Juntos por el Cambio va de la descalificación a un incansable oposicionismo que nunca hace propuestas. Sin embargo, desde el oficialismo hay  una decidida voluntad de responder cada una de las boutades cambiemitas, dándoles una entidad y un tiempo que lo lleva a minimizar sus iniciativas.

El diputado Fernando Iglesias, que integra la Coalición Cívica (algo así como la Armada Brancaleone de Juntos por el Cambio), salió a cruzar por twitter a la modelo Andrea Rincón quien se había despedido del programa Masterchef al grito de “¡Viva Perón, carajo!”. Sus palabras: “Si sos tan peronista y corajuda podrías haberlo dicho antes de que te echaran por la puerta del fondo, mami”.  Días antes había dicho en una entrevista al diario Perfil que la Sputnik V era la peor vacuna de todas.  No cabe sino preguntarse por qué entran dentro del radio de interés de un diputado de La Nación los dichos de una integrante de la segunda línea de la farándula local que alguna vez, allá lejos y hace tiempo, tuvo su cuarto de hora. Es casi seguro que Iglesias sufre de alguna clase de perturbación mental, pero aun este tipo de afecciones pueden ser una forma de ejercicio de la política. Para decirlo de otro modo, la locura, la psicopatía y la paranoia son estilos políticos. Sin pretensión de psicologismos, el discurso de la oposición actual contiene todos esos estilos. La locura, cuyo mayor emblema es Carrió pero también Macri (recordar aquello de que “si me vuelvo loco, puedo hacerles mucho daño”), la psicopatía es una constante en las palabras y actitudes de Patricia Bullrich y de Cornejo, y la paranoia una canción que saben todos y cuyo leitmotiv es que cualquier cosa que haga el gobierno es anticonstitucional, atenta contra las instituciones o es parte de una estrategia para perpetuarse en el poder y seguir los mandatos de Cristina. Y esos propósitos hay que combatirlos como sea y a donde sea, aunque se trate de la cocina de Masterchef.

Desde esta postura, cualquier forma de acercamiento se vuelve imposible y cuando se lo intenta, como cuando a Rodríguez Larreta se le ocurrió reconocer el papel de Evita en las luchas por los derechos de la mujer, el primero en reaccionar fue Darío Lopérfido quien le quitó todo valor a su figura. Con esa fe furibunda que suele caracterizar a los conversos, Osvaldo Bazán tuiteó: “Evita es fascismo”. A esta altura del modus operandi de la oposición es casi imposible diferenciar a políticos de periodistas, como demuestra el caso de Alfredo Leuco quien cerró uno de sus programas con esta expresión de deseos: “Lo espero mañana a las nueve de la noche para tratar de fortalecer la Nación con más libertad, con más igualdad, con más legalidad. Sin kirchneristas, sin fasc… chavistas y sin corruptos. Hasta mañana”. Este tipo de expresiones son habituales, aunque tal vez sean menos epidérmicas, en las palabras de Patricia Bullrich, Carrió, Macri o Pichetto. Pero es la oposición que hay, No hay contrapropuestas, ni se proponen alternativas ni se presentan proyectos. Todo es de muy baja estofa, apuntando a que una buena boutade es más eficaz que cualquier razonamiento.

Una democracia (su mano invisible, podría decirse) se sostiene en una dinámica permanente entre oficialismo y oposición. Que incluye varias formas de desarrollarse: la cooperación, el diálogo, la confrontación, la negociación e incluso el chantaje y el toma y daca. Nada de eso ocurre hoy entre oficialismo y oposición. Aunque desde el gobierno no parecen darse cuenta y se enganchan en un supuesto debate que Juntos por el Cambio no tiene el menor interés de proponer y de abrir. Pero se juega al como si. En la entrevista que le hizo Romina Manguel a Axel Kiciloff, no hubo pregunta a la que el gobernador no respondiera haciendo alguna alusión a la oposición. Lo mismo ocurre con el presidente, pese a su estilo más moderado. Para no hablar de los programas afines al Frente de Todos, en los que las mentiras y los chanchullos de Macri y las declaraciones de dirigentes y periodistas de Juntos por el Cambio son una sección fija a la que se apela todos los días.

Es decir que lo que dice la oposición- en sus variantes políticas y mediáticas- le importa y mucho al oficialismo. Si se trata simplemente de una opción electoral frente a las PASO y las legislativas, no parece ser la mejor estrategia jugar a la defensiva y hacerlo en el terreno del puro discurso y dentro de las reglas que fija el adversario. Este es un gobierno con serias dificultades para comunicar sus iniciativas, como si no pudiera salir del circuito de la boutade en el que la oposición nada como un pez avezado y bien cocheado para eso.

“Odio quiero más que indiferencia porque/ el rencor quiere menos que el olvido”, dice el bolero de Julio Jaramillo. La indiferencia es una forma de quitar entidad a un grupo político cuyo único propósito (como lo demostró el gobierno de Macri hasta el cachetazo de las PASO de 2019 y la barbaridad de Leuco) es funcionar en soledad, sin ninguna forma de relación con algún espacio que no sea el propio. Con ellos no hay diálogo ni negociación –aunque sea en duros términos- posibles. Tal vez vaya siendo hora de mirar para otro lado y bailar otra música.