escalas y sobre todo de a qué lógicas corresponden los actuales modos de la corrupción, no hay corrupción K que le haga sombra a la corrupción M.

Desde que saltaron al aire las fotocopias de Centeno, todavía fotocopias, y desde que del despacho de Dudoso Bonadío salen en fila oleadas de arrepentidos (esta vez la secuencia parece el ascenso final de El Séptimo Sello, solo que los que suben parecen locos tirando cada cual un discurso distinto), llega un momento en que dados los estrépitos, clarinazos, manipulaciones y las muchas partes inconsistentes del show, uno se dice ¡¡¡Bassssta!!!.

Uno incluso se dice la frase prohibida: más vale el imperdonable roban pero hacen (y el kirchnerismo hizo bastante) que roban, deshacen, destruyen y te rompen el upite material y simbólicamente.

Ensalada cósmica

En los lodos salidos de Comodoro Pis (como dice alguien en Facebook) hay materiales entreverados, figuras delictivas distintas, géneros del espectáculo también mezclados. Se habla de guita negra llevada a campañas electorales (fechas imprecisas), de guita negra puesta por empresarios para que Néstor Kirchner golpeador o Cristina monarca abrieran o no la llave de la iniciación de una obra o la adopción de una medida o decreto, de una cultura empresarial de la incentivación para que los K arranquen otra obra en la que acaso ni habían pensado. Se habla también vagamente de cohecho, del que los empresarios arrepentidos zafan, convertidos en buenos.

Hasta ahora, en el fárrago, no parecen haber datos de algo que a menudo solo suele hacerse metódicamente del lado del empresariado y más todavía desde el empresariado cartelizado: bloquear o sabotear o establecer preacuerdos internos para vencer los recaudos que suelen establecer los pliegos de licitaciones. Un modo de presión que lleva a decir: o lo hacés como lo imponemos nosotros, Estado, a este precio, con estos plazos, con estos sobrecostos imprecisos a futuro, con todas estas garantías y facilidades, o te torpedeamos las dos cosas, la licitación y la obra.

De la ensalada inmensa e imposible que se agiganta día a día en los medios a medida que baja desde los Cielos el grito de ¡¡Arrepentíos!! lo que parece –solo parece- verosímil es que hay/ habría guita que se fue a campañas electorales y acaso coimas para “personas físicas”. De eso hubo en todos los gobiernos, particularmente desde la última dictadura. Sí, pudo suceder eso, pero quedan enormes dudas de que la guita llegara a las manos con dedos largos y uñas más largas todavía de Néstor y Cristina. Manos rapaces de caricatura antisemita, como las que dibujaba cierto célebre y odioso dibujante en una publicación llamada Clarinada, más que filonazi, a la que algunos asocian con el nacimiento de Clarín, no necesariamente con rigor, aun cuando Roberto Noble, fundador del diario, fue simpatizante público de Mussolini.

Sí, puede que la recaudación pasara por Julio De Vido, para financiar la política, que Néstor lo estimulara, que Cristina mirara o no para un costado. Sencillamente: el que escribe no lo sabe.

Cristina Fernández de Kirchner –aun en su cierto autoritarismo y sus modos a veces enfadados- siempre fue más institucionalista que Néstor. Con errores y aciertos CFK buscó modos de resguardar ciertas políticas públicas mediante engranajes institucionales, controlar mejor, democratizar, transparentar, elevar la calidad del Poder Judicial para mejorarlo.

Hay datos y gestos públicos sumados que dan para creer que CFK no se llevaba bien con De Vido. Hay otros acerca de pedidos de acá no se afana. Otros que involucran a De Vido en manejos fulería en el BACUA, a la vez construcción respetable en el marco de políticas comunicacionales y culturales.

La maldad o la avaricia en estado puro las dejamos para el discurso enloquecido del arrepentido Uberti (rajado hace mil años del funcionariado por los propios Kirchner), discurso y denuncias que por otro lado –como en los dichos de otros arrepentidos- cambian según se lean titulares o el cuerpo en letra chica de una nota, más los potenciales (y atentos todos: porque se revelan mil detalles aunque rige el secreto de sumario). Creemos, revisando de memoria data dura, gestualidad, acciones de gobierno y orientación general de la gestión, que De Vido fue un funcionario de convicciones ideológicas fuertes, un ministro que tenía en la cabeza un proyecto de país infinitamente más cercano al ideario de un país justo e integrado que el de los ministros del presente. Acaso lo peor de De Vido y del gobierno kirchnerista fue el ex secretario de Transportes, Ricardo Jaime. No solo trabajó a contramano de la promesa incumplida de Kirchner de recuperar el mapa y la industria ferroviaria (famoso y emotivo discurso inaugural en los talleres de Tafí Viejo, Tucumán), además se llevó guita. La tragedia de Once, sin embargo, no es para nada explicable en términos lineales, como si De Vido hubiera manejado aquel tren. Cristina, con Randazzo, remontó muchísimo esos errores.

