Después de dos años de mostrarse casi monolítica, la Alianza en el gobierno empieza a resquebrajarse y sacar sus trapitos al sol. Internas entre macristas gerenciales y políticos; radicales en crisis, ninguneados por Macri y cuestionados por la tropa propia; Carrió desatada y con el ventilador prendido. Los fracasos del gobierno los enfrentan y más de uno piensa en el “sálvese quien pueda”. Y una pregunta difícil: ¿Hay algo del otro lado?

Como en una enfermedad que avanza irremediablemente, los síntomas de la debacle de la Alianza Cambiemos se hacen cada día más notables. Ya los detectan hasta los legos, y los medios hegemónicos –por conveniencia política o para evitar una pérdida de credibilidad – ya no los ocultan como antes. El blindaje mediático del gobierno de Mauricio Macri también se resquebraja, aunque por el momento las rajaduras no devengan en agujeros.

Los problemas son hacia adentro y hacia fuera, y se retroalimentan de manera dialéctica. Los fracasos políticos y económicos del gobierno no sólo le quitan base social y potencian las protestas sino que repercuten hacia el interior de la alianza y del propio PRO; a su vez, este cóctel de pujas de poder y descontentos internos llegó a un punto que algunos sectores ya no se preocupan por ocultar.

La Alianza Cambiemos se erigió como alternativa de gobierno y llegó a la Casa Rosada apoyada en tres patas políticas principales: el PRO de Mauricio Macri como una ilusión de lo nuevo que creció desde un ámbito casi vecinal –la Ciudad Autónoma de Buenos Aires – hacia el resto del país; el radicalismo, que sin capacidad de generar una opción propia, aportó su diseminada estructura nacional, aparato indispensable para cualquier pretensión presidencial; y, como tercera apoyatura, Elisa Carrió en función de ariete, no siempre previsible, para demoler a fuerza de denuncias a cualquier contrincante, además de aportar su nada desdeñable caudal de votos porteños.

El trabajo no se hizo de un día para el otro –una de las virtudes políticas de la derecha es la paciencia – y contó con la indispensable colaboración de una corporación mediática que es parte del poder económico concentrado de la Argentina y de un sector del Poder Judicial dispuesto a dar entidad a cualquier denuncia improbable contra el gobierno anterior para que los medios las convirtieran en posverdades para el sentido común. Todos ingredientes de la receta básica de un golpe blando que en la Argentina –a diferencia de Brasil, donde se perpetró por la vía judicial; o de Paraguay, donde le bastó con ser palaciego – se concretó con la legitimidad que dan los votos.

Apenas llegado Mauricio Macri a la Casa Rosada, ese poder pacientemente construido se consolidó en el Congreso, donde Cambiemos no sólo contó con tropa propia sino que logró de entrada –mediante seducciones, carpetazos y amenazas – el apoyo de saltimbanquis, oportunistas y colaboracionistas.

Dos años de hegemonía PRO

Con todos estos factores a favor, la Alianza Cambiemos en el gobierno dio una imagen de fuerza monolítica, alejada de las “mezquindades” de la política, a la que –decían sus voceros propalados por los grandes medios – iban a renovar y purificar de una vez y para siempre en la Argentina.

Sin embargo, y también de entrada, la composición del gabinete de Mauricio Macri y el reparto de cargos en la administración pública mostraba que la alianza distaba mucho de serlo en cuanto a distribución de poder. Un ejército de CEOs PRO ocupó los ministerios estratégicos, mientras que al radicalismo se le dejaron algunas pocas carteras, ocupadas además por representantes de su derecha más recalcitrante, totalmente cooptada por el macrismo; nada cerca del poder real para el centenario partido de Yrigoyen y Alfonsín. Carrió, mientras tanto, siguió jugando en el Congreso –pero más que nada en los estudios de televisión – el juego que mejor juega y que más le gusta: el de las denuncias –algunas ciertas, falsas las más -, focalizadas en el kirchnerismo relegado al llano y a la defensiva, y en la “revelación” de nuevas y delirantes conspiraciones contra la patria.

Más allá de algunos tironeos y rencillas que pasaron casi inadvertidos para la opinión pública –la excepción fue la salida de Carlos Melconián del Banco Nación -, la situación interna de Cambiemos se mantuvo estable durante los primeros dos años de gobierno, coronados por la resonante victoria electoral en las legislativas de octubre de 2017, una muestra inobjetable de que todavía conservaba un fuerte crédito político y social a pesar de la brutal redistribución de la renta a favor de los sectores económicos más concentrados y el inocultable crecimiento de la pobreza y la marginalidad.

Esa elección puso en el tapete dos hechos que no se pueden dejar de lado: la derrota de Cristina Fernández de Kirchner en la Provincia de Buenos Aires y la aplastante victoria de Elisa Carrió en la CABA. El primero mostró que el desgaste de la imagen de la ex presidenta –por méritos propios, pero también por el incansable accionar de los medios y la justicia – mantenía toda su eficacia; el segundo, reeditó la hegemonía de Cambiemos en la Ciudad de Buenos Aires, pero a la vez significó un baño dorado para el ego de Carrió cuyas consecuencias son imprevisibles para el gobierno.

