El clima está enrarecido y crece la antipolítica. La oposición sube cada vez más los decibeles de sus críticas y tiene a la furia como estilo y como programa. De esta manera logra marcar agenda. El gobierno y los medios del palo viven a la defensiva.

Si se juntan los números, la suma da. Enríquez diciendo que el alegato de Cristina es como un show psiquiátrico, caracterización que repitió Pablo Rossi (quien alguna hizo de ladero de Mariano Grondona) en LN+, Patricia Bullrich no reconociéndole estatura moral a Estela de Carlotto, los comentarios machistas de Fernando Iglesias, Sandra Pitta comparando peronistas con cucarachas, las bolsas negras.  La lista de agresiones podría ampliarse casi hasta el infinito. No puede ser casual. Si hasta Rodríguez Larreta se salió del libreto conciliador. Esta serie de descalificaciones y agravios, que son permanentes, que no pueden ya considerarse como exabruptos de momento, forman parte de una estrategia. En ese sentido, el aporte financiero de Macri a LN+ (se habla de 14 millones de dólares), un canal donde no se deja de defenestrar del modo más duro al gobierno y que ha reunido un seleccionado de lo más granado del periodismo barrabrava, termina de cerrar el círculo. Es en ese terreno en el que se quiere jugar el año electoral.

Puede que sea cierto, como plantean algunos, que no haya propuestas concretas de la oposición como efectivamente no las hay desde que asumió Alberto Fernández. Pero la cosa va más allá, cualquier think tank puede armar una especie de plataforma de la noche a la mañana. En todo caso, no hay voluntad de que presentar ni siquiera algo parecido a un plan, o al menos una lista de proyectos.

Juntos por el Cambio, y particularmente el Pro, son muy afectos a los focus group. Es muy probable que se hubiera elaborado la estrategia del agravio brutal y constante a partir del material recogido en esas reuniones. Lo cual resulta muy preocupante porque le pone palabras al clima antipolítica instalado hace tiempo (y no solo en la Argentina) que no cree en el futuro ni tiene proyectos. Solo se expresa por medio de la frustración y la bronca. Basta leer lo que son las tapas de Clarín desde hace bastante tiempo. No hay buenas noticias, todo está mal y valores e instituciones viven en perpetua amenaza. Lo único que puede esperarse es que todo explote, no importa muy bien hacia dónde. En general, se explota para el lado derecho de la vida, donde se ha reestablecido el hoy perdido valor de la autoridad, la moral, y la concreta. Al mismo tiempo, como ocurrió con la campaña del Brexit, hay un sueño impreciso de regresar a un lugar de la historia donde todo funcionaba bien. Mientras tanto, todo es bronca. Pareciera que lo que se trata es de poner en palabras ese estado de ánimo, y esas palabras deben ser furiosas y agraviantes para acompañar y en la medida de lo posible exacerbar, irritar, indignar aún más a los posibles votantes.

Si todo tuviera que ver con algo coyuntural, con una elección, se terminaría una vez conocidos los resultados, cualesquiera que sean. Es básicamente una manera de pensar, de sentir la política. Frente a eso, el gobierno oscila entre el discurso bienintencionado (“soy el presidente que viene a unir a los argentinos”) a cuestionamientos duros a la oposición, a los medios y a la que parece ser su diosa sin ateos, la justicia. Todo jurista afín que sea cuestionado pasa a ser automáticamente ascendido a héroe o a mártir. Al vivir respondiendo a esos planteos opositores –mecanismo que repiten los medios del “palo”-  lo que se pierde es el control de la agenda. Como demostró el discurso de Fernández en el Congreso, cuando se plantean proyectos se empieza a recuperar la iniciativa. Los proyectos de reforma judicial dejaron en un segundo plano al tema del vacunatorio VIP que parecía haber llegado para quedarse mucho tiempo.

El protagonista de un viejo bolero decía preferir el odio a la indiferencia.  Ahora cuando las cosas parecen tensarse hasta lo insoportable, es un buen momento para devolver indiferencia, salir del clima antipolítico y ver qué se puede hacer. Todo lo demás, como diría el bueno de Shakespeare, todo lo demás es silencio.