En los fárragos densísimos que se vienen acumulando en torno del asunto fotocopias de cuadernos+arrepentidos falta un dato histórico importante. De cara al célebre problema o desafío de cómo financiar la política de manera transparente y equitativa pocos recuerdan –o se desrecuerda a propósito- que CFK hizo que en 2009 se promulgara la ley que asignó espacios de televisación gratuitos a todo el mundo, parejito para todos los partidos, poderosos o NBI. Va de nuevo: ante ese asunto por el que tantos indignados se mecen las barbas, Cristina lo hizo. Las campañas, y mucho más el acceso a la televisión (los medios gráficos solían aliviar finanzas a lo pavo gracias a las campañas, ya no), conformaban y conforman el gasto más temible de los partidos. Algunos son más fuertes en términos de afiliados, pero más fuertes aún son los que están más cerca de los intereses de los poderosos que pueden poner dineros. De modo que, ¿a quién benefició y a quién perjudicó aquella ley?

No fue una revolución, entre otras cosas porque la ley no impidió a los partidos con guita poner más tarasca sobre la mesa, ni al Estado poner la suya. Pero se emparejaron las fuerzas, mejorando las chances no solo del propio kirchnerismo (que manejaba la pauta estatal) sino a los variopintos partidos chicos, incluyendo a las izquierdas. La ley tampoco impidió que en distintos momentos De Narváez o Sergio Massa amurallaran las autopistas de salida de Buenos Aires con cartelerías enormes, hasta llegar a algunas de las últimas campañas kirchneristas que tuvieron algo de menesterosas, para lo que se había sido (o robado).

Como sea: gracias a una ley kirchnerista las campañas se hicieron menos onerosas y se supone que fue menor la tentación de recaudar en negro para meter spots electorales. Con lo que habría que cotejar mínimamente los años de las anotaciones siempre presuntas de Centeno con los que siguieron a esa ley.

Luego vinieron otros modos más astutos, más modernos, a la vez brillantes en su ejecución y oscuros en su visibilidad. Manejo de redes, manejos muy sofisticados del marketing electoral, microtargeting, campañas sucias como la que se hizo contra Filmus, ejércitos de trolls pagados por Magoya, sin olvidarse del manejo del sistema común medios+Poder Judicial.

Adiviná de dónde te estoy llamando. Y me hablás de bolsos.

Néstor not luxury

Aquí vamos a hacer un parate. Así como hay gente que odia a Néstor y Cristina y los piensan y encarnan solo en términos de bóvedas, de carteras Vuitton y de bolsos derramantes, uno se para en otra ubicación subjetiva, solo que con datos y verosímiles que tienen sustento.

Pasamos a escribir en primera persona del singular, disculpen.

No lo veo a Néstor –un tipo de estilo tosco, a veces simpático, otras veces torvo con los suyos- enloquecido por hacer guita solo para sí mismo o la familia. No lo veo para nada en ese rol, o en ese personaje codicioso. Podría aplicarse relativamente el adjetivo “codicioso” a la hora de contar guita para hacer política o para afrontar pagos de la deuda externa que contrajeron otros, como se vio en aquella vieja entrevista televisada en que viajaba en el avión con Daniel Tognetti y le mostraba los números. Néstor Kirchner era, aun habiendo hecho fortuna personal con su pareja, un tipo poco sofisticado, un tipo de gustos comunardos, que usaba pilchas de veinte años atrás. No era tampoco un tipo con ademanes de nuevo rico argento (Miami, 4×4 o flota de alta gama, codeo con la farándula, almuerzo con Mirtha Legrand). Néstor Kirchner, lo mismo Cristina, cuyo estilo siempre fue más de chica 10 universitaria, vivía demasiado alienado con la política y la rosca y el café, mucho más muchachero que bon vivant.

