A Poe se lo conoce como fundador del cuento moderno y el cuento policial pero menos como forjador del periodismo moderno. No solo que sus cuentos publicados en la prensa escrita multiplicaron las ventas de periódicos, sino que estableció reglas –efecto sobre el lector, brevedad, entretenimiento- que se siguen cumpliendo empeñosamente y hasta en exceso.

En el siglo XIX, Estados Unidos, futura potencia industrial, daba sus primeros pasos en esa dirección. El auge económico se veía ensombrecido por disputas internas no resueltas. La sociedad respiraba el aire rancio que anunciaba la guerra civil entre el Norte y el Sur. La industrialización iba de la mano con la euforia racionalista que teñía la vida norteamericana. El positivismo cubría, poco a poco, el paradigma romántico nacido allende el Atlántico. La burguesía ensalzaba el método hipotético deductivo para conocer el mundo. La ciencia parecía omnipotente.

En cuanto a la literatura, mientras en la primera mitad del siglo XIX el folletín triunfaba en Europa, especialmente en Francia, Estados Unidos iniciaba su derrotero literario independiente. El cuento comenzaba a vivir su gran esplendor de la mano de los magazines y los nuevos públicos que querían cautivar los medios de comunicación. Emerson y Hawthorne fueron los primeros narradores de importancia en Norteamérica.

Sin embargo, la literatura, lejos de hacerse cargo del contexto de cambios y continuas novedades en su sociedad, seguía los cánones coloniales del siglo XVIII. El romanticismo inglés y francés era seguido en los círculos intelectuales, pero no se correspondía esa lectura con la escritura en iguales términos. Las revistas literarias que circulaban no daban cabida a las innovaciones y respetaban los moldes dieciochescos.

Edgar Allan Poe se desenvolvió en este mundo de progreso, envuelto en sus propias dificultades económicas; en un país unido e independiente, pero próximo a una guerra civil, en una sociedad racionalista, pero con improntas románticas o góticas. Y en este ambiente desarrolló su genio.

Edgar Poe nació en Boston en 1809. Sus padres eran actores de una compañía itinerante. A los dos años años quedó huérfano, con dos hermanos, con tuberculosis y en la pobreza. Vivió de la caridad hasta que John Allan, comerciante de Richmond, lo acepta en su casa a instancias de su esposa. A pesar de que pagó sus estudios y lo llevó con ellos a Inglaterra -donde Poe completó su educación-, la relación de Allan con Poe nunca fue buena. Solo el amor maternal de la esposa de Allan mantenía el vínculo entre ellos.

De vuelta en Estados Unidos, ingresó al ejército, pero luego lo abandonó. Esto lo enemistó aún más con Allan, que ya no quería mantenerlo más. Esperaba que su hijastro fuera comerciante o abogado, pero Edgar quería ser poeta.

En 1827 publicó su primer libro de poemas, “Tamerlán y otros poemas”, sin mucho éxito. En 1829 apareció “Al Aaraaf, Tamerlán y otros poemas”, que ya dejaba traslucir su talento.

Al morir su madrastra, la ruptura con Allan fue definitiva. Se mudó con una tía. La inopia acentuó sus problemas de tuberculosis. Para ganar dinero, se dedicó al cuento y al periodismo.

Sus cuentos y sus ensayos fundaron el cuento moderno. Junto a él se suele ubicar a Guy de Maupassant y a Antón Chéjov. El primero utilizó la tercera persona en sus relatos, al igual que la sobriedad compositiva y el humor, lo que le permitió una suerte de lejanía que facilitó la práctica de la crítica social. En tanto, Chéjov, se dejó llevar por el psicologismo de sus personajes, profundizando en las motivaciones y en los estados de ánimo. Cabe acotar que Maupassant nació en 1850 y Chéjov, en 1860; Poe murió en 1849.

