La discusión y la votación en el Congreso del “acuerdo” con el FMI ponen al desnudo un escenario en el que el Frente de Todos, como coalición política, juega a pura pérdida. En ese contexto, Alberto Fernández apunta a una candidatura que solo puede entenderse como una fuga hacia adelante.

Es casi una fija que esta semana obtendrá la sanción en la Cámara de Senadores y quedará aprobado por ley el “acuerdo” de refinanciación de la deuda con el Fondo Monetario Internacional. El “casi” viene a cuento de la postura del autodenominado “campo”, que se paró de manos ante la posibilidad de un aumento en las retenciones a los commodities y recibió el apoyo de la derecha amarilla con la amenaza de no votarlo si el gobierno avanza en ese sentido.

Todo indica que, en este caso, el Ejecutivo que conduce Alberto Fernández reculara en chancletas, como es su práctica habitual, repetida ayer con la nonata Subsecretaría de Resiliencia.

La discusión – y la aprobación en Diputados – del “acuerdo” que significará en la práctica un cogobierno con el FMI, puso al desnudo más que nunca las líneas de clivaje que corren por el frágil cristal de la coalición llamada Frente de Todos, un nombre que ya no la representa ni siquiera hacia su propio interior.

En medio de todo esto, casi a la manera de un síntoma, afloraron las pretensiones de un segundo mandato que ya no oculta Alberto Fernández. Las explicitó, con torpeza verbal y de manera vacilante, en el discurso del acto del 8M en tierras del barón del conurbano Mario Ishii. Tropezó un par de veces con la frase al decirlo, señal clara de la inseguridad de fondo que le produce una movida que, vista de afuera, solo puede entenderse en un dirigente político al que su entorno le pone todos los días sobre el escritorio el diario de Yrigoyen.

También puede leerse como que, ante la inminencia de la ruptura del Frente, haya decidido el típico camino de la “fuga hacia adelante”, cuyo antecedente más próximo en un presidente es el de Fernando De la Rúa.

Antes del tratamiento del “acuerdo” en la Cámara de Diputados este cronista esbozó algunas consecuencias que puede acarrear su aprobación. Aquí van:

En caso de aprobarse el “acuerdo” – de la manera que sea – será seguro que de ahí en más:

1) El gobierno perderá caudal electoral en dos etapas: la primera por los decepcionados de su política; la segunda por los costos (el ajuste) que sufrirá la ciudadanía.

2) El oficialismo perderá la iniciativa política frente a la oposición de derecha (o de más a la derecha que él) por lo que habrá entregado en el rosqueo para conseguir su voto y por las mojadas de oreja durante las sesiones en el Congreso. Mostrará que depende de ella.

(Nota posterior: el resultado en Diputados mostró a muchos más opositores que oficialistas votando a favor, lo que habilita a pensar que será una ley que representa mucho más a la coalición opositora que a la gobernante, que votó claramente dividida).

3) El gobierno tendrá una posición y una imagen de debilidad casi imposibles de remontar, mucho menos con los discursos de gritos disfónicos de un presidente que quiere mostrar una firmeza que no es su característica o con los recules en chancletas en los que suele incurrir ante la primera manifestación de desagrado del poder económico concentrado.

4) El Frente de Todos tendrá dos alternativas hacia su interior: la primera, romperse más temprano que tarde; la segunda, quedar hegemonizado definitivamente por su ala derecha, con Alberto como mascarón de proa, lo que dejaría aún más afuera de todas las decisiones al sector que responde en teoría a CFK. En este último sentido, puede incluso anticiparse una fuga no desdeñable de funcionarios y legisladores que hoy responden a CFK hacia el “Albertismo”, que tiene la ventaja de manejar la agencia de empleos gubernamental. Es un fenómeno habitual en los gobiernos divididos en su interior.

5) En algún momento CFK deberá expresar una posición clara (ya sea frente al “acuerdo” o, peor, ante sus inevitables consecuencias). En caso contrario, destruirá su propia imagen y, en consecuencia, su base popular de sustentación (su capital político, ese 30%) sufrirá un fuerte drenaje.

(Nota posterior: lo hizo de manera velada luego del ataque a su despacho en el Congreso, al hablar de la “marcha multitudinaria” contra el acuerdo e incluso describir todas las calles que ocupaban los descontentos).

Mientras todo esto empieza a ocurrir – y con el “acuerdo” aun no aprobado por las dos Cámaras – los efectos del ajuste que el gobierno siempre negó, y pretende seguir negando, se notan cada vez más fuerte en las condiciones de vida de los argentinos de a pie.

Una realidad ante la cual la mayoría de la corporación política y fundamentalmente el elenco gobernante parecen ciegos.

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