Repito, a golpe de percepción personal y dato biográfico, no lo veo a Kirchner haciendo guita con la sola aspiración de acceder a lujos que no fueron creados para él. No había pisado Europa hasta que fue presidente;  de eso se mofaron La Nación y alguno más. No lo veo entonces viajando a Europa, a lo más high, viviendo ya sea a lo Máxima Zorreguieta o a lo Mariana Nannis. Y si lo viera en París o en Florencia, me imagino a Néstor diciéndole a Cristina con horror: “¡¡Qué esh eshto, otro musheo no, Crishtina!!”.

No veo a esa pareja alienada en la política y refugiada en el sur y en las respectivas familias chicas, con algo de fobia social, con mucha más guita que la que ya habían hecho y potenciaron desde que hicieron fortuna –según se dice- en tiempos de la última dictadura. Si es por conductas desagradables, si es cierto que a la guita la hicieron gracias a la circular 1050 de la dictadura, me alcanza con esa tristeza.

Lo veo a Néstor con demasiado apego por los mocasines y el saco cruzado, aburridísimo en cualquier playa del Caribe o en los castillos del Loire o riéndose de los chinos –con tal de no bostezar o querer volver con apuro y un fuerte estado de ansiedad- visitando una remota aldea al sur de China. Tampoco los veo a Néstor y a Cristina haciendo un master acerca de cómo hacer la guita solo para ellos y cómo gastarse esa guita, hasta llegar al Valhalla del corrupto: todo el día panza arriba y a dormir, como decía el tema de Manal. No, nos lo veo. A Néstor sobre todo lo veo más cercano al orejeo de cartas obsesivo con otros políticos y dirigentes gremiales, a la anotación TOC en papelitos y cuadernos, al café de Río Gallegos, al fútbol con los muchachos –picadito o televisado-, puteando ante un plasma –ese sí de buen tamaño- al DT que fuera de Racing y diciéndole a Cristina, “A Calafate otra vez no, me aburro”.

A propósito de todo esto, en ya no sé qué programa de televisión, quizá en el de Alejandro Bercovich, me sorprendió la intensidad con que Alberto Fernández insistió en que CFK pudo cometer muchos errores y tener rasgos poco atractivos… “pero Cristina no es una ladrona y la conozco mucho, viví la intimidad del matrimonio” (no estaba hablando, claro, de pijamas).

A muy relativo contramano de estos párrafos, sí entreveo la posibilidad de que Néstor, como se dijo siempre, asumiera con realismo cruel la necesidad de contar con guita para hacer política desde fines de la dictadura, cuando tenía su ateneo peronista (creo recordar que le llamaban ateneo y no unidad básica). Sí lo veo en ese rol: tolerando e impulsando recaudación en negro para la política. Porque es cierto lo que se dice que decía y se explotó políticamente: para hacer política se necesita guita.

Hombres necios que acusáis/ Lanata

Punto y aparte para cambiar de frente otra vez, a lo Brujita Verón o Riquelme. La corporación de periodistas indignados finge eso, indignación, ante el asunto de la financiación de la política. Pero ahí tenemos al mejor de todos, al campeonazo, a Jorge Lanata, haciéndose relativo cargo de las cosas turbias que tuvo que hacer para financiar el proyecto del fracasado diario Crítica de la Argentina: buscar impresentables. El socio del proyecto que terminó quedándose con casi todo fue el delincuente condenado y preso en España, ex vaciador de Aerolíneas, Alberto Mata. Había otros socios iniciales, uno de ellos dueño de empresas farmacéuticas. Estuve en la fundación del diario (escribí con cierta incomodidad un libro sobre Lanata). Un día discutimos la posibilidad de incorporar al periodista Mauro Federico y me alegré porque lo conocía de añares y porque Mauro sabía de temas de salud y de manejos oscuros de la industria farmacéutica. Apenas tiramos un sumario sobre el tema de los laboratorios Lanata nos dijo, amablemente, tenemos un accionista del sector, nos cuesta un huevo tener publicidad. Olvídalo, cariño.

Luego de que Crítica cerrara, Lanata dijo en entrevistas, más de una vez, acerca de la financiación del periodismo (no de la política): “¿Vos te pensás que esto es una historia de amor? ¿Qué quieren, que ponga plata Teresa de Calcuta”. La poca guita que recibieron los ex laburantes del diario, tras mucha lucha, vino de la mano de los Repro que manejaba Carlos Tomada. Hoy los Repro están virtualmente extintos pese a los despidos en masa.