El cuento como multiplicador de ventas

En 1833 nació el periódico Sun y Edgar Allan Poe, por su parte, obtuvo el premio literario del Baltimore Saturday Visiter con «Manuscrito hallado en una botella». Dos años después el New York Herald comenzaría a marcar las pautas que desembocarían en el periodismo de Pullitzer y Hearst.

The New York Herald, donde Poe comenzó a escribir parte de su obra.

En este paisaje periodístico, Poe comenzaba su vasta relación con los medios de comunicación masiva. A partir de su consagración literaria dirige, en 1841, el Graham’s Magazine, donde publica, entre otros cuentos, «Los crímenes de la calle Morgue». Bajo su dirección, la revista pasa de 5.000 ejemplares a 37.000. Por aquel entonces Poe creía que era posible ganarse la vida como escritor, un oficio que todavía no lo apasionaba. Tenía un interés casi meramente mercantil por la composición de piezas breves, narrativas y en prosa, por lo que hacia ellos dirigió su atención. Pero más que sus cuentos, la influencia o la relación importante de Poe con el nuevo periodismo norteamericano viene dada por sus ensayos y artículos literarios.

Aníbal Ford dice que Poe “… dejaría importantes observaciones que señalan, a veces directamente y a veces fundidas en sus propuestas estéticas, el peso de las transformaciones sociales y económicas (industrialización, urbanización, nuevas formas de vida y de uso del tiempo libre, comercialización de la cultura, nuevos públicos, etc.) sobre las formas culturales, y que afectan tanto al periodista como a la literatura, quebrando las pautas cerradas de la cultura artistocrática”.

Ambas, literatura y prensa, se enfrentan a un nuevo público, a nuevos hábitos de lectura. Entenderlos y conquistarlos serán sus objetivos.

Poe analiza la producción literaria de la época -narraciones góticas, folletines melodramáticos y alegorías religiosas- tratando de descifrar “por qué medios logran atrapar la atención del lector, que es el que paga… busca entender cómo se logra un ‘efecto’” (Leopoldo Brizuela).

Incluso se preocupa por las narraciones que son herederas del relato oral, confiriéndole a su obra el poder de alejar a las fieras con el fuego de sus historias en lugar del de las hogueras.

Los artículos de revistas son considerados por Poe como los candidatos a ser la forma de escritura que en el futuro tenga la mayor influencia dentro del campo de las letras. En ella el escritor encontrará refugio económico y reflexivo ante la falta de protección de la propiedad intelectual de la sociedad norteamericana y la continua importación y piratería de textos ingleses por parte de los editores. “Hay también relatos que de tanto en tanto se publican en nuestros periódicos, que pueden ser comparados sin desmedro con las mejores muestras de las letras británicas”, llegará a afirmar en sus críticas.

Para Poe, “el cuento puede ser el género que llene mejor las demandas del genio (después de la poesía) y le ofrezca el campo de acción más ventajoso”. Esto lo lleva a una consideración y valoración del público lector que está más vinculada con los periódicos que con la literatura culta. Por ello Poe critica a su coetáneo Hawthorne por escribir para él y sus amigos antes que para grandes círculos de lectores. Así, desmenuza el montaje del mensaje, los hábitos de lectura de la sociedad, la técnica para encontrar la manera de atrapar al lector o, mejor dicho, a los lectores; cuantos más, mejor.

Es que, para ese entonces, grandes masas de público lector se acercan a la cultura a través de los periódicos y magazines. Bennet, a cargo del New York Herald, buscaba la noticia sensacional que sorprenda y conmueva al lector, por lo que se ajusta al ritmo de vida americano y abrevia el mensaje. Poe, por su parte, se ocupa de la brevedad, el golpe de efecto del texto y las interrupciones de la vida cotidiana.

