En torno de la salida de Martín Guzmán rondan irresponsabilidades compartidas y un escenario inédito: el de un gobierno peronista haciendo papelones. La pasividad relativa de AF y los modos poco delicados del kirchnerismo. La carta del ex ministro.

A excepción del final horriblemente degradado, violento y caótico de Isabel Martínez de Perón, que facilitó el golpe del 76 -un golpe que estaba decidido de antemano-, nunca el peronismo en el poder papeloneó del modo en que lo hizo en las últimas semanas y meses. En donde el verbo papelonear puede asociarse a debilidad, a confusión, a parálisis, a empates improductivos, a exhibición morbosa de internas, a infantilismo político, a peleas narcisistas y no necesariamente patrióticas. Un combo maldito en el que sin que necesariamente tenga todas las culpas, Alberto Fernández queda reconvertido en una suerte de De la Rúa, del que decían los radicales antes de que su gobierno entrara en picada definitiva: “Es un tiempista”.

No papeloneó Perón antes del golpe del ’55, no lo hizo Menem ya con la crisis instalada y estallada en el 2001, más el imaginario de la corrupción, Alí Babá y los 40 ladrones. No perdieron fuerza, centralidad ni poder político Menem, Néstor y Cristina Kirchner al final de sus mandatos. Sí colaboró y mucho CFK (y sus soldados) con el espectáculo denigrante que se pudo ver estos días, apenas suavizado desde el domingo a la noche con la designación de Silvina Batakis en reemplazo del muy vapuleado -demasiado a gusto de quien escribe- Martín Guzmán.

Desde que estalló la interna en el Frente de Todos, con un kichnerismo más retórico que proactivo y un albertismo ayuno de potencia política y de gestión, pasó tiempo al pedo, a veces con el gobierno poniéndose mejores pilas por la presión interna de los críticos. Y aunque Martín Guzmán tuvo una pésima actitud al renunciar sin previo aviso de modo de facilitarle las cosas al gobierno y al Frente, en pleno discurso de la vice, el caos posterior es también consecuencia no solo de las cosas que haya hecho mal o de modo insuficiente el ex ministro de Economía, sino del tsunami de ataques a su figura y al presidente. El fin de semana caótico -que si Massa jefe de gabinete, que si Redrado, Marco Lavagna o Álvarez Agis como reemplazo, que si feriado cambiario para evitar una trepada cruel del dólar- fue producto también de la presión sin previsión ejercida por el kirchnerismo. 36 horas solamente –merced a errores y enemistades de ambos bandos- para resolver eventuales cambios estructurales de gabinete o anuncios de cambios de rumbo que mientras se escriben estas líneas no se hicieron. Pero sí ya pueden leerse titulares que informan que en las cuevas se paga el blue hasta 280 pesos.

Primero la Patria

El que escribe sigue encontrando algunas buenas razones en la crítica a la gestión económica y en otras áreas y también razones en defensa de lo hecho. Más razones encuentra para irritarse ante los modos infantiles y públicos con que se trataron las diferencias. Parafraseando a Perón, en esta historia estúpida de no hablarse unos y otros, habría que decir primero la Patria y nunca el teléfono roto. Y eso sin dudar de las buenas intenciones y convicciones de unos y otros. Unos creyéndose más épicos y radicalizados, otros más moderados y dialogantes, pero fracasando también en el intento de buscar consensos con quienes no se puede consensuar en este mundo cruel.

Escuché a gente madura que quiere y respeta a Cristina preguntar con cansancio: “¿Y si renunciara Alberto? A ver cómo solucionaría ella las cosas”. Escuché a uno de 29 decir con idéntico hartazgo “Esto parece una pelea de secundario”. Cansancio y tristeza en la tropa propia.
En defensa posible de Cristina a la hora de defender el modo un tanto impiadoso con que criticó al presidente (paréntesis previsible y obvio, el que ella eligió adjudicándose siempre de manera yoica “inteligencia política”, despreciando la voluntad e iniciativa del albertismo o el massismo y otros actores para confluir en el Frente) se puede citar el primer “embate”, cuando ella misma reseñó, muy prolijita y TOC, las reuniones que mantuvo con el Presidente para alertarlo de las consecuencias que tendría el rumbo de la gestión albertista. Antes de eso: si CFK eligió a Alberto es porque ella sola no ganaba las elecciones, es obvio y prudente recordarlo. No ganaba las elecciones como consecuencia de los errores que fueran cuando fue presidenta o como líder política, por otro lado, incuestionable en ese rol.