Mal para afuera y peor para adentro

El escenario de octubre pasado, que hoy parece tan lejos en el tiempo, sorprendió incluso al macrismo, que sólo lo esperaba en sus sueños más optimistas. Ganar una elección en medio de un ajuste brutal, con recesión económica, aumento de la pobreza y pérdida de nivel de vida para vastos sectores medios se le figuró al gobierno una carta blanca para redoblar la apuesta.

No es intención de estas líneas analizar la gestión del gobierno desde entonces hasta hoy. Basta señalar la disparada del dólar, la metástasis de bonos que amenaza con dejar sin moneda al país, la imparable fuga de capitales, la desesperada jugada de entregarse con armas y bagajes al Fondo Monetario Internacional, que puso el manejo de la economía y cuyo préstamo hoy el gobierno dilapida para tratar de frenar el dólar. Sus consecuencias sociales y la consiguiente caída de la imagen de Mauricio Macri y su gobierno, con cambios de ministros que, además, abren una caja de Pandora hasta hace poco cerrada a cal y canto.

En ese sentido, en las últimas semanas, la situación de crisis interna de la Alianza y del gobierno se hizo evidente.

Dentro del propio PRO las cosas no están nada bien: ministros que anuncian medidas antagónicas en un mismo día para después contradecirse, fuertes cuestionamientos del ala política del partido al “equipo gerencial” que rodea a Macri en el gabinete, rencillas y pases de facturas personales que hasta hace poco se manejaban con altísima discreción y que hoy se ventilan casi en público. El enojo de Aranguren por su desplazamiento se hizo público y encendió todas las alarmas, al punto de frenar otros cambios en el gabinete.

La primera explosión pública la había generado –cuándo no – la inefable Lilita la mañana de la votación en la Cámara de Diputados de la ley de despenalización del aborto. Allí dijo que no había hablado “para no romper Cambiemos”, alardeando el poder de hacerlo. Siguió días después, entrevistada por Joaquín Morales Solá en la propaladora TN, cuando dijo que a Macri lo habían engañado en ese tema diciéndole que el proyecto no iba a pasar. Con esto dijo dos cosas: que lo de abrir el debate sobre el aborto fue una jugada duranbarbista del gobierno para distraer de otros temas, y que el presidente es poco menos que un ingenuo manipulable. Para peor, dijo que Macri lo había reconocido ante ella en una charla telefónica. Marcos Peña salió a desmentirla, pero el daño ya estaba hecho.

Para terminar –por ahora, sólo por ahora -, en el Foro Anual del Consejo de Empresarios de Entre Ríos, cuyas imágenes se vieron en todo el país, Carrió se rió sobradoramente de los aliados radicales y dijo que los manejaba “desde afuera”. Textualmente: “Al final, los radicales tienen que reconocer que están con una ex que los maneja desde afuera. ¡Es divino! ¡No saben!”.

Los radicales reaccionaron, claro, con un comunicado donde le pedía a Carrió que “se abstenga de continuar con esta serie de declaraciones desafortunadas” y agregaba: “Que nos diga Carrió, realmente, cuánto aporta hoy a Cambiemos y a las políticas del Gobierno Nacional. Seguramente sea menos que las propinas que deja”, refiriéndose a su pedido ya célebre a la clase media alta para que diera propinas y changas a los más pobres. La cosa no terminó ahí, pero para esta nota es suficiente.

Los radicales cooptados por Cambiemos tienen problemas más graves que las declaraciones y chicanas de Carrió. Por un lado, hay sectores dentro de la dirección del partido que cuestionan cada vez con más virulencia, el papel de Cenicienta al que el macrismo los ha condenado dentro de la alianza; por el otro –que no deja de ser el mismo – temen que el desgaste del gobierno los arrastre con él. Todavía nadie lo dice en voz alta, pero una ruptura dentro de la UCR no es hoy un escenario inimaginable.

Esta semana, mientras el otrora franjimorado Federico Storani reclamó mayor participación en la decisiones del gobierno para su partido, Facundo Suárez Lastra -otro de los viejos jóvenes de la renovación y el cambio alfonsinistas -sinceró el verdadero lugar que ocupa la UCR en la alianza de gobierno, no se sabe si en son de queja o para despegarse de la debacle cambiemista: “La Unión Cívica Radical no gobierna, participamos en lugares donde nos ha convocado el Poder Ejecutivo”, dijo.

Mirando hacia 2019

Así las cosas, el futuro de Cambiemos aparece oscuramente incierto, tanto en lo que hace a la fortaleza del gobierno como a la continuidad de la alianza gobernante. Falta apenas un año para las PASO, pero con el vértigo de los acontecimientos, se las ve muy lejos.

El desgaste del gobierno de Mauricio Macri no sólo parece irreversible sino que crece de manera exponencial. Con el FMI manejando la economía, la insensibilidad social del presidente y su círculo de decisiones más cercano, la imparable avidez de los sectores económicos a los que responde, la falta de inversiones productivas y la flagrante impericia política que exhibe en la gestión, su futuro es casa día más negro.

Los medios hegemónicos amenazan con soltarle la mano y ya ensayan alternativas dentro y fuera de Cambiemos. La reaparición de Massa en sus páginas y el blindaje que aún le brindan a Vidal son señales claras.

Qué pasará con el gobierno y la alianza gobernante en los próximos meses es un interrogante que no se puede responder con exactitud, salvo que difícilmente mejore su situación.

La otra pregunta es más inquietante y urgente. También más difícil de responder: ¿Qué hay del otro lado?