Cerremos estos párrafos recordando. Lanata comenzó a hacer lo mejor de su carrera bancando Página/12 con dineros que pertenecían a los restos del ERP (cosa que ocultó meticulosamente durante añares a medida que fue diciendo “Walsh y Verbitsky asesinos”). Hubo otros financistas variados de Lanata: Sergio Spolsky, Alberto Fontevecchia, el ya mencionado aventurero español Alberto Mata, Gabriel Yelín (Grupo Veraz), Alberto Pierri (en canal 26), Eduardo Eurnekian, el ex juez Gabriel Cavallo, el dueño de laboratorios Marcelo Figueiras. Finalmente fue el impecable Grupo Clarín, ex socio del Estado terrorista y antes y después de la última dictadura socio inicial de gobiernos sucesivos a los que siempre les arrancó un negocio de la hostia, a golpe de extorsión o de mera alianza, como sucedió con el macrismo y con el primer kirchnerismo, que no quiso descuidar sus espaldas ante el poder de fuego de Magnetto.

La conclusión es: Lanata puede (y tantos periodistas; Majul con la pauta oficial; Grupo Clarín; deuda de La Nación), la política no.

Lo que necesitamos es un Belgrano, un Illia

Las fotocopias del cuaderno de Centeno y el show de los arrepentidos hablan de un país kirchnerista bananero, selvático, macondiano. No vamos a poder abundar aquí por falta de espacio hasta dónde el verdadero destructor de la institucionalidad, el Estado de derecho y la República afamada es el gobierno de Cambiemos. Sí a tímidamente recordar ciertos esfuerzos –a menudo contradictorios o aplicados de manera algo mezquina- para darle al país mejor institucionalidad, comenzando por la renovación de la Corte Suprema (acá llega a la redacción un emocionado agradecimiento de Lorenzetti). Hubo también aquel bien intencionado intento final, algo confuso y excedido en épica para hacerse más persuasivo, de renovar al Poder Judicial (¿dónde están ahora, muchachxs de Justicia Legítima? ¿Muy apretadxs? Se entiende). Aquella intentona, como con el caso de la ley de Servicios Audiovisuales, fue recontra torpedeado no solo por la familia judicial sino por los adalides mediáticos y políticos de la República.

Belgrano, que-murió-pobre, y Umberto Illia, que fue presidente con la proscripción del peronismo, son referentes de algo que podemos definir como parte del imaginario de una Argentina pelotuda. Ética pública es casi lo único que ofreció la Alianza UCR-Frepaso en su campaña. Miren cómo terminó, incluyendo las Banelco. A Illia lo tumbaron gentes venidas de un árbol genealógico al que pertenecen los altos cuadros y funcionarios de Cambiemos (también radicales que lagrimean por Illia).

¿Quiénes tumbaron a Illia? Puede que haya una cuota parte de responsabilidad de cierto peronismo (reiteramos, peronismo proscripto), pero fueron los poderes fácticos, entre otros laboratorios y petroleras, con un general cristianísimo a la cabeza que se llamaba Juan Carlos Onganía. Era la Morsa un católico de ley –como Videla- que fue a su vez apoyado por el movimiento católico –que no es necesariamente sinónimo de Iglesia-, el que a su vez le proveyó al Estado autoritario encabezado por Onganía cantidad de jerarcas… católicos, es decir éticos. Golpe de 1966, el de la Revolución Argentina, que iba a durar cien años. Hagan la caridad de recordar aquel viejo librito de Verbitsky, Medio siglo de proclamas militares. El libro mostraba como por cada golpe de Estado la justificación pasaba por la lucha contra la demagogia, la burocracia política, el populismo, el orden, y, por supuesto, la corrupción. Recuerden, porfa, las corrupciones del Proceso: Banco de Desarrollo, Interama, las obras del Mundial, los secuestros extorsivos de empresarios, seguidos de muerte.

Consumado el golpe, Illia escribió, el 26 de octubre de 1966, en la revista Inédito: “Todo ha sido destruido. Desapareció el sistema republicano (…) Actuando como subproductos de cualquier matonismo totalitario erigen un sistema tribal de gobierno, primitivo e infrahumano (…) Como todos los aprendices de brujo, aparecen como mortales enemigos de las construcciones permanentes. Y así las improvisaciones, el aniquilamiento de la seguridad colectiva, la intimidación y el miedo”.