¿Cuánto esperó CFK mejores respuestas del presidente? Esperó más o menos hasta la derrota en las legislativas, puede que con razón, pero también tomando oportuna distancia en modo “Yo no fui, yo avisé”, un modo que según la opinión de cada cual puede tildarse de poco generoso. ¿Cuán sordo fue Alberto Fernández? Es difícil decirlo si es que se movió e hizo las cosas según le dictaran sus convicciones y temiendo una pérdida de poder, que de todos modos padeció y padece de manera alarmante. Algo se hizo mal en términos de presión política si de todos modos a la salida de Kulfas sucedió un Scioli y si objetivamente las críticas condujeron al debilitamiento brutal de la autoridad presidencial y de su gestión, idas y venidas incluidas, así como arrugues de barrera.

Sobre el debilitamiento de AF escribió Martin Rodríguez en eldiarioAr: “Ella, la líder más fuerte de la ¿coalición?, organiza sus discursos sobre la ‘racionalidad’ de la interna y su pedagogía coloca al presidente justamente en un lugar fatal y paradójico: ‘¡Te ordeno que seas poderoso!’. El único poder a mano que le queda al presidente así es uno que se ejerza contra ella”. De esa encerrona con sabor a harakiri es que no pueden salir ni el gobierno ni el Frente de Todos.

Se conoce también que hay algo en el trato de Cristina que no gusta nada a otros políticos, pares, sindicalistas, funcionarios. Algo que se parece al destrato. No fue muy delicada Cristina el día en que le regaló a Alberto un libro de Juan Carlos Torre “para que lo lea”, para que aprenda. Es como decir públicamente, y de manera humillante: “Leélo, idiota”. Ese tipo de desprecio seguramente explica la salida tormentosa de Matías Kulfas, tanto como la de Martín Guzmán. Ambos puede que hayan actuado de manera inmadura o individualista, pero de acuerdo a lo que se sabe de la Cristina íntima, ella “saca” a las personas.

La lapicera de Jehová

En el último tiempo una de las figuras y órdenes dirigidas por la vice al presi fue la de “Agarrá la lapicera, Alberto”. Opinión personal: se trata de una expresión no solo injusta, de nuevo humillante, sino también absolutamente equívoca, errada. Si las cosas en el arte del buen gobierno se limitaran a agarrar una lapicera viviríamos en un mundo feliz. Es inmensamente simplificadora la idea de la lapicera porque la lapicera no se mueve sola en el aire –onda magias de Harry Potter- como si no existieran complejidades atroces y mil factores de poder a contramano de la pura voluntad de un presidente. Solo una lapicera bíblica sería capaz de lograr las proezas exigidas por CFK, una lapicera en manos de Jehová, una lapicera cósmica tallando en laser los Diez Mandamientos sobre la piedra. Okey, la lapicera escribe “Retenciones”. Al día siguiente, además del poder de la Justicia y los medios hegemónicos, salen los tractores a las rutas y a las plazas de todo el país y acaso debas meterte la lapicera en el orto.

Ejemplo del pasado. Fue CFK la que designó a Martín Lousteau, autor de la mal redactada Resolución 125. Con la venia y una mala lectura política de Néstor y Cristina Kirchner –que con la lapicera consiguieron unir a actores del “campo” antes enfrentados- se desencadenó la primera crisis seria del gobierno, la apertura definitiva de la grieta, meses de tractores en las rutas y Cristina intentando obtener en el Congreso los votos necesarios para aprobar la resolución, cediendo y cediendo, y sin embargo sin final feliz: el día del voto no positivo de Julio Cobos. Por entonces Carta Abierta, y luego el propio gobierno, acuñó una expresión de la que terminaron mofándose los medios hegemónicos: “operación destituyente”. Aún con lo mejor del kirchnerismo, la presión elegida sobre un gobierno del que forma parte, también tiene algo de destituyente. Y acá un ministro de Economía no saltó por los aires por vastas movilizaciones sindicales (recuerdo de la CGT tumbando a José López Rega) o de los movimientos sociales, sino por un combo de operaciones palaciegas, tuits y discursos. Mucho más de eso que de diálogo maduro entre partes.

Si fuera por la lapicera omnipotente de Jehová la ley de Medios estaría vigente, el Poder Judicial hoy sería un paraíso, no existiría ni un pibe bajo la línea de indigencia, ni movimientos sociales, ni desocupados, ni villas, ni modelo extractivo. Si fuera por la magia de la lapicera Cristina sería gobierno. Lapicera en mano durante dos mandatos, Cristina eligió a Alberto porque ella no podía. Lapicera en mano hoy entre seis y siete de cada diez votantes oscilan entre el cansancio y el odio a la hora de valorarla. De allí a que irriten las permanentes alusiones auto alabatorias de Cristina en sus discursos, sin que esto ponga en cuestión las enormes y profundas reformas positivas realizadas en sus gobiernos y en el de Néstor Kirchner.

