Se cumple el aniversario de la muerte de una de las figuras más originales y potentes de la contracultura estadounidense de los 60. No “un hippie cualquiera” sino un hombre que se consideraba de izquierda y cuyas protestas en ácido lo llevaron a un juicio celebérrimo.

Abbie Hoffman, emblema de la llamada contracultura de los años 60, artista de la burla como arma política, instigador de la esperanza y el optimismo, inaguantable contrincante de las autoridades y los conservadores, los defensores de lo convencional y los fresas (N. del E: el traductor emplea una expresión coloquial a veces mexicana y otras española que significa algo así como niño rico tonto, cheto), feroz luchador contra la hipocresía oficial, uno de los líderes –aunque seguro no aceptaría ese título– del gran movimiento contra la guerra y el imperio, antes participante en el movimiento de derechos civiles, después ecologista radical, fue un gran payaso rebelde.

De esos que generan risas de reconocimiento entre conspiradores que buscan voltear a este mundo al revés, esa risa, ese humor sabio, que es esencia de la esperanza a pesar del pesimismo empírico.

Cuando fue enjuiciado a finales de 1969 y principios de 1970 con sus compañeros, acusados de haber conspirado para provocar una revuelta durante la Convención Nacional Demócrata de 1968 –bautizados como «los siete de Chicago» (vale la pena ver la película The Trail of the Chicago 7), Hoffman ofreció una clase magistral de cómo volver locas a las autoridades. Al ser interrogado ante el jurado y el juez, ofrecía respuestas irreverentes: ¿Entre cuando nació el 30 de noviembre de 1936 y mayo de 1960, que, si hubo algo, ocurrió en su vida? Respuesta: «Nada, creo que eso se llama una educación estadounidense». ¿Dónde vive? «En la nación de Woodstock». ¿En qué estado está ese pueblo?: «Es un estado mental para la gente joven.» ¿A qué se dedica?: «Mi ocupación actual es revolucionario cultural, pero realmente soy un acusado a tiempo completo».

Una y otra vez revirtió el interrogatorio para hacer una feroz crítica al supuesto orden democrático.

«Tenía un impulso de confesar durante este juicio porque escuché a los fiscales decir que soy enemigo del Estado y lo soy. Soy un delincuente. Siempre sabía que la libre expresión no se permitía en el Estados Unidos actual. Se te permite creer en la libertad de expresión pero no la puedes practicar.»

Uno de sus grandes logros, junto con sus compañeros incluidos Jerry Rubin, el poeta Allen Ginsberg y otros activistas y artistas fue la primera manifestación masiva en Washington contra la Guerra en Vietnam en 1967. Declaró que harían levitar al Pentágono unos 100 metros en el aire, y aunque todos sabían que a él y sus colegas les encantaba exagerar y hacer teatro político, cientos de periodistas y decenas de miles de manifestantes decidieron acudir para ver si, bueno, se hacía realidad el truco anunciado. Hasta hubo un altar para la ceremonia, ante un enorme despliegue de policías nerviosos. Hoffman colocó a parejas abrazadas en un acto de amor comunitario, mientras curanderos mayas colocaban harina de maíz en círculos, y Ginsberg declamaba poemas. Cuando la policía militar confrontó a los manifestantes, éstos metieron flores en los cañones de los rifles.

El Pentágono fue simbólicamente levitado en la mente de la gente, en el sentido que perdió su autoridad, la cual nunca había sido cuestionada o desafiada hasta entonces, explicó Ginsberg.

Hoffman payaseando con su compinche y activista Jerry Rubin.

Hoffman, autor de tres libros –el primero famosamente se llama Róbate este libro–, fundó entre otras cosas, el Partido de la Juventud Internacional, YIP, y sus adherentes eran conocidos como los yippies. Los yippies creen en la violación de todas las leyes, incluyendo la ley de la gravedad, afirmó durante un mitin en 1970.

En una entrevista en 1987, Hoffman contó al New York Times: “Estás hablando con un izquierdista. Creo en la redistribución de la riqueza y el poder en el mundo, en hospitales para todos… en que no debemos tener a una sola persona sin techo en el país más rico del mundo. Y creo que no debemos tener a una CIA que va por todas partes derrocando gobiernos y asesinando a líderes políticos, trabajando para oligarquías alrededor del mundo para proteger a la oligarquía aquí en casa”.

El pasado 12 de abril marcó el aniversario del fallecimiento de Hoffman en 1989. Su risa esencial se extraña más que nunca en estos tiempos tan serios.