Mientras la oposición ya eligió vivir en estado de talones de punta, el gobierno busca una fórmula que combine, de ser posible, la antigua épica y la moderación de los tiempos albertistas. De como se incline la balanza, dependerá el rumbo de la política estatal.

Aparte de ideologías y programas – que muchas veces no pasan de lo declamativo – la política también es una cuestión de estilos del ejercicio del poder y también de plantarse en la oposición. No es un detalle menor, porque muchas veces el estilo determina tanto las decisiones como la forma de oponerse a ellas.

Para decirlo de otro modo, Juntos por el Cambio eligió un estilo de oposición que tiene que ver con los nombres que son los principales voceros de cada una de las fracciones que componen el grupo: Patricia Bullrich en el PRO (quien acaba de declarar que deben ser más disruptivos, quiera decir esto lo que quiera decir, pero suena a batalla sin cuartel), Alfredo Cornejo por el radicalismo, instalador de acusaciones de coimas en el caso Pfizer, y Elisa Carrió, por la Coalición Cívica, quien vive amenazando con juicios políticos y denuncias penales sin sustento jurídico alguno como la acusación contra Alberto y Ginés por “envenenamiento”. Aunque hay que destacar que su agrupación es en sí una fuerza de choque, baste repasar algunos de los nombres que la componen: Fernando Iglesias, Paula Olivetto y Silvina Martínez. Toda gente de denuncias llevar.

Mesa Nacional de JxC.

Se equivoca Sylvestre cuando habla de “macrismo residual”, que en realidad es el de Monzó y Frigerio. Con el resto no hay diálogo posible, pese a que lo reclaman permanentemente. Un doble juego, ir con los tapones de punta y quejarse de que no se los toma en cuenta. Lo puso en evidencia Alberto Fernández cuando respondió al documento de J x C en relación con el asesinato de Fabián Gutiérrez en Santa Cruz: “ustedes quieren diálogo y acusan a mi vice de asesina”.  Por su parte quienes ejercen formas de gestión se mantienen a una prudente distancia del barro cotidiano. Rodríguez Larreta solo abrió la boca para quejarse de temas municipales como la coparticipación de Caba.

Por el espacio del Frente de Todos, la cuestión del estilo es menos homogénea. Alberto Fernández se propuso ser el presidente que terminara con la grieta y que pudiera armar un escenario de unidad entre fuerzas políticas, sociales y mediáticas –, de allí la decisión de dar entrevistas a programas que les juegan en contra. Una idea que se resume en el nunca concretado consejo económico y social. El signo del gobierno es moderado aunque con intermitencias. De vez en cuando a AF se le suelta la cadena, pero el estilo dominante es la paciencia. Incluso cuando se cuestiona al gobierno anterior. De pegar más duro se ocupa Santiago Cafiero, un reparto de roles que parece deliberado. Esa moderación incluso le permite destacar las acciones del gobierno aunque a veces se pone a la defensiva, tendencia que se ha ido revirtiendo con el paso del tiempo sobre todo a causa del accionar opositor.

Lo que muestra que el estilo presidencial de inicio son sus límites. No se puede predicar todo el tiempo el ideal de la conciliación, en un mundo que no disimula su hostilidad (desde los banderazos por Vicentin al boicot a la vacuna rusa).

Ante un estilo que empieza a flaquear se planta CFK – quien, curiosamente elige como sucesores a políticos moderados, desde Scioli a Alberto. Se mantuvo prácticamente en silencio durante un año y sus intervenciones apuntaban a plantear algo diferente a lo que hacía Alberto como fue la reivindicación del artículo de Alfredo Zaiat en Página/12, que era un cuestionamiento a la idea de que se puede gobernar con todos; luego vendría la carta sobre la corte y finalmente el discurso en el festejo de aniversario que organizó Kiciloff.

Cristina y Alberto.

En sus años como presidenta, sobre todo durante su segundo mandato, Cristina eligió un estilo épico, sustentado en la idea de que el poder político -en especial cuando se trata de un gobierno popular- debe encarar necesariamente una batalla contra los otros poderes, el empresario, el sindicalismo (recordar sus peleas con Moyano, hoy puesto como ejemplo por Alberto), el judicial y el mediático, que desde esta perspectiva, es el que articula todos los demás. En esa épica el gran referente era Jauretche, a quien AF no cita nunca.

Lo que CFK llevó a La Plata fue una parte de ese aliento épico. Eso explica lo de los valientes y los miedosos –no son horas de melindres- y una especie de plataforma económica que alineara tarifas, precios, salarios y jubilaciones, de acuerdo a la tradición peronista. Algo de eso se hizo presente en el discurso posterior de AF, donde casi lo desafió a pelear a Cornejo y al recordar el consejo de Cristina de no guiarse por lo que digan los medios.

Así están las cosas en la coalición gobernante y que nada tiene que ver con la fatigada teoría del doble comando. Cuando todo parece encaminarse a la pospandemia (donde se pueda desplegar un plan de gobierno sin vivir apagando incendios), todo parece debatirse entre estilos, o volver a una épica que condujo finalmente a la derrota de 2015 o una moderación que ha sufrido ya varios traspiés. Hay que ver si hay posibilidades de imaginar y llevar a la práctica una combinación de  ambos estilos.

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