El dedo de Cristina

Escrito otra vez: de la salida de Kulfas ganamos un Scioli, figura dudosa. Sus simpatizantes acérrimos la consideran infalible, pero del dedo de Cristina salieron Martín Lousteau (del de Néstor, Martín Redrado), el heroico Guillermo Moreno con su INDEC de mierda sosteniendo a punta de pistola (y la consecuencia de un desgaste colosal merced a sus mentiras y sus falsas épicas), la candidatura de Scioli, Sergio Berni comandando a la policía con un estilo carapintada, Juan Luis Manzur, allegado al Opus Dei y de flojísima actuación como ministro de Salud, como jefe de gabinete.

En su último acto y antes también, mientras se difundía la renuncia de Martín Guzmán, a Cristina le agarró un ataque de peronismo. O más bien un ataque de citas y alabanzas a Perón. Curioso giro. Cuando emergía el kirchnerismo, tanto Néstor como CFK se abstuvieron prolijamente de citar a Perón como lo hacía el horrible peronismo anquilosado que perdió las elecciones de 1983 contra Raúl Alfonsín. Evitaron esas alusiones que atrasaban en el tiempo, irritantes para buena parte de la sociedad, eligiendo un perfil reformista e institucionalista. Cuando Néstor Kirchner terminó con la potencia residual del duhaldismo, cuando Cristina venció largamente a Chiche Duhalde (año 2005, una diferencia de veinte puntos incluyendo voto chacarero, de clases medias y de municipios gorilas) no se llenaba la boca con la palabra Perón sino con la expresión “pejotismo” y decía también, aludiendo a Duhalde, El Padrino.

Palabras finales para aludir a Martín Guzmán, que empezó como maestro yogui y terminó sacado. Nunca nadie dudó de sus virtudes técnicas, no se le pueden atribuir opacidades ni curros a su gestión, su estilo tranca cayó muy bien al principio, aunque no pudo lograr todos los objetivos deseados que como nudo conceptual él denominaba “tranquilizar la economía”.

El que escribe recomienda leer el texto íntegro de su renuncia. Es una pieza excelentemente escrita que muchos redujeron a la idea de una despedida meramente auto celebratoria. Sí, la carta no hace la suficiente autocrítica respecto del mal manejo de la inflación ni de los niveles salariales actuales, que en buena medida no alcanzan para parar la olla. Pero unos cuantos de los méritos que se adjudica Guzmán son ciertos, empezando por algo peligrosamente olvidado: la renegociación de la deuda privada. Es cierto también que el acuerdo con el FMI, como él sostiene, contiene aspectos inéditos. Y también presiones hacia el ajuste que Guzmán no menciona o niega en su carta de renuncia. Guzmán la pudrió con la oportunidad de su renuncia, pero su carta es digna y algunos de los logros que señala (baja del desempleo, aumento de la productividad) son absolutamente ciertos. Carta digna también por ciertos toques de humanidad en un escrito que generalmente es puramente protocolar, y porque Guzmán hizo silenzio stampa, a lo Alfio Basile, acerca de las razones de su renuncia. Cero conventillo, otros no.

Lo que irrita particularmente a quien escribe es que desde el kirchnerismo más cuadrado se adjudique a la gestión Alberto/Guzmán una cosa mera y exclusivamente timorata y a Guzmán una insensibilidad y una mentalidad neoliberal. Guzmán no es un neoliberal, es un heterodoxo. La discusión sobre cuánto déficit fiscal se puede soportar o no es técnica y ardua. Pero no es elástico ni infinito el margen de maniobra que pueda tener un gobierno, ni Guzmán es Melconián, Broda o Hernán Lacunza. La distancia “ideológica” con Silvina Batakis no es larga, como se dijo en usinas tales como C5N. Lo que pueda hacer Silvina Batakis -de buenos antecedentes- se verá en la cancha.

Por último: en este país en el que 43 millones de personas se creen habilitadas para ser DTs y estadistas, todos olvidan que este gobierno -Guzmán incluido- debió pelearla contra cien huracanes de frente. No existía margen para reinventar de cuajo al país sino apenas para protegernos luego de Macri, la deuda, con la pandemia y ahora con la guerra de Ucrania. Contra esa suma de apocalipsis, una mera lapicera no lo puede todo.