El canal estatal languidece entre su pretensión de parecerse a otros canales, la falta de voluntad de intentar algo diferente y la ausencia de nuevas ideas. Así se deja achatar lo que podría ser un interesante medio de comunicación, diferente a los demás.

Todos los días, Robertito Funes Ugarte conduce por la TV Pública el concurso Quien sabe + de Argentina. Abundan las preguntas del estilo “¿Cómo se llama el hijo de la China Suárez o Jimena Barón?” o “¿Quién fue pareja de Natalia Oreiro en Muñeca Brava? “ Además de tener que armar  cronológicamente la lista de parejas de Susana Giménez o las películas de Palito Ortega. En el podio, pero lejos, están las de deporte, luego historia, cine y escasean las de literatura y de arte, todo en medio de las payasadas sobreactuadas del conductor.

Con toda razón, el hijo de César Isella se molestó por el homenaje –para llamarlo de algún modo- que le rindió la TV Pública a su padre y que consistió en la emisión de un programa conducido por el autor de Canción con todos dedicado a Joan Manuel Serrat. O sea que por interpósita Isella, se homenajeó a Serrat.

Si se recorre la grilla del canal, aparte de los programas educativos, se encuentran talk shows, como el que conduce Sergio Goycochea, retransmisión de viejas carreras automovilísticas e igualmente viejos partidos de fútbol. A eso deben sumarse programas que vienen de otras gestiones como Cocineros argentinos (dos horas suenan demasiado para un programa de recetas) y los culturales que conducen Osvaldo Quiroga y Cristina Mucci que oscilan entre las melancolías de las entrevistas online y la emisión de viejas ediciones.

Muy de vez en cuando se proyecta alguna película interesante, interrumpida al menos cinco veces por publicidades de los programas del canal. Que es una manera poco redituable de ahuyentar a los televidentes.

En resumen, la TV Pública es como cualquier otro canal de aire pero más melancólico y convencido de que, se haga lo que se haga, se va a perder por goleada la batalla del rating.

No da para escandalizarse pero sí para lamentar. De todos modos, el perfil de Rosario Lufrano, la elegida para dirigir hace que el resultado actual sea previsible. Es una periodista que, si bien tiene una larga trayectoria en medios radiales, se la conoce por su trabajo en la tele. Ese es el universo desde donde piensa. Por eso, las preguntas de Robertito, el supuesto homenaje a Isella, los talk shows, el bombardeo de publicidad cuando se proyecta una película (lo que implica poner en el centro al canal en desmedro del espectador), la repetición de programas viejos. La tele y no el mundo que la rodea es el eje desde donde se piensa la programación. Llevando al límite ese latiguillo de la gente del medio: “si no estás en la tele no existís”.

Una tele que en general no sale a buscar afuera y que se mira el ombligo, de allí la categoría de “famosos” gente que se destaca por su capacidad para el escándalo y por aparecer en la pantalla chica, sin más mérito que ese.

La gestión pre-macrista de la Tv Pública, tuvo, se las considere como se las considere, tres miradas más allá de sí misma. Una fue Paka-Paka, abriendo a los chicos al mundo de la historia, 6-7-8 haciendo una lectura política de los medios (aunque su permanente oficialismo afectaba su credibilidad) y Peter Capusotto y sus videos, que trajo una forma de humor al que usaba como lectura del rock y luego de la historia y de la política. Muy lejos del humor que circulaba por otros canales que se limitaba a las imitaciones y a los chistes sacados de Internet. Ninguno fue un éxito de rating, pero se hablaba de esos programas. Es más, la gestión Lombardi barrió con los tres (en realidad Paka Paka quedó sometida a una intensa operación de lavado) lo que  demuestra que molestaban y mucho. Hoy la TV pública no le importa a nadie. Ni siquiera a la gente que la maneja que, refugiándose en una idea muy reduccionista de lo popular, lo resumen al deporte y a la música mainstream, renunció a toda creatividad y se sometió, voluntariamente, a las reglas del medio.

Una pena, podría haber siso una alternativa comunicativa (esa pata tan endeble de la gestión del gobierno)  un lugar donde hallar aquello que no está en otros lados, un espacio que abriera debates.

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