La suma de destrucción, sistema de gobierno tribal, improvisación y matonismo, resuena en el presente.

A qué llamamos corrupción

Hay corrupciones que son definitivamente horribles. Me lo hizo ver una vez el Chacho Álvarez, sencillito, en una entrevista. Corrupciones que explican políticas públicas sistemáticamente destructivas y no la mera hinchazón de bolsillos de algunos funcionarios.

Esto puede traducirse fácil al presente.

Es fácil pero el kirchnerismo –y menos el resto de la oposición- no saben explicarlo de manera más entradora. Por cada pedo o cada medida que toma un ministro del macrismo desde su poder de funcionario de Estado hay un clinck-caja automático para sí mismo o para sus amigos. Un ministro de Agricultura dueño de tierras sojeras hace guita para sí y para sus amigos cuando se bajan las retenciones. Lo hace el propio Macri, aun dueño de una minera, también bajando retenciones al sector. Aranguren se benefició más que seguramente a sí mismo y favoreció a sus amigos por cada tarifazo en los combustibles. Vale lo mismo para Dietrich y el transporte. Para los mesadineristas compadres de Caputo y para él mismo. Para Dujovne, o Duhomeless, que vive en el baldío.

La corrupción dendeveras, la sistemática y socialmente destructiva, merece estos abordajes.

¿Cuánta guita se le quita a cuántos cuando sube la tarifa del gas o la de luz? ¿A qué bolsillos va esa guita? ¿A cuáles otros bolsillos la tarasca de los tarifazos en el peaje? (Macri o ex Macri de nuevo, que vendió su parte, encareciéndola ante la promesa previa de aumentos en el precio del peaje). ¿De cuánta más guita se hacen los dueños y gerentazos de las prepagas por cada aumento? ¿De cuánta los bancos por subirte los intereses de la tarjeta, o en la bicicleta financiera estimulada por políticas públicas, o mediando con comisiones en el carnaval de títulos y papeles? ¿De cuánta guita se hacen las telefónicas cuyos operadores en este momento están ocupados y te querés pegar un tiro mientras esperás?

¿Cuánta guita podrá sumarse superponiendo anotaciones fotocopiadas de un cuaderno, “vi los bolsos”, “me dijeron que había bolsos” y cifradas tiradas al vuelo por tipos que se arrepienten de lo que quizá no hicieron con tal de no pasar del piso 42 de sus edificios a la gayola?

¿Cuántos billetes verdes había en los nutridos bolsos, los que presuntamente contó el solícito ex milico y remisero Centeno, hoy liberado por remordimiento? ¿Eran centenares de miles de dólares? ¿Eran millones los de la corrupción y fueron a manos de cinco funcionarios, incluidos Néstor y Cristina? Pongamos que son muchos millones (¿¿¿¡¡¡Cómo carajo hacés para esconderlos!!!???). Pongamos que era una  bocha inmensa de plata. Pues bien, el Banco Central gastó 800 millones de reservas en tres tandas el miércoles pasado y no consiguió frenar al dólar. El jueves siguiente perdimos otros 55 palos verdes. Antes de eso perdimos más de cinco mil millones de dólares. ¿No serán esas cifras, o las que se dilapidan en la timba financiera, destruyendo de paso al país, ligeramente mayores a las de cualquier escala de corrupción K posible?

Otra vez: ¿cómo carajo pudo esconder Cristina Fernández de Kirchner la infinita, inasible, confusísima cantidad de palos verdes que sean sin que se haya podido establecer –desde hace años habiendo tanta denuncia acumulada, por autoridades argentinas o de otros países- un trazado electrónico de esa guita ni que aparezca en ningún lado, como sí sucedió con el Lava Jato brasileño?

Ya se ha dicho esto: hasta hoy se suman y suman las denuncias, siempre más y más guita, y no la encuentra las retroexcavadoras, ni aparecen las bóvedas, ni aun cuando TN encuadra durante una hora en horario prime-time una ventana del edificio en el que vive Cristina, allí donde Bonadío ordenó rompé, Pepe, rompé. Ya se ha dicho: son, ¿cuántos?, ¿miles de millones? Las denuncias vienen de hace añares, y todavía, con toda la fuerza del Estado, de jueces impresentables, de agentes de inteligencia, de denuncias mediáticas históricas y con relativamente estrictos controles internacionales, no le encontraron guita ni adentro ni afuera. Sí en cambio a los muchachos macristas, los de la brigada off-shore.

