La derrota electoral del gobierno traza por sí misma un balance del 2021. Pero a la vez simplifica y esconde zonas grises en las que el Ejecutivo combinó políticas más que aceptables y no pocos fracasos. A la espada sin cabeza que es la oposición le alcanza por ahora con el odio macizo, absolutamente eficaz, y el cuanto peor, mejor.

Cada vez que Pagina/12 reproduce o recrea alguno de los esporádicos encuentros entre presidente y presidenta, y cuando tácitamente presenta esa nota como una noticia, como una “buena noticia”, al que escribe le da una sensación de cansancio, de irritación y de desagrado. Puestas las cosas del lado del purismo, esos encuentros en absoluto deberían ser noticia, sino apenas rutina. Peor aún, el hecho de que Página –primer diario que todavía abro todos los días, con algunas precauciones- se esmere en decir tácitamente que las cosas entre AF y CFK suceden maravillosamente es síntoma de que no van tan bien.

La relación entre ambos no pretende en absoluto ser eje de este difícil intento de balance político nacional 2021. Entre otras cosas porque esa relación –en torno de la cual bombardean todos los días los medios hegemónicos ya sea para esmerilar o para dañar- no explica en absoluto todo lo que pase en el país en materia política o de gestión. Sí una parte. Mucho antes que esa relación a veces tensa y cambiante –donde todavía pesa decididamente la necesidad de estar todo lo juntos que se pueda- pesan mucho más el poder real (empresario, del FMI, judicial, del FMI, el de los medios), tanto como la pandemia y la deuda contraída por Mauricio Macri, su herencia, de la que nunca nos vamos a cansar de hablar, por tratarse de un asunto central, duro, objetivo.

La imposibilidad del Frente de Todos de encausar su heterogeneidad y compartir un proyecto de país común en un espacio de discusión orgánico y fértil, que dé sostén, mayor dinamismo y potencia a los actos de gobierno, es quizá también impotencia o una cierta ausencia de voluntad, o decisión, para hacerlo. Se entienden las dificultades con solo recordar la heterogeneidad (en ciertos puntos atroz) del peronismo y del Frente, así como por la celeridad con que debió armarse una coalición electoral que una vez en el gobierno estuvo lejos de trabajar como una maquinita. Se entiende, pero en la crueldad de la política las sociedades esperan resultados del accionar de los gobiernos. Y que sea rápido, políticos.

El Modo Cristina de expresarse a veces mediante silencios y otras más por la libre y por las redes, aun con la potencia y claridad discursiva que la caracterizan, no siempre ayuda a la unidad declamada. Del mismo modo en que la prudencia discursiva que sostuvo AF durante mucho tiempo tampoco le dio buenos resultados. El punto más crítico de la relación entre presidente y presidenta se dio luego de la derrota electoral, empezando con la carta un tanto explosiva de Cristina. Aquella vez escribí para Socompa una nota demasiado dramática y excesiva que comenzaba así:

“Es más que curioso, y más bien triste, que medio mundo en las redes coincida en que el Frente de Todos decidió desde el martes pasado tirotearse los pies, los huevos y el cráneo y que esa misma idea haya llegado tarde a –diría Perón- “las cabezas de los dirigentes”. Será porque no andan muy lúcidas esas cabezas. Al punto que están dando vergüencita ajena. Por estar siendo algunos, a la hora de hacer política, peores que tantos de aquellos infinitos de la derecha a los que tanto nos fascina gastar con memes”.

Muchos entienden que la epístola de la Cris permitió encauzar al gobierno, puede que sí. La pregunta es si era necesario hacerlo de ese modo. La otra pregunta es si acaso es tan cierto que el cristinismo o La Cámpora tienen tan claro su proyecto de gobierno, si tienen la inteligencia y sofisticación para proponer otro proyecto de gobierno, si ese proyecto de verdad sería tanto más radicalizado, si el cristinismo a su vez constituye una orgánica de cuadros imponentes, o si disfruta de la suficiente empatía social como para arremangarse y arrancar ante el aplauso de todos. No parece que fuera así y el Instituto Patria no es tampoco una maquinaria de generación de cuadros, diversidad y generación de políticas superadoras.

Termino este tramo sobre los problemitas que genera al gobierno su propia heterogeneidad y los dificultosos modos de su comunicación y discusión interna citando un párrafo escrito por Eduardo Aliverti en Página: “En el mundo de la imaginación facilista, el Presidente es un inútil o derecho viejo un cómplice neoliberal; sólo Cristina puede salvarnos; sólo en ella puede confiarse; sólo se trata de romper con el Fondo; no hay más que declararle la guerra al gorilaje que ganó las elecciones; la culpa central es de la comunicación hegemónica que llena de mierda la cabeza de los no esclarecidos; bastaría con restituir la ley de medios”.

