Crisis no terminal del Frente de Todos, sumisión o no ante el Fondo, inflación y ahora Ucrania, que para la derecha es Tierra Santa. El presidente atiende a todos –y va a Rusia y a China- y nos habla en diferentes lenguas con alto peligro de perder potencia e identidad, y sin que otros del palo ayuden demasiado.

Más que incomodado entre el acuerdo todavía impreciso con el FMI y el conflicto en Ucrania, Alberto Fernández ya está redactando o recibiendo guiones y datos para su nuevo discurso ante la Asamblea Legislativa. Ese rito institucional podrá mostrar o no si exhibe alguna novedad en su discurso y en las acciones futuras del gobierno. Podrá o no ganar algún oxígeno en un momento en que su gestión atraviesa claroscuros, incertidumbres, desafíos pesados, y también algún que otro día soleado que pronto se llena de nubes. Esa mutabilidad de los temperamentos meteorológicos del gobierno de AF, esa ausencia de rasgos definitivos y de fines, lo veremos más adelante, constituyen un problema grande para el presidente. Y unos cuantos –en el Frente de Todos- se sienten con derecho a soplar, hacer llover, desatar, aunque más no sea modestas tormentas como para perder el tiempo diciendo lo que mata es la humedad.

El presidente tiene ante así, como eventuales datos optimistas, un nuevo “fin de pandemia” sin evitación de más muertes, una importante normalización de la economía y de la vida cotidiana (con vacaciones llenas), recuperación del consumo, en menor medida del empleo y parte de la economía. En sentido contrario y viniéndose encima con un acoplado: el gobierno, flojo de reservas, no contiene la inflación que perjudica a los más vulnerables, los formadores de precios hacen más o menos lo que se le canta (sin que nadie acerque la receta para que eso no ocurra, pero sí la queja), la caída del salario no se compensa, los pobres más pobres siguen más o menos en el mismo lugar, esperando parecidas ambulancias. Hacia un relativo corto plazo, si de verdad el acuerdo con el FMI fuera de imposición bruta de ajustes y pago atroz de deuda, estaremos en el horno, con Dylan y la guitarra de Lito ardiendo. Pero eso por ahora es conjetura.

Muchas lenguas y ninguna

Estos no son los únicos dilemas que enfrenta el presidente, en muy buena medida gracias al perverso que lo antecedió. Intentando necesariamente contener a las diversas tropas propias del Frente, toreado por cartas o silencios de Cristina, desestimado por Máximo aunque “con todo respeto”, extorsionado de mil modos aberrantes por la derecha local y global (incluye FMI , el asunto de Ucrania y una parada en China que alcanzó para que lo pinten de comunista), condicionado por innumerables factores, el habla inicial amable y contenedora de Alberto Fernández en este tiempo ya gastado de su gestión tornó en múltiples hablas que a veces son ninguna. Es como si esa leve afonía real que a veces muestra AF se hiciera simbólica. A veces son hablas sin fuerza que se anulan unas a otras por desgaste o contradicción. Otras veces el hombre levanta el volumen, gana en polenta y dignidad, se le enoja la derecha, otra vez quilombo, y ni Dios sabe qué piensa la sociedad (los que van a votar), dónde está, si escucha algo, si –como suele decirse con exageración- “la sociedad es hablada por los medios”.

Un día AF puede decir no tengas miedo Cristina (que no voy a pagar la deuda a costa del sufrimiento de los argentinos) y otras parece que no estuviera en ninguna parte. A los que lo critican desde el palo propio él los “entiende”, a todos, los quiere mucho, siente un gran cariño por ellos. Por lo general elige la ancha avenida del medio, la del equilibrio entre las partes. Quizá hace bien, pero, de algún maldito modo, en la práctica no resulta. Un día se manda una buenísima a favor de Evo Morales; otro día hace poco por la libertad de Milagro Sala. Imposible, literalmente imposible, explicarle a la sociedad mediatizada, las razones de los cuidados y eventuales contradicciones discursivas sobre el asunto Putin-Ucrania sin quedar expuesto como un Chávez del orto para muchos, o un tibio para pocos.