Mostrame la guita

Seguimos, con bronca, retomamos.

Hablame en plata. Pero plata en serio. ¿Y el endeudamiento? ¿Quién carajo si no la sociedad –mucho peor: todos los que están entre jodidos y hechos percha- va a pagar la gigantesca deuda adquirida por este gobierno, solo para acelerar la llegada al precipicio? Solo el préstamo del FMI (en parte eventual, o en manos de eventuales waivers sucesivos, o en manos de Dios, según dijo el “racional” Broda) sumaría si se completa otros 50 mil millones de dólares. De nuevo, pues. ¿De dónde vamos a sacar los recursos, de qué olla imposible vamos a rascar para devolverlos? ¿De los bolsillos de quién?

Vamos sumando –como con bronca y junando- las preguntas cruciales cuando se habla de afano en tiempos neoliberales. Es ahí cuando empalidecen y a la vez enfurecen los bolsos vistos “por comentarios”. O los contabilizados en bolsos con la súper vista de la que solo Superman supo hacer gala.

Al curro no se lo combate con retroexcavadoras y titulares amañados, sino con controles y políticas de Estado. Nunca con las políticas de Estado macristas que desmantelan el control del curro planificado, muy particularmente el de los flujos financieros especulativos.

Es arduo, muy arduo, pero algo mal estamos haciendo de este lado de la grieta para no poder plantear estas preguntas y socializarlas mejor. En algo fallamos de este lado ya sea por inhabilidad política, por limitaciones ideológicas de “nuestros representantes”, por arrugue de barrera de esos mismos chabones, por complicidad de los peores, por tosquedad discursiva, por ausencia de más fierros mediáticos, por la inmensa dificultad de penetrar eso que se llama sentido común, mucho más receptivo a la imagen nítida y siniestra que se encarna en la bóveda y el bolso y la palabra coima. Es cierto que es más fácil vender eso que el concepto medio abstracto de off-shore o paraíso fiscal. Pero, como sea, hay que ponerle otras palabras, más eficientes, más elocuentes, más coloridas, más cancheras y entradoras, a la frase que habla de “monumental transferencia de los más pobres al poder económico concentrado”.

En la Antigüedad/ Fin del periodismo

En la Antigüedad –altura dinastía de Ramsés- existían unos viejos manuales de periodismo que hablaban de “criterio de noticiabilidad”. En relación con aquellos viejos papiros, pese al tiempo transcurrido, dan ganas de plantear algunas preguntas más que ingenuas, respecto de las cuales no tenemos por qué declararnos derrotados ya que ellos, hoy, se siguen llamando periodistas.

Preguntas sobre noticiabilidad. ¿Sobre qué es más urgente informar? ¿Sobre un país que se encamina al desastre o sobre casos eventuales de corrupción de hace unos cuántos años? Otro criterio de noticiabilidad de los antiguos escribas, en tiempos de Ramsés, decía que una noticia (desde un titular a una campaña masiva de titulares que se extiende de un mes a diez años) podía sostenerse como tal según el número de personas directamente afectadas por ella. Los antiguos escribas que redactaron aquellos manuales –con jeroglíficos y dibujitos preciosos- preguntarían hoy, cinco mil años después, a cuánta gente afecta en la vida real –incluyendo bolsillos, seguridad, calidad de vida, equilibrio emocional- el asunto de las fotocopias y a cuánta la crisis económica, o el endeudamiento a futuro, o el cierre de industrias, o el envío de gendarmes a focos de conflictos sociales desatados por las políticas oficiales, o los manejos hitlerianos del Poder Judicial, o los tarifazos.

Los escribas modernos, evidentemente, se inclinan por bolsos y pijamas. O mandan (Clarín, viernes pasado) un título que decía “La industria cayó 8,4% en junio”, bien chiquito, en el puesto vigésimo quinto.

País en llamas, agendas pedorras

El país está casi en llamas y las portadas y noticieros de cable se dedican a este show. ¿Pasarán a la Historia estos días, estos años, como una era de ignominia mediática? ¿Sucederá como en la frase de Roosevelt cuando Pearl Harbour, “un día que pervivirá en la infamia”?

