Una victoria contundente de la oposición, una derrota aplastante del oficialismo y un futuro cercano donde habrá que controlar al máximo a un gobierno que se sabe perdido y está desbocado.

Fue una victoria contundente del Frente de Todos y una derrota aplastante para el oficialismo, de magnitudes inesperadas para unos y otros. Alberto Fernández esperaba ganar, pero no cosechar 47,32% de los votos y sacarle 15% de ventaja a Macri. En el oficialismo sabían que la tenían difícil pero especulaban con quedar un 3 o un 4% abajo, con la perspectiva de dar vuelta el resultado en octubre. Al hacer cuentas en el aire recordaban que en las PASO de 2015 habían perdido por 8 puntos frente a Scioli, que habían reducido esta distancia en la primera vuelta y que finalmente habían ganado en el balotaje.

Esos cálculos ya no existen. “Mauricio no esperaba recibir tantas caricias significativas en el traste”, podría decir la socióloga de Hurlingham Lavonne Smythorsmith. Los operadores periodísticos de los medios hegemónicos optaron por calificaciones como “sopapo”, “cachetazo” y variados términos boxísticos mucho más gráficos.

Al oficialismo lo castigaron duro en provincias que habían sido fundamentales hace cuatro años, como Córdoba, Mendoza y Santa Fe. Y ni hablar de Buenos Aires, donde también se firmó el certificado de defunción de las aspiraciones de María Eugenia Vidal. Mirando a octubre Macri tiene muy poco para sumar, aún raspando el fondo de la olla.

Con sólo mantener los números de ayer, la fórmula Alberto Fernández – Cristina Fernández de Kirchner ganaría en primera vuelta. A Macri – Pichetto no le alcanzaría para pelearla ni sumando todos los votos de Lavagna, Espert y Gómez Centurión en una polarización extrema que es imposible en esa instancia.

Pero además el gobierno tiene un desafío aún mayor que el electoral: llegar a completar el mandato. Al escribirse estas líneas – menos de 12 horas después de conocerse los resultados del escrutinio provisorio – el dólar supera los 60 pesos, con una suba de más del 30%, y el Riesgo País anda por encima de los 900 puntos. Las acciones de las empresas argentinas caían un promedio del 50% en Wall Street. La especulación financiera es la primera en rajarse.

No se trata solamente de variables de la economía que empiezan a volverse incontrolables para el gobierno. Su mayor debilidad es la política. Y no sólo por la derrota que acaba de sufrir sino por su incapacidad para asimilarla y navegar – para usar una metáfora cara a Macri – por esas aguas.

Ayer, en medio del escrutinio provisorio, se vieron los primeros ejemplos. Al principio intentó ocultar los datos desfavorables con una supuesta caída del sistema de SmartMatic a la espera de una milagrosa reversión o atenuación de la tendencia que le permitiera manipular por un tiempo el dictamen de las urnas.

Después Macri intentó suspender su conferencia de prensa y no dar la cara. Alguien lo convenció de que eso sería peor.

El presidente no sabe perder y eso en política es extremadamente peligroso.

Al reconocer la derrota no hizo una sola autocrítica. Le habló más a “los mercados” que a la ciudadanía, y llegó a orillar que al votar como votaron los argentinos se equivocaron. Le faltó decir que la culpa de todo la tienen los votantes y su rival electoral.

Macri ni siquiera cumplió con el ritual electoral de comunicarse con el vencedor, como un nene enojado que se quiere llevar la pelota a su casa.

Todo indica que de aquí a octubre se vivirán momentos muy complejos en la Argentina. El gobierno no tiene intenciones de modificar su rumbo y aunque lo quisiera no tiene las herramientas para hacerlo.

No sólo eso, sabiendo que no tiene otros cuatro años existe el riesgo de que intente maniobras para borrar las huellas de sus delitos a la vez que desata un saqueo aún peor.

Desde ayer está en una situación de extrema debilidad política, situación por la que intentará culpar a todos menos a él.

De seguir hacia adelante sin siquiera mirar a los costados no sólo se estrellará contra la pared sino que estrellará a todo el país. Los daños serán aún mayores.

Para frenarlo los argentinos cuentan con dos recursos. La calle y el Congreso.

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