Un asesino serial que transmite su crimen por Facebook, un cuadro famoso al que se vuelve a interpretar mutilando su sentido, un bombardeo permanente de noticias que son como una guerra contra toda posibilidad de reflexión. Somos sujetos que gritamos de tanto escuchar.

Hace poco salió la noticia de que el famoso cuadro de Munch “El grito” no estaría retratando a un hombre que grita sino a uno aturdido por los gritos de la naturaleza. Los “expertos” habrían lanzado la “novedosa” interpretación a partir del hallazgo de una anotación hecha por el autor. Llama la atención la aparente novedad y el planteo disyuntivo.

Es notorio que la figura pintada lleva ambas manos sobre sus oídos, intentando taparlos. Y además tiene la boca abierta. No se entiende entonces por qué plantear que estaría haciendo una cosa o la otra y no ambas. El personaje estaría tan aturdido por lo que oye que podría, en una suerte de automatismo mimético, ponerse a gritar. Claro que también podría estar aturdido por un estruendoso silencio y, haciéndose eco, abrir la boca para gritar nada. Alguien podría sugerir que hace activo lo pasivo pero temo que esa formulación haga suponer allí un sujeto. Más bien da la impresión de ser un impacto traumático, sino imposible, casi imposible de subjetivar. La clínica psicoanalítica de algunos fenómenos psicóticos, psicosomáticos, adictivos u otros muestran esta lógica arrasadora, muy distinta a la alienación y al sentido que muestran la inhibición y el síntoma neurótico formalizado. Estos fenómenos muestran una verdad de la estructura de los seres hablantes: que antes que hablantes son hablados. Y que la posibilidad de subjetivar lo que los atraviesa depende de la capacidad de que esos sordos ruidos oír se dejen y que en ese campo del lenguaje surja la posibilidad de tomar la palabra.

New Zealand´s  news

Algo nuevo surgió, en Nueva Zelanda, dentro del rubro asesinos de masas. Uno que atacó una mezquita agregó un detalle.

Sobre su casco colocó una cámara que filmó la acción, al modo de los video juegos y de la forma que se filman algunas acciones policiales y/o militares, y la transmitió en directo por facebook. El efecto escópico logrado fue que se alinearan tres vectores: el aparato de puntería del arma, la mirada del asesino y la cámara. Lo cual podría llevar a plantearnos la pregunta por el sujeto. ¿Dónde está? ¿Es el hombre que dispara y/o es la cámara? ¿Es ambos o no es ninguno? ¿Hay sujeto allí?

Periodismo de guerra

Habitamos una cultura en la que abundan las cámaras: de seguridad en edificios y en la calle, en computadoras y teléfonos celulares, consumimos televisión, redes sociales y otras aplicaciones tecnológicas que difunden filmaciones. Así como el personaje de Munch resulta atravesado por el impacto, en forma de grito, de la naturaleza, el ser hablante contemporáneo resulta atravesado por las cámaras a las que no sólo mira y escucha sino por las que muchas veces es mirado y hablado. Las personas psíquicamente más frágiles suelen estar más indefensas frente a estos fenómenos y muestran en sus reacciones locas lo que en muchas otras sucede subrepticiamente. El accionar del asesino neocelandés equipara el arma con la cámara mostrando la capacidad de fuego que ésta última puede llegar a tener, pudiendo resultar, en algunos casos, tan mortífera como un fusil. Ese condicionamiento discursivo lo conocen bien los diseñadores de cualquier campaña publicitaria, ya sea que venda preservativos o presidentes.

 

Las cadenas de medios tienden a agruparse para aumentar así su poder de fuego. Una vez superado cierto umbral receptivo, la argumentación y el sentido pasan a ser algo que puede reducirse al mínimo. El receptor de imágenes y sonidos ya no procesa lo recibido por la vía del sentido(ni por lo que significa ni por lo que siente) sino que miméticamente lo reproduce, en general, acompañado de alguna coloración afectiva. Es a ese nivel que las mentiras más burdas alcanzan su eficacia. El receptor aturdido no capta las fallas en la lógica discursiva. Por eso a este proceso Durán Barba, tramposamente, lo explica diciendo que se dirige a las emociones del votante y no a su raciocinio. En realidad, no se dirige a sus emociones sino que, con el poder de fuego de los medios concentrados y la orientación de la big data, tiende a neutralizar la capacidad razonante de una parte variable del público que los consume y que, sin percatarse, repite las consignas que le llegan como ráfagas de ametralladoras.

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