Quizá no, porque no todos salvo las almitas sensibles y memoriosas, que no parecen conformar mayorías, recuerdan las bestialidades que se dijeron sobre Irigoyen antes del golpe del 30, ni la leyenda de las chicas de la UES encaramadas a la moto de Perón. Ni siquiera el bombardeo a Plaza de Mayo se recuerda en este país con el escándalo ético-histórico necesario.

Para que no se tilde a este texto de sectario o de peruca, remitámonos al Crítica de Natalio Botana y a tiempos del primer gobierno radical (con saludos a Gerardo Morales, entre muchos).

Hablemos del diario Crítica, el célebre de Natalia Botana, que fue definido por un contemporáneo como un “religioso acogedor de todas las desesperaciones”, tal como sucede con los medios de hoy a la hora de batir indignaciones. Dicho por otro contemporáneo de Botana: “Crítica interpreta el sentimiento negativo de las multitudes”.

Crítica, 6 de febrero de 1930: “¡Condene con su voto al Klan radical! Usted no puede solidarizarse en las urnas con esa entidad sombría que reestablece en el país el imperio de la mazorca asesina. 100×100 de criminalidad y servilismo”.

5 de septiembre de 1930, al filo del golpe, sobre Irigoyen, en portada:

“Este hombre es funesto para la Nación; este hombre es sombrío para nuestra tranquilidad y nuestro progreso; este hombre es una verdadera calamidad nacional ¿y qué hace que no se marcha? (…) ¿Será acaso necesario realizar el acto material de echarlo: ir a su casa, prenderlo, embarcarlo en una nave cualquiera y darle el rumbo de Rosas?”.

7 de septiembre de 1930, consumado el golpe, con orgullo expresado en grandes mayúsculas:

“EN CRÍTICA SE GESTÓ EL MOVIMIENTO CIVIL. LA OPOSICIÓN REUNIDA EN ESTE DIARIO, ACORDÓ IR A ESTIMULAR AL EJÉRCITO”.

No, no inventaste nada, Magnetto, Lanata, Macri, Lilita. Lo terrible es que el diario Crítica subía en ventas a medida que sus portadas se ponían más y más violentas.

Pasó luego con Perón, con Frondizi, con Illia. A Alfonsín lo denunciaron por sovietizante cuando algunos de sus funcionarios reivindicaron la vieja movida del Nuevo Orden Mundial de la Información y la Comunicación, que bancó la Unesco y el antiguo Tercer Mundo. Le batieron al alfonsinismo “patota cultural” y “sinagoga radical”. Lo de los pollos de Mazzorín fue una denuncia trucha, desmentida en tribunales.

Un maravilloso profesor uruguayo que tuve en Barcelona, Héctor Borrat, autor luego de un libro de circulación mundial en las facultades, antiguo periodista de Marcha, nos decía que un periodista debe ser también sociólogo e historiador. De modo que, muchachos, no me metan de prepo y por el orto los titulares del híper presente con los que quieren intoxicarme. Discutamos, sí, sobre corrupción. Lo que seguro no quiero es dejarme llevar de las narices por lo que plantee la agenda dominante. Ya ni siquiera se trata de los doscientas y pico de “problemitas” judiciales que acumuló Macri, desde contrabando de autos a las cloacas de Morón, desde espionaje ilegal a la causa del Correo, desde las off-shore suyas y de familiares y amiguitos a la participación de las empresas familiares en el corrompido o corruptor Club de la Obra Pública.

Ya no se trata de cada causa o “escándalo” en sí mismo: aportantes truchos, funcionarios de Cambiemos denunciados por narcos, ganancias desde ambos lados del mostrador. Se trata de que el macrismo encarna el grado de la corrupción absoluta, en sistema, la que hay que discutir en primer lugar –sin que eso signifique olvidar otras corrupciones posibles-, la que es inherente al capitalismo y más aun a los funcionarios de un Estado al servicio de los peores intereses de los más poderosos, aquellos que en el presente, más que a menudo, son esos mismos funcionarios.

Los que más roban son esos. Lo grave y lo tristísimo es que además de robar a lo megapavo causan tragedias sociales masivas, las que de verdad afectan a millones y a la viabilidad misma de la Argentina.

Se roban todo, incluyendo el futuro.

 

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