“El cuento breve permite al autor desarrollar plenamente su propósito, sea cual fuere. Durante la hora de lectura el alma del lector está sometida a la voluntad de aquél. Y no actúan influencias externas o intrínsecas, resultantes del cansancio o la interrupción”, escribió Poe. Y agregó: “Las preocupaciones mundanas que nos invaden durante las pausas de nuestra lectura modifican, anulan o interfieren, en mayor o menor medida, las impresiones que el libro pretende provocar. Más aún: la simple cesación de la lectura puede implicar, por sí misma, un daño irreparable de la unidad verdadera”. Poe llega a la conclusión que esto no ocurre en el relato corto.

El hábito de lectura descansado, a largo plazo y aristocrático, ha quedado en el pasado. La sociedad cambió y el público se trastrocó.

Entretenimiento, no ilustración

El actor Harry Melling recreando a Poe en sus tiempos de West Point. Del film “Los crímenes de la academia”.

Ante el panorama social que observa, Poe deduce que la gente quiere entretenerse y busca originalidad en los efectos, no instrucción. Al igual que en el periodismo se supera el didactismo del siglo XVIII adecuándose a los nuevos hábitos de los nuevos públicos, los lectores ahora ya no quieren moralejas. Así, Poe afirma que “Suele decirse irreflexivamente que los escritores muy originales no llegan a ser populares… Sin embargo, la excitable, indisciplinada y pueril mentalidad popular es la que más agudamente siente la originalidad”.

Del mismo modo que los que buscan las nuevas formas de la noticia, Poe habló de todo lo que da una emoción novedosa. Los editores periodísticos explorarán las formas de la relación entre mensaje y receptor y estructurarán al primero en función de la atención. Primero captar el interés del lector, para luego continuar con el contenido.

Desde estas concepciones, las teorizaciones de Poe acerca de los relatos tendrán estrechas analogías con las elucubraciones de los teóricos del periodismo acerca de los distintos tipos de noticias y cómo redactarlas.

Los periodistas abundarán sobre la importancia de la primera frase de la noticia, así como harán hincapié en la economía de expresión y organicidad del texto. Poe, por su parte, dirá que, si la primera frase de un relato no tiende ya a la producción del efecto buscado, quiere decir que el texto ha fracasado. Y va aún más allá al afirmar que no debería haber una sola palabra en toda la composición, cuya tendencia, directa o indirectamente, no se aplicara al designio preestablecido. Lo mismo dirá en cuanto a la extensión de la obra.

“Si la primera frase del cuento no tiende ya a provocar este efecto, entonces el primer paso ha sido dado en falso… La brevedad excesiva resulta tan perjudicial aquí como en el poema; pero la indebida extensión deberá evitarse aun con mayor cuidado”.

De este modo, la aparente coincidencia entre los relatos fundacionales del género policial de Poe y la búsqueda de noticias policiales de los periódicos de mediados del siglo XIX, no es tal. La coincidencia se debe, entonces, a las buscadas afinidades entre lo que el escritor le provee al lector y lo que el lector busca en el marco de un nuevo tipo de público o de sociedad. Tanto el escritor de ficción como el de realidades adecuan sus mensajes a un público renovado, no sólo cuantitativa sino cualitativamente. La flamante visión del lector cambiará las formas de la escritura a mediados del siglo XIX. Las ciudades, cada vez más populosas, proveerán materias primas inéditas que los profesionales de la escritura no dejarán pasar por alto.

Aníbal Ford expresa que Poe “da comienzo a una de las líneas más importantes del cuento moderno, y al mismo tiempo extiende su influencia a otros planos del periodismo y la literatura. En una de esas líneas daría fuerza al desarrollo de las revistas de cuentos que pronto en los Estados Unidos habrían de congelar en fórmula fija las ideas de Poe y que por su éxito influirían en la utilización de la narración en el nuevo periodismo a la manera del género de las ‘historias de interés humano’”.

Conquistarás audiencias

La tumba de Poe en el cementerio de Baltimore.

Dos ensayos son los que, principalmente, marcaron la influencia de Edgar Allan Poe en el cuento y en el periodismo. Por un lado, una crítica a otro escritor en “Relato dos veces contados” y, por otro, en “Filosofía de la composición”, donde describe su método compositivo. En su artículo sobre los “Relatos dos veces contados” de Nathaniel Hawthorne (Graham’s Magazine, mayo de 1842), Poe desmenuza los procedimientos por medio de los cuales el escritor consigue el “efecto” deseado. La técnica que describe es bien aplicable tanto a escritores de ficción -para los cuentos- como a los periodistas -para las crónicas-. “Poe –escribió Leopoldo Brizuela- se siente atraído, ante todo, por la pericia con que Hawthorne escribe sus ‘narraciones breves’, en prosa; y le entusiasma reconocer que tal habilidad -más allá de las diferencias personales y literarias entre ambos- se basan en concepciones y procedimientos que él también valora”.

En su crítica primeramente separa la historia de lo meramente descriptivo y reflexivo. Cree que los cuentos deberían, a la usanza antigua en literatura, cantar las historias de los héroes modernos, en un tono distinto, más íntimo, separado de la lírica y el ensayo. Esa forma de hacer crítica, aislando los elementos, como historia, descripciones y reflexiones, lo convirtieron en un pionero de la crítica literaria moderna.

Por otra parte, es capaz de separar los aspectos meramente literarios de los contenidos de los cuentos, algo infrecuente en los críticos de la época, muy preocupados por el “mensaje” de las obras literarias. También por esta razón Poe es un adelantado a su época. Desdeña las consideraciones puritanas de una ficción, aseverando que en una obra entra todo: lo bueno y lo malo, lo bello y lo feo. No participa de la censura ética de sus críticos contemporáneos.

“Henry James –de nuevo escribe Brizuela- señalaría en su artículo El arte de la ficción que la narrativa resultaba sospechosa para el espíritu puritano porque, mientras que un ensayo nos permite apreciar en la primera lectura qué hay de bueno y malo en él, la ficción, que se limita a contar una historia, deja filtrar contenidos no expresos, entrelíneas que es difícil comprender de inmediato por la razón y cuyos efectos sobre nosotros no siempre podemos controlar”. Esto fue escrito cuarenta años después que Poe hiciera públicos sus ensayos.

Continuando con sus reflexiones críticas, Poe considera que un cuento es bueno cuando logra crear en el alma del lector un único efecto, y a dicho propósito deben subordinarse todos los elementos del relato. Como ya se dijo, quiere conquistar al público, a la manera en que lo hacían los relatos góticos, religiosos o melodramáticos. Es así que hace hincapié en el receptor del mensaje, para lo cual resalta la necesidad de brevedad del texto. Tal brevedad se conseguirá seleccionando datos y elementos del relato, los que conducirán al efecto buscado.

A partir de estas consideraciones, Poe funda lo que se podría llamar el “cuento moderno” (short-story), dejando atrás lo que vagamente se denominaba “relato”.

Que cada palabra valga y pese

Finalmente, Poe, en su análisis de los relatos de Hawthorne, manifiesta que él “No sólo ha forjado cada elemento del relato como debía hacerlo; sino que podríamos decir que ningún elemento debía haberse omitido (logro éste, quizás, mucho más difícil de alcanzar). Cada palabra dice, y no hay palabra que no diga. Elogio que, por otra parte, igualmente sería bien recibido por cualquier periodista, tanto del siglo XIX como del XXI.

En tanto, en su “Filosofía de la composición”, Poe da cuenta, con científica meticulosidad, de cómo escribió su poema “El Cuervo”. Allí insiste en conceptos como el efecto buscado, el tono del relato, la manera de combinar los elementos narrativos. Poe dice que la mayoría de los escritores -en especial, los poetas- exclaman que componen en un frenesí refinado de inspiración, cuando en realidad es posible explicar las obras por el uso racional de las armas compositivas de la literatura. Es aquí, entonces, donde se puede ver con claridad la ambivalencia de los mundos de Poe: el racional y el irracional. El poema “El Cuervo” y el cuento “La carta robada” son dos ejemplos de cómo el escritor se hizo cargo de esa yuxtaposición del positivismo y el romanticismo en el mundo norteamericano decimonónico.

Poe fue capaz de escribir relatos románticos o góticos pletóricos de heroísmos, desdichas, muertes y desolación y, a la vez, fundar la literatura policial, en la que el triunfo de la razón era el leit motiv de los relatos.

Los relatos policiales fundacionales son tres: “Los crímenes de la calle Morgue”, “El misterio de Marie Róget” y “La carta robada”. A estos puede agregársele otro cuento, “El Escarabajo de Oro”, que, sin ser policial, desarrolla el camino racional para develar un misterio. En ellos, la razón es el camino insalvable para dilucidar los más profundos misterios. Su protagonista, Auguste Dupin -detective aficionado-, se vale sólo de su intelecto para resolver los casos que la policía encuentra insondables. El sucesor por excelencia del héroe de Poe fue Sherlock Holmes, creado por el británico Arthur Conan Doyle. En éste, los dones perceptivos, deductivos y analíticos cobraron dimensiones míticas.

La razón analítica de Dupin es el modelo extremo del paradigma hipotético-deductivo deificado por el racionalismo positivista del siglo XIX. Es que, como escribió Marcela A. Testadiferro, “La línea que une al positivismo y la burguesía necesitaba una literatura que pudiera hacerse cargo de la causalidad. Era posible e inequívoco conocer con la razón”.

Sin embargo, Poe estaba lejos de entronizar a la razón como único camino hacia el conocimiento. Su razón analítica “nunca deja mostrar su trasfondo romántico, su apelación al arte como categoría legítima para conocer”. La ambivalencia puede verse en un cuento y en un poema, ambos emblemáticos de su obra: “La carta robada” y “El cuervo”.

En el primero, el prefecto de policía tilda de tontos a los poetas, afirmando que ese tipo de arte es impropio de seres inteligentes. Entonces, Dupin, lo refuta. Explica que arte y análisis no son contradictorios, sino complementarios. “Como poeta y matemático él -el sospechoso- razonaría bien; como simple matemático, él no podría haber razonado en absoluto” (Marcela A. Testadiferro en Edgar Allan Poe, razón analítica y fulgor de la irracionalidad. Las matemáticas siguen reglas que no dejan fluir libremente el pensamiento. La poesía abre, según Poe, las puertas para un conocimiento más amplio. Romanticismo y positivismo interactúan para potenciarse, no para anularse. Es preciso dejarse atravesar por la emoción para lograr un saber profundo. Poe “es el verdadero hermeneuta. La ciencia del matemático sólo nos proporcionaría una parcialidad. El todo -el infinito, el absoluto anhelado por los románticos- necesita algo más que razón para ser conocido”, dice Testadiferro.

En relación con el poema “El cuervo” puede decirse que igualmente trasluce los dos mundos del autor. No en el mismo texto, sino en el poema y en su análisis realizado en el ensayo “Filosofía de la composición”. El poema es la historia de un amante que perdió a su amada y reflexiona en la biblioteca de su casa, una noche oscura. Es un relato melancólico, de terrores fantásticos, de pasiones y angustias. Es el lado romántico e irracional de Poe. Ahora bien, en su ensayo, Poe explica pormenorizadamente cómo escribió el poema. Nada de inspiraciones divinas. Todo elemento fue concebido racionalmente: el tema, el tono, el ambiente, los personajes, el ave, el estribillo, la métrica, la rima, la extensión… Ergo, si el poema es romántico, su concepción fue racional. Nuevamente la pertenencia de Poe a dos paradigmas contrapuestos se resuelve en una obra que los sintetiza. Así, en la producción de Poe, “Ambos mundos se penetran, no como síntoma de indecisión, sino como señal de una voluntad abarcadora, que era propia de un romántico y un erudito de su tiempo”.

Edgar Allan Poe, se sabe, murió en 1849, alcohólico y en la pobreza.

FUENTE: https://www.narrativas.com.ar/