Ante una sociedad complicada (y ante los propios votantes, y eso viene resultando muy embromado), no puede, no sabe, le resulta muy difícil explicar cómo se pasa volando del presunto preacuerdo con el FMI/EE.UU. en dirección a otros acuerdos y otra geopolítica con Rusia y China. Es tragicómico a esta altura–o historia repetida como tragedia- que esas estrategias de acercamiento recuerden aquel pecado imperdonable de Perón-Gelbard de normalizar las relaciones con Cuba y los “países del Este” entre 1973 y 1974. Es horroroso –de nuevo, a no naturalizar la crueldad de los absurdos- que te digan comunista por comprar la Sputnik o viajar a China. De modo que esto también es el gobierno multi identitario de Alberto Fernández: apuesta geopolítica audaz para estos tiempos que, en relación a China, quien te dice, no depara en diez años un nuevo “estatuto del coloniaje”. Como sea, son razones para que la derecha global y el Occidente capitalista te peguen, te hagan la vida difícil.

Alberto Fernández, el hombre de las identidades cambiantes, es a la vez o también el tipo que abordó con seriedad las batallas contra la pandemia, el que renegoció muy exitosamente parte de la deuda a favor del país, el que cumplió con su palabra en ciertas políticas de género, el que intentó contener con solo relativo éxito (no era fácil) los estragos de la suma de herencia de Macri y pandemia, el que intenta sostener grados de soberanía política a escala latinoamericana e internacional, el que no rompe haciéndose el macho alfa con ningún sector del Frente aunque muchos –de manera a veces chiquilina- le compliquen la vida.

No son pocas virtudes. A gusto de quien escribe éste es esencialmente un gobierno de buenas intenciones (donde buenas puede equivaler a buenazo). De modo que es duro asistir a la progresiva pérdida de identidad, de fuerza, de ese gobierno progre y sin caudillo. Debe ser doloroso y frustrante ser funcionario de un gobierno que quiere modificar las cosas –todo lo moderadamente que se quiera- y ver que se pierde la propia identidad, el habla, las ideas-fuerza que debe percibir y acaso conmover a una sociedad.

De Venezuela con amor

En el principio esta nota había sido disparada por otra muy interesante que publicó Socompa de un analista venezolano, William Serafino, se supone que chavista formado o racional, acerca de Gabriel Boric (NdE: la nota se puede leer acá). El texto de Serafino tenía como motor de arranque el cuestionamiento de ciertas críticas políticamente correctas que Boric hizo al gobierno venezolano. De modo tal que se volvía a poner sobre el tapete una viejísima y siempre nueva y también valiosa discusión acerca de cómo debe hacerse política en América Latina y cómo encabezar un proyecto de transformación. Para simplificarlo mucho en antinomias: parámetros europeos o modelo Patria Grande. Con miradas marxistas, y proletariado en vanguardia, y con la Patria, o con la suma e intento de articulación de muchas minorías, como las de género, las llamadas políticas de identidad.

Simplificando aún más el analista describe a Boric más o menos como a un muchachito de clase media progre algo tilingo, seguidor de las últimas (relativamente fracasadas) experiencias de centroizquierda europeas, muy políticamente correcto, demasiado europeísta al referir a ciertos “valores universales” que Occidente en realidad pisotea, o insuficientemente bolivariano, anclado en políticas de identidad antes que en la noción de clase y de patria. Al que escribe le interesó lo escrito por el venezolano no necesariamente por lo ciertísimo de sus postulados sino porque –eventualmente- la crítica podría ensancharse, cruzar los Andes, e ir para el lado de Alberto Fernández. Y con apenas un poco más de esfuerzo o de inercia o de saña para el lado del kircherismo, o del cristinismo.

Citando a otros, el amigo venezolano hace eje en la idea de que desde hace demasiado tiempo las izquierdas, o mejor los cuadros de las izquierdas en el mundo, están formados y formateados en mundos universitarios de clases medias, lejos del proletariado cojonudo ideal de las viejas épocas. Agrega el que escribe ahora, poniendo distancias: según venga la bocha hablamos de ese proletariado empobrecido que conforma masa crítica votando a Trump en EEUU o a la ultraderecha en Europa, cosa que acaso no dice el venezolano en su recomendable o debatible artículo. Pero sí se cita esta interesante frase de Hobsbawm: “Desde la década de 1970, ha habido una tendencia, una tendencia creciente, a ver la izquierda esencialmente como una coalición de grupos e intereses minoritarios: de raza, género, preferencia sexual u otras preferencias culturales y estilos de vida, e incluso de minorías económicas (…) Una tendencia muy comprensible, pero peligrosa, y más en la medida en que conquistar mayorías no equivale a sumar minorías”.

Políticas hechas con la mirada y los cuerpos de la clase media más o menos universitaria. Olvidate del resentimiento social de Evita, de los descamisados, de los camiones peronistas, de FORJA, de los cuadros socialistas que nutrieron al primer peronismo. ¿Y si el albertismo tuviera bastante de eso? (como sucedió con el Frepaso) ¿Y si el cristinismo mismo tuviera bastante de eso con todas esas chicas blancas y lindas onda 40 años o más que CFK ayudó a trepar –muy obedientes ellas en el Congreso, en la función pública- sin que sepamos bien si tienen grandes dotes como dirigentes ni como funcionarias? Lindas chicas universitarias en cuyas redes sociales nunca van a faltar posteos feministas, ni fotos con Cristina, ni simples e infinitas selfies sin otro contenido político que la auto reproducción de sí mismas. Vale para varones, claro.

Si el feminismo se reduce a estas poses va siendo hora de decir que algunos de sus subproductos cansan mucho y que va siendo hora de que los hombres dejemos de estar a la defensiva cagona cuando algunas compañeras en Facebook nos ordenan no ir a tal marcha porque:

a) O nos hacemos los machos protectores.

b) O tenemos otros 364 días al año para deconstruirnos y acompañarlas.

No. Por favor, no me des órdenes, compañera.

Bien, esta cosa de cuidarse mucho, de ser híper correcto políticamente, acaso esterilice radicalidades mejores y más abarcadoras.

Obreros del mundo…

Las preguntas más interesantes que surgen del texto del venezolano son la de la identidad que supuestamente debiera tener un buen político latinoamericano y el proyecto político que encabece y cómo constituir mayorías, obviamente que incluyendo a las minorías ya mentadas. Con bastante claridad, Serafino, que además de periodista es historiador, reintroduce la vieja noción de clase. Le dice a Boric: vos metiste en tu futuro gabinete de gobierno mucho LGTB y esas cosas tan modernas y bonitas pero mirá: “El 70% de los ingresos de los hogares chilenos provienen de sueldos y salarios, el 89,1% de los trabajadores y trabajadores trabajan 40 horas o más a la semana y más del 70% de la masa laboral con salarios que oscilan entre 288 mil y 1 millón de pesos, muy por debajo del gasto familiar promedio”.

Es como decir, con algún marxismo y en parte patinando: mayorías son esas, las víctimas sistémicas masivas de los bajos salarios o la precarización son esas. El sujeto de la transformación debe ser ese. Serafino exagera, pero, a decir verdad, sin crear antinomias ridículas, sería más que interesante en el discurso y en la acción concreta del gobierno hubiera más presencia de lo que sucede con los laburantes asalariados, los en negro y el vasto pobrerío (con eventual riesgo de fricción con las, uf, clases medias). Para que esto fuera aún más interesante, claro, al lado del presidente, haciendo política desde abajo y todas partes, deberían estar los trabajadores, los sindicatos, los movimientos sociales. Y no, no están. Y si estuvieran erizarían la piel de los seguidores de TN.

Claro que esto de reincorporar algún clasismo no le da la entera razón al amigo bolivariano. Obrero, trabajador, asalariado, no constituyen un único sujeto universal (revolucionario, además). Salarios reciben un gerentazo y un puestero de campo, un arquitecto top y un matarife, un universitario precarizado y un obrero de SMATA y una empleada doméstica.

Lo de siempre: enorme fragmentación social y derivado de ella, ruptura de identidades culturales colectivas, unificadoras (y acá faltan los mundos juveniles) que la política pueda ayudar a hilar, a coser, a saldar, a salvar, a darles sentido y proyectos comunes. Los trabajadores argentinos teóricamente, a través de sus sindicatos (teóricamente), deberían haberle dado al primer kirchnerismo, al cristinismo y por mera deriva al albertismo la polenta, la capacidad transformadora, el sustento, la organización que vence al tiempo, la “columna vertebral”, la identidad, etc., etc., etc… Pero no. Algún sector interesante, algún sindicato interesante, alguno nuevo. Hubo crecimiento masivo de las reafiliaciones a los sindicatos en épocas de Néstor, con la recuperación económica, pero al cabo más o menos los mismos dirigentes, los mismos sindicatos. Sin que esos mundos que reivindica el analista venezolano otorguen algún viso de mayor radicalidad (mejor identidad), en este caso, al gobierno de Alberto Fernández. Y resulta que el timorato solo es el presidente.

¿Qué crearon Néstor y Cristina a modo de radicalidad, además, sí, de recuperar economías y derechos? La Cámpora. ¿En las fábricas? No. ¿Soliviantando el subsuelo de la Patria sublevada? No. ¿Pintando de rojo peronista los barrios y periferias conurbanas? No. ¿Proveniendo sus cuadros de las clases medias, aunque puteando sus militantes y sus audiencias fervorosas e impolutas a las clases medias? Sí. ¿Convirtiéndose esos cuadros que fueron ascendiendo en Agustines Toscos, Camilos Cienfuegos y Pochos Leprattis? ¿O en funcionarios públicos como Juan Cabandié, que sabe bocha de medio ambiente?

Los problemas de debilidad política por ausencia de sustento organizacional, identitario, exceso de centralismo o simplemente porque “la sociedad es otra” (o el PJ es la eterna porquería conservadora de siempre o los sindicatos están burocratizados) vienen desde los años de Néstor y Cristina, que sí supieron darse algo así como una épica muchas veces conducente, a veces vacía, a veces autodestructiva por endogámica y piantavotos. Una épica en la que Cristina cree hasta el fondo del alma, y de la que por supuesto los otros carecen.

La épica silenciosa que falló

Si Alberto Fernández quiso fundar su propia épica ésa fue una épica de la restauración pos-macrista, una épica de la no grieta, una épica del no grito y cantemos juntos Rasguña las piedras. Al que escribe le gustaba no la canción pero sí la idea de partida; no salió bien. Hoy a Alberto Fernández le faltan identidad y potencia, sí. Pero tampoco es que los integrantes del Frente se le den o le busquen la vuelta. Minga de qué quilombo se va a armar. Es más, si hasta escriben los columnistas políticos que a medio plazo La Cámpora va a terminar con Sergio Massa, el que pintaba para traidor.

Todo esto conduce a razonamientos cansados y acaso inútiles. Tales como que, sí, Cristina era más dura, más firme y más “ideológica” (y cometió interesante cantidad de macanas, y designó y sostuvo a Sergio Berni). Sin embargo, con todo respeto, uno se pregunta por qué el cristinismo, ya tan lleno de políticos excesivamente profesionales dado que solo son cuarentones, se adjudica tantas mayores cantidades de dosis de revolución en sangre que el no nacido albertismo. Traducido a la coyuntura y a la gestión concreta de gobierno, volvemos al planteo de una nota pasada: ok, supongamos que el acuerdo con el FMI que impugnó Máximo Kirchner es realmente una garcha. No acordemos con el FMI; minga al FMI. ¿Me explican entonces, por favor, ri-gu-rosamente, cuál es el plan alternativo? Si no la tienen tan clara ni no son tanto más puros e implacables o zurdos, si Cristina lo que pide es no mucho más que un capitalismo (algo) responsable, ¿por qué no cuidar y contener mejor al propio gobierno?

En el mar de estas incertidumbres es que Alberto y su gobierno pierden potencia, audacia e identidad sin que los supuestamente más corajudos sepan o quieran ayudar. Doloroso diluirse de un gobierno de clase media percibido a esta altura seguramente por muchos –y el que escribe no les da la razón- como un gobiernito más de abogados de clase media.

En una proyección amarga pero verosímil se puede esperar un gobierno que no estalle y que simplemente pase. Que transcurra y sea sucedido por uno bien de derecha, bien jodido. Se puede esperar que lo vean pasar con distancia y algún desprecio las clases medias y vaya a saber con qué otros tonos de distancia, bronca o pena o desprecio los más humildes. Gobierno de extracción de clase media, mirada de clase media, algunos buenos valores de clase media. En una proyección apenas optimista podrá pasar el gobierno –de no superarse adquiriendo mayor volumen- con mayor recuperación económica y de consumo. Y claro que podrá pasar esto otro: a la clase media le podés dar todos los televisores smart y todos los acondicionadores de aire que quieras que va a aspirar a más, a no agradecer nada, y a esperar de un gobierno buenos modos, muy correctos, no como los modos de un comerciante cagador, ponele.

Aspirar a más. Quizá también como aquellos obreros del Cordobazo que iban camino a las fábricas en la cumbre de su prosperidad, montando sus poderosas motos Gilera. Camino a hacer su casita y una vida mejor, no necesariamente la revolución.