La presentación de Sinceramente, ayer en la Feria del Libro, no fue el acto de lanzamiento de la campaña presidencial de Cristina Fernández de Kirchner. Fue – o quiso ser – mucho más que eso. Una dirigente política a años luz de cualquier otro. El recuerdo del “Pacto Social” o la recurrente fantasía peronista de la conciliación de clases.

Quienes esperaban que la presentación de Sinceramente fuera el acto de lanzamiento de la campaña presidencial de Cristina Fernández de Kirchner se encontraron con otra cosa. En todo su discurso – 34 minutos, entre las 20.05 y las 20.39 – la ex presidenta no hizo una sola mención a las elecciones de octubre.

La ocasión daba para esperarlo. Con la excepción de sus intervenciones desde su banca en el Congreso y de sus tuiteos coyunturales, Cristina venía guardando silencio desde su derrota en las elecciones de medio término de 2017. Era la primera vez que volvía a participar en un acto público. Y en todo ese tiempo “pasaron (muchas) cosas”, la situación y la correlación de fuerzas en términos de apoyo popular cambiaron y mucho.

Pero Cristina no habló (decidió no hablar) como candidata, no cargó abiertamente contra el gobierno -es cierto que tampoco hace falta, porque en términos electorales Macri y compañía practican el ritual del suicidio cotidiano – ni buscó la confrontación. Tampoco mencionó a Mauricio Macri. Podría decirse que no le interesó competir.

Una lectura lógica y posible es que consideró que no era el lugar ni el momento. Que el anuncio de su candidatura ocurrirá pocas horas antes del cierre de las listas de las PASO – se habla del 20 de junio – porque en su caso, la incógnita y la espera le suman, mientras que al gobierno le resta cada minuto de gestión. Y que el armado opositor todavía tiene un camino por recorrer, que hace falta todavía que algunos melones se acomoden en el carro.

Pero la ex presidenta hizo más que eso. Si se repasa con atención su discurso -dejando de lado los momentos en que habló como autora del libro -, Cristina fue mucho más allá y se plantó como la figura central de una futura reconstrucción de la Argentina arrasada por el saqueo cambiemita.

Por momentos pareció que hablaba como si ya hubiera ganado las elecciones, convocando a un acuerdo entre todos los sectores para recuperar la producción y el trabajo. No desde un lugar de campaña sino de gestión.

La hinchada lo siguió desde afuera. (Foto: Pepe Mateos).

Lo hizo primero desde “El Libro”, cuando dijo que “lejos de plantear un enfrentamiento, es una interpelación a todos, a la sociedad”, en momentos que son “difíciles, muy difíciles”. Momentos que requieren “construir algo diferente a todo”. Es decir, nada de ese “volver, vamos a volver” del cantito ingenuo de la hinchada sino una construcción más precisa, ajustada, de país.

“Va a ser necesario un contrato social de todos los argentinos”, definió entonces. Y poco después precisó: “Un contrato social de ciudadanía responsable”.

En el medio hizo una referencia histórica que no puede pasar inadvertida, porque de alguna manera ancló aún más la definición de ese “contrato”. Fue la alusión al Pacto Social que propuso Juan Domingo Perón en 1973, como condición necesaria para el modelo de país a reconstruir durante su tercera presidencia.

El recuerdo de aquel supuesto Pacto social entre los sectores de la producción y el trabajo – la recurrente utopía peronista de la “conciliación de clases” – le sirvió de marco e introducción para mencionar a José Ber Gelbard, ministro de Economía de Cámpora y de la tercera presidencia de Perón, pero también figura emblemática de esa “burguesía nacional” tan cara dentro del discurso peronista.

La mención a Gelbard no fue solamente una referencia histórica sino una interpelación al empresariado argentino a recuperar esa supuesta cultura de “producción y trabajo” dentro de este nuevo “contrato social de ciudadanía responsable”.

Adentro: políticos, actores, intelectuales.

Y fue una interpelación fuerte -quizás la más fuerte del moderado discurso de la ex presidenta – porque la ató a la responsabilidad del empresariado nacional en el fracaso de aquel Pacto social peronista, denunciado por el propio Juan Domingo Perón la mañana del 12 de junio de 1974. Fue esa denuncia – recordó Cristina con el tono didáctico que suele utilizar en ocasiones – la que motivó la histórica movilización de ese mismo día que sería, aunque nadie lo supiera entonces, el último encuentro de Perón con el pueblo en la Plaza de Mayo haciéndole escuchar “la más maravillosa música que, para mí, es la voz del pueblo argentino”.

Hubo también una omisión –que, tratándose de Cristina Fernández de Kirchner, no puede atribuirse al olvido ni a la ignorancia – en esa alusión al fracaso del Pacto social: las luchas populares en las calles y en las fábricas por derechos económicos, sociales y laborales que también lo pusieron en jaque.

Así, con esas menciones y esas omisiones, la ex presidenta terminó de definir su propuesta de “contrato social de ciudadanía responsable”.

Por último, hay que decir que muy pocos nombres poblaron el discurso de Cristina en la Feria del Libro. Uno de ellos fue el de Alberto Fernández, a quien señaló como la persona que le propuso escribir Sinceramente. No fue un simple reconocimiento a un dirigente que volvió después de estar distanciado sino también una bendición casi explícita como el gran armador de su proyecto político. Otro fue el de Carlos Tomada, doce años ministro de Trabajo, precisamente lo que más falta en estos días y que Cristina propone recuperar con su contrato social. Y finalmente los de Eduardo Duhalde y Roberto Lavagna, en un sorpresivo reconocimiento, como para decir que dentro del peronismo no hay límites, si hasta cabe una posible carta del Plan B del establishment para impedir su vuelta a la presidencia.

Ayer en la Feria del Libro, Cristina Fernández de Kirchner no hizo un acto de lanzamiento de campaña. Pero sí está en campaña, a su manera, una manera a la que ningún otro dirigente del mediocre espectro político de la democracia burguesa nacional puede siquiera aspirar.

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