Un fango de guita contra la pandemia

Vuelvo hacia atrás, a lo de siempre, al terreno minado que recibió Alberto Fernández, donde gobierno no es poder: deuda apocalíptica, alta inflación y alta pobreza, destrucción del aparato productivo y el de salud y el del sistema científico-tecnológico, más dependencia, luego pandemia. En un muy extenso informe y análisis –“Balance y expectativas 2021”- el sociólogo Ricardo Rouvier anota estos datos: “Para atenuar el impacto de la pandemia, el Estado nacional destinó, desde marzo a septiembre, el 6,8% del PBI proyectado para el 2020 en políticas de sostenimiento de los ingresos y del aparato productivo. De esa partida para emergencia sanitaria, un 3,7% del PBI fue destinado a medidas para la preservación del empleo y la dinámica productiva; un 1,45% se invirtió en medidas de contención de los ingresos de la población y el 1,6% restante se destinó tanto a políticas de asistencia a provincias y municipios como a créditos para organismos públicos y medidas de reactivación de sectores estratégicos, como la construcción (a través del Programa Argentina Construye)”.

Solo el mencionar lo del 6,8% del PBI hace difícil usar la figura simplificadora de “un gobierno de ajuste” para describir lo hecho por la actual administración. Lo mismo cabe en relación a los esfuerzos que se están haciendo en las negociaciones con el FMI para que el resultado sea lo menos doloroso posible. La otra posibilidad es asumir los riesgos de un default, algo que se parece a hacer un experimento peligroso en condiciones no controladas ni previstas ni deseadas, donde el sujeto del experimento es el pueblo mismo. Ya que estamos, el informe citado de Ricardo Rouvier informa que el 62,8 por ciento de la población dice que sí, que “Hay que pagar la deuda”.

¿Cómo? Metamos un No sabe/ No contesta.

Poner en cuestión la noción de que el gobierno de AF es meramente un gobierno del ajuste no implica desconocer ni el corte de la IFE, ni los malos salarios estatales, ni lo que hayan perdido los jubilados, ni la pérdida de salarios reales en general, ni cierta prudencia fiscal de Martín Guzmán, un heterodoxo pero en absoluto un neoliberal. A la vez, tampoco puede desconocerse que la desigualdad viene creciendo de manera espantosa en todo el mundo hace muchos años y que con la pandemia esa desigualdad se acentuó de manera dramática. La metáfora (¿?) de los índices de vacunación en un mapa global que muestra continentes enteros en total estado de vulnerabilidad es lo suficientemente elocuente.

Números muy feos

Dice el informe de Rouvier: “El año termina con -según INDEC- un 40,6% de pobres y una indigencia de alrededor del 10%. O sea, son 11.700.000 pobres y 3.087.000 que se encuentran por debajo de la pobreza. De 0 a 14 años pasamos de 40% a 54,3% y de 15 a 29 años a 48,5%”. Son números más bien horribles que explican en parte –solo en parte, falta la componente cultural- la derrota electoral del gobierno.

En el último año comenzó a reflejarse una notoria recuperación económica que no llega a todos y no necesariamente –de sostenerse tras un eventual acuerdo con el FMI- podrá traccionar votos para las presidenciales. Este país desigual es muy arduo de ser analizado. Ejemplo: la recuperación económica se expresa muy nítidamente en las calles de las grandes ciudades argentinas, aunque más que seguramente no en sus periferias pobres. El paisaje urbano de los barrios de clase media y media alta en la equívoca pos pandemia está cambiado. Hay guita y movimiento en las calles, mucho consumo, bares y restaurantes y vuelos llenos. El que escribe vive en zona norte, relativamente cerca del río, donde bandas de ciclistas circulan por las calles con pilcha deportiva de la puta madre. Pero no son necesariamente los runners chetos a los que aludíamos con furia cuando la pandemia pegaba fuerte. Son gente de clase media-media y media baja. En Salta capital y algunas de sus ciudades este cronista se encontró también con mucho movimiento y consumo. ¿Cuál es el país real? ¿Cuál el promedio?

Es parte de un paisaje que oscila entre lo conocido y lo incomprensible, en el que aquellos a los que les va más o menos bien y consumen bonito votan lo otro. Es parte del aprendizaje duro que debe hacer este gobierno que creyó –o eso dicen muchos- que la solidez de los programas de vacunación sería mejor valorada, por ejemplo, mediante el voto.

Siempre según el INDEC, en el tercer trimestre la desocupación se redujo al 8,2% (en 2019 fue del 9,8%). Las exportaciones subieron a 70 mil millones de dólares, mientras que el establishment económico, en diciembre pasado, auguraba 61 mil millones. La actividad industrial creció 4,3% de octubre de 2020 a octubre pasado, acumulando un 17%. Para cuando se realicen los ajustes finales, la medición 2021 habrá cerrado con una suba de entre el 9 y el 10% del PBI. Eso es bastante más que “rebote” y sobre todo mucho más de lo que habían proyectado reputadísimos economistas de la derecha. La consultora de Hernán Lacura había pronosticado un  crecimiento del PBI de apenas 4,30 y FIEL/ Daniel Artana uno aun menor de 3,50. Los datos los menciona Alfredo Zaiat en uno de sus habituales y necesarios balances de las pifias intencionadas de los grandes o pequeños gurúes económicos.

La zona gris

El gobierno de Alberto Fernández podría caracterizarse como uno de zonas grises. Pero no apelamos acá al color gris solamente para describir las dudas y contramarchas del gobierno (Vicentin, arrebatos de los buenos como el control de la subfacturación de las exportaciones de granos versus arrugues, policías bravas), o sus ya antiguos buenos modos. La zona gris se refiere en este balance a cosas que el gobierno hizo medianamente bien, o protegiendo a los que menos tienen, aun cuando lo hecho no haya alcanzado.

La zona gris es algo así como el gobierno pasivo o en las sombras, acaso lo insuficientemente comunicado. Ejemplo evidente: la inexistencia de tarifazos versus los tarifazos de Macri y Rodríguez Larreta en la ciudad (esos que los medios de la derecha jamás llamarán tarifzos). Subsidios a la energía o el transporte a lo pavo y la sintonía final proclamada hace siglos por CFK para no beneficiar a quienes no lo necesitan te la debo, aunque sea ardua de implementar.

La “zona gris” de las cosas más o menos bien hechas por el gobierno –y de nuevo: que no necesariamente se traducen en voto y mucho menos en memoria de lo hecho por el macrismo- tiene que ver con políticas igualmente grises, de todos los días: créditos, subsidios, obra pública, vacunaciones masivas no solo contra la COVID, recomposición del sistema de salud. Para decirlo con una muestra antojadiza y variada: plantes de beneficio para inversiones en exportaciones, ampliación de sistemas de becas como en el plan Progresar, nuevas inversiones en infraestructura del Conicet, los intentos –a menudo semifallidos o fallidos- de morigeración del impacto la inflacionario mediante Precios Cuidados, o de control de los precios de la carne. Si fallan no es solo por inepcia oficial sino porque la pelota, el foul, el juego sucio y la cancha inclinada la tienen los empresarios. Es relevante mencionar también el impacto impresionante del plan Previaje. Lo dicho: más movimiento y consumo, en este caso beneficiando las economías locales.

Y sin embargo, por supuesto, los números severos, negros, del aumento de la pobreza. Más la mala imagen de la gestión del gobierno. Según Rouvier, la opinión negativa pasó del 51,5 en diciembre de 2020 a 62,4 en el mismo mes de 2021. El consultor aporta otro dato sugestivo: “En la imagen del gobierno hubo una excepción en el equipo de colaboradores del Poder Ejecutivo y fue la de Martín Guzmán, el ministro de Economía, el que recibió la consideración de mejor imagen por su ‘sobriedad’, ‘seriedad’ y ‘profesionalidad’”. O como se repite siempre el que escribe: no se trata de gritar más.

No, no se trata de gritar mejor y, volviendo al principio, Alberto Fernández y Cristina Kirchner saben que se necesitan. Se siguen necesitando y no, el bueno de Axel Kicillof dejó de ser el mejor, exclusivo o primer candidato presidencial del cristinismo. Ni qué decir: “Cristina sola”. No, no podrá, ni tiene por ahora descendencia o sucesores o jugadorazos impresionantes en el banco de suplentes. Así se paga la conducción vertical. Pero justo es reconocerlo que decirlo es fácil, periodismo fácil.

Ventajita provisoria

Hay una levísima ventaja que tiene el gobierno: las internas desatadas en Juntos por el Cambio, más la emergencia de los Milei/Espert, el agrandamiento machote de la UCR, que a la larga siempre arrugó ante el macrismo. Ventajita mínima y seguramente fugaz. La oposición se parece a veces al general Lavalle, “la espada sin cabeza”. Escribió Diego Genoud en el diarioAR: “Que Elisa Carrió se haya convertido en la voz de la responsabilidad y la moderación alcanza para entender la confusión general”.

Sucede que a la espada sin cabeza le alcanza con el odio macizo, absolutamente eficaz, y el rechazo de todo (veremos qué sucede cuando se discuta el acuerdo con el FMI, el eventual). O como escribió Gabriel Bencivengo en este portal cuando no se pudo aprobar el presupuesto: la oposición solo quiere ser oposición, jugando a cuanto peor, mejor. Si es por los tiroteos del presente entre cuadros de la derecha –donde Gerardo Morales inició una impetuosa carrera presidencial auto adjudicándose valores dialoguistas y progres- estamos seguros de que la sangre no llegará al río. A la hora de los bifes la derecha seguirá unida si es necesario a las patadas que propinen el poder concentrado y los medios conservadores. El campo nacional y popular, en tanto, a colgarse del travesaño, o a superpoblar el medio campo, obligado a gestionar mejor y meter más y mejores goles, bien sonoros.

Pos Data: si el amable público cree que la sociedad hará un lúcido y fertilísimo auto análisis sobre el voto del 2021, hagan el favor de ver la película